«Señorías, hubo otras épocas en este país en las que no se permitía la crítica ni al Gobierno ni a otras autoridades del Estado. Por suerte, esas épocas han pasado». Así, la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, ventilaba ayer las reclamaciones de Pablo Casado y Edmundo Bal, de PP y Ciudadanos respectivamente, […]
«Señorías, hubo otras épocas en este país en las que no se permitía la crítica ni al Gobierno ni a otras autoridades del Estado. Por suerte, esas épocas han pasado». Así, la presidenta del Congreso de los Diputados, Meritxell Batet, ventilaba ayer las reclamaciones de Pablo Casado y Edmundo Bal, de PP y Ciudadanos respectivamente, en el pleno de investidura de Pedro Sánchez, para reprobar la intervención de la portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua. La abertzale había sido interrumpida en infinidad de ocasiones por los gritos de las derechas y ultraderechas: «Asesina», «Terrorista»…
La respuesta de la presidenta, una de las imágenes más sugerentes de la primera parte del debate de investidura. Y la reacción del hemiciclo, también. Ovación cerrada a Batet desde un amplio espectro de grupos parlamentarios. El socialista, por supuesto, pero también Unidas Podemos, Más País-Equo, Compromís, EH Bildu…
«Que la mayoría de la moción de censura se convierta en bloque histórico dirigente». Este era el análisis gramsciano de Pablo Iglesias, secretario general de Podemos y próximo vicepresidente del Gobierno, salvo tamayazo que lo evite, el mes pasado, en un acto en el Congreso junto al periodista Enric Juliana con motivo del primer aniversario de la publicación del libro Nudo España. Iglesias se aventuraba a predecir que PSOE, Unidas Podemos, PNV, ERC y EH Bildu tenían la misión de convertirse en un bloque político con capacidad de dirigir el Estado ante la entente de derechas y ultraderechas de PP, Vox y lo que queda de Ciudadanos.
El tono bronco impuesto por el tripartito reaccionario ha sido el colofón a unas jornadas sucesivas en las que las apelaciones a fracturar el proceso de investidura de Sánchez a través de distintos mecanismos han sido constantes. Si la Conferencia Episcopal, a través de su presidente, el cardenal Ricardo Blázquez, ha animado a los feligreses a «orar por España» ante la posibilidad de que el socialista resulte investido presidente del Gobierno, la portavoz parlamentaria de Ciudadanos, Inés Arrimadas, ha fomentado el transfuguismo entre los diputados socialistas, así como ha incitado a la rebelión interna contra el secretario general del PSOE a los barones de este partido. Hasta el momento, con resultados nulos.
Adolfo Suárez Illana, secretario cuarto de la Mesa del Congreso por el PP, daba la espalda al discurso de Aizpurua olvidando el decoro que le obliga el cargo de ser integrante del órgano de gobierno de la cámara. Y desde Vox, el eurodiputado Hermann Tertsch apela a «que las Fuerzas Armadas interrumpan un obvio proceso golpista de voladura de España como nación». Mientras, el líder de la formación ultraderechista, Santiago Abascal, hace un llamamiento a un «levantamiento popular contra el gobierno traidor, ilegítimo y enemigo de la soberanía nacional». Convocan movilizaciones el próximo 12 de enero en toda España.
La competencia entre PP y Vox ha quedado patente en estas dos jornadas de debate parlamentario, lo que les ha llevado a extremar sus mensajes y formas. Casado inauguraba su participación con un discurso incendiario de respuesta a Sánchez, asegurando que su estrategia de guerra jurídica, iniciada con la jugada de la Junta Electoral Central inhabilitando al president Quim Torra el día previo a la investidura, será una constante durante la legislatura.
«Bloque histórico de la moción de censura»
Frente a la actitud de las derechas y ultraderechas, el «bloque histórico de la moción de censura» al que apelaba Iglesias en diciembre se va consolidando. Dos Españas que ya han llegado. Durante estas dos primeras jornadas de debate de investidura, los reconocimientos cruzados entre las distintas fuerzas políticas opuestas a las derechas y ultraderechas han sido constantes.
Así, ERC ha aplaudido al PSOE y viceversa. EH Bildu ha sido agasajada por Unidas Podemos, al mismo tiempo que agradecía, con aplauso, la intervención de Batet. Se han dado diferentes muestras de solidaridad con el diputado de Teruel Existe, Tomás Guitarte, que denunciaba amenazas y presiones desde la tribuna para cambiar su sentido de voto y que no facilite la investidura de Sánchez…
Lejos de quebrar este bloque político heterogéneo, de partidos progresistas, de izquierdas, nacionalistas, regionalistas e independentistas, la actitud belicosa de las derechas y ultraderechas parece ser el pegamento para que limen asperezas y se genere un marco de entendimiento. La división de la cámara, además, hace que, una vez se supere la investidura, y si se consiguieran aprobar los primeros presupuestos del nuevo gobierno, sea muy difícil la construcción de mayorías alternativas que hicieran prosperar una moción de censura. Por ello, salvo que el presidente apostara por un adelanto electoral, la legislatura podría prolongarse varios años.
El momento es delicado, sin embargo. Sánchez tendrá que hacer frente a retos muy complicados. El principal, establecer un diálogo con el Govern de Catalunya según lo establecido en el acuerdo construido con ERC. Gabriel Rufián alertaba desde la tribuna el pasado sábado: «Si no hay mesa de negociación, no habrá legislatura». El PSOE, con el apoyo de su socio de gobierno, Unidas Podemos, tendrá que hacer una labor minuciosa para sacar adelante los principales compromisos adquiridos con diferentes fuerzas políticas. Ardua tarea. «Me gusta trabajar bajo presión», reconocía Sánchez al portavoz del PNV, Aitor Esteban, en su réplica.
El «bloque histórico» que auguraba Iglesias puede tomar forma de una forma precipitada, ante la amenaza de desestabilización constante de las derechas y ultraderechas. Los distintos acuerdos firmados por el PSOE con Unidas Podemos, PNV, ERC, Más País-Equo, Compromís, BNG, Nueva Canarias o Teruel Existe muestran, además, una clara tendencia hacia las políticas sociales y hacia un modelo de Estado más federal.
Unidas Podemos y el PSOE han firmado un acuerdo que, claramente, va en este sentido, hacia la pluralidad nacional de España. El acuerdo de socialistas y nacionalistas vascos, de hecho, explicitaba la necesidad de desarrollar «reformas necesarias para adecuar la estructura del Estado al reconocimiento de las identidades territoriales«. Iglesias, en dicha conferencia de diciembre, incluía en este bloque gramsciano a EH Bildu, de quien dijo: «Cada vez crece más y se mueve hacia posiciones pragmáticas y que entiende que la confederalidad es la única vía sensata de afrontar el diálogo».
Por descontado, que el líder morado incluía a ERC en este bloque, de quien espera que sea el próximo partido que esté al frente del Govern de la Generalitat. De esta manera, el entendimiento entre un Gobierno de España de PSOE y Unidas Podemos, una Generalitat liderada por ERC con los apoyos de las izquierdas y un Ayuntamiento barcelonés de Ada Colau con el PSC de Jaume Collboni, con apoyos de ERC, la fuerza más votada, dibuja un triple nivel de entendimiento y colaboración entre las distintas izquierdas e institucional.
Un reconocimiento a la pluralidad, si no plurinacionalidad, del Estado. Eso, siempre y cuando la investidura sea fructífera. El ajustado resultado de la primera votación, 166 a favor y 165 en contra, hace que España contenga la respiración hasta el último momento. Todo se puede ir al traste en pocas horas. Mañana se escribirá el punto y final del primer capítulo de muchos que están por venir.