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La crisis y la duda patológica

Fuentes: Rebelión

Crisis hay en el fin de unas condiciones de vida sin haber encontrado todavía otras que las reemplacen. La duda patológica es ese estado presente en el ánimo cuando, habiendo creído en algo o en alguien muchas veces o durante mucho tiempo, nos resistimos al absoluto descreer hasta acabar en él. La duda patológica, que […]

Crisis hay en el fin de unas condiciones de vida sin haber encontrado todavía otras que las reemplacen. La duda patológica es ese estado presente en el ánimo cuando, habiendo creído en algo o en alguien muchas veces o durante mucho tiempo, nos resistimos al absoluto descreer hasta acabar en él. La duda patológica, que mina la salud de la mente y corroe el alma, es tan perniciosa como el dogma teológico o moral, lo apodíctico en filosofía o la creencia sin análisis en la vida cotidiana.

Pero tanto la duda patológica y la crisis son también una perversión de la inteligencia. Fruto de la inercia o de la pereza mental, suponen dar excesivo crédito a los sumos sacerdotes de la economía, de las teologías o del pensamiento en general.

La duda patológica la padecen secretamente y a solas quienes confiando demasiado en sí mismos, se dan de bruces con otra realidad que no habían previsto, o quienes incapaces del juicio crítico confiaron demasiado en otro, en el «entendido», y se sienten defraudados. Es un germen y está más o menos latente tanto en el soberbio como en quien cree a pie juntillas lo que les dicen los demás: sea Aristóteles, Hawkings, Friedman o quienes se inventaron la teología y la «Iglesia».

Así es que, quien desee espantar el sufrimiento moral o prefiere errar por sí mismo y no equivocado por otros, lo que ha de hacer es aprender a dudar, y a ser posible con el máximo entusiasmo. Y al mismo tiempo, alejar de sí la idea de que puedan ser otros quienes puedan dar respuesta a lo que causa desazón; pensarlo todo ex novo, como si la his­toria no existiera. Ya verá cómo la luz le ilumina y comprueba tanto la nula consistencia de las certezas, cultural o socialmente inducidas, como la tranquilidad que proporciona la duda. Plutarco nos recuerda a aquel filósofo que prefería que no le sacasen del error, porque así le privaban también del placer de encontrarlo…

Muchos sabios modernos os dan recetas para salir del paso. Yo las tengo para siempre. Dudar de todo es vivir, vivir en la pura realidad; en el puro y constante devenir, en la certeza de que sólo tras alcanzar la plenitud en la muerte material encon­traremos las respuestas que jamás nadie nos podrá convincentemente dar o sin llevarnos a la desesperación.

Dicen que estamos en tiempos de crisis… El mundo y especialmente este país necesitan urgentemente un renacer, un renacimiento. Pues bien, de las nuevas condiciones que se instalan poco a poco habrá de salir una vida diferente, una vida rica en «vida» que no está al alcance de los que, para su desgracia, causaron la crisis o de los que, a través de la certeza patológica trajeron al mundo la duda patológica. Precisamente de una y otra se libra el espíritu virginal. Renazcamos, regresemos a él…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.