Radical es aquello que parte de la raíz. Las raíces de la democracia se encuentran en la acción política del pueblo sin diferencias entre gobernantes y gobernados, en la democracia directa y asamblearia. Pero resulta evidente para casi todo el mundo que semejante sistema de organización política no es factible en las sociedades actuales. Los […]
Radical es aquello que parte de la raíz. Las raíces de la democracia se encuentran en la acción política del pueblo sin diferencias entre gobernantes y gobernados, en la democracia directa y asamblearia. Pero resulta evidente para casi todo el mundo que semejante sistema de organización política no es factible en las sociedades actuales. Los sistemas políticos modernos funcionan a través de la representación. Sin embargo, esto no nos debe hacer olvidar la referencia utópica de una democracia en la que todos participáramos en la política por igual, de lo cual la democracia representativa no es más que un pálido reflejo. Por ello la democracia radical debe organizarse a partir de los sistemas de garantías propios de la democracia representativa: separación de poderes, imperio universal de la ley y un sistema de decisión por mayoría; pero tiene que intentar ir más allá viendo en esos sistemas condiciones necesarias pero no suficientes.
Los principales problemas con la democracia de los actuales sistemas políticos surgen a partir de la propia manera de organizar la representación. Los ciudadanos no ceden sus derechos al Estado sino que intentan ejercerlos por representación. Por ello sólo habrá democracia efectiva cuando esta representación sea lo más directa posible y sometida a todo tipo de controles. En la mayor parte de los sistemas políticos actuales la representación esta mediatizada por los partidos y el mandato imperativo ha sido abolido. Si bien este sistema parece inevitable, sí debería evitarse que los partidos se conviertan en élites que se limitan a ofrecer un producto en un mercado político que es a lo que se ha reducido el sistema electoral en muchos países. En el nuestro el oligopolio político de los partidos parlamentarios ha convertido a la corrupción en un factor de gobierno decisivo. Muchos aceptan esto como inevitable pero los republicanos luchamos por un sistema que aumente la traspar encia en la financiación de los partidos, someta a control estricto e independiente de influencias políticas las subvenciones que reciban del estado e intente evitar que los diputados parlamentarios se conviertan más en representantes de su partido que en representantes de la voluntad popular.
La teoría de la división de poderes surge a partir del principio de que los abusos de poder solo pueden frenarse con el propio poder. En una situación de democracia representativa en la que el poder se supone que reside en el pueblo pero no es ejercido directamente por él la división de poderes surge como el marco institucional que posibilita que el poder de un cuerpo institucional o una persona degenere en tiranía. El control y el contrapeso que ejercen unos poderes sobre otros son la salvaguardia frente a la existencia de gobernantes corrompidos y un pueblo manipulado. El ejercicio de la democracia no puede dar por supuesto que el pueblo o el gobierno está formado siempre por personas virtuosas.
Para suplir las carencias de la democracia representativa debería potenciarse la participación popular en mecanismos de control de la actuación de los políticos, desarrollando sistemas para elaborar presupuestos participativos en todas las instituciones en las que sea factible, haciendo del referéndum un canal de iniciativas populares que comprometan a los representantes y estableciendo procedimientos para que la democracia tenga un carácter auténticamente deliberativo evitando que la mayor parte de las decisiones que afecten a los ciudadanos queden en manos de expertos que no responden ante nadie.
[Extracto del Documento Político de Izquierda Republicana, en el año en el que se cumple el setenta aniversario de su fundación por Manuel Azaña, Presidente de la IIª República Española.]