La expansión de las tierras áridas está dejando a países enteros enfrentados a la hambruna. Es hora de cambiar la manera en la que pensamos sobre la agricultura.
Este verano las olas de calor sin precedentes y los dramáticos incendios en el sur de Europa y en el oeste norteamericano fueron duros recordatorios de que la crisis climática está aquí. Pero mientras el mundo se calienta, también hay una crisis más silenciosa y menos conocida desarrollándose bajo nuestros pies. La desertificación, durante mucho tiempo vista como una crisis que principalmente afecta a las naciones en desarrollo, está llegando también a Europa y Norteamérica, a medida que las sequias cada vez extremas tuestan los suelos ya degradados por las prácticas agrícolas y de pastoreo convencionales.
En España, por ejemplo, aproximadamente un quinto de toda la tierra está ahora en alto riesgo de desertificación, como también lo está la tierra agrícola en Italia, Grecia y el oeste de Norteamérica.
La desertificación es un proceso que convierte las tierras fértiles en tierras áridas debido a la interacción entre los efectos de la actividad humana y los extremos climáticos. La degradación del suelo es la disminución de su capacidad para mantener cultivos y ganado, ya sea por la erosión de su capa superficial fértil o por la pérdida de su capacidad de retener el agua, materia orgánica rica en nutrientes y la vida que lo mantiene. Las praderas semiáridas como el Sahel y las llanuras del oeste de Norteamérica son las más vulnerables debido a que la perdida de la vegetación nativa resistente a las sequias puede desencadenar una degradación rápida del suelo y una pérdida de productividad agrícola.
Sin embargo, un clima cambiante no es la única causa detrás de la desertificación. Cómo tratamos la tierra, cómo cultivamos y pastoreamos, también importa. Los suelos sanos y llenos de vida retienen mejor la humedad que cae sobre los campos agrícolas.
La desertificación es un problema creciente. Una auditoria de la UE de 2018 encontró que, solo en Europa, un área dos veces la superficie de Portugal había entrado en un alto riesgo de desertificación en la década anterior. En décadas recientes 13 estados de la EU se declararon afectados debido a que la región mediterránea experimentó una expansión significativa de las tierras áridas (regiones con baja pluviometría). Se estima que la degradación del suelo cuesta decenas de miles de millones de euros al año en la UE, y sin embargo, la manera en la que los agricultores tratan el suelo sigue prácticamente sin regular en ambos lados del Atlántico en lo que se refiere a la salud del suelo.
La amenaza de desertificación y de la degradación del suelo aumentará a medida que progresa la crisis climática. Un informe de 2018 encontró que la degradación de la tierra ya afecta al bienestar de al menos 3.2 miles de millones de personas, más de un tercio de la humanidad. Entre 1982 y 2015 las prácticas insostenibles de uso de la tierra ya desertificaron un 6% de las tierras áridas del mundo. Globalmente, se estima que el área de tierras áridas aumente en un 23% este siglo.
Ya se prevé que el aumento de temperatura reducirá las cosechas de cultivos básicos como el trigo, el arroz, el maíz y la soja en un 3-7% por cada 1ºC de aumento. En el estado de Washington, por ejemplo, este año las cosechas de trigo han disminuido a la mitad debido a una sequía devastadora. Madagascar se enfrenta ahora a una hambruna provocada por el cambio climático.
Pero no son solo las sequias las que provocan el problema. Las prácticas agrícolas que degradan el suelo reducen la resiliencia de los cultivos debido a que el empeoramiento de las condiciones afecta las cosechas. Las tierras áridas son particularmente sensibles a la degradación por el laboreo y el sobrepastoreo. Si continua, la degradación del suelo aumentará aún más la amenaza a la producción agrícola en regiones de las que la humanidad depende para alimentarse.
Mirando atrás en la historia, es claro que la desertificación y la degradación del suelo no son problemas nuevos. Desde la llegada de la agricultura, la humanidad ha degradado hasta un tercio de la tierra potencialmente cultivable del mundo. Este patrón refleja tanto una larga historia de erosión provocada por el arado, como la adopción más reciente de prácticas agrícolas modernas que agotan la materia orgánica y perturban los ecosistemas del suelo. Desafortunadamente, estamos repitiendo el problema a escala global.
Las prácticas ahora convencionales de cultivo y pastoreo que degradan el suelo dejan a los agricultores de todo el mundo cada vez más dependientes de grandes cantidades de fertilizantes y plaguicidas químicos. El declive de la salud del suelo debido al agotamiento dela materia orgánica y de la vida del suelo es un problema crítico cada vez más reconocido.
Según un informe de la EU de 2015 vamos camino de degradar otra tercera parte de la tierra cultivable global en el curso de este siglo. Estamos dejando la tierra más frágil y a nuestros cultivos más vulnerables al mismo tiempo que el cambio climático está creando presiones medioambientales sin precedentes.
Para combatir y revertir la creciente amenaza de desertificación y degradación de los suelos necesitamos reducir las emisiones de carbono y cambiar la manera en la que cultivamos. No tenemos que reaprender lecciones de las sociedades pasadas que degradaron sus suelos. Pero para evitar su suerte necesitamos reorientar nuestra agricultura en torno a prácticas de cultivo y pastoreo que regeneren la salud del suelo.
Hace varios años, visité y escribí sobre granjas y ranchos de todo el mundo que habían restaurado la fertilidad de tierras antes degradadas. Vi como la agricultura y el pastoreo regenerativo basado en prácticas de creación de suelos pueden revertir su degradación, reconstruir la salud del suelo y hacer que las granjas sean más resilientes ante fenómenos meteorológicos extremos, mientras que se mantienen buenas cosechas. Pero se necesita reemplazar las prácticas agrícolas convencionales que dependen de un laboreo intensivo y del uso masivo de fertilizantes químicos por prácticas que priorizan la salud del suelo.
Además de los intensos esfuerzos para reducir las emisiones de carbono derivadas de los combustibles fósiles, necesitamos un impulso global sostenido para reconstruir la salud de los suelos agrícolas del mundo. Afortunadamente, esto último puede ayudar con lo primero. Las prácticas agrícolas que crean suelos sanos convierten el dióxido de carbono capturado de la atmosfera en materia orgánica para el suelo. Mientras que el potencial de los suelos para secuestrar carbono sigue siendo intensamente debatido, incluso las estimaciones más prudentes ayudarían a ralentizar el cambio climático.
El suelo es el cimiento de la vida en la Tierra. A medida que nos enfrentamos a un siglo con condiciones meteorológicas cada vez más volátiles y con una población en aumento, lo necesitamos en sus mejores condiciones para sustentarnos. La humanidad debe tomarse en serio nuestra responsabilidad colectiva intergeneracional para conservar la salud y la fertilidad de nuestra tierra, sin importar donde vivamos.
David R. Montgomery es profesor de geomorfología en la Universidad de Washington, y autor de Tierra: La erosión de la civilizaciones (Dirt: TheErosion of Civilizations ) y Cultivando una revolución: Devolver la salud a nuestros suelos (Gorwing a Revolution:Bringingoursoil back tolife).