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La desaparición de Ettore Majorana y una sugerencia a Santiago Alba Rico

Fuentes: Rebelión

Francisco Fernández Buey me habló en alguna ocasión de Ettore Majorana -«un joven físico italiano cuya historia seguro que te interesará»-. Lamentable, incomprensiblemente, no le presté mucha atención. ¡Y solía tomar notas de lo que decía! Leyendo, estudiando uno de los libros inéditos que nos ha dejado [1], he encontrado varias referencias al físico siciliano. […]

Francisco Fernández Buey me habló en alguna ocasión de Ettore Majorana -«un joven físico italiano cuya historia seguro que te interesará»-. Lamentable, incomprensiblemente, no le presté mucha atención. ¡Y solía tomar notas de lo que decía!

Leyendo, estudiando uno de los libros inéditos que nos ha dejado [1], he encontrado varias referencias al físico siciliano. Esta por ejemplo: «[…] Al plantearse las posibilidades de reencuentro entre una cultura científica y una cultura humanística en este fin de siglo creo que más interesante que el punto de vista representado por la llamada «cultura de la crisis» (tantas veces repropuesto hoy en día) es el de los científicos representantes de lo que lo que habría que llamar la «autocrítica de la ciencia» en el siglo XX, o sea, el punto de vista que se ha expresado en declaraciones de los científicos responsables y preocupados por el propio saber en este siglo: desde Ettore Majorana, Leo Szilard, el último Einstein y Bertrand Russell hasta Joseph Rotblat, J.M. Levi Leblond y Toraldo di Francia (entre otros)».

También esta recomendación: «Sobre el «misterio» de Ettore Majorana, físico teórico de la universidad de Nápoles desaparecido en 1938, se puede ver: Leonardo Sciascia, La desaparición de Majorana, traducción castellana de la edición italiana de Einaudi, Barcelona, Editorial Juventud, 1994″.

Tenía razón el autor de La gran perturbación. Vale la pena leer, disfrutar del libro de Sciascia [2]. Excelente, impecable, preciso como un teorema matemático-literario, como una Crónica de la muerte anunciada estilo detectivesco ubicada en la Italia de los años del fascismo.

El núcleo de la historia, contada y analizada -como si estuviera tras ella Kurt Wallander- en apenas 100 páginas (historia en la que intervino el mismísimo Giovanni Gentile, filósofo, ministro de Educación con Benito Mussolini), puede ser resumido del modo siguiente [3]:

En 1938, tras embarcar en Nápoles con destino a Palermo, el joven físico italiano Ettore Majorana desapareció. Nunca nadie volvió a verlo sin que haya sombras de duda sobre ese supuesto encuentro. En una de sus últimas cartas, dirigida a Carrelli, director del Instituto de Física, un colega de la Universidad de Nápoles, Majorana expresaba su intención de suicidarse, de desaparecer más bien. Tras varias pero torpes pesquisas, la policía atribuyó esa decisión a un acto de locura. La realidad, la verdad del caso, sin embargo, pudo no ser tan obvia. Atraído por esta extraña desaparición, Leonardo Sciascia ahonda en la trayectoria vital y la personalidad de este joven y eminente científico, en sus relaciones con su familia y sus colegas (Werner Heidegger entre ellos), para apuntar otras hipótesis. En esta «novela filosófica de misterio», como la define el propio Sciascia, salen a la luz sucintamente los precoces hallazgos de Majorana en el ámbito de la física atómica y su -altamente probable- preocupación por el poder destructivo asociado a esos descubrimientos. Tal vez en ello, se apunta en la contraportada del libro con tono ciertamente publicístico, «unido a la condición de genial hombre de ciencias de Majorana», radique la clave de unas de las desapariciones más misteriosas de la historia de la ciencia del siglo XX.

La carta a Carrelli, en la que Majorana anunciaba su desaparición, dice así: «He tomado una decisión a estas altura inaplazable. No es por egoísmo, aunque soy consciente de los trastornos que mi repentina desaparición os causarán a ti y a los alumnos. Te pido perdón, por eso y por traicionar la confianza, la sincera amistad y el afecto que me has demostrado estos meses. Dales por favor recuerdos a quienes he podido conocer y estimar en tu instituto, en especial a Sciuti; siempre los recordaré con cariño, al menos hasta las once de esta noche, y es posible que también después».

Sciascia no sólo narra con la máxima precisión y con espíritu investigador la historia del discípulo de Fermi y sugiere interpretaciones alternativas para dar cuenta de su desaparición, sino que toma posición en asuntos centrales de la historia de la física y del compromiso poliético del científico en el pasado siglo XX. En este fragmento por ejemplo (pp. 63-65):

«Sin embargo, Heisenberg no sólo no desarrolló el proyecto de la bomba atómica (prescindamos si podía o no fabricarla: proyectarla seguramente si), sino que se pasó toda la guerra con el doloroso temor de que los otros, los del otro lado, estuvieran haciéndolo; temor no infundado, por desgracia. Y trató, aunque torpemente, de comunicarles que ni él ni los físicos que quedaban en Alemania tenían intención de fabricarla ni medios para ello. Y decimos torpemente porque eligió mal al intermediario, el físico danés Bohr, que su maestro [4] […] En un mundo más humano, más cuidadoso y justo a la hora de elegir sus valores, sus mitos, la figura de Heisenberg debería ser más significativa y parecer más digna que la de otros físicos que por las mismas fechas trabajaron en la energía atómica: más digna que la de quienes desarrollaron la bomba, la entregaron y celebraron sus resultados, y sólo más tarde (y no todos) se sintieron desolados y se arrepintieron«.[la cursiva es mía].

No es un lugar común, en absoluto, la consideración del escritor italiano.

Sciascia, para no interrumpir el cuerpo de la narración, ubica a pie de página notas complementarias, como si se trataran de anotaciones de un ensayo. Esta, por ejemplo, hace referencia al director de la tesis doctoral de Majorana, al Premio Nobel de Física en 1938 Enrico Fermi, el constructor del primer reactor atómico:

«El hecho de que Fermi estrechara la mano del rey de Suecia en lugar de hacer el saludo romano suscitó entonces en la prensa italiana acerados comentarios. A quien no vivió el fascismo le será difícil imaginar los disgustos que podía costarle a alguien dar distraídamente la mano en lugar de hacer el saludo romano. Veamos de nuevo en la comedia Raffaele qué angustioso e insoluble problema podía plantear la abolición del apretón de manos…»

Son varias las anotaciones. Unas diez en total.

Una de estas a pie de página (pp. 62-63) es especialmente interesante, merece, exige ser destacada. Toca un punto nodal de la historia política de la tecnociencia contemporánea y habla directamente de alguno de sus grandes protagonistas (Sciascia no se corta ni un pelo y es especialmente claro cuando habla del director científico del proyecto Manhattan):

«Cuando pensamos en cómo estaba organizado el Proyecto Manhattan y dónde se desarrolló, nos vienen imágenes de segregación y esclavitud que recuerdan los campos de exterminio nazis. Quien maneja la muerte por más que sea la de otros -como se manejaba en Los Álamos-, obra por la muerte y en la muere. En los Álamos se recreó precisamente aquello que se aspiraba a combatir. La relación entre el general Groves, jefe plenipotenciario del Proyecto Manhattan y el físico Oppenheimer, director científico, fue en vedad la misma que en los campos nazis se establecía con frecuencia entre ciertos prisioneros y los jefes. El «colaboracionismo» era para estos prisioneros otra forma de ser víctimas; para los verdugos, otra forma de ser verdugos. Y destrozando como un prisionero «colaboracionista» de los campos de concentración nazis salió Oppenheimer de Los Álamos; su drama -que no nos conmueve, y que sólo mencionamos por su valor de parábola, de lección, de aviso para la comunidad científica- es ni más ni menos que el efecto individual, subjetivo, de un nefasto «colaboracionismo» que muchos miles de personas vivieron objetivamente (en el sentido de que murieron por su culpa). Esperemos que no vengan nuevas y más grandes mortandades de este aún no interrumpido ‘colaboracionismo».

Hasta aquí un incisivo y nada complaciente Sciascia.

¿Conocen a alguien mejor que Santiago Alba Rico para reflexionar, para sacar todo el jugo que necesitamos de esta nota? ¿Se comprende que me atreva a sugerir, a pedir, al autor de Capitalismo y nihilismo uno de sus artículos imprescindibles sobre esta observación sustantiva, acaso equivocada, sesgada, exagerada, o, por el contrario, muy puesta en razón, del gran escritor italiano?


 

Notas:

[1] «Para una tercera cultura. Ensayo sobre ciencia y humanidades». Próxima publicación en Los Libros de El Viejo Topo.

[2] He consultado la edición de Tusquets, Barcelona, 2007, en traducción de Juan Manuel Salmerón. El original italiano, si no ando muy errado, está fechado en 1975.

[3] Tomo base en la contraportada del volumen editado por Tusquets.

[4] Majorana llegó a conocer a Bohr: «El 1 de marzo salgo para Copenhague a visitar a Bohr, que es el primer pionero de la física moderna, aunque ahora está algo viejo y chochea bastante…»

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría