La reflexión que quiero compartir es una provocación, por lo tanto creo necesario empezar enmarcando mi argumento. Las líneas que siguen a continuación surgen de una serie de debates que hemos tenido en diferentes momentos las y los integrantes del Centro de Estudios de la Ciencia (CEC) del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Aunque […]
La reflexión que quiero compartir es una provocación, por lo tanto creo necesario empezar enmarcando mi argumento.
Las líneas que siguen a continuación surgen de una serie de debates que hemos tenido en diferentes momentos las y los integrantes del Centro de Estudios de la Ciencia (CEC) del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC). Aunque ingresé al equipo de trabajo en noviembre de 2014, por ‘diferentes momentos’ me refiero a ocasiones muy anteriores a mi ingreso en las que se ha conversado sobre el devenir del campo de los Estudios Sociales de la Ciencia (ESC) en América Latina y Venezuela [i] .
En esas conversaciones he encontrado interesante la existencia de presencias hologramáticas a través de las argumentaciones que se van tejiendo en cada discusión. Igualmente interesante es el hecho de que ese tejido no necesariamente evoca una continuidad reflexiva; también va bordando desplazamientos y cuestionamientos con el propósito de (y esta es una interpretación personal) reorientar la tradición racionalista de la ciencia, avanzando al mismo tiempo en su eventual deconstrucción (lo que entiendo como el proyecto de ‘ciencia sucesora’ de Sandra Harding [ii] ).
Recientemente, desde el año pasado, el contexto de estos debates es el consenso sobre la necesidad de repensar las bases que fundamentan el posgrado en ESC que se imparte en el IVIC y es coordinado desde el CEC. Es en este marco donde se inserta mi reflexión [iii] .
Pensar desde el campo de los ESC el debate en torno al desarrollo es preguntarnos sobre el sistema de conocimiento y prácticas que le es constitutivo, cómo dicho sistema ha posibilitado su difusión planetaria, qué consecuencias ha generado y cuáles serían las claves para reinterpretar, interpelar y/o deconstruir dicho orden discursivo [iv] .
Por tal motivo, ayuda mucho afirmar -como lo ha hecho Sandra Harding en Ciencia y Feminismo– que «la filosofía centrada en la epistemología […] y la racionalidad centrada en la ciencia no constituyen sino un episodio de tres siglos en la historia del pensamiento occidental». Discutir sobre el desarrollo es, también, discutir sobre la ciencia y la tecnología en las cuales se ha apoyado. Esto es algo que me queda claro cuando Arturo Escobar, en su clásico libro La invención del desarrollo, nos habla de la profesionalización e institucionalización del mismo.
Entonces, estudiar críticamente la relación ciencia-tecnología-desarrollo es abordar también la interrogante acerca de cuál ciencia y cuál tecnología estamos cuestionando. Ello plantea dos tareas político-académicas que se encuentran entrelazadas: 1) las continuidades y discontinuidades de la idea del desarrollo con la historia de la idea del progreso; y 2) la genealogía de los significantes ‘ciencia’ y ‘tecnología’.
Increpar a la ciencia moderna supone evidenciar otras dos cosas: por un lado, que su racionalidad es constitutivamente dominadora, racista y colonizadora [v] ; y por otro, que la crisis ambiental global que vivimos tiene como correlato directo una crisis de la razón o de lo que la cultura dominante ha hecho de la razón [vi] .
A poco más de siete décadas de aquel discurso de Harry Truman el 20 de enero de 1949, y a casi cuatro años del lanzamiento de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) por parte de Naciones Unidas, son muchas las preguntas que siguen quedando abiertas: ¿No ha pasado ya suficiente tiempo como para percatarnos de que los países ‘en vías de desarrollo’ quedarán confinados a esa condición porque, precisamente, ella es necesaria para que los países ‘desarrollados’ mantengan su hegemonía? ¿Se requiere más evidencia para constatar la incompatibilidad de las políticas de crecimiento económico con la llamada sostenibilidad ambiental? Después de tantas décadas de desarrollo, ¿por qué las desigualdades sociales, en lugar de disminuir, se han incrementado? ¿Será que estamos ante un grave problema de diseño?
Aquí es donde entra mi provocación. A fin de que la crisis civilizatoria sacuda hasta la médula nuestra posición en el mundo, ¿es posible plantearse como hipótesis de trabajo que el desarrollo es, desde sus orígenes, un diseño de eliminación? ¿Qué implicaciones tiene este punto de partida en contextos como el latinoamericano, en el que desde el podio de los Estados/Gobiernos se reivindica el ‘derecho al desarrollo’? ¿Se trata de un curioso derecho que anula, contradictoriamente, todos los demás derechos, empezando por el de la autodeterminación?
Conviene aclarar que la noción ‘diseño de eliminación’ la tomo del teórico australiano del diseño, Tony Fry [vii] y que, además, la estoy usando en un sentido ligeramente distinto al que propone el autor pero no por ello contradictorio con el suyo. Para Fry, el término se enmarca en su propuesta de una ‘era del sostenimiento’ (sustainment); por tanto, es necesaria la eliminación, vía diseño, de lo insostenible. Algunas iniciativas al respecto serían, por ejemplo, crear herramientas que nos permitan conservar los materiales en uso en lugar de agotarlos en tanto ‘recursos’; estructuras de funcionamiento modesto en vez de infraestructuras excesivas; y productos que conserven su utilidad a lo largo de la vida de sus usuarias y usuarios, combatiendo así la obsolescencia programada. Vemos, pues, que lo que busca eliminar el diseño de eliminación de Fry son las condiciones que vulneran el sostenimiento de la vida y que niegan un futuro con futuros (lo que él ha llamado desfuturización [viii] ).
Si en Fry el término tiene un sentido propositivo, es porque también es un concepto-denuncia. Y esta es la distinción que quiero resaltar. La eliminación también puede ser entendida como ligada a la noción de epistemicidio de Boaventura de Sousa Santos [ix] . Ello permitiría comprender las tensiones en torno a planes, programas, proyectos y políticas de desarrollo como conflictos entre mundos constantemente en disputa y diseño, llevando así la política de la ontología de artefactos, tecnologías, procesos y/o marcos categoriales a su aspecto más radical: si sus condiciones de posibilidad requieren la producción activa de la inexistencia (cuando no el literal exterminio) de otras formas de habitar el mundo o, por el contrario, pueden coexistir con otros modos de ser.
La desfuturización es la marca de origen del desarrollo. En las primeras páginas del libro de Escobar ya mencionado, el autor cita un pasaje de un influyente documento de NU que evidencia la arrogancia y el etnocentrismo con el que se concebía la reestructuración (entiéndase diseño) de las sociedades ‘subdesarrolladas’. Podemos suponer que tal arrogancia y etnocentrismo se han matizado con el tiempo (ahora se dice ‘en vías de desarrollo’), pero no por ello han dejado de existir y ocupar el imaginario de algunas y algunos de los responsables de las políticas del desarrollo a diferentes escalas. Copiaré el pasaje en su totalidad porque lo considero bastante ilustrativo de la dimensión ontológica del desarrollo como diseño de eliminación (de futuros):
Hay un sentido en el que el progreso económico acelerado es imposible sin ajustes dolorosos. Las filosofías ancestrales deben ser erradicadas; las viejas instituciones sociales tienen que desintegrarse; los lazos de casta, credo y raza deben romperse; y grandes masas de personas incapaces de seguir el ritmo del progreso deberán ver frustradas sus expectativas de una vida cómoda. Muy pocas comunidades están dispuestas a pagar el precio del progreso económico [x] .
Este programa de acción ha requerido y requiere ciencia y tecnología para su implementación. Por eso, el análisis crítico de su racionalidad y de los aspectos constitutivos de la misma es fundamental.
Continúo con mi provocación: si la desfuturización es la marca de origen del desarrollo, ¿lo es también del campo de los ESC? ¿Esta área de investigación interdisciplinaria está comprometida ontológicamente con la idea del desarrollo?
Estas interrogantes en ningún momento suponen que dicho campo sea acrítico o irreflexivo. Por el contrario, al estudiar el doble movimiento entre la ciencia y sociedad, los ESC abordan diversos ámbitos: percepción y gestión de riesgos, controversias socio-técnicas, gestión del conocimiento, filosofía de la ciencia, historia, sociología y economía de la innovación, metodologías de análisis, antropología del conocimiento, por nombrar solo algunos.
Lo que tales preguntas ponen en el centro del debate es cuál es la función crítica de la crítica [xi] en los ESC. ¿A qué responden, en última instancia, los ámbitos mencionados? ¿Se trata de una crítica parcial, sistémica o anti-sistémica del desarrollo? ¿Hasta qué punto es posible un giro regenerativo en la ciencia y tecnología modernas? Considero que los ESC deben enraizarse en los terrenos de las epistemologías políticas en sus diferentes variantes (feministas, del sur, decoloniales, etc.), visibilizando otras experiencias y expectativas sociales, como también los mundos de los cuales emergen.
Al menos desde América latina (porque no puedo hablar con propiedad de otras regiones), entiendo el origen de los ESC como un hermano siamés de la idea del desarrollo. En sus inicios, las preocupaciones fundamentales giraban en torno a cómo la ciencia y tecnología pueden apalancar el desarrollo económico y social de las naciones latinoamericanas [xii] . Una vertiente crítica de esta relación está en el pensamiento latinoamericano sobre dependencia. Groso modo, este continúa siendo el trasfondo intelectual de los debates del campo en la actualidad. Y aunque las discusiones sobre el posdesarrollo también forman parte del pluriverso de reflexiones críticas en América latina [xiii] , no necesariamente han permeado en su conjunto los ESC.
Victor Papanek en su clásica obra Diseñar para el mundo real [xiv] , afirmaba que los diseñadores se han convertido en una especie peligrosa. A la luz de esta reflexión, creo que los desarrollistas son un género de esa especie. ¿Perteneceremos las y los integrantes del campo de los ESC a tal taxonomía?
Como toda provocación, soy consciente de que la misma, además de generar incomodidades, puede estar cargada de argumentos que a primera vista parecieran taxativos. No obstante, lejos de ello, la idea es contribuir con los esfuerzos por abrir puertas a otras conversaciones, ya que los términos del «diálogo» hegemónico (o, más bien, soliloquio) sobre el desarrollo y sus variantes siguen eliminando futuros, porque ahoga voces y encubre sus mundos. Si la desfuturización es un problema grave, no quitarnos las gríngolas es algo aun peor.
Notas:
[i] Cabe agregar que fuera del CEC otros compañeros y compañeras del IVIC también vienen impulsando discusiones similares. Aunque no abordan el análisis de un campo académico como los ESC, sus debates giran en torno a la corresponsabilidad de la ciencia en la actual crisis civilizatoria. Mis conversaciones con algunas y algunos de ellos (Francisco Herrera, Daniel Lew, Lilliam Arvelo y Tibisay Pérez) han sido muy estimulantes y a ellas y ellos debo, en parte, varias de mis reflexiones e inquietudes actuales. Si bien existen disensos mínimos, por demás necesarios, nos reúne una angustia común: el mundo que estamos viviendo y el que se avecina. Poco a poco el grupo, dentro del cual me incluyo, va sumando personas de otras instituciones.
[ii] Harding, Sandra (1996[1993]). Ciencia y feminismo. Madrid: Ediciones Morata (tercera edición en inglés, New York: Cornell University Press).
[iii] Actualmente, el coordinador académico del posgrado es el sociólogo venezolano y doctor en Estudios del Desarrollo, Miguel Ángel Contreras Natera. Trabajar con él en el proceso de revisión del posgrado ha sido una experiencia igualmente estimulante para mí. Las conversaciones que hemos tenido también inspiran mis búsquedas intelectuales recientes.
[iv] Escobar, Arturo (2012[1995]). La invención del desarrollo. Popayán: Editorial Universidad del Cauca (primera edición en inglés, Princeton: Princeton University Press).
[v] Buatista, Juan José (2014). ¿Qué significa pensar desde América latina? Madrid: Akal. Es necesario agregar y resaltar que la racionalidad moderna también es constitutivamente androcéntrica. Curiosamente, esta palabra no aparece ni una sola vez a lo largo de todo el libro.
[vi] Plumwood, Val (2002). Environmental Culture. The ecological crisis of reason. New York: Routledge.
[vii] Fry, Tony (2005). Elimination by design. Design Philosophy Papers, 3 (2): 145-147. Llegué a este autor gracias al reciente libro de Arturo Escobar, Autonomía y diseño (Editorial Universidad del Cauca, 2016). Posteriormente, la editorial de Duke University publicó una edición en inglés, Designs for the Pluriverse (2018). En el siguiente enlace puede consultarse una reseña, a manera de ensayo, que elaboré sobre el libro en castellano: https://iberoamericasocial.com/mas-alla-la-formacion-onto-epistemica-patriarcal-capitalista-moderno-colonial-ensayo-autonomia-diseno-arturo-escobar/
[viii] Fry, Tony (1999). A new design philosophy: an introduction to defuturing. Sydney: New South Wales University Press.
[ix] Santos, Boaventura de Sousa (2009). Epistemologías del Sur . México: Siglo XXI Editores
[x] El documento citado es: United Nations, Department of Social and Economic Affairs (1951). Measures for the economic development of underdeveloped countries. New York: United Nations.
[xi] Bautista, op cit.
[xii] Kreimer, Pablo (2007). «Estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América latina: ¿para qué?, ¿para quién?» Redes , 13 (26): 55-64.
[xiii] Ulloa, Astrid (2015). «Environment and development: reflections from Latin America». En The Routledge Handbook of Political Ecology, editado por Tom Perreault, Gavin Bridge y James McCarthy, 320-331. New York: Routledge.
[xiv] Papanek, Victor (1977). Diseñar para el mundo real. Ecología humana y cambio social. Madrid: H. Blume Ediciones.
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