La economía española está siendo fuertemente afectada por la crisis que sacude al conjunto del sistema capitalista, y una de sus consecuencias más visibles es el riesgo de quiebra que pesa sobre el propio Estado, a causa de la «crisis de la deuda soberana». Después de la griega, es la que se encuentra en la […]
La economía española está siendo fuertemente afectada por la crisis que sacude al conjunto del sistema capitalista, y una de sus consecuencias más visibles es el riesgo de quiebra que pesa sobre el propio Estado, a causa de la «crisis de la deuda soberana». Después de la griega, es la que se encuentra en la peor situación de toda la zona euro.
En Euskal Herria, por tanto, también estamos sufriendo los efectos de la crisis. En Hegoalde, el paro ya ha alcanzado la cifra de 213.000 personas y el 25% de las que trabajan, lo hacen con un contrato eventual. De hecho, el 82% de los nuevos contratos son temporales. Por otra parte, está aumentando considerablemente el riesgo de pobreza y de exclusión social, que afecta principalmente a las mujeres. Hay que decir que estas, cuando trabajan, cobran aproximadamente unos 7.000 euros anuales menos que los hombres y que el 65% de las rentas menores de 15.000 euros anuales, corresponden a mujeres. El número de desahucios, por impago de hipotecas, crece de día en día. En cuanto a los y las pensionistas, unos 300.000 cobran menos de 650 euros mensuales. Como contrapartida, entre 2002 y 2008, las rentas más altas crecieron un 114,52%, mientras los salarios y las pensiones pierden poder adquisitivo de año en año.
1.- La crisis económica mundial
Hay dos tipos de crisis. Unas, son las «crisis de tasa de ganancia», relacionadas con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y otras son las llamadas «crisis de realización». Las primeras, tienen su origen en la tendencia de la tasa de ganancia a descender como consecuencia de la progresiva elevación de la composición orgánica del capital. Las segundas se pueden dividir en dos clases, las crisis de «desproporcionalidad» (son una consecuencia de la anarquía que reina en el proceso de producción, bajo el capitalismo) y las de «superproducción» que está íntimamente unida al subconsumo (incapacidad del mercado para absorber la totalidad de la producción). En todas, estas causas actúan de forma simultánea y combinada, reforzándose mutuamente unas a otras.
Pero también hay que tener en cuenta otros factores que contribuyen a hacer que la crisis sea más compleja y más profunda. Desde mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado hasta finales del 2008, en que se produjo la quiebra del Lehman Brothers, tuvo lugar un largo y relativamente estable ciclo de acumulación, durante el cual se produjo un crecimiento espectacular del capital financiero y especialmente del capital ficticio. Esta hipertrofia del capital financiero (especulativo y parasitario) dio lugar a la creación de una serie de «burbujas» (elevación anormal y prolongada del precio de un producto, muy por encima de su valor real) que finalmente acabaron haciendo explosión. En el Estado español, la más importante ha sido la burbuja inmobiliaria.
Por otra parte, durante ese periodo se produjo una fuerte concentración y centralización del capital, hasta tal punto que según un estudio realizado hace unos meses por un grupo de especialistas de la Escuela Politécnica Federal de Zürich (Suiza) y difundido por la revista Newscientist, sobre un total de 43.000 empresas transnacionales, ha puesto de relieve que unas 1.318 corporaciones, fuertemente interrelacionadas, representan el 60% de los ingresos mundiales y que, entre ellas, un grupo de 147 empresas, entre las que se encuentran los principales bancos: Barclays, JP Morgan, Bank of America, UBS, AXA, Goldman Sachs y Deutsche Bank, controlan el 40% de la economía mundial.
Entre las 50 primeras de este núcleo reducido, hay 24 empresas de EEUU, 8 del Reino Unido, 5 de Francia, 4 de Japón, 3 de Alemania, 2 de Holanda, 2 de Suiza, 1 de Italia y 1 de China. Y, de ellas, 44 (el 88%) son empresas financieras. Este proceso de concentración y centralización de capitales se ha visto favorecido por la gran rapidez que han llegado a alcanzar las transacciones económicas y financieras, en gran medida como consecuencia del desarrollo de las TIC´s.
Pero esto tiene una contrapartida y es que, el modo de producción capitalista se ha vuelto más vulnerable pues cualquier «perturbación» producida en un área determinada del mismo se puede transmitir rápidamente en todas direcciones y afectar al conjunto del sistema.
2.- La crisis financiera europea
La serie de rescates bancarios que tuvo lugar en la UE entre 2008 y 2011, y la crisis de la deuda soberana, sólo se pueden interpretar en el contexto de la crisis general del sistema capitalista. En ella han desempeñado un papel importante las agencias de calificación de riesgo o agencias de «rating», que constituyen auténticos instrumentos de especulación financiera. Las principales agencias de este tipo, como Standard & Poor´s (EEUU), Moody´s (EEUU) y Fitch (EEUU-Reino Unido), han venido calificando a la baja, tanto al sistema bancario de algunos Estados miembros de la UE como a su «deuda soberana», mientras que han mantenido una alta calificación para los bancos y la deuda de EEUU.
Debido a ello, enormes flujos de capital han abandonado Europa y se han dirigido a EEUU, que es precisamente el Estado con la mayor deuda pública del mundo (en 2009 ésta se situaba en los 600 billones de dólares, el equivalente a 10 veces el PIB mundial y en 2010 rondaba los 750 billones, cuando el conjunto de la deuda europea era de menos de 1 billón de dólares).
Estas maniobras especulativas están teniendo una mayor incidencia en los Estados de la periferia de la UE (Irlanda, Portugal, Grecia, Italia y España), causando un efecto doble y contradictorio. Por una parte, dichos Estados se están viendo obligados a pagar unos elevados intereses para colocar sus bonos de deuda pública, mientras que, como contrapartida, Alemania coloca los suyos en el mercado a unos intereses bajísimos. De esta forma, en el seno de la UE se está produciendo un reforzamiento de las potencias centrales, sobre todo Alemania, acentuándose las contradicciones entre las burguesías del centro y de la periferia.
Al mismo tiempo, también en este caso, debido a la desconfianza de los sectores financiero-especulativos, se producen flujos de capital desde los países de la periferia hacia los del centro, en particular hacia Alemania. Esta «fuga de capitales» es de tal magnitud que en el caso del Estado español, sólo en el primer trimestre de 2012, la salida de capitales hacia el extranjero ha alcanzado la cifra de 97.000 millones de euros.
Pero los ataques a la estabilidad financiera de la UE, también pueden obedecer a una maniobra geoestratégica, dirigida a debilitar a uno de los principales competidores de EEUU, de cara a que estos puedan situarse en una mejor posición ante el ascenso de China, la nueva superpotencia que dentro de pocos años le disputará la hegemonía mundial. Un intento de lograr que una UE debilitada se vea obligada a acercarse más a EEUU.
3.- ¿Hay salida la crisis?
Como hemos visto, la crisis actual es profunda y compleja, y sus consecuencias trascienden del marco socioeconómico y político, ya que se extienden al ámbito alimentario, ecológico, energético, etc. Por ello, no se puede adoptar una postura simplista respecto a la crisis. No se pueden crear falsas expectativas sobre cómo «salir» de ella. Es más, podríamos afirmar, sin mucho riesgo de equivocarnos que, a corto o medio plazo, no es posible una «salida» a nivel de un sólo Estado nacional o de un pequeño grupo de Estados y, menos aún, a nivel de entes territoriales menores, de nivel subestatal, como pueden ser las regiones o las comunidades autónomas, en el caso del Estado español.
Las crisis continuarán produciéndose, con mayor o menor intensidad, amplitud y duración; con todas sus secuelas de dolor, de paro, de hambre y de miseria, de exclusión social; de esquilmación de la naturaleza y de destrucción de fuerzas productivas, mientras exista el capitalismo. Sólo la transformación revolucionaria de la sociedad podrá poner fin, definitivamente, a las crisis económicas y a todo lo que ellas suponen.
En los últimos meses estamos asistiendo a una proliferación de propuestas para «salir» de la crisis. La mayoría de ellas hacen referencia a la necesidad de cambiar el modelo socioeconómico y se basan en la reforma fiscal y en el papel tractor del sector público. Algunas, proponen la creación de un banco público vasco, así como la necesidad de diversificar la producción y de aumentar la inversión en I+D+i. Casi todas hacen hincapié en la necesidad de reforzar el carácter público de la sanidad y la educación. En el fondo, lo que plantean es retomar las propuestas keynesianas y volver al Estado del bienestar. Estas propuestas suelen incluir la reivindicación de un salario social, la necesidad del «reparto del trabajo» o, incluso, la de recuperar las tradiciones y prácticas comunales.
El común denominador de todas ellas es el tratar de encontrar una «salida» a la crisis desde Euskal Herria, sin tener en cuenta las consideraciones que hemos apuntado más arriba. En definitiva, combatir los síntomas sin tener en cuenta el origen de la enfermedad.
En cuanto a las propuestas dirigidas a recuperar el Estado del bienestar, hay que decir que éste se creó por necesidad del gran capital, con vistas a facilitar el desarrollo del proceso de acumulación, y contó con la aprobación y el apoyo de la socialdemocracia europea. Sin embargo, con el paso del tiempo, el Estado del bienestar ha llegado a convertirse en un obstáculo para el capital financiero y las políticas económicas de los gobiernos burgueses han dejado de apoyarse en el keynesianismo (que era su base teórica) para adoptar las políticas neoliberales.
El Estado del bienestar dejó de interesar a la gran burguesía debido a que sus actuaciones en materia asistencial impedían el buen funcionamiento del ejército de reserva que, para que cumpla eficazmente su función, requiere que los trabajadores y trabajadoras estén lo más desprotegidos posible y que el trabajo se desregularice y precarice cada vez más. Por ello, el plantear hoy, como «salida» a la crisis, la recuperación del Estado del bienestar, no tiene mucho sentido a no ser que se haga desde un punto de vista meramente táctico, con vistas a aliviar los efectos más sangrantes de la crisis, debilitar a la burguesía y acumular fuerzas de cara a su propia superación, es decir a su utilización en la perspectiva revolucionaria de la toma del poder político por el pueblo trabajador, con la clase obrera a la cabeza, y la instauración de un Estado Socialista Vasco.
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