Otra cumbre absurda que no sirve para nada. Todos se reúnen en Roma con gesto grave, haciendo intensas declaraciones a la prensa, pero regresarán a sus países sin haber logrado nada, a comer como posesos mientras los pobres y los hambrientos que por cierto, no han ido a esa cumbre, miran desde el más absoluto […]
Otra cumbre absurda que no sirve para nada. Todos se reúnen en Roma con gesto grave, haciendo intensas declaraciones a la prensa, pero regresarán a sus países sin haber logrado nada, a comer como posesos mientras los pobres y los hambrientos que por cierto, no han ido a esa cumbre, miran desde el más absoluto silencio.
Dicen los grandes dignatarios que están preocupados por los 900 millones de personas que pasan hambre, aunque en realidad están más preocupados por no ser ellos los próximos en ser agregados a esa lista. Ningún país de los que comen quiere dejar de hacerlo, pero una sombra de crisis planea sobre la moribunda economía en regiones supuestamente en desarrollo e incluso en países bastante desarrolladitos. Está en juego la comida de los que comen, no el hambre de los que mueren.
Los millones de hambrientos que hay en este planeta no han surgido ayer, ni son producto del precio del arroz de hoy. Existen desde hace décadas, la cifra va en aumento y no hay cumbre hasta ahora que haya logrado cambiar ni un ápice dicha situación.
Ahora la crisis ha subido aún más el precio de los alimentos, sin que haya una razón lógica, y los pobres, los más pobres, serán como siempre los que paguen el verdadero precio de esta masacre, de este genocidio constante del que nadie se quiere hacer responsable. En esa cumbre nadie quiere asumir la responsabilidad, que por desgracia acabará en el cambio climático o en alguna otras estupidez mediática. Nadie quiere ser culpable de los millones de personas que mueren de hambre cada año y parece que se reúnen para que todo siga igual. Culparán a un inerte barril de petróleo, a un precio abstracto en la locura de la bolsa. La bolsa o la vida. Claro que la bolsa ya sabía de esta gran especulación de los precios. Estaba planeada, pensada, calculada. La cumbre estaba en una agenda, en muchas agendas. Los discursos estaban ya escritos en alguna oficina. La cumbre estaba presupuestada. Parecería que todo no es más que un teatro gigante y carísimo. Los hambrientos son solo una cifra más, un cero a la izquierda.
Se reúnen para soltar al aire miles de millones en supuestas ayudas, miles de millones que nunca llegan, que no sirven para nada, que son tan ligeros como las palabras que les acompañan. Se alimenta el ego de presidentes que van a las cumbres sintiéndo que marcan el destino de la humanidad, y la hipocresía sale tan gorda, que si los pobres pudieran alimentarse de ella el problema estaría resuelto. Si pudieran alimentarse de mentiras y promesas…
Al final, volvemos a escuchar que con lo que ha costado la guerra de Irak se habría podido acabar con todo el hambre y la sed del planeta. Con lo que se gasta el mundo en armas solo en un año, no volvería a pasar hambre nadie jamás. ¿Cuántas décadas vamos a continuar escuchando lo mismo? Pero la humanidad sigue creciendo a un ritmo insostenible, y crece la locura y el despilfarro, el abuso, el egoísmo… Y mientras el 30 % del planeta consume el 70% de todos los alimentos que se generan, el 70% de los hambrientos se tienen que repartir el miserable 30 % que les queda. ¿Hambre o locura?
Algo muy grave debe estarle pasando a la humanidad para que unos países consideren la obesidad como un mal general al que hay que atacar, y en otros no tengan ni un diminuto puñado de arroz.
Me pregunto si darán de comer en esta cumbre de la FAO que nos restriegan en la cara. ¿Cuál es el presupuesto para restaurantes de los equipos de gente que acompañan a los importantes jefes de estado? Sea cual sea la cantidad les puedo asegurar que es obscena. Seguro que el presupuesto de gastos de todos esos poderosos, presidentes y políticos, todos esos guardaespaldas, policías y arrastrados que les acompañan es mucho más de lo que haría falta para acabar con la urgente necesidad de comida en África hoy. ¿Y quién paga todas esas comidas de «empresa»?
Una vez más, las promesas incumplidas y el olvido serán el menú en el tercer mundo, que verá como siempre, con horror y muerte, la pasividad hipócrita y cruel del resto de países que una vez reunidos y televisados, tienen la conciencia tranquila. Las bolsas seguirá llenándose gracias a las vidas de los más necesitados.