Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las […]
Francisco Báez, ex trabajador de Uralita en Sevilla, inició en los años 70 del pasado siglo la lucha contra esta industria de la muerte desde las filas del sindicato de CCOO. Ha dedicado más de 40 años a la investigación sobre el amianto. Paco Puche, otro luchador imprescindible, reseñó su obra (escrito editado en las páginas de Rebelión.org).
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Estábamos en el apartado 1.10, el que cierra el primer capítulo: ¡276 páginas! ¡Más del doble del capítulo XIII de El Capital… que ya es decir! Lo abre con la cita de Pauling que ya hemos comentado. El titulo: «Los «subvencionados» por debajo del mantel». ¿De qué subvencionados habla? ¿Quiénes les subvencionan?
De los que realizan estudios financiados por la industria del amianto, sin hacer expresa mención de dicha circunstancia, para que pueda quedar en evidencia el palmario conflicto de intereses.
¿Por debajo del mantel? ¿De qué mantel?
Es una metáfora. La cuestión ya ha quedado clarificada en la respuesta precedente
Habla usted de la vinculación de la Universidad de McGill con la industria del asbesto. ¿Es así? ¿Qué vinculación es esa? ¿Por qué se prestan algunos científicos a determinados juegos falsarios?
Sí, es así. La vinculación es doble: a través de la financiación de la minería canadiense del asbesto a las actividades de dicha universidad y, al propio tiempo, a través también de la inclusión de algunos de sus investigadores involucrados en la cuestión de los efectos nocivos del amianto, en la nómina de alguna de tales empresas mineras, prestando en ella sus servicios como médico especializado.
¿Y cómo consiguen seguir teniendo crédito entre sus colegas cuando sus vinculaciones financieras son más que discutibles?
Esto ha sido un proceso acumulativo de evidencias. Han tenido que pasar bastantes años, desde que la situación realmente empezó, hasta que, mucho después, se «destapara el pastel», y que fueran los propios colegas de los señalados, los que «tiraran de la manta».
¿Nos puede dar algún ejemplo de esto último?
Sí, le daré uno. En el caso de Wagner, en el año 2006, el historiador, especializado en el tema del asbesto, Jock McCulloch, publicó un artículo titulado: «Salvando la industria del amianto, 1960-2006», en el que concluirá: «Wagner se vio obligado a salir de Sudáfrica en 1962, debido a la oposición de la industria a su investigación. Pasó las últimas dos décadas de su carrera, al servicio secreto de una compañía del amianto».
La prestigiosa investigadora Annie Thebaud-Mony, en su celebrado libro «El trabajo puede dañar seriamente su salud», ha dicho: «Wagner, por su parte, después de haber abandonado Sudáfrica en 1962, continuó una brillante carrera, beneficiándose del prestigio de este descubrimiento científico, que le aportó una sólida reputación. Durante tres decenios, él dirige los trabajos, principalmente en experimentación animal, y demuestra que todos los tipos de amianto provocan el mesotelioma, incluyendo el crisotilo canadiense. Entonces, de repente, en 1990, cambia de opinión. En el escenario de un proceso contra la firma «Raybestos-Manhattan», testifica bajo juramento, en favor de las tesis de la industria, sobre el mesotelioma. Este cáncer, afirma, estará influenciado por una relación dosis-efecto, que le conduce a minimizar e incluso a excluir el efecto de la exposición medioambiental…»
Después, esta autora añadirá: «De los documentos consultados por Jock Mc Cullock en los archivos de los tribunales americanos, resulta evidente que a partir de 1986 y durante más de quince años, Chris Wagner -que tomó su jubilación en 1988- había recibido el equivalente a 300.000 dólares USA de la compañía del amianto «Owens»».
Repitiendo lo ya dicho en una anterior entrevista nuestra, añadiré: «El pufo no se vino a destapar, hasta que no hubo fallecido el doctor Wagner, y se pudo acceder a sus papeles personales, cedidos por su viuda a una universidad. Las cantidades pagadas regularmente por Owens-Corning, figuraban como prestación por un supuesto trabajo continuado sobre un tema totalmente ajeno al amianto, y que no era de la especialidad o línea de investigación del doctor Wagner; supuesto trabajo que jamás se llegó a plasmar en publicación alguna. Por otra parte, los pagos se efectuaron siempre a nombre de un tercero, y en un país diferente del de la residencia habitual del doctor Wagner. Precauciones de ocultamiento y camuflaje, que no se justificarían si tales pagos hubieran correspondido a una contratación honesta y normal».
Con pleno acierto, Robert Procter ha acuñado la expresión «la construcción social de la ignorancia», para definir la estrategia de las compañías del tabaco y del asbesto. El episodio de lo sucedido con el doctor Wagner, se enmarca dentro de ese preciso contexto.
