Dos días antes de entrar a La Habana al frente de la Caravana de la Victoria, Fidel Castro habla al pueblo enardecido de Sancti Spíritus desde el balcón de la Sociedad «El Progreso». Es el 6 de enero de 1959, casualmente Día de Reyes. La naciente Revolución, cuyos principales líderes aún no han pisado las […]
Dos días antes de entrar a La Habana al frente de la Caravana de la Victoria, Fidel Castro habla al pueblo enardecido de Sancti Spíritus desde el balcón de la Sociedad «El Progreso». Es el 6 de enero de 1959, casualmente Día de Reyes. La naciente Revolución, cuyos principales líderes aún no han pisado las calles de la capital, y a pesar de los numerosos problemas e incertidumbres que van encontrando a su paso, tiene tiempo para regalar a los cubanos, por boca del propio Fidel, un anuncio precursor:
«A lo primero que voy a tener el gusto de dedicar mi esfuerzo, junto con otras muchas cosas, es a hacer la primera ciudad escolar, con el propósito de que pueda albergar y educar, dentro de los más modernos sistemas de la pedagogía, a 20 000 niñas y niños. En algún latifundio iremos a separar las primeras 300 caballerías que van a ser propiedad de la ciudad escolar. La vamos a empezar a hacer solo con nuestro esfuerzo, con el trabajo de los reclutas revolucionarios, con el aporte del pueblo; porque a todo el mundo le voy a pedir ayuda, un poquito a cada cual, para hacer esa primera ciudad, como un homenaje a la primera zona de Cuba donde comenzó la Revolución , y para poder ir haciendo lo mismo en las distintas provincias de Cuba.
No podemos decir que al mismo tiempo vamos a hacer las 10 ciudades escolares que hacen falta y que es un proyecto monumental, donde realmente se va a crear un tipo totalmente nuevo de hombre cubano, porque allí no va a recibir solamente una cultura general, sino que va a aprender a trabajar, va a recibir conocimientos técnicos y prácticos y va a producir lo mismo que va a consumir allí. Es una de las primeras ideas que pensamos llevar adelante.» (1)
Si pensamos con cuidado, propiciar el acceso a la educación y la cultura a todos, sin distinción de la clase social a la que se pertenece, es el sueño ancestral de todas las revoluciones y de todos los revolucionarios. Se dice que Pancho Villa, el popular jefe de la Revolución mexicana en el Norte, que no se inmutaba ante curas, generales y banqueros, sentía un respeto casi religioso por los maestros, y que al tomar Ciudad Juárez fundó, de un golpe, cincuenta escuelas. Desde este punto de vista, las metas iniciales de la Revolución cubana, expresadas por Fidel en Sancti Spíritus coinciden con las líneas generales de lo anhelado desde los tiempos fundacionales de la Revolución francesa. La Iluminación y los Iluministas suelen preceder a las revoluciones, y estas, a su vez, si son verdaderas, siempre comienzan por reconocer y propiciar el acceso al conocimiento, como derecho inalienable del pueblo. Lo original en el caso cubano se sintetiza en dos características propias, claramente discernibles en esas palabras de Fidel: en primer lugar, la educación para todos combinará la teoría con la práctica, el estudio con el trabajo, el saber con la vida. No será un fin en si misma, ni un divertimento para ornamentar o acomodar a los hombres, sino un medio para redimirlos, para prepararlos para la felicidad, y especialmente, para que tengan conciencia plena de por qué y para qué se hacen y se defienden las revoluciones. En segundo lugar, que en ese proceso integral, la meta es la formación de un hombre cubano nuevo, capaz de llevar adelante un tipo de sociedad diferente a las conocidas hasta entonces, donde la justicia ha de ir combinada con la cultura, y en la que el cultivo ininterrumpido del talento y la capacidad creadora de cada uno de sus miembros es condición indispensable para la subsistencia y despliegue de la propia Revolución, y garantía de su perdurabilidad y pureza.
Martí, con su pasmosa sabiduría, decía que las verdades esenciales de la vida caben en el ala de un colibrí. En este par de verdades sencillas, expresadas por Fidel hace casi medio siglo, dichas al pueblo desde un balcón en Sancti Spíritus cuando no teníamos siquiera gobierno revolucionario constituido, en mi modesta opinión, se resume una buena parte de la respuesta que buscamos en otros espacios más complejos y sofisticados cuando nos preguntamos cómo ha podido ser posible el milagro de la sobrevida de la Revolución cubana. Hoy ya sabemos que no se trata de producir más acero que el que produce Occidente, ni de tener más divisiones que la OTAN, ni de competir en la carrera por llegar antes a la Luna o Marte. Hoy es evidente que en la educación y la cultura de todo un pueblo, en función de la propia práctica social revolucionaria, y viceversa, está la clave del enigma que hace que unas revoluciones humildes triunfen y perduren y otras, en países inmensamente mejor dotados de recursos materiales y naturales, hayan desaparecido, derrotadas.
Quizás se deba decir que esta originalidad de nuestra Revolución está asentada en una tradición muy cubana donde no han sido clanes ni grupos de poder los que han movido las ruedas de la historia, sino las ideas, los maestros y sus alumnos, desde los tiempos de Varela, maestro de Saco y José de la Luz y Caballero, y este último, maestro de Rafael María de Mendive, quien a su vez formó a José Martí. Quizás debamos agregar que un rasgo distintivo de los mejores exponentes de la intelectualidad cubana, desde el Siglo XIX al presente, ha sido el ponerse humildemente al servicio de la nación, y de las causas más avanzadas de cada época, sin rechazar aquellas que hayan sido radicales o revolucionarias. En la historia de las ideas en Cuba es difícil encontrar indiferentes y enclaustrados en torres de marfil. La propia contrarrevolución cubana ha confrontado serios problemas para construirse un pedigree intelectual medianamente decente, y recién está vertebrando su ala ilustrada… con intelectuales formados por la Revolución, a los que les cuesta trabajo mostrarse medianamente creíbles cuando se disfrazan de liberales, conservadores, filo-fascistas o cínicos.
Claro, el Dr Marx ya lo había fundamentado, como ocurre con casi todo en lo que hoy pensamos y que nos rodea, desde los días del Manifiesto Comunista, que estaba cumpliendo 110 años, al detenerse Fidel en Sancti Spíritus. «Cuando se habla de ideas que revolucionan toda la sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva, y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de vida.» (2) A lo que sería necesario agregar, que la cultura revolucionaria, especialmente cuando los revolucionarios han tomado el poder o mantienen una hegemonía, es la vía conciente y organizada para fomentar y masificar esas ideas que transforman de raíz la sociedad, y que son, por fuerza, inicialmente confusas, intuitivas y aisladas, circunscritas a un estrecho círculo de elegidos o cuasi iluminados (los intelectuales revolucionarios). La tarea de la cultura revolucionaria es, en consecuencia, la de explicar, exponer de manera racional, fomentar y propiciar, deliberadamente, la producción y reproducción de esas ideas nuevas hasta que pasen a formar parte indisoluble del pueblo, guiando su actuación desde la conciencia, los principios y los valores, y no desde la imposición, la coerción o la censura. Cuando esto ocurre, como ha ocurrido en Cuba revolucionaria, y tiene su símbolo en la contundente frase de Fidel «No le vamos a decir al pueblo cree, sino lee», entonces los ritmos de disolución de las antiguas condiciones de vida se aceleran y el proceso revolucionario, en general, se va consolidando, hasta hacerse prácticamente irreversible. Y repito, prácticamente, no absolutamente irreversible.
La experiencia cubana muestra, otra vez a través del verbo de Fidel en su discurso del 17 de noviembre del 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, que toda revolución es reversible, y que en ello juega un papel decisivo el debilitamiento de la cultura revolucionaria, más que las penurias materiales o las dificultades económicas, que sin dudas son extremadamente influyentes. Es cierto que ese debilitamiento puede ocurrir por un grupo de factores combinados, que van desde la influencia de la cultura globalizada y capitalista a través de sus infinitos canales de diseminación, la pérdida de los referentes, valores y paradigmas revolucionarios, erosionados por los errores y carencias propias, por la fiera batalla de ideas con el enemigo, y también, precisamente, como reflejo en la superestructura de problemas en la base económica no debidamente resueltos, o no suficientemente atendidos a tiempo, y que van ahondando paulatinamente la brecha entre la realidad y el discurso. En cualquier caso, el énfasis del aldabonazo de Fidel sobre la conciencia nacional, hace ya tres años, se dirigía a ahondar en cómo transcurren esos procesos en el ámbito de las ideas y de la conciencia de los revolucionarios. «¿Cuáles serían- se preguntaba Fidel entonces- las ideas o el grado de conciencia que harían
imposible la reversión de un proceso revolucionario?. Cuando los que fueron de los primeros, los veteranos vayan desapareciendo y dando lugar a nuevas generaciones de líderes, ¿qué hacer y cómo hacerlo?» (3) La pregunta, en efecto, es provocativa y estremecedora.
Existen varias respuestas posibles a tan importante cuestión, de la cual depende la reversibilidad o irreversibilidad de la Revolución. Un primer acercamiento, quizás el más obvio, propondría trabajar en el fortalecimiento del Partido, en la formación de cuadros de relevo, en el mejoramiento del trabajo político e ideológico a todos los niveles de la sociedad, en el perfeccionamiento de la labor de los medios de comunicación revolucionarios en función de la defensa y promoción de nuestros principios y valores, y en la elevación de la calidad de la educación, a todos los niveles. Nadie podría discutir que tales medidas, de ser eficazmente puestas en vigor y desplegadas de manera sistemática y coherente, podrían ejercer un efecto muy positivo y saludable en el sentido que la Revolución espera, pero una y otra vez, las respuestas traerán nuevas interrogantes, por ejemplo, ¿ qué conocimientos transmitiríamos a esos cuadros del relevo, acaso solo los que contribuyeron a defender y preservar las conquistas de la Revolución bajo ciertas circunstancias históricas, no necesariamente las mismas que ellos enfrentarán en un mundo velozmente cambiante? ¿Los que alguien pueda reputar como el conjunto más acertado y exitoso de recetas a aplicar para la construcción del socialismo? ¿Qué es lo que debemos hacer: transmitir conocimientos, ideas y experiencias históricas concretas, o trasmitir un método derivado de su estudio profundo y culto? Fidel fue claro y tajante al pronunciarse por esta última variante. «Uno de nuestros mayores errores al principio, y muchas veces a lo largo de la Revolución-afirmó- fue creer que alguien sabía cómo se construía el socialismo… Hoy tenemos muchas ideas, a mi juicio, bastante claras, de cómo se debe construir el socialismo, pero necesitamos muchas ideas bien claras y muchas preguntas dirigidas a ustedes, que son los responsables acerca de cómo se puede preservar o se preservará en el futuro el socialismo.»(4)
Llegados al problema del método, nos encontramos con otro enfoque que puede contribuir a esclarecer la constante lucha de Fidel, su incansable prédica y acción en los últimos años, no siempre asumida a cabalidad por todos, de la impostergable necesidad de que los cubanos, y agrego, especialmente los cuadros revolucionarios, alcanzasen una elevada cultura general integral. Tampoco aquí Fidel se refería a una suma diletante de conocimientos fríos de salón, sino a la certeza, derivada de las experiencias históricas, de que solo alcanzando cada cubano una visión integral, científica y humanista del mundo en que vivimos, de sus peligros y amenazas, de su organización y las leyes que lo rigen, de las fuerzas motrices que lo hacen avanzar o retroceder, estaremos en condiciones de optar por las mejores
decisiones posibles y reducir al mínimo los errores, especialmente, en materia de ideología y política. La cultura integral revolucionaria, individual y colectiva, como garantía final de la irreversibilidad de la propia Revolución, es el sentido profundo de estas ideas y estos programas de Fidel. Y ella no excluye, todo lo contrario, presupone, de retorno, la solución perspectiva de las dificultades materiales y de la base económica que tanto la afectan.
El Siglo XX ha presenciado el derrumbe de muchas certezas y credibilidades, algunas de manera espectacular. En esta larga lista de destronados figuran los Estados, los partidos políticos, las religiones, las elecciones, la democracia, los ejércitos y demás instituciones armadas, las leyes, la razón, el progreso, el optimismo científico, la filosofía, el humanismo, la fuerza del arte y la influencia social de los artistas, el compromiso político de los intelectuales, los grandes discursos historiográficos, la unidad y carácter progresivo de los procesos históricos, las razas, la omnipotencia benéfica de la medicina, la familia, la respetabilidad de la prensa, la institución del matrimonio, las relaciones entre los géneros, las utopías, la centralidad de ciertas preferencias sexuales y la marginación de otras, la educación de niños y jóvenes y las relaciones internacionales. Cuando casi todas las certezas han fallado y todas las autoridades han sido, y son, fieramente cuestionadas, la cultura es de las pocas que aún conserva cierta respetabilidad. Pocos niegan el valor que ostenta hacia el interior de las sociedades humanas. En el caso concreto de la caída del socialismo en la URSS y Europa del Este, ¿hasta qué punto a esas poblaciones carentes de una verdadera cultura general integral, a la que se sustituyó burocrática y autoritariamente por remedos dogmáticos, estrechamente nacionalistas, anticuados, reduccionistas y simplones de lo que debía ser la cultura socialista, no se les hizo muy vulnerables en medio de la confrontación con la astuta y sibilina cultura del capitalismo global, especialmente hábil para reciclar a su favor hasta las expresiones contraculturales que se le enfrentan, consciente de su propio poder, y dotada, además, de mucho brillo y oropel para empobrecer y domesticar más eficazmente a sus consumidores?
El desafío de la reversibilidad o irreversibilidad de la Revolución cubana, es, en consecuencia, un desafío que se dirime, en última instancia, en el terreno cultural, en lo interior de cada cubano, y a nivel de toda la sociedad. No basta, entonces, con formar elites altamente educadas, ni en concentrar el acceso cultural en la capital o las principales ciudades. No basta con dar y recibir pasivamente módulos de conocimientos. El problema es mucho más profundo, y reitero, pasa por el método antes que por la acumulación de saberes concretos. Preguntémonos, por ejemplo, si alguien que no piense con cabeza propia, que no sea capaz de arribar a sus propias conclusiones, que
no ejerza un pensamiento crítico, que es la única manera de ejercer un pensamiento revolucionario, podrá garantizar la irreversibilidad de la Revolución, cuando le toque decidir en qué lado de la barricada se ha de situar, y por qué. Esa incapacidad, ese inmovilismo generalizado, esa abulia intelectual, ese rumiar bovino que elude encarar el carácter esencialmente contradictorio y conflictivo de la realidad, y especialmente de la construcción socialista, en la que tanto influye y determina la conciencia de los hombres, explicaría por qué se derrumbaron sociedades que decían estar construyendo un mundo nuevo, sin que se disparase un tiro, sin que pudiesen evitarlo los hombres que se reputaban como nuevos.
Cuando Fidel insiste, hasta la saciedad, en que hay que hacer que cada ciudadano del país adquiera una cultura general integral, está apostando por el desarrollo de las ideas y la conciencia como antídotos contra las acechanzas del enemigo y lo pernicioso de nuestros propios errores y nuestra propia soberbia. Un pueblo culto, ya se sabe, tienen conciencia de su libertad y es inconquistable. Un destacado papel en este campo juegan, y han de jugar, los artistas e intelectuales revolucionarios, en cierta medida, la vanguardia de estos procesos culturales. Y podrán cumplir mejor sus misiones, en la medida en que ellos mismos, desde su arte, demuestren que poseen una elevada cultura general integral, de la que son piedras angulares la cultura histórica, la cultura política y el más profundo humanismo. «Las probabilidades de que surjan artistas excepcionales-profetizaba el Che, en 1965, en su luminoso ensayo «El socialismo y el hombre en Cuba»-serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo de la cultura y la posibilidad de expresión.»(5)
Esta curiosa predicción del Che, en todo justificada, pone sobre el tapete una nueva interrogante: ¿De quién o quiénes depende que se «ensanche en Cuba el campo de la cultura y las posibilidades de expresión»? ¿Acaso quienes tienen que propiciarlo, facilitarlo y promoverlo podrían hacerlo si antes no tienen exacta conciencia de lo que está en juego, o lo que es lo mismo, sin poseer a su vez una cultura general integral? Y por último, ¿No depende mucho de que tengamos «artistas excepcionales» que el resto de nuestro pueblo adquiera esa cultura general integral que garantiza, en última instancia, la irreversibilidad de la propia Revolución? En consecuencia, del ensanchamiento del campo de la cultura y de la posibilidad de expresión depende mucho la propia perdurabilidad de la Revolución.
Con la grave serenidad de los profetas bíblicos, el Che no temió encarar el peligro esencial que podría corroer, y ha corroído en parte, estos vitales procesos culturales entre nosotros, de carácter tan político e ideológico como los que más. Con el ojo puesto en lo observado en la URSS y demás países socialistas, el Che alertaba: «No debemos crear asalariados dóciles al
pensamiento oficial ni becarios que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Y vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre con la auténtica voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.»(6)
Han pasado 43 años desde que fueron escritas estas palabras, y mantienen plena vigencia. Por un lado, se trata de que los artistas revolucionarios lo sean de manera auténtica. Por otro, se trata de que las estructuras e instituciones que interactúan con ellos lo promuevan, incluso, lo faciliten y no lo obstaculicen con una deficiente gestión o con conceptos anti-culturales que sustituyen la libertad auténtica por la libertad entre comillas. Y vuelven las interrogantes, ¿de qué depende que se agreguen tales comillas a la libertad, esas que a la largan impiden la autenticidad revolucionaria de los artistas? El propio Che responde, al describir la manera en que actúa el pensamiento dogmático, que no es, por esencia, ni culto, ni revolucionario. «Se busca entonces la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que entienden los funcionarios. Se anula la verdadera investigación artística y se reduce la apropiación de la cultura general a una apropiación del presente socialista y del pasado muerto, por tanto, no peligroso» (7) En resumen, que se agreguen o no las comillas depende, una vez más y siempre, de la cultura de quienes toman las decisiones. La falta de ella, a la larga, se convierte en un lastre político, que trabaja, aún cuando no se lo proponga, por la reversibilidad de la Revolución.
Lejos de ayudar a consolidar y prolongar la Revolución, la simplificación de las contradicciones de la vida y su reflejo en el arte, en la prensa, en el lenguaje, en el pensamiento y en la política contribuyen a minar la credibilidad de la cultura revolucionaria y de los discursos que la expresan. No es exaltando el momento de equilibrio o reposo existente en cada contradicción dialéctica como se ayuda mejor a las revoluciones, ni a la cultura revolucionaria. Eso dejémoslo para quienes defienden el conservatismo como la mejor de las opciones políticas en las sociedades humanas. Revolución significa ruptura, transformación radical, audacia, horizontes ilimitados por conquistar, pujanza, pensamiento crítico, errar y rectificar, en fin, estar vivo. Las revoluciones son conflictivas, ¿podría ser diferente la cultura de los revolucionarios?
Y en ese carácter eminentemente conflictivo de la cultura revolucionaria, y por suerte para nosotros, de la auténtica cultura revolucionaria cubana, esa que no tolera las comillas, radica la expresión más acabada de su originalidad con respecto a las culturas precedentes, y muy especialmente, con respecto a la cultura del capitalismo globalizado, que es inofensiva para el capital, por mucho que se esfuerce en parecer temiblemente rebelde, iconoclasta, irreverente y contracultural; porque en el fondo es domesticada
y domesticadora, banal y banalizante, enajenada y enajenante. «Es el papel de la revolución-ha sentenciado Francois Houtart- devolver a cada uno la palabra, su capacidad creativa de nombrar, su posibilidad de actuar en solidaridad, creando estructuras económicas, sociales y políticas que lo permitan» (8) Y tiene que estar muy en consonancia con ese carácter la cultura que pretenda expresar a esa misma revolución.
¿Ha agotado la cultura revolucionaria en Cuba todo su potencial creativo en este medio siglo de proceso transformador? ¿Ha logrado la creación de ese hombre nuevo cubano al que Fidel hacía referencia en enero de 1959, y el Che en marzo de 1965?
Estas interrogantes son de muy difícil respuesta. Siempre dependerá del prisma con que se mire la realidad y con respecto a qué establezcamos la comparación. Si miramos al cubano de hace medio siglo, sin dudas que la cultura revolucionaria ha sido eficaz y atinada, en general, para moldear una ser humano más culto, más conciente, más humano y mejor, aún cuando se haya retrocedido en ciertos momentos y en ciertos aspectos, como el de la educación formal y el respeto. Creo que pertenece a Fernando Martínez Heredia la feliz definición de que si bien la Revolución no ha logrado formar a un hombre totalmente nuevo, al menos si logró formar un hombre solidario, y eso, en el mundo del que venimos, y en el mundo en que vivimos, si es una novedad. La complejidad de la tarea, fue definida también por el Che en su ensayo ya citado, y obsérvese que en sus palabras hace énfasis en los factores subjetivos, antes que en los objetivos, capaces de facilitar u obstaculizar la tarea. » El socialismo es joven y tienen errores-afirmaba el Che-Los revolucionarios carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual necesarios para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por métodos distintos a los convencionales…»(9) Una vez más surgen las ineludibles preguntas: ¿ Se puede experimentar la necesidad de buscar métodos no convencionales para formar al hombre nuevo, y se puede tener la audacia de probarlos en la práctica social y de construcción del socialismo, si no se tiene una verdadera y profunda cultura general integral que predispone al hombre hacia la constante insatisfacción con lo alcanzado y en el camino hacia la perfección de la obra común?
Conocimientos y audacia intelectual son, en efecto, rasgos de cualquier cultura revolucionaria. La cubana no ha sido una excepción, incluso, ha sido precursora de formas novedosas de ejercer estas funciones en el pueblo. Una muestra de ello lo constituye el programa de instructores de arte, de los primeros en ser puestos en vigor por la Revolución, y del cual Fidel habló con entusiasmo en fecha tan temprana como el 30 de junio de 1961, al pronunciar su discurso conocido como «Palabras a los intelectuales». Pero seamos honestos y reconozcamos que puede que nos hayan sobrado y nos
sobren conocimientos, pero casi siempre nos ha faltado audacia intelectual. La capacidad creativa, innovadora, de improvisación de respuestas revolucionarias ante los retos de la historia y la realidad, podría servir como unidad de medida para aquilatar la profundidad y el alcance cultural de una revolución. En ello radica el brillo indeleble, el carácter juvenil, de ofensiva permanente y de triunfo que rodea a las mejores etapas de las revoluciones, y que se expresa de manera irrepetible, en el arte y la literatura del período. Las crónicas de John Reed, en el México insurgente o en la Rusia bolchevique, los discurso del Che y de Fidel, las novelas de Alejo Carpentier, especialmente «El Siglo de las Luces», la mejor poesía de Nicolás Guillén, la obra cinematográfica de Santiago Alvarez o Titón, el ballet de Alicia, el cartel cubano de los 60, el «Galileo»de Bertold Brecht, la poesía de Miguel Hernández, las fotografías de Tina Modotti y el cine de Serguei Eisestein, por solo citar algunos ejemplos bien conocidos, demuestran que conocimientos y audacia creativa, unidos a un peculiar momento de efervescencia revolucionaria, son capaces de producir obras de arte de elevada calidad estética y de probada eficacia política. Esos rasgos, en la cultura revolucionaria cubana, han coincidido repetidamente, pero en los últimos tiempos, no frecuentemente. Las razones de esta asincronía son diversas, y explicarlos rebasaría el tiempo asignado para esta exposición. Baste decir que no es una maldición ineludible que en su marcha prolongada, y en medio de las feroces confrontaciones con sus enemigos de clase, se erosione el carácter creativo y cultural de las revoluciones, y debamos resignarnos a los remedos y las expresiones decadentes, las migajas del pasado esplendor cultural y la creatividad radiante de la propia cultura revolucionaria, todo lo cual sería el presagio de que las mismas entran en su otoño final. Una vez más el análisis nos lleva a la cultura general integral, o mejor dicho, a los daños que provoca su ausencia.
