Hace falta un programa matriz de todos los programas, y es el de la alfabetización ética que supone la preservación del patrimonio espiritual más importante de la civilización, es decir, el hombre. Se exige una síntesis de la historia cultural del universo para salvar del egoísmo a los hombres, a las naciones y a la […]
Hace falta un programa matriz de todos los programas, y es el de la alfabetización ética que supone la preservación del patrimonio espiritual más importante de la civilización, es decir, el hombre. Se exige una síntesis de la historia cultural del universo para salvar del egoísmo a los hombres, a las naciones y a la civilización.
El discurso de la tolerancia se contradice con las imposiciones dogmáticas de recetas de viejo cuño a naciones y comunidades enteras. La consolidación de los procesos democráticos tiene que ser una aspiración que no desconozca las peculiaridades históricas y culturales de cada sociedad, respete la autodeterminación de los pueblos, acate la decisión soberana de los Estados y haga suyo el principio de no intervención en territorios ajenos. Hablar de democracia en este siglo XXI implica también referirnos a la necesaria democratización de las relaciones internacionales.
No tenemos vocación apocalíptica. La tradición espiritual cubana, en especial la de los últimos decenios, me ha confirmado que los valores morales, la voluntad transformadora y el cultivo de la inteligencia, cuando están unidos a sentimientos solidarios, tienen fuerza como para salvar a una nación.
La clave para entender a Cuba está en su cultura nacional. Ella expresa lo mejor y más depurado de la modernidad en tanto plantea de forma integral las coordenadas esenciales que quedaron fracturadas en el curso histórico: educación, cultura y sociedad y, a su vez, una profunda vocación de universalidad y una aspiración irrenunciable a un desarrollo económico basado en la justicia y en la igualdad. Ahí está la esencia del valor universal de la cultura cubana que desde sus gérmenes activos ya a principios del siglo XIX tomó un camino decidido en favor de la liberación humana y un patriotismo de proyección universal, el que alcanzó su más alta escala en José Martí. En él, ética, filosofía y arte como una joya de nuestra historia cultural, muestran el sello de la identidad nacional. Esta síntesis apunta en dirección a los mejores modos de pensar y sentir si se traducen en formas prácticas del quehacer político.
Por esos valores es hoy un país latinoamericano y caribeño independiente y se mantiene viva la Revolución cubana, resistiendo el más inhumano bloqueo económico ejercido por una superpotencia contra un territorio pequeño y subdesarrollado. La patria de José Martí postula su confianza en la utilidad de la virtud, en la vida futura, en el mejoramiento humano y en que con esfuerzos solidarios pueda reinar la fórmula del amor triunfante que proclamó el héroe de nuestra América.
Rotos los esquemas ideologizantes, se abren para los hombres y mujeres de pensamiento y nobles sentimientos, las posibilidades de investigar y crear sin que paradigmas ajenos impongan patrones obligatorios de conducta.
Los que han tomado otros senderos e intentado dictar a la conciencia humana, en nombre de tal o cual principio, una determinada forma de proceder, sólo han conseguido la censura de la historia y el desprestigio de las ideas más justas a partir de las cuales intentaron y lograron establecer su propia voluntad y hasta sus caprichos.
Para descifrar el camino del futuro hace falta una síntesis universal como la que ningún país aislado, ni siquiera un continente por sí solo puede lograr.
Si es cierto que el hombre primero necesita comer, vestirse, tener un techo, y luego hacer filosofía, religión, arte, también lo es que la humanidad no tendría existencia real y objetiva sin producir arte, filosofía y, en fin, vida espiritual. Porque hay una antigua verdad que se precisa destacar con todo rigor en el pensamiento científico y filosófico de finales de siglo: no sólo de pan vive el hombre.
En el orden filosófico y en el político, exaltemos estas dos verdades que nos muestra el sentido común.
Si no se promueven la solidaridad y la ternura como líneas sustantivas del crecimiento económico-social, no habrá esperanza de que dejemos una huella duradera sobre la tierra. Sería muy triste que seres más cercanos a lo que muchos llaman Dios, es decir, con más inteligencia y amor que nosotros, arriben aquí en los siglos o milenios venideros y encuentren en un inmenso cementerio los vestigios de un pasado lejano, de cuando en el planeta Tierra existían hombres, flores y poesía…
Fuente: http://www.cubarte.cult.cu/periodico/letra-con-filo/17067/17067.html