Mientras en toda Europa avanza la derecha, e incluso la xenofobia, el racismo y el nuevo fascismo, y muchas fuerzas de izquierda europeas aceptan su rendición política por el procedimiento de asumir propuestas y programas liberales, la izquierda española se halla sumida en una grave crisis. Toda la izquierda se halla ante esa singular atracción […]
Mientras en toda Europa avanza la derecha, e incluso la xenofobia, el racismo y el nuevo fascismo, y muchas fuerzas de izquierda europeas aceptan su rendición política por el procedimiento de asumir propuestas y programas liberales, la izquierda española se halla sumida en una grave crisis. Toda la izquierda se halla ante esa singular atracción por el abismo y la renuncia, porque, paradójicamente, aunque los socialistas hayan ganado las últimas elecciones y se mantengan en el gobierno, han abandonado casi por completo su identidad reformadora y suavemente progresista para adoptar la piel del liberalismo: el triunfo de los planteamientos liberales en el PSOE es la derrota del viejo socialismo español. Por su parte, Izquierda Unida, culminada una larga etapa de desconcierto, confusión y renuncias, de sumisión acrítica al gobierno de Rodríguez Zapatero, de incertidumbre ante el futuro, ha comprendido que su tiempo ha pasado, aunque la inercia de los (malos) hábitos adquiridos prolongue la agonía.
Las soluciones a esa crisis terminal de Izquierda Unida no son sencillas, y su dificultad trae a la memoria los versos de Maiakovski, dedicados a Esenin: «En esta vida/ morir no es difícil/ mucho más difícil/ es hacer la vida». Ese es el reto. No es una buena noticia para nadie, pero Izquierda Unida, en la forma en que la hemos conocido, ha dejado de ser un instrumento útil. Se trata ahora de articular una izquierda donde no sobre nadie, excepto el sectarismo y las luchas cainitas que agotan las energías de la militancia. Una izquierda sin innecesarias estructuras burocráticas que desperdician el tiempo disponible, una izquierda que no sea el huésped ingrato que ocupa tu casa sin agrandar el espacio habitable.
La hipotética refundación de Izquierda Unida llega tarde, porque se ha prolongado demasiado la agonía, y creo que ante esa evidencia sólo hay dos opciones para trabajar en la reconstrucción de la izquierda española. Una, el fortalecimiento del Partido Comunista, incluyendo la presentación de listas electorales propias: para ello es preciso congregar a la militancia dispersa y renovar el proyecto comunista, que no puede ni vivir del pasado ni prescindir de las nuevas realidades sociales. Dos, la creación de un nuevo proyecto político sobre las cenizas de Izquierda Unida, a sabiendas de que podría nacer con serios problemas de credibilidad, puesto que surgiría haciendo de la necesidad, virtud. No se me oculta que también podría llegarse a una fórmula que combine ambas posibilidades, atendiendo a la fortaleza relativa del «pueblo de izquierdas» en cada territorio.
En la convicción de que es imprescindible el fortalecimiento del Partido Comunista de España y el abandono de las tentaciones de aggiornamento que apenas encubren una moderación de las propuestas políticas (como ha ocurrido en Italia con el desastre de la Sinistra l’arcobaleno), tal vez la propuesta más sensata a corto plazo sería articular el trabajo unitario de todas las fuerzas de izquierda al margen del PSOE (sin que cada organización perdiese su identidad) alrededor de un programa de cambio social progresista (dando primacía a los contenidos sobre las formas, tal y como nos enseñó Julio Anguita), programa que debería ser discutido y aprobado en todos los medios de izquierda del país, en una convocatoria de fuerzas políticas y entidades sociales de izquierda.
Mientras, el PCE, que sigue siendo, pese a sus debilidades, la organización más significativa del espacio situado a la izquierda del Partido Socialista, habla de un nuevo ciclo, y convoca a las fuerzas de izquierda con el horizonte de la III República, apostando todavía por Izquierda Unida como sostén principal de una nueva formación que define como anticapitalista, federal y republicana. No es contradictorio con lo anterior.
De hecho, se trata de ser capaces de articular la independencia de cada fuerza con la acción común. Probablemente, esa acción podría llevarse a cabo con una fórmula que fuera al tiempo plataforma conjunta de acción social y coalición electoral (donde los candidatos sean renovados en cada legislatura y ejerzan de portavoces de la movilización social: el filósofo Miguel Candel ha propuesto que la designación de candidatos se realice mediante sorteo, como una forma de evitar las luchas fratricidas y la burocratización: no es un disparate). Una Izquierda Unida residual (si prosigue su inercia y su interminable agonía, algo que no por nocivo podemos descartar), que conservase una cierta entidad organizativa, podría ser uno de los integrantes de ese nuevo frente o coalición de izquierda, al igual que el PCE. No deberían descartarse fórmulas electorales como PCE-IU, o similares, porque es probable que quienes se enfrentan hoy en el seno de Izquierda Unida podrían colaborar en la acción política si perteneciesen a organizaciones distintas, sin sucumbir a la tentación de la absurda lucha constante por espacios de poder internos y por puestos de trabajo políticos.
De cualquier forma, hay que descartar las viejas ideas de dobles o triples estructuras organizativas, que no han servido más que para dispersar fuerzas, y debería desterrarse esa cansina y estéril exigencia que postula la liquidación del PCE por parte de quienes persisten en mantener el espejismo de que su desaparición resolvería todos los males de la izquierda. No es así, porque, además, en España van a seguir existiendo los comunistas, al igual que los socialistas, los anarquistas u otras ideologías: nada puede construirse exigiendo a tus posibles aliados su desaparición, porque, además, el futuro está en la colaboración, y no en las exclusiones.
Una última cuestión. Hay que evitar la atracción por el abismo, porque uno de los riesgos del momento actual es la persistencia de los viejos comportamientos, de las luchas inútiles y cainitas, del desprecio de la democracia, porque, además, la magnitud de la empresa libertaria que nos estimula no esperará al vértigo y la cólera de la tempestad que nos amenaza.