Cualquiera diría que el hambre acaba de ser descubierta y que los ahítos países europeos la desconocen. Al buscar causas puntuales se oculta el hecho de que la mayor hambruna afrontada por la humanidad ocurre en momentos en que el balance mundial de alimentos y las capacidades para producirlos arrojan excedentes como para alimentar a […]
Cualquiera diría que el hambre acaba de ser descubierta y que los ahítos países europeos la desconocen. Al buscar causas puntuales se oculta el hecho de que la mayor hambruna afrontada por la humanidad ocurre en momentos en que el balance mundial de alimentos y las capacidades para producirlos arrojan excedentes como para alimentar a otro planeta.
Nadie recuerda ahora que las grandes hambrunas no surgieron en el Tercer Mundo, sino todo lo contrario. Envuelta en coyunturas históricas que propiciaron el aumento de la población y la urbanización acelerada, Europa se tornó incapaz de alimentar su población que durante siglos fue diezmada por el hambre.
En los mil años que median entre 850 y 1850 ocurrieron en Europa más de 500 grandes hambrunas que ocasionaron millones de muertos. Las causas de tales fenómenos se relacionaron sobre todo con la incapacidad del modo de producción feudal para dar respuestas al crecimiento de la población. El hambre figura entre las razones por las que los europeos se rebelaron frente a la nobleza y apoyaron a la burguesía en la lucha antifeudal.
La solución llegó de América con el maíz, los frijoles, el tomate, el pavo pero sobre todo con la papa y de la propia Europa que al establecer nuevas relaciones de producción produjo cambios estructurales capaces de aumentar la producción y producir los alimentos necesarios.
No obstante, todavía en 1845 la perdida de la cosecha de papas en Irlanda ocasionó un millón y medio de muertos, dio lugar a la emigración en masa a Estados Unidos, diezmando la población de la Isla que descontenta se sublevó contra la dominación británica. Para hacer frente a aquel desastre Inglaterra importó alimentos de la India.
Uniendo a su cultura agrícola, el dinamismo aportado por el modo de producción capitalista y el saqueo de las colonias, entre otras cosas de su biodiversidad, los europeos avanzaron en la solución de la carencia de alimentos y, con la obtención de abonos formados por el salitre y el guano de Sudamérica, desterraron el hambre.
La inmensa mayoría de las naciones reunidas en la Cumbre de Roma, al menos en términos de subsistencia son capaces de producir los alimentos que necesitan y de generar los recursos para adquirir aquellos que no pueden producir. Entre los países pobres figuran algunos productores de petróleo, diamantes, oro, plata, uranio, bauxita, coltán, cobre y otros materiales con suficiente valor como para financiar políticas de desarrollo agrícola. Algunos de ellos exportan alimentos.
Las causas del hambre no son coyunturales, sino estructurales, no son exclusivas de un país y ni siquiera consustanciales al sistema. Al capitalismo no le interesa que la gente muera de hambre, sino que compren. El problema estructural y sistémico es de otra naturaleza por derivarse del subdesarrollo, un fenómeno inducido por el colonialismo y el neocolonialismo.
¡Nadie! Ni siquiera los literatos más inspirados, los narradores más imaginativos o los técnicos más competentes, pueden describir el hambre que debilita, desfigura, humilla y mata. Nadie tiene sensibilidad para colocarse en el lugar de una madre que impotente para mitigar el hambre de sus crías que debilitadas por la falta de alimentos gimen y mueren en medio de atroces sufrimientos. Cada una de los mil millones de personas que padecen hambre, debía ser un motivo de vergüenza para las civilizaciones.
El drama de los hambrientos es tanto más trágico porque ellos no hablan ni actúan por si mismos. Son demasiado pobres y demasiado débiles para gritar y rebelarse. Los hambrientos son también los analfabetos y los enfermos que no interesan a los políticos porque no votan ni eligen, no sirven para la guerra, ni siquiera como carne de cañón y de tan grande que es su desdicha ignoran que son el eje de una tragedia universal.
Las grandes televisoras de Europa y los Estados Unidos recomiendan a sus productores, no abusar de las imágenes de los hambrientos del Sahel, Etiopia, Tchad, Mauritania, Haití y otros lugares donde además de no haber comida tampoco hay agua, techo donde cobijarse, lechos donde descansar, médicos ni medicinas. Algunos sitios de Internet, al mostrar fotos e imágenes filmadas advierten a los espectadores que las escenas no son apropiadas para los jóvenes y los niños.
Muchos europeos, incluyendo a los gobernantes, se relacionan con los cuadros de pobreza extrema vigentes en el Tercer Mundo, únicamente por las imágenes de los hambrientos que huyen y desesperados arriban a sus costas, donde son recibidos por patrulleros equipados con mascaras y guantes diseñados para la guerra biológica, que los protegen de los olores nauseabundos de la pobreza.