En un escenario de tasa de extinción normal, se habrían necesitado un mínimo de 800 años (y un máximo de 10.000) para el elevado número de extinciones de vertebrados que hemos visto en el último siglo. En este punto, es urgente proteger y conservar el planeta y la vida que habita en él.
La naturaleza está en crisis y la situación no hace sino empeorar. A medida que las especies desaparecen a un ritmo no visto en 10 millones de años, más de un millón de ellas se encuentran actualmente al borde de la extinción.
Según la comunidad científica, los humanos están impulsando esta crisis de extinción a través de actividades que se apoderan de los hábitats de los animales, contaminan la naturaleza y alimentan el calentamiento global. El acuerdo mundial para proteger la naturaleza acordado el 19 de diciembre durante la COP15 es potencialmente positivo, y los científicos instan a las naciones del mundo a garantizar que el acuerdo sea un éxito.
Cuando se pierde una especie animal desaparece con ella todo un conjunto de características: genes, comportamientos, actividades e interacciones con otras plantas y animales que pueden haber tardado miles o millones –incluso miles de millones– de años en evolucionar.
También se pierde la función que esa especie desempeñaba dentro de un ecosistema, ya sea polinizar determinadas plantas, remover los nutrientes del suelo, fertilizar los bosques o mantener a raya a otras poblaciones animales, entre otras cosas. Si esa función era crucial para la salud de un ecosistema, la desaparición de los animales puede provocar la transformación de un paisaje. Si se pierden demasiadas especies, los resultados pueden ser catastróficos y provocar el colapso de todo el sistema.
Desaparecidos para siempre
En los últimos cinco siglos, cientos de animales únicos han desaparecido en todo el mundo, como el ave no voladora Dodo, extinguida de la isla Mauricio a finales del siglo XVII.
En muchos casos, la culpa ha sido del ser humano –primero por la pesca o la caza, como en el caso de la subespecie de cebra Quagga, de Sudáfrica, cazada hasta su extinción a finales del siglo XIX– y, más recientemente, por actividades que contaminan, perturban o se apoderan de hábitats salvajes.
Antes de que una especie se extinga, ya puede considerarse «funcionalmente extinguida». Es decir, que no quedan suficientes individuos para garantizar su supervivencia. Las extinciones más recientes han permitido a los humanos interactuar con los últimos individuos conocidos de algunas especies, conocidos como endling. Cuando se extinguen, es el final de esas líneas evolutivas, como ocurrió en estos casos emblemáticos:
– Toughie fue el último individuo conocido de la rana arborícola de extremidades marginales de Rabb. El hongo quitridio había aniquilado a todas las especies de su especie, salvo unas pocas docenas, en su hábitat natural de Panamá. En su última morada, el Jardín Botánico de Atlanta, Toughie llamaba en vano por una pareja que no existía. Murió en 2016.
– La historia de la paloma mensajera Martha es un cuento con moraleja para la conservación: en la década de 1850 todavía había millones de palomas mensajeras, pero acabaron siendo cazadas hasta su extinción, ya que las medidas de conservación solo se tomaron cuando la especie había pasado el punto de no retorno. Martha, la última, murió en 1914 en el zoo de Cincinnati.
– El Solitario George, encontrado en 1971, era la última tortuga de la isla Pinta de Ecuador. Desde el siglo XVII, se cazaban unos 200.000 ejemplares por su carne. Posteriormente, tuvieron que competir por el alimento tras la llegada de las cabras a la isla en la década de 1950. Los científicos intentaron salvar la especie mediante la cría en cautividad antes de que George muriera en 2012.
– Ben o Benjamin era el último tilacino conocido en el mundo, un carnívoro marsupial también conocido como tigre de Tasmania. El animal recibió el estatus de protección solo dos meses antes de que Benjamin muriera en 1936 en el zoológico de Beaumaris, en Tasmania.
Al límite
Hay algunas especies que pronto podrían verse reducidas a sus propios confines. La vaquita marina, la marsopa más pequeña del mundo y en peligro crítico de extinción en México, solo cuenta con 18 ejemplares en libertad, ya que sus poblaciones han sido devastadas por las redes de pesca.
La subespecie de rinoceronte blanco del norte, el segundo mamífero terrestre más grande después de los elefantes, no tiene esperanzas de recuperarse tras la muerte del último macho en 2018. Solo quedan una hembra y su hija.
