Finalizó con 24 horas de retraso la Conferencia de Cambio Climático en Polonia. Como era esperable los resultados están lejos de satisfacer las necesidades del clima y dejo temas pendientes de resolución para la futura COP 25. Ya habrá tiempo para un análisis detallado de algunos logros (redacción de un grupo de reglas para poner […]
Finalizó con 24 horas de retraso la Conferencia de Cambio Climático en Polonia. Como era esperable los resultados están lejos de satisfacer las necesidades del clima y dejo temas pendientes de resolución para la futura COP 25. Ya habrá tiempo para un análisis detallado de algunos logros (redacción de un grupo de reglas para poner en marcha en Acuerdo de París) y varias fallas (siguen siendo débiles los compromisos de reducción, no se adelantó en materia de financiación y no se decidió cómo va a funcionar el mercado de carbono, entre otras cosas). Pero hoy creo que vale la pena ir un poco más hacia el fondo de los problemas en las negociaciones climáticas más allá del resultado particular de esta COP.
La Conferencia de las Partes es como una obra de teatro que cada poco tiempo renueva su escenario y su escenografía, pero su trama, sus personajes y sus parlamentos se repiten cada vez. El escenario puede ser el Protocolo de Kioto, el Acuerdo de Copenhague, la Plataforma de Durban o el Acuerdo de París, pero los temas en debate, los desacuerdos y las posiciones que sostienen los países son siempre los mismos. El escenario no hace a la trama. Podrán cada vez pintar un nuevo telón de fondo al final de dada COP y presentarlo como un avance respecto al anterior, pero la tragedia seguirá repitiéndose una y otra vez de la misma manera.
Cuatro palabras podrían resumir el nudo de este drama: ambición, financiación, diferenciación y contabilidad. Es decir: cuál es el monto de emisiones a reducir, cuáles serán los fondos a destinar, como se reparten estas cuestiones y cómo se rendirá cuenta de todo ello. Estas son las desavenencias centrales que se arrastran desde el mismo momento en que se aprobó la Convención de Cambio Climático en 1992.
Es que la Convención se ha puesto un objetivo que es difícil de lograr: evitar el cambio climático, hacerlo de una manera que no detenga el crecimiento económico y además, que sea justo para todos los países. Pero estas tres metas no se pueden lograr a la vez. Principalmente porque el crecimiento económico de los países depende de los combustibles fósiles. Y que además sean baratos. Sin combustibles baratos no hay producción competitiva ni aumento del consumo; ergo, no hay crecimiento económico. Pero los gobiernos aún no se dieron cuenta, o fingen no darse cuenta; la mayoría de los empresarios tampoco se dieron cuenta o lo fingen. Y las personas, la gente común y corriente, los trabajadores, los desempleados, los oficinistas, tampoco se han dado cuenta. O tal vez también fingen que no se dieron cuenta. Y esto creo que es más grave.
Sentados en una burbuja
Cuando la crisis de las hipotecas en Estados Unidos llevó a la quiebra de varios bancos y mucha gente se quedó sin casa, todos culpamos a los banqueros y a los vendedores de bonos que se llenaron los bolsillos a costa de los deudores. Y está muy bien que nos indignáramos con ellos. Pero también es cierto que personas comunes y corrientes tomaron créditos para comprarse autos y casas que no podían pagar; querían vivir de una manera que no podían sostener. Mientras duró la fiesta todos disfrutaron de las bajas tasas de interés y la cantidad de dinero que fluía desde los bancos. Nadie se dio cuenta, o fingió no darse cuenta, hasta que la burbuja estalló. Nadie fue inocente.
Con el cambio climático pasa lo mismo. Todos disfrutamos de los bajos precios de los combustibles y protestamos cuando nos suben los precios como pasó en Francia este año, en México en 2017 y en Bolivia en 2010. Festejamos la oportunidad de comprar un producto barato que llega por barco desde el otro lado del mundo, que es barato porque se procesa en un parque industrial que se alimenta de gas o de petróleo, que utiliza una electricidad barata generada con carbón y que seguramente utiliza una mano de obra semi esclava. Si no, no podría tener precios bajos.
El consumo es la base del crecimiento económico y para que haya consumo las cosas no pueden ser caras. Como las tasas de interés de las hipotecas de Estados Unidos. Los gobernantes, como los banqueros, patean la pelota para adelante. No se dan cuenta, o fingen no darse cuenta, que están sentados en una burbuja creada por un sistema económico que depende del petróleo barato.
Y nosotros, los que no somos gobernantes, hacemos lo mismo. Todos sabemos de la gravedad del cambio climático. Todos sabemos que el problema son los combustibles fósiles. Pero fingimos que no sabemos y seguimos alentando un nivel de vida que no podemos sostener. Al igual que los banqueros de Wall Street y los ministros en la Convención de Cambio Climático, pateamos la pelota para adelante. Nadie es inocente.
Leemos los diarios cada mañana y nos indignamos con la ineptitud, la falta de conciencia y la incapacidad de los gobiernos de encontrarle soluciones al problema del cambio climático. Les exigimos a los representantes nacionales que estuvieron en Polonia que eviten la amenaza inminente y catastrófica del calentamiento global. Eso sí, que las soluciones que encuentren no reduzcan nuestro nivel de consumo, ni nuestros salarios, ni suban los precios, ni nos quiten el confort. Que no desacelere el crecimiento económico del, ni le reste competitividad, ni reduzca su nivel de exportaciones. Bueno, tengo una mala noticia: no se puede.
Imagine
Hagamos un ejercicio de imaginación. Imagínese que Usted es el Ministro de algún país exportador de petróleo, de gas o de carbón, cuyos ingresos dependen en más de un 50% de esa exportación. No preciso ir hasta Arabia Saudita o Catar para saber lo que es eso. Tenemos varios países en nuestra América del Sur en esta situación. ¿Qué opinaría Usted si le dicen que la solución para el cambio climático es reducir el consumo global de esos productos y que consecuentemente sus exportaciones e ingresos van a disminuir? Imaginemos ahora que Usted no es un ministro sino apenas un ciudadano común de ese país. ¿Qué le diría a su ministro que respondiera? ¿Qué le diría si fuera el líder del sindicato de trabajadores petroleros?
Imaginemos ahora que Usted es el Ministro de un país que depende de la exportación de granos, frutas o leguminosas para hacer crecer su PBI. Tampoco hay que ir muy lejos para encontrar un país en estas circunstancias. Imagínese que en la Convención de Cambio Climático le dicen que el precio del petróleo se duplicará porque las medidas anti climáticas requieren aumentar sus impuestos o quitar los subsidios. ¿Qué respondería Usted sabiendo que toda la maquinaria agrícola que mueve la economía del país depende del petróleo barato para poder producir a precios más o menos competitivos? Otra vez, dejemos al ministro y póngase Usted en el lugar de un ciudadano común, trabajador eventualmente de la agroindustria, que se da cuenta que esto hará subir inmediatamente el precio de los alimentos. ¿Qué le diría a su ministro que respondiera?
Podría seguir largamente este ejercicio de imaginación para cada uno de los perfiles productivos de cada uno de los países y las preguntas se repetirían de la misma manera. ¿Nos damos cuenta de esto? ¿O fingimos no darnos cuenta? Podremos seguir un rato más disfrutando de la fiesta del crecimiento económico y el consumo, dándonos una vida que no podemos pagar; pero tarde o temprano estallará la burbuja.
Leí en Tweeter y en Facebook, en los periódicos y en los blogs los acalorados reclamos a los delegados en Katowice para que tomen acciones ya. Que tomen los compromisos necesarios para evitar el cambio climático. Pero no estoy seguro que se tenga conciencia de lo que eso significa para nuestras vidas cotidianas, las restricciones que estas medidas implican para nuestro modo de vida actual. Y si no pregúntenle al presidente de Francia o a los «chalecos amarillos».
Aún hay quienes creen que es posible sostener el crecimiento económico y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a partir de fuentes renovables. Bueno, tengo otra mala noticia: no se puede. Las razones son varias y el espacio breve pero trataré de resumirlas.
En primer lugar, para los países exportadores de hidrocarburos de nuestro primer ejercicio de imaginación esto no es posible. Pueden exportar lo que tienen, petróleo, gas natural o carbón, pero no energía eólica o solar. Para ellos la sustitución por renovables no es una solución. Para los países agroexportadores, segundo ejercicio, las energías renovables no son una alternativa: no existe maquinaria agrícola que pueda ser movida por fuentes renovables, ni a precios competitivos con el diésel. Y si pudiera existir en un futuro, ese futuro está demasiado lejos para la urgencia de las medidas climáticas.
