En efecto, tal como han leído. Nuestra crisis-estafa lleva afectando, desde hace casi una década, a todas las profesiones, a todos los sectores, y a todas las escalas y segmentos de edad, y parecía que sólo los que están situados más arriba en la pirámide, esto es, los grandes capitalistas, grandes fortunas, grandes empresarios, directivos, […]
En efecto, tal como han leído. Nuestra crisis-estafa lleva afectando, desde hace casi una década, a todas las profesiones, a todos los sectores, y a todas las escalas y segmentos de edad, y parecía que sólo los que están situados más arriba en la pirámide, esto es, los grandes capitalistas, grandes fortunas, grandes empresarios, directivos, accionistas, etc., no sólo se salvaban de la quema, sino que incluso aumentaban sus ganancias. Pero tenemos otro sector que también marca diferencias, y al cual la crisis no sólo no le ha afectado, sino que continúan batiendo récords de ganancias y privilegios, como es el mundo del fútbol y de sus jugadores, directivos y profesionales. Ello sólo es explicable desde una sociedad absolutamente alienada y alienante, manipulada y con poca conciencia crítica, con escasa madurez intelectual, que consume productos muy poco elaborados, como el actual fútbol-espectáculo, que constituye hoy día el mejor parangón del antiguo circo romano.
Acrecentado aún más si cabe las retransmisiones deportivas (sobre todo futbolísticas) desde que tenemos un Gobierno del Partido Popular (Rajoy llegó a admitir, en conversación con Bertín Osborne, que para él sería más traumático que un hijo suyo simpatizara con un equipo de fútbol contrario, a que se hiciera simpatizante del PSOE), donde los sábados por la noche se han convertido en los sábados del fútbol en TVE, los no futboleros cada vez nos sentimos más raros, más de otro planeta, en una sociedad absolutamente hipnotizada por este veneno del pensamiento dominante. Hoy día se manifiestan más personas en la calle (de júbilo, por supuesto) cuando su equipo favorito gana un título, que aquéllas que salen a protestar cuando se imponen políticas de regresión social por parte del Gobierno de turno. Y claro, como no podía ser de otra manera, todo ello va asociado a exhorbitados sueldos en la gente del «deporte rey». Tomamos información de un artículo aparecido recientemente en «El BOE nuestro de cada día», que afirma que el salario mínimo de los futbolistas sube un 20%, hasta alcanzar, para los equipos de Primera División, los 155.000 euros anuales. Recordamos a los lectores que el SMI (Salario Mínimo Interprofesional, es decir, de TODAS las profesiones) se sitúa, con la última subida practicada, en 655 euros mensuales, o si se quiere, en 9170 euros anuales. Por tanto, los futbolistas de equipos de Primera División ganan del orden de entre 15 a 20 veces más que un profesional de cualquier otro sector.
Por supuesto, cobran más que el Presidente del Gobierno, más que diputados y senadores, y mucho más que cualquier cargo público medio de cualquier escalafón. Pero no quedan aquí los super privilegios. Su convenio estará vigente durante las próximas cuatro temporadas, el sueldo mínimo para los jugadores de los equipos de Segunda División se sitúa en los 77.500 euros anuales (más o menos los mismos ingresos que el Presidente del Gobierno), y disfrutan de una serie de cláusulas y condiciones que no están presentes en ningún otro sector profesional, como que, por ejemplo, si el IPC interanual de cualquier período es negativo, no afectará a dichas cifras base, es decir, que no sólo tienen un SMF (Sueldo Mínimo de Futbolista), sino que además, disfrutan de una Cláusula Suelo Salaral (CSS) por futbolista. ¿A qué trabajador de cualquier sector profesional le suben el sueldo un 20%? Es absolutamente demencial e indignante. En realidad las pagas mensuales para los futbolistas de primera se sitúan en 6.500 euros, pero además han de sumarle no sólo las pagas extra, sino los pluses por permanencia, las primas por partidos y los derechos de imagen. Y como en otras muchas profesiones, por supuesto, los futbolistas tienen derecho a 30 días naturales de vacaciones retribuidas, trabajan siete horas al día (entre entrenamientos, partidos y reuniones), y tienen un día y medio, como mínimo, de descanso semanal.
La pregunta, llegados a este punto, está absolutamente clara: ¿Qué tipo de sociedad hemos creado cuando estupendos profesionales de la sanidad, de la educación, de los servicios sociales, pero también de periodistas, de científicos, de ingenieros, de arquitectos, de abogados, de jueces, y de mil profesiones más, son descartados de la sociedad, recortados y despedidos, mientras a un señor que da patadas a un balón se le trata a cuerpo de rey, y es venerado como objeto de culto por jóvenes y mayores? Sólo una sociedad enferma puede haber llegado a tal grado de desatino, sólo una sociedad alienada puede haber alcanzado tales cotas de estupidez social. No conocemos el estatus del futbolista de otros países, pero curiosamente ocurre aquí, en España, donde batimos los récords de desigualdad social de la OCDE, pero eso sí, tenemos a los «mejores equipos del mundo» (porque tenemos a los mejores jugadores, los mejores entrenadores, y las mejores aficiones). Todo un despropósito socialmente tolerado, incluso bien visto.
Desgraciadamente, hace ya mucho tiempo que el fútbol se ha convertido en un aberrante fenómeno de masas, y las consecuencias son múltiples, todas ellas absolutamente incomprensibles en el contexto de una sociedad mínimamente civilizada que se precie: nuestro país queda paralizado ante un evento futbolístico de alto nivel, los clubs constituyen hoy día empresas con un presupuesto desorbitado (al igual que sus deudas con la Hacienda pública), se dan los fenómenos de violentos ultras de ciertos equipos (desencadenando terribles espectáculos, que han llevado a la muerte a algunos de ellos), los fichajes por parte de los clubs de los astros del fútbol cuestan decenas de millones de euros, la información deportiva comparte cartel con el resto de información política, social, etc., y los jugadores, como decíamos más arriba, se han convertido en peligrosos referentes, sobre todo de niños en edad escolar, signo de la pobre educación que reciben, de lo que observan de sus adultos, y del carácter enfermizo de nuestra degradante, idiotizada y manipulada sociedad.
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