Que la ciencia y la tecnología han sido vistas con ojos contradictorios, no siempre afables, por movimientos emancipatorios es cosa sabida y nada infrecuente, a pesar de la alianza deseada, buscada y proclamada entre el movimiento obrero y resistencias afines y el conocimiento positivo, y el legado de aquella tradición que dijo trasladarse desde el […]
Que la ciencia y la tecnología han sido vistas con ojos contradictorios, no siempre afables, por movimientos emancipatorios es cosa sabida y nada infrecuente, a pesar de la alianza deseada, buscada y proclamada entre el movimiento obrero y resistencias afines y el conocimiento positivo, y el legado de aquella tradición que dijo trasladarse desde el socialismo desiderativo al socialismo amigo del conocimiento científico. Detrás de la bomba de Hiroshima está la ciencia puntera de mediados del siglo XX, se ha señalado con mirada crítica; tras el armamento imperial usado en guerras contra Yugoslavia, Irak y Afganistán está la tecnología armamentística más sofisticada, se señala razonablemente [1].
Sería absurdo, sin embargo, no ver las otras caras del complejo poliedro y la necesidad que los movimientos críticos tienen de conocimientos científicos no sesgados ni serviles.
Público [2] informaba recientemente de una nueva investigación, publicada en enero de 2010 en Nature Geoscience, la primera que realiza predicciones relacionadas con el calentamiento global a muy largo plazo, realizada por científicos de las universidades de Victoria y Calgary (entre ellos, el climatólogo Shawn Marshall), donde se arguye que los actuales niveles ascendentes de dióxido de carbono afectarán al clima del planeta por lo menos hasta el año 3000, lo que provocará, lo que puede provocar dentro de un milenio, un colapso de la placa de hielo de la Antártida occidental y una probable subida media del nivel del mar de al menos cuatro metros.
El estudio propone simulaciones sobre lo que ocurrirá en el futuro situándose en dos deseables mundos posibles. Un escenario, visto lo que vemos, poco probable en el segundo caso e imposible desde luego en el primero. Primer escenario considerado: las emisiones se han reducido a cero en 2010. Pasemos página. Segundo escenario (tan optimista como Cándido): la emisión de CO2 se detendrá a finales de siglo, en 2100.
En el segundo escenario, las tierras de África -el Sur, como suele ocurrir, sale peor parado que el Norte, que tampoco saldría indemne desde luego-, el 30% de las tierras del continente expoliado y maltratado, sufriría desertización y un calentamiento de más de cinco grados de las aguas oceánicas provocaría el colapso de la placa de hielo de la Antártida occidental (el 10% de los 25 millones de km3 de hielo de todo el continente).
Los investigadores admiten prudentemente, no son alarmistas profesionales, que deben perfeccionar sus modelos informáticos de simulación, la predicción es a un plazo enorme, «para entender mejor el impacto de la temperatura del océano».
Lo esencial, aunque sea estemos frente a una conclusión provisional y revisable: el calentamiento del planeta continuará, aunque dejásemos de usar completamente combustibles fósiles y emitir CO2, en lugar de detenerse o incluso de revertir la situación. Estos son los datos conocidos del problema, estas son las fuentes que los movimientos alternativos deben manejar, con la prudencia necesaria, en sus críticas y movilizaciones, anclando la urgencia de sus propuestas en trabajos de una ciencia que aspira a la veracidad y no a la complacencia.
Lo malo (poliéticamente) de la ciencia actual es que es demasiada buena (gnoseológicamente) [3], comentó Manuel Sacristán hace más de 30 años. Un aforismo, una reflexión, que refleja bien la complejidad de la situación y que sigue siendo un buen punto de partida en una época en que prácticas científicas y tecnológicas bordean el abismo e incrementan su dependencia financiera (y temática) de las grandes corporaciones y no sólo, desde luego, de instituciones públicas.
Notas:
[1] Tampoco la ciencia social, por decirlo generosamente, sale muy bien parada. Antonio Baños («No ha sido culpa suya, padres», Público, 10 de enero de 2010, p. 7) ha recordado a James U. McNeal y su infame Children as consumers: hay que educar a la infancia en lo único que, sin atisbo de duda, llegarán a ser: consumidores (No es necesario señalar la prole que tenía en mente McNeal).
[2] «El cambio climático seguirá hasta el año 3000», Público, 10 de enero de 2011, p. 25.
[2] Véase, especialmente, Manuel Sacristán, «Sobre los problemas presentemente percibidos…» (1981), Papeles de filosofía, Icaria, Barcelona, 1984, pp. 453-467, y «Reflexión sobre una política socialista de la ciencia» (1979), Seis conferencias, El Viejo Topo, Barcelona, 2005, pp. 55-82.
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