Traducido por Juan Agulló
Barack Obama anunció, a última hora del viernes pasado, en la Cumbre sobre el Clima celebrada en Dinamarca, un Acuerdo conseguido tras once horas de negociación con líderes de China, India, Brasil y Sudáfrica. Solo así logró romper el punto muerto en el que habían entrado las negociaciones. Pero después de que el Presidente estadounidense embarcara en el Air Force One (con la esperanza de llegar a Washington antes que una tormenta de nieve que se avecinaba) los negociadores de 193 países se quedaron peleando a cara de perro durante toda la noche sobre el referido Acuerdo.
En plena madrugada, un puñado de países (Venezuela, Bolivia, Sudán y Nicaragua) se negó a firmarlo. Los negociadores estaban agotados, se caían del sueño. Muchos, no estaban dispuestos a firmar. Un delegado venezolano llegó hasta el punto de hacerse un corte en la mano para enfatizar su oposición. Al final no se pudo convencer a la mayoría, por lo que la declaración final de la Cumbre no adoptó el Acuerdo de Copenhague, sino que «tomó nota» del mismo. ¿Para qué sirve entonces este nebuloso Acuerdo y qué es lo siguiente?
La gran desilusión de la Cumbre de Copenhague consistió en el carácter no vinculante del acuerdo final, lo que amenaza seriamente la estrategia mundial orientada a controlar el calentamiento global, definida durante la primera Cumbre de la Tierra, celebrada -en 1992- en Río de Janeiro y que dio lugar, en 1997, al Protocolo de Kyoto.
Obama reventó todo tras una reunión privada con los líderes chino, indio, sudafricano y brasileño y la ausencia de los otros 188 países involucrados. La ONU jamás se pronunció al respecto y en cuanto al Gobierno danés, se comprometió a coordinar la aprobación del Acuerdo durante las próximas semanas. En realidad, da lo mismo: como el documento no se adoptó por unanimidad, su función jurídica es irrelevante hasta el punto de que será papel mojado en el marco de las futuras deliberaciones ede las Naciones Unidas.
«Hay que tener claro que se trata de una declaración de buenas intenciones, y no de un documento vinculante», declaró Yvo de Bóer, secretario ejecutivo de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). «Por eso ahora el desafío debe consistir en convertir lo acordado políticamente en Copenhague en algo tangible, medible y verificable».
La conversión de este acuerdo en acciones concretas estará plagada de obstáculos. El documento final, en relación con la expectativa que había levantado, es pobre: resulta vago y deja muchos cabos sueltos. Declara, por ejemplo, que la temperatura media global no debería sobrepasar los 2ºC. El texto no recoge, sin embargo, ninguna medida concreta orientada a la consecución de dicho objetivo (los borradolres del Acuerdo que circularon por Copenhague antes del viernes pasado pedían un recorte del 50% en las emisiones globales hasta 2020, de las que el 80% tendrían que corresponder a los países más desarrollados: dicha petición, sin embargo, desapareció del documento final). Todo esto convierte el objetivo de que la temperatura no sobrepase los 2ºC en un brindis al sol.
Incluso la parte del documento final que supuestamente expone los compromisos a los que se habría llegado durante la Cumbre consiste en una lista en blanco hasta el 1 de febrero de 2010: por eso será incluida en un apéndice. Ni siquiera los compromisos más modestos se formalizaron, lo cual -según un estudio de la CMNUCC filtrado a la prensa la semana pasada- pone al planeta en la senda de un incremento medio de 3ºC en las temperaturas globales. Un subida de las temperaturas de tal magnitud -a la luz de las conclusiones de un estudio del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático [GIECC, de la ONU] podría implicar consecuencias catastróficas para muchos países africanos e insulares que correrían serios riesgos con cualquier incremento superior a 1,5ºC.
Tras dos semanas de arduas negociaciones, el único avance real logrado en Copenhague parecía que es el compromiso de financiación -por parte de los países ricos a los pobres- para ayudarles a enfrentar el cambio climático. Los países industrializados prometieron, en principio, unos 10.000 millones de dólares anuales, durante tres años: un esquema de financiación denominado fast-start (arranque rápido), que posteriormente inyectaría progresivamente unos 100.000 millones de dólares hasta 2020. Una vez más, sin embargo, las promesas se esfumaron: el documento no dice en ninguna parte de dónde vendrá el dinero ni cómo se distribuirá. Tampoco explica otra cuestión fundamental: cómo se realizarán las evaluaciones independientes que verifiquen el progreso real de China en términos de disminución de emisiones. De hecho, el lenguaje con el que se aborda en el Acuerdo la reducción global de emisiones, remite más a contorsiones lingüísticas que a un plan de acción real.
