Me dice un camarada que no se entiende bien el apoyo a la amnistía de Puigdemont por los comunistas, ya que siendo un político burgués sus intereses no coinciden con los del proletariado.
Esta observación tiene importancia, estando relacionada con el análisis de clase y la política de alianzas, que constituye el eje principal del programa comunista. Siendo una cuestión axial, es también la más difícil de resolver.
Voy a utilizar un concepto gramsciano para empezar: el bloque histórico es una alianza de clases sociales dirigida por el proletariado, que incluye a los campesinos y la pequeña burguesía bajo su hegemonía, representada por el programa socialista. Esa alianza es importante para alcanzar la mayoría social, requerida para liquidar las estructuras opresoras de la sociedad clasista. Sobre esa base, el proletariado puede alcanzar la fuerza necesaria para derrocar el orden burgués, desmontando las maniobras del capital financiero, afianzando su dominación social y estableciendo una democracia más plena en el sistema político.
Es cierto que otras capas sociales no están directamente implicadas en la construcción del socialismo como lo está el proletariado, ya que sus intereses no apuntan a la transformación de las estructuras clasistas; pero su aspiración democrática a la distribución democrática del poder político está entre los intereses del proletariado. Su posición política se orienta hacia la república nacional democrática como forma del estado y es ahí donde puede establecerse la coincidencia programática.
En el caso de las naciones sin estado, como en las naciones de la periferia del sistema, el nacionalismo de la pequeña burguesía se confronta históricamente contra el imperialismo. Conviene no confundir ambos términos: el imperialismo es la política internacional del capital financiero, su objetivo es una economía mundial integrada bajo la hegemonía financiera. Dirige el proceso de acumulación capitalista explotando a los trabajadores a nivel mundial; y divide a los trabajadores por su etnia, religión, género, lengua, ciudadanía, etc. El imperialismo utiliza la administración del estado –especialmente su brazo armado- como instrumento de sus intereses; y en momentos de crisis puede utilizar determinados sentimientos nacionales para sostener su dominación, generando movimientos fascistas. Pero el nacionalismo es la aspiración a constituir una comunidad social basada en la lengua y las tradiciones, y puede oponerse a la política imperialista, como se ha visto abundantemente en los procesos de descolonización del siglo XX, y especialmente en la Revolución Cubana. Esa es la base social de los capitalismos de estado emergentes.
En el caso del nacionalismo gallego, catalán y vasco –también presente en Andalucía, Castilla y Valencia de forma minoritaria- encontramos esa aspiración a la democratización republicana de las relaciones políticas en el Estado español. Por tanto, esas capas sociales no proletarias –los campesinos y la pequeña burguesía- son fuerzas sociales que pueden ser aprovechadas en la lucha contra el imperialismo, como enemigo principal del proletariado. La lucha internacional por constituir el modo de producción socialista no puede prescindir de las características nacionales en que está organizada de la humanidad. En este sentido, Martí tiene un lema clarividente: Patria es humanidad.
Por tanto, la pequeña burguesía nacionalista puede contribuir a la construcción del socialismo indirectamente, si participan en la alianza con la clase obrera por la democratización del estado. Sus intereses deben incluirse en la programación política para que contribuyan con su esfuerzo al desarrollo social. Su aportación no puede considerarse meramente negativa, puesto que representan la riqueza cultural de la humanidad. En el caso del campesinado, son capas sociales que mantienen contacto directo con los procesos vitales tan fundamentales de conservar en una fase de graves peligros para los ecosistemas, como es la nuestra.
La política de alianzas es una técnica difícil de dominar. Mao decía que hacer la revolución es el arte de sumar movimientos sociales. Su política se basó en sumar al campesinado chino –que era la inmensa mayoría del país a comienzos del siglo XX- a la causa de la clase obrera. Pero también consiguió el apoyo de los intelectuales nacionalistas en el momento decisivo de liquidar la fracción burguesa del nacionalismo subordinada a la potencia imperial estadounidense. Mientras tanto, las alianzas y los compromisos del Partido Comunista Chino con otros partidos burgueses chinos –especialmente el Kuomintang- durante la guerra contra la invasión japonesa, constituyen una lección de pragmatismo político. Mao conceptualizó su línea política bajo la idea de la contradicción principal, mostrando como deben diferenciarse los campos políticos en lucha.
En nuestros días estamos en plena transición desde fase de la globalización neoliberal –que se ha desarrollado en los últimos cuarenta años dominada por el imperialismo-, a un nuevo sistema de relaciones internacionales fundado en la multipolaridad de diferentes centros políticos, organizados como capitalismos de estado. ¿Cuál debe ser la política de los partidos comunistas en esta nueva fase histórica? ¿Hacia dónde se orientan los intereses del proletariado?
La ideología dominante en los estados subordinados al imperialismo suele manifestarse en una propaganda que pinta un futuro horrible para el nuevo mundo que está naciendo. Muchos elementos de la clase obrera –agrupada bajo partidos liberales con nombres socialistas como el PSOE- prefieren sostener el viejo imperialismo y difunden esa propaganda. Estas capas sociales forman parte de las clases medias de la sociología capitalista, que Lenin llamaba aristocracia obrera. Suelen apoyar la explotación colonial, que les rinde la participación en las rentas extraídas de la periferia del sistema. No es ahí donde podemos encontrar la conciencia de clase, sino entre los trabajadores de las naciones oprimidas. La necesidad del bloque histórico se manifiesta con gran intensidad entre los intelectuales de las naciones colonizadas.
¿Cómo conjugar los intereses de las diferentes clases sociales que constituyen el bloque histórico? El fulcro de la política anti-imperialista de Lenin está asentado en el derecho de autodeterminación. Ese derecho confronta la soberanía política del pueblo a la hegemonía internacional del capital financiero en la economía del mercado globalizado. En la teoría leninista, la hegemonía del proletariado se asienta en el estado obrero que nace de la revolución y el control que el Partido Comunista ejerce sobre este.
Esta línea política, clara y consistente en principio, se complica cuando se considera necesaria la centralización económica; puesto que Lenin considera la organización a gran escala es un aspecto progresivo del desarrollo capitalista que favorece la estatalización del proceso productivo. El estado obrero responde a un doble proceso de centralización económica y democratización política del estado, lo que responde al principio del centralismo democrático y se concreta en la planificación democrática de la producción. Esa centralización no puede ser una uniformización completa de la cultura y las relaciones sociales bajo un control burocrático. Lenin advirtió que, en la nueva fase histórica del capitalismo de estado, la lucha principal del proletariado se realizaría contra la burocracia estatal. Teniendo en cuenta además que el gigantismo de las fuerzas productivas es una de las causas del desastre ecológico del capitalismo tardío en el proceso de destrucción de la biosfera.
Hoy, como hace un siglo, la centralización económica que ejerce el capital financiero a nivel internacional se hace en confrontación con los capitalismos de estado, especialmente representados por el BRICS –hoy mucho más desarrollados que en la época de Lenin y prestos a dar la puntilla final al viejo imperialismo-. Las fuerzas políticas deben posicionarse dentro del nuevo mundo multipolar que está naciendo. ¿Qué movimientos en el Estado español representan la nueva situación emergente a nivel internacional? La clase obrera debe romper con el imperialismo y abrir los ojos ante la correlación de fuerzas emergente: la decadencia del imperialismo abre oportunidades para un nuevo orden social republicano. Y el nacionalismo periférico, más democrático que el centralismo español, debe ponerse en sintonía con esas líneas maestras de la política internacional.
El mayor peligro en nuestros días es la radicalización de la confrontación política que se produce con el desarrollo de los movimientos fascistas, apoyados por el imperialismo –ejemplo claro lo tenemos en la guerra de Ucrania-; pero que también se afianza en los capitalismos de estado, como India o Arabia Saudí. Se crean así peligrosas fricciones bélicas en la política internacional. Desmontar esa maniobra política de la confrontación belicista, que solo favorece la dominación autoritaria, es una tarea fundamental del movimiento comunista en nuestros días. También desde este punto de vista debe ser apoyado el derecho de autodeterminación, frente a un estado español que se ha posicionado claramente a favor de la guerra en las últimas décadas, incluidas las supuestas organizaciones de izquierda.
En el caso español, la confrontación de las naciones periféricas contra el centralismo estatal adolece de esa contradicción entre las capas de la sociedad burguesa: la democratización republicana de la sociedad frente al autoritarismo impuesto por el capital financiero. Es una confrontación entre la pequeña y mediana burguesía frente el capital financiero, representado por la monarquía constitucional. Esa contradicción en el marco del capitalismo solo puede ser resuelta bajo la hegemonía de este último. La victoria del centralismo está asegurada desde esta perspectiva. Solo el apoyo de la clase obrera –y en última instancia la hegemonía del proletariado- puede resolver la cuestión nacional como aspiración a una democracia republicana. De ahí que el PSUC fuera un partido mayoritario en Cataluña durante la transición a la monarquía parlamentaria. El hecho de que perdiera sus apoyos populares se debió a una combinación de causas, pero una de ellas pudo ser la imposibilidad de ejercer el derecho de autodeterminación. Se impusieron los procesos capitalistas que impulsan la centralización de la economía bajo la hegemonía del capital financiero.
La contradicción principal no es la que quiere someter el proceso político en España a la existencia de dos bloques, derecha e izquierda, sustitutos de los antiguos partidos dinásticos, PP y PSOE. Sino la que opone las formas democráticas del estado republicano a la democracia recortada de la monarquía liberal. Es importante que el Partido Comunista tanga claro este análisis político; o bien nos volverá a meter en el callejón sin salida democrática de la monarquía constitucional borbónica, reconstruida en la Segunda Transición que estamos viviendo.
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