Estas historias terminales importan –explican los científicos–, precisamente porque muchas extinciones ocurren fuera de nuestra vista. «En algún lugar del núcleo de nuestra humanidad, reconocemos a estas criaturas, nos conmueve su historia y sentimos compasión –y tal vez también una obligación moral– por ayudar», cuenta Paula Ehrlich, presidenta y directora ejecutiva de la Fundación E.O. Wilson para la Biodiversidad.
El rinoceronte blanco del norte no es solo una parte del mundo, cuenta la experta. Es un mundo en sí mismo (con su propio ecosistema) que además siega los campos cuando pasta, fertiliza las tierras por las que camina, y tiene insectos que se posan en su piel y que luego las aves atrapan para alimentarse. «Comprender todo lo que un animal es y hace por el mundo nos ayuda a entender que nosotros también formamos parte de la naturaleza, y que la necesitamos para sobrevivir», afirma Ehrlich.
Extinción a lo largo del tiempo
A diferencia de los endlings, la mayoría de las especies desaparecen en la naturaleza sin que la gente se dé cuenta. Los científicos cuentan 881 especies animales extinguidas desde 1500, fecha de los primeros registros de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), la autoridad científica mundial sobre el estado de la naturaleza y la vida salvaje. Sin embargo, se trata de una estimación extremadamente conservadora de la extinción de especies en los últimos cinco siglos, ya que solo representa los casos resueltos con un alto grado de certeza.
Si incluimos las especies animales que los científicos sospechan que podrían extinguirse, la cifra se dispara a 1.473. El listón está muy alto para declarar extinguida una especie, una tarea aleccionadora que los científicos ya se muestran reacios a realizar.
«Es difícil demostrar lo negativo, demostrar que no se puede encontrar», afirma Sean O’Brien, ecologista que dirige la organización sin ánimo de lucro NatureServe, que trabaja para establecer datos definitivos sobre las especies norteamericanas. «Y es emocional. Un botánico no quiere declararla extinta porque ese acto se siente como un fracaso».
Entre los vertebrados terrestres, o animales terrestres con columna vertebral, 322 especies han sido declaradas extintas desde 1500. Si añadimos el número de especies posiblemente extinguidas, la cifra asciende a 573.
Para los anfibios amantes de la humedad, vulnerables tanto a la contaminación como a la sequía, la situación es especialmente sombría, ya que la tasa de extinción ha aumentado en las últimas décadas. Solo 37 especies han sido declaradas extintas con un alto grado de certeza desde 1500, pero los científicos sospechan que más de otras 100 han desaparecido en los últimos 30-40 años, según un estudio de 2015 publicado en la revista Science Advances.
Los últimos avistamientos registrados aumentan con el tiempo, sobre todo a partir de mediados del siglo XIX, cuando comenzó la Revolución Industrial. Esto demuestra que los animales han estado cada vez más en peligro, pero también que nuestro conocimiento de la naturaleza ha mejorado a medida que estudiamos y vigilamos más especies.
Hay muchas especies reseñables entre las que han desaparecido desde 1500. El Dodo se vio por última vez en 1662, 65 años después de su primera aparición. La tortuga de la isla Pinta se vio por última vez en estado salvaje en 1972.
Algunas desapariciones han provocado protestas públicas, como la declaración de extinción en 2016 de la pequeña especie de murciélago pipistrelle de la Isla de Navidad, visto por última vez en 2009. Fue la primera extinción de mamíferos registrada en Australia en 50 años.
Perder cientos de especies en unos 500 años puede no parecer significativo cuando hay millones más que aún viven en el planeta. Pero la velocidad a la que están desapareciendo las especies no tiene precedentes en los últimos 10 millones de años. «Estamos perdiendo especies más rápido de lo que pueden evolucionar», señala O’Brien.
Extinciones masivas
Muchos animales se han extinguido de forma natural o por causas ajenas a la actividad humana. En un medioambiente sano, a medida que las especies mueren de forma natural, otras nuevas evolucionan y se mantiene un equilibrio evolutivo. Esto es lo que los científicos consideran una tasa de extinción normal o de fondo.
Pero cuando la tasa de extinción es tan alta que más del 75% de las especies del mundo se extinguen en un plazo relativamente corto de menos de 2 millones de años, se considera que se ha producido una extinción masiva.
Esto ha ocurrido cinco veces en los últimos 500 millones de años, lo que sabemos gracias al estudio del registro fósil de la Tierra, con capas y capas de sedimentos que han enterrado los restos de animales a lo largo del tiempo. Cuando se encuentra una capa con un número grande y diverso de animales, los especialistas pueden ver que se produjo una mortandad masiva. Es por ello que los científicos advierten de que hemos entrado en una sexta extinción masiva.
Según el artículo publicado en 2015 por Science Advances, en un escenario de ritmo de extinción normal, habrían sido necesarios un mínimo de 800 años (y un máximo de 10.000) para que se produjera el elevado número de extinciones de vertebrados que hemos visto en el último siglo.
«A pesar de nuestros mejores esfuerzos, se estima que la tasa de extinción sigue siendo 1.000 veces mayor que antes de que los humanos entraran en escena», cuenta Ehrlich. «A este ritmo, la mitad habrá desaparecido a finales de siglo».
Desconocida y aún amenazada
Por malo que parezca, los científicos afirman que la realidad es, probablemente, aún peor. Fijarse solo en las extinciones de especies no da una imagen completa, en parte porque los especialistas son muy conservadores a la hora de decir que una especie ha desaparecido. Por ejemplo, aunque Toughie era el último individuo conocido de su especie, la UICN la clasifica como «en peligro crítico, posiblemente extinta».
Y lo que es más importante, existe una inmensa reserva de especies que aún no hemos descubierto. Los científicos han identificado alrededor de 1,2 millones de especies en el mundo, pero calculan que hay unos 8,7 millones. Eso nos deja unos 7,5 millones de especies que creemos que existen pero de las que no sabemos nada, ni siquiera si están en peligro o no.
«Sabiendo lo que sabemos sobre el impacto del cambio climático y la pérdida de hábitat, es difícil imaginar que miles, si no millones, de especies no estén en proceso de extinción en estos momentos», explica O’Brien.
La conservación da esperanzas ante el declive de las poblaciones
La UICN utiliza una serie de categorías para describir el estado de una especie como forma de identificar cuáles están en problemas y cuándo hay que ayudarlas. Pero el hecho de que una especie esté clasificada como «preocupación menor» o «casi amenazada» no significa que sus poblaciones sean estables.
Los leones africanos, por ejemplo, llevan décadas catalogados como «vulnerables», pero su número descendió un 43% entre 1993 y 2014, cuando se dispuso de los últimos datos poblacionales. Los dugongos, mamíferos marinos regordetes también conocidos como vacas marinas, figuran en la lista mundial como «vulnerables», incluso cuando la caída de sus poblaciones en África Oriental y Nueva Caledonia se actualizó a «en peligro» en diciembre.
El declive de una o varias poblaciones de una especie puede marcar el inicio de una tendencia hacia la extinción.
A pesar de lo preocupante que pueda parecer la situación a escala mundial, hay motivos para la esperanza. El recién adoptado Marco Global para la Biodiversidad de Kunming-Montreal durante la COP15 guiará los esfuerzos mundiales de conservación durante esta década hasta 2030. Entre otras cosas, el acuerdo prevé proteger el 30% de las zonas terrestres y marinas del planeta para finales de la década.
«Es abrumador pensar que hay especies al borde de la extinción», afirma O’Brien. «Pero luego los conservacionistas con los que trabajo me recuerdan lo mucho que le importa a la gente».
Entre 1993 y 2020, medidas de conservación como la restauración del hábitat o la cría en cautividad ayudaron a evitar la extinción de hasta 32 especies de aves y hasta 16 de mamíferos en todo el mundo, según las estimaciones conservadoras de un estudio de 2020 publicado en la revista Conservation Letters.
«La ciencia está democratizando la información para que cada país sepa qué tiene que hacer y dónde», explica Ehrlich, de la Fundación Wilson, que trabaja para identificar los mejores lugares del mundo para proteger la biodiversidad y dar prioridad a la naturaleza. Antes de morir el año pasado, Edward O. Wilson abogaba por poner la mitad del planeta bajo conservación y calculaba que así se salvaría el 85% de las especies del mundo.
«Humildemente, tenemos que hacer todo lo que podamos para protegerlas ahora», remata Ehrlich. «Entendemos mejor la compleja red de vida que sustenta la naturaleza, y a nosotros, como parte de la naturaleza».
Reportaje de Katy Daigle en Washington D.C. y Julia Janicki en París. Edición de Diane Craft.
Fuente: https://www.climatica.lamarea.com/crisis-extincion-millon-especies/