Teniendo en cuenta las numerosas omisiones del Acuerdo, ninguno de los participantes está feliz con el resultado de la Cumbre. Muchos actores importantes lo apoyaron de mala gana, sólo para que la reunión no terminara en fiasco total (por ejemplo, para que parte del desembolso previsto de los 10.000 millones de dólares -que dependía de que el Acuerdo fuese firmado- pudiera ser desbloqueado). Incluso Lars LØkke Rasmussen, Primer Ministro danés y anfitrión del encuentro, se mostró tibio en su valoración: «Estoy satisfecho. Hemos conseguido un resultado».
José Manuel Barroso, Presidente de la Comisión Europea, subrayó por su parte que no escondía su «desilusión con respecto al carácter no vinculante del futuro acuerdo. A ese nivel, el acuerdo se queda corto». Previamente, los funcionarios de la Unión Europea (UE) se habían mostrado dispuestos a recortar sus emisiones en un 30% para llegar a 2020 por debajo de los niveles de emisión de 1990. La ausencia de acuerdos hizo que al final la UE terminara optando por una reducción del 20%.
Los requiebros al estudio de la CMNUCC indignaron a muchos países en vías de desarrollo, que perciben este tipo de foros como, prácticamente, el único lugar en el que pueden ser escuchados. «Simplemente, los países pobres y vulnerables se han excluido. Les han sometido a una presión extraordinaria para que firmaran el Acuerdo de Obama», expresó Kate Horner, analista política de Friends of the Earth y asesora de la delegación boliviana.
Algunos grupos ambientalistas de Estados Unidos sostienen que, a pesar de todo, un aspecto positivo de la ambigua fase final de la Cumbre de Copenhague es que sus resultados políticos pueden contribuir a que se produzca un cambio de tendencia en el Senado estadounidense. El logro de Obama consistió en comprometer la cooperación de China e India, dos de las mayores economías emergentes. Como, al mismo tiempo, el Acuerdo no es vinculante, seguramente plantea la necesidad de una legislación nacional específica. «Todo esto deja la concreción de los términos de compromiso en manos del Senado, que es lo que ellos querían» -manifestó Fred Krupp, dirigente del Environmental Defense Fund.
Muchos sugieren que la clave del problema está en que las perspectivas reales de una resolución multilateral del problema del cambio climático son complejas. Aunque el viernes pasado Obama se declaró comprometido con el desarrollo de un nuevo acuerdo legalmente vinculante y aludió al hecho de que otros líderes también lo estarían, no hay ni una hoja de ruta, ni un objetivo concreto ni, obviamente, ningún acuerdo para alcanzar dicho objetivo. No en vano el Acuerdo de Copenhague también desechó la hoja de ruta destinada a sustituir al Protocolo de Kyoto, adoptada por la comunidad internacional durante una cumbre celebrada en Bali en 2007. Por si eso fuera poco, las negociaciones para alcanzar un acuerdo en el seno de la CMNUCC han sido aplazadas hasta el próximo 31 de mayo en Bonn, Alemania. La siguiente cumbre de alto nivel tendrá lugar en México DF, a finales de noviembre de 2010.
Carl Pope, director ejecutivo del Club Sierra declaró al Mother Jones que, en su opinión «la relación entre Estados Unidos y el resto del mundo está rota y ello, tendrá consecuencias. Muchos estadounidenses realmente creyeron que Barack Obama sería diferente y mitigaría las consecuencias de la presidencia que le precedió, pero no lo hizo». El director de campañas y política de Oxfam, Phil Bloomer, por su parte, lamentó, en una rueda de prensa celebrada el viernes por la noche, que la mayor parte de los países enfrenten el problema del cambio climático no como un desafío extremo que les afectará antes o después, sino como una cuestión enfocada a partir de intereses nacionales cuando no de mezquinas preocupaciones domésticas. «Parece evidente que la dinámica negociadora actual no funciona», concluyó.
Kate Sheppard cubre las noticias de energía y política ambiental en Washington DC.
Fuente: http://motherjones.com/politics/2009/12/copenhagen-decoded