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La desmesura

Fuentes: Rebelión

La civilización que, por encima de otras muchas cosas, es la plena madurez en la conviven­cia de una sociedad, no irrumpe en un pueblo o en una nación de la noche a la mañana. No decimos: la civilización ha llegado. Decimos, este o aquel país es muy civili­zado o está atra­sado. Y es que la […]

La civilización que, por encima de otras muchas cosas, es la plena madurez en la conviven­cia de una sociedad, no irrumpe en un pueblo o en una nación de la noche a la mañana. No decimos: la civilización ha llegado. Decimos, este o aquel país es muy civili­zado o está atra­sado. Y es que la civilización, estricta­mente hablando, es un proceso muy largo que no per­mite quemar eta­pas. Sólo una guerra entre naciones precipita el progreso del país ganador, y también progresa una nación cuando recibe ayuda económica de otra nación o de un con­junto de ellas, que es lo que ocurrió con los fondos de cohesión que re­cibe España de la Comuni­dad Europea desde 1986; fondos cuyo obje­tivo, por cierto, es reducir las disparida­des socioeconómicas y promover el desarrollo sostenible. Por consi­guiente, guerras triunfa­les y ayudas reportan progreso material, básicamente económico. Pese a todo, las disparida­des que las ayudas de Europa pretenden disipar, no sólo no se han reducido sino que