Vista desde la distancia, la cultura revolucionaria cubana destinada al logro de un hombre nuevo, y fomentada deliberadamente desde el inicio mismo de la Revolución, constituyó un elemento esencial para la perdurabilidad del modelo socialista cubano, y llenó perfectamente el vacío que dejó la pérdida de otras certezas y aglutinantes sociales, en los años de incertidumbre y resistencia conocidos como Período Especial. Sin el capital humano formado por la propia Revolución, sin la cultura general alcanzada, y especialmente, sin la cultura histórica y política al alcance de todos, no hubiese sido posible la salvación del socialismo en Cuba. Sus períodos de ascenso han marcado los mejores períodos creativos del arte y la literatura nacional, y también, como es apreciable, del internacionalismo, el patriotismo, la defensa de nuestros principios, la solidaridad, la capacidad de sacrificio, la cohesión social, el optimismo colectivo, los momentos más brillantes y creativos de la propia política revolucionaria y socialista. De esta cultura depende, en grado
sumo, la irreversibilidad de la Revolución. Sus debilitamiento, anquilosamiento, dogmatización, burocratización o domesticación son expresiones alarmantes que redundan contra la continuidad de nuestro proyecto. Especial gravedad reviste el hecho comprobable de que ciertas decisiones estratégicas en materia cultural obedecen al más absoluto voluntarismo y a la más absoluta improvisación, expresiones, a su vez, de que el nivel cultural en quienes toman las decisiones suele no estar a la altura del nivel cultural alcanzado por nuestro pueblo, ni de las amplias oportunidades que ha dado la Revolución para estudiar. Es que lo que explica, por ejemplo, las insatisfacciones frecuentes con la prensa nacional y las programaciones de radio y televisión.
Nadie concluya, a partir de estas ideas, que Cuba revolucionaria tiene la receta infalible ni la fórmula mágica en el terreno de cómo y para qué fomentar una cultura revolucionaria. Como podrán haber apreciado, he reunido aquí algunas experiencias, pero muchas más preguntas que respuestas. Que sean las primeras un acicate para estimular la audacia intelectual y el compromiso ético y revolucionario con nuestra realidad y futuro, del cual estamos muy urgidos. Como son tan enormes los retos, no puedo menos que sentirme optimista. Recuerden que el propio Dr Marx nos legó la idea de que cada contradicción porta en si su propia solución. Tengamos la cultura necesaria para poder desentrañar estos enigmas y repetir con todo el optimismo del Che, y con su sonrisa, tan parecida a la de Paul Newman en «La leyenda del indomable»:
«El camino es largo y desconocido en parte; conocemos nuestras limitaciones. Haremos el hombre del Siglo XXI: nosotros mismos» (10)
Eliades Acosta Matos
Julio del 2008.
NOTAS:
1) Fidel Castro: ¨Discurso pronunciado desde el balcón de la Sociedad ¨El Progreso¨. Sancti Spíritus, 6 de enero de 1959. En: http:/www.cuba. cu/gobierno/discursos/
2) Carlos Marx y Federico Engels: ¨El Manifiesto Comunista¨. En: http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/48-manif.htm
3) Fidel Castro: ¨Discurso del 17 de noviembre del 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.¨ En: http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/
4) Idem.
5) Ernesto Che Guevara: ¨El socialismo y el hombre en Cuba¨. En: http: www.patriagrande.net/cuba/ernesto.che.guevara/ensayos/el.socialismo.y.el.hombre.en.cuba.htm
6) Idem.
7) Idem.
8) Francois Houtart: ¨La cultura, corazón del humanismo revolucionario¨. En: http://lajiribilla-habana.cuba.cu/2006/n291_12.html
9) Ernesto Che Guevara: Oport Cit.
10) Ernesto Che Guevara: Idem.