No está mal, nada mal. ¡La construcción social de la ignorancia! En epistemología, se suele hablar de la construcción social de la realidad por parte de algunos sociólogos y filósofos de la ciencia.
Hay un caso que el lector debería conocer. El del profesor Ericson Bagatin. ¿Nos lo puede resumir?
Es muy difícil hacerlo. Para poder entenderlo, con toda la carga probatoria, tendríamos que remitirnos al contenido íntegro de lo expresado en mi libro.
Inténtelo por favor.
Limitándonos aquí a lo esencial, y sin entrar en detalles concretos, por el espacio que razonablemente debe dedicársele a ello, digamos que lo que cabe atribuirle al profesor Bagatin, sería: a) limitar su indagación a las patologías no malignas, configurando sus conclusiones, como si éstas no existieran, en su relación específica, etiológica, causal, con el amianto; b) hacer declaraciones, contradictorias con otras anteriores igualmente suyas, ante la brasileña Cámara de Diputados, para tratar de validar sus conclusiones derivadas de un estudio suyo, financiado por la industria minera del crisotilo, según las cuales éste no causaría daños apreciables a los trabajadores, cuando, en realidad, tal estudio se había limitado al ámbito de los trabajadores todavía en activo en el momento de realizarlo, cuando es sabido que las patologías malignas asociadas al asbesto (y, singularmente, el mesotelioma), por su dilatado tiempo de latencia, suelen aflorar cuando el operario o empleado están ya jubilados. En definitiva, un estudio diseñado ex profeso para que en el mismo se alcancen, aparentemente, las conclusiones que precisamente son las que interesa que se deduzcan, por parte de quienes han financiado la realización de ese estudio.
Gracias por el esfuerzo. Tampoco deja usted muy bien a Denis Paustenbach. ¿No se pasa un pelín? ¿No se excede?
Aun admitiéndolo, a efectos puramente dialécticos, habría que convenir en que en ello estaría en compañía de muchos otros que piensan exactamente lo mismo, y que así lo han manifestado, dejándolo reflejado en sus respectivos escritos. Si al árbol habremos de conocerle por sus frutos, no cabe la menor duda de que al señor Paustenbach hace ya bastante tiempo que lo etiquetaron correctamente. Así lo apreciaron, en su momento, los integrantes de la «Union of Concerned Scientists», al igual que también el profesor Egilman, autor y co-autor de diversos trabajos de denuncia de otros tantos casos similares, entre los que se encuentra el correspondiente al personaje del que estamos hablando, y del que, como seguramente usted recordará, ya nos ocupamos en nuestras entrevistas número ocho y veintitrés.
De acuerdo, no insisto. Habla usted también del giro copernicano de Christopher Wagner. ¿Nos lo explica brevemente? ¿Y cómo explica usted un caso de conversión crematística de estas características? ¿Es tan poderoso el valor del dinero? Usted mismo cita a Quevedo.
El doctor Wagner, a quien hay que reconocerle el inmenso mérito de conseguir que la comunidad científica internacional reconociese plenamente el nexo causal entre amianto y mesotelioma, en el curso de sus experimentos había podido constatar que el crisotilo también producía dicho tipo de cáncer, al igual que los amiantos del grupo de los anfíboles. Sin embargo, con posterioridad, pasó a sostener todo lo contrario, en sus sucesivas publicaciones. Una vez fallecido, al revisarse sus papeles personales, que su viuda había donado a su universidad, pudo comprobarse que, de forma soterrada, había estado siendo receptor de periódicos ingresos, procedentes de las empresas mineras del crisotilo. Esta cuestión ya la abordamos, con mayor detalle, en nuestra entrevista número siete, después de haberlo hecho ya antes, en las número tres y cuatro. Aflora aquí ahora, por tanto, por cuarta vez.
Me está dando toda una lección de memoria. Gracias y excusas. Espero no meter la pata de nuevo.
Otro caso al que hace referencia es de Richard Doll, miembro de la «Asociación Médica Socialista», ex miembro del Partido Comunista en los años 30. ¿Nos lo explica brevemente? La misma inquietud: ¿y cómo explica usted esta caída en las turbulentas manos de Monsanto?
Sobre las andanzas del epidemiólogo Doll, ya no nos ocupamos en nuestras entrevistas número cuatro, nueve y veintitrés.
¡No tengo remedio!
A pesar del intento de exoneración, por parte de su discípulo y colaborador en algunas de sus publicaciones, el también epidemiólogo Julian Peto (del que, por otra parte, hay que reconocer que no existe motivo alguno para dudar de su honradez científica), las evidencias son variadas y contundentes. Monsanto le pagó 1.500 dólares diarios, durante decenas de años, en un soborno cuya forma de pago constituyó una permanente garantía de secuestro de su interesada fidelidad.
Sobre el mismo: lo sucedido en el caso Doll, ¿ha tenido efectos muy negativos? ¿En qué sentido? ¿Cree que es un desvarío acusar de alguien que actúa de este modo de ser responsable indirecto de la muerte de trabajadores y ciudadanos afectados?
Los efectos muy negativos, por una parte corresponden al hecho de que todo su precedente prestigio científico lo empleara en posicionarse en favor de considerar que la etiología del cáncer hay que buscarla, básicamente, en los hábitos de vida, y no en los contaminantes derivados de la actividad industrial; a pesar de que las evidencias acumuladas apuntan de forma abrumadora a precisamente todo lo contrario, todavía encontraremos a textos y a sus autores, que siguen en lo mismo, quiero recordar que también en España. Por otra, y en función siempre de los sobornos recibidos, concretos contaminantes también fueron sucesivamente exonerados. Por lo que respecta específicamente al amianto, después de haber sido el pionero en la demostración de su rol etiológico respecto del cáncer pulmonar (junto con el tabaco y otros factores menos prominentes), su actuación posterior no fue acorde con esa evidencia, que él mismo había propugnado.
Por cierto, ¿no le deprimen estas caídas en el lodazal del dinero? Usted sigue, como si el campo estuviera lleno de rebeldía y buenas gentes.
A mí, por razones personales, el caso que más afectó a mi ánimo, fue el de Wagner, sobre cuya «conversión» diré que, antes de que nadie me hubiera puesto sobre aviso, alertándome de lo que había ocurrido, ya empecé a detectar extrañas incongruencias. Que fueran precisamente las dos máximas autoridades científicas mundiales, a la hora de reconocer la etiología del asbesto respecto de determinados tipos de cáncer, las que fueran captadas por la acción corruptora, es algo verdaderamente desolador. A Wagner, gran admirador de nuestro García Lorca, nadie le habría imaginado manchado por semejante estigma.
Está muy bien ese «nuestro» que ha utilizado. Gracias. Y una ciencia, una actividad de investigación, querido y admirado amigo, en la que dos grandes autoridades mundiales caen en ese lodazal de venta y subordinación empresarial, ¿no queda muy pero que muy maltrecha?
Sí, mas a ello habría que añadirle además, por desgracia, el nutrido tropel de «enanitos» que cayeron también la tentación de seguir los torcidos pasos de estos dos gigantes de la investigación sobre los efectos nocivos, mortales, del amianto.
Le cito, un paso del final del apartado: «Las tergiversaciones encadenadas, en una misma línea argumentativa, en las exposiciones efectuadas en sede judicial por determinados «expertos», las podemos mostrar mediante un ejemplo. El patólogo Dr. Michael Graham, en su testimonio como experto de la defensa, en el litigio de Stephen Kaenzig contra los propietarios de las minas de talco en Whittaker Clark&Daniels, manifestó que si bien el talco puede estar contaminado con amianto crisolito, éste no causa mesotelioma». ¿Qué falacias observa usted en este comentario?
Dos. En primer lugar, el contaminante habitual del talco, no es el amianto blanco o crisotilo/crisolito, sino los anfíboles. De hecho, que yo sepa, el crisotilo sólo se lo ha detectado en un único yacimiento geológico de talco, mientras que los anfíboles han sido identificados como contaminantes en otros muchos. En segundo lugar, es mentira que el crisotilo no cause mesotelioma, de lo cual existen abrumadoras evidencias tanto experimentales como clínicas y epidemiológicas. Es cierto, que con alguna menos virulencia que la atribuible a los anfíboles, pero en todo caso no nula ni desdeñable. De hecho, como quiera que el consumo más masivo siempre ha sido el del crisotilo, es a esta variante de asbesto, a la que le corresponde la responsabilidad del mayor número de mesoteliomas generados.
Me salgo un poco del apartado: con tantas sospechas al trabajo científico; ¿no están pagando justos por pecadores?
Eso ha podido ocurrir, en el caso de quienes honestamente han investigado el posible rol de los contaminantes del amianto, como determinantes o potenciadores de sus efectos cancerígenos; ahí inevitablemente han podido quedar mezclados quienes involuntariamente han resultado embarcados en las sucesivas «modas» de exoneración, que ya sabemos que oportunamente fueron «cebadas» por la industria del asbesto. De todas formas, a los científicos se los conceptúa por toda su trayectoria profesional, no por unos y concretos trabajos, aisladamente.
Insisto, sabiendo de su paciencia. ¿No está abonando usted caminos irracionalistas, incluso anticientíficos?
Quienes, como a mí me suele ocurrir, se esfuerzan en deducir las últimas consecuencias lógicas derivables de los datos disponibles, al final pueden verse inmersos en berenjenales dialécticos (que siempre puede haber a quienes les puedan incomodar), y verse abocados a bizantinas discusiones sobre temas tales como, por ejemplo, el carácter simulado del ombligo de Adán, o el supuesto cariotipo haploide de Jesucristo. Por tanto, siempre hay riesgos a ese respecto que usted apunta.
Más aún, como si estuviéramos en un juicio: si no podemos tener confianza en el saber científico, ¿de qué podemos nutrirnos?
Del saber científico (o reputado de tal) hay que fiarse… hasta que no se demuestre lo contrario. Cuando haya evidencias sólidas que lo invaliden puntualmente, lo científico es tomarlas en consideración, y rectificar. El avance científico es un continuo tejer y destejer de teorías, de datos, y de su interpretación.
La penúltima: ¿quién está libre de vinculaciones e intereses? ¿No está exigiendo usted una limpieza imposible?
Para empezar, hay quienes en cada trabajo que publican hacen expresa mención de la presencia o ausencia de posibles conflictos de intereses, y hay quienes no lo hacen. En segundo lugar, hay quienes los niegan, y después se demuestra que sí los había: mintieron. Y en tercer lugar, si bien es cierto que abundan más de lo que debieran los trabajos de origen viciado o dudoso, lo cierto es que la inmensa mayoría de ellos, afortunadamente, responden a unos criterios de honestidad y de rigor. La Ciencia, por tanto, estadísticamente, es fiable. Pero siempre hay que tener cuidado con las «setas envenenadas» del jardín de la Ciencia.
La última que formulo con cortesía y que espero no le ofenda, no es mi intención. ¿No podría argüir alguien que usted tiene tanto interés en el tema y es tan crítico-hipercrítico porque está cegado por la pasión, dolido por la muerte o enfermedad de algunas personas que fueron amigas suyas, compañeros de trabajo, y que, por tanto, usted no es objetivo cuando habla y escribe sobre el tema?
A esta pregunta podría responder de muchas formas igualmente válidas. Valga por todas, la que le voy a dar.
Póngase en la piel de quien ha podido ver cómo, en sede judicial, reiteradamente, se niega rotundamente lo que en su día determinados directivos de su empresa le reconocieron sin reticencias ni matices diluyentes. Póngase también en el pellejo de quien ha podido comprobar cómo su empresa, reiteradamente, destinaba a los puestos de trabajo de mayor riesgo por amianto, cambiándoles la tarea asignada, a quienes más «incordiaban» reclamando medidas de protección. Ponga además, que en algún caso, alguno de esos represaliados, y presumiblemente como consecuencia de esa condición, han terminado falleciendo a causa de un mesotelioma.
Mi pregunta, a mi vez, es: ¿qué ha de entenderse, bajo esos supuestos, por objetividad en el tratamiento del tema?
Yo puedo entender que, recurriendo a una metáfora, un transatlántico, navegando a toda marcha en un mar coronado por la niebla, cuando se detecta a un iceberg, en rumbo de colisión hacia él, al maniobrar para esquivarlo, por la enorme inercia del barco, se vean forzados a tener que hacerlo gradualmente, demorándose bastante en poder culminar el regate.
Pero, abandonando ya a la metáfora, tuvieron mucho tiempo para haber reaccionado, procediendo a una substitución (que era factible, tanto económica como técnicamente) de la materia prima utilizada, el amianto, y no lo hicieron. Optaron por lo fácil. Optaron por situar al mando a gerentes con experiencia y eficacia demostrada en el «arte» de destruir sindicatos, desembarazándose de las cúpulas sindicales respectivas. Optaron por escarmentar a los díscolos. Optaron por cabildear ante el poder político, para retrasar lo más posible -años- la prohibición del asbesto. Optaron por sustituir a los anteriores interlocutores patronales, por quienes nada sabían, ni nada querían saber. Hubo revuelta palaciega. Triunfaron los halcones.
Decía Camille Desmoulins, que no se es revolucionario, sino que se llega a serlo. Si, con esas premisas, he de tener objetividad, que yo sí procuro, que sean los lectores los que lo juzguen. A su benevolencia me encomiendo.
Yo no dudo en absoluto de la suya ni de su inmensa honradez intelectual y poliética. Gracias por ellas. Pasamos al capítulo II del libro, la segunda parte de «Perspectiva histórica de una conspiración de silencio».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.