El mismo razonamiento puede aplicarse a todo el sistema de transporte que nutre al comercio global y que hace posible la vorágine de consumo que sostiene el crecimiento económico. No hay aviones y barcos de carga que tengan la capacidad de transporte de los buques mercantes y no lo habrá en un futuro cercano. De la misma manera que no existe una tecnología renovable capaz de generar el calor que requieren ciertas industrias como la siderurgia o la acería.
Pero más allá de esto hay otros problemas: las fuentes de energía son renovables pero los materiales que se necesitan para utilizarla no lo son. Los paneles solares, los aerogeneradores, las baterías de almacenamiento y demás tecnologías requieren de una cantidad importante de metales, minerales no metálicos y tierras raras que no son infinitos ni baratos. Además hacer la transformación de la matriz energética mundial no es una cosa que pueda resolverse en los tiempos que el cambio climático requiere y a unos costos que los países estén dispuestos a pagar.
Con este apretado resumen lo que intento mostrar es que, aún si pudiéramos imaginarnos un mundo 100% renovable, esto no sucederá en el corto tiempo que requiere el clima. Aún si existiera la capacidad tecnológica y de recursos naturales para hacerlo, esto no se podría hacer en el corto plazo sin detener el crecimiento económico. Esta transición es muy cara y nadie está dispuesto a pagarla: ni los gobernantes ni los gobernados.
Una responsabilidad más profunda
Por estas razones es que la Convención de Cambio Climático no puede alcanzar un acuerdo: porque no existe una solución que satisfaga las necesidades del clima y de la economía. Pero este no es el único problema que tiene la Convención. Además de tener el mandato de evitar el cambio climático sin detener el crecimiento económico, la solución tiene que ser justa. Es decir, debe asignar a cada país un compromiso acorde con su responsabilidad en la causa del cambio climático y proporcional a las capacidades de su economía. Esto significa que hay que acordar que parte de culpa tiene cada uno, cuánto puede destinar de sus recursos a la solución del problema, y pagar -aquellos a quienes corresponda- por el daño causado a los demás que son menos responsables del problema. Como puede verse, esta es una tarea harto difícil; porque en ninguno de los países, ni los gobernantes, ni los empresarios, ni los ciudadanos, están dispuestos a pagar el precio.
La ética, la solidaridad, la compasión y la fraternidad humana, valores tan desprestigiados en los últimos tiempos, nos impulsan a lograr un mundo justo y equitativo. No hay dudas: esa es la meta. Pero la vara del confort está demasiado alta para las posibilidades del planeta. Si todos vamos a ser iguales, no vamos a ser todos ricos, ni mucho menos.
En Polonia pasó lo que tenía que pasar y no será diferente en las próximas COP: firmar acuerdos posibles que nunca alcanzarán los compromisos deseables. Hace algunos años atrás solíamos decir: «Ah… cuando empiecen a sentirse los impactos del cambio climático los gobernantes y la gente tomaran conciencia y asumirán compromisos mayores». Sin embargo, ya estamos inmersos en el cambio climático, viviendo sus consecuencias, y nada ha cambiado en las negociaciones. Es más, uno de los países con mayores responsabilidades en el cambio climático, ha sufrido en carne propia varios de los mayores impactos. Y sin embargo, su nuevo presidente, elegido democráticamente por sus ciudadanos, pretende abandonar las negociaciones en Naciones Unidas.
Para algunos la culpa es de Estados Unidos, Arabia Saudita y algún otro petrolero. Para otros la culpa es de China, India y alguna otra economía emergente. Para unos la responsabilidad es de los desarrollados que no ponen los dineros que tienen que poner y para otros la responsabilidad es de los países en desarrollo que no quieren imponerse límites. Pero nadie parece aceptar la responsabilidad de una civilización edificada sobre combustibles baratos que ha alcanzado sus límites. El anecdotario de las Convenciones está plagado de culpables circunstanciales. Pero mirado en perspectiva, las responsabilidades son mucho más profundas y nadie es inocente.
Gerardo Honty es analista de CLAES (Centro Latino Americano de Ecología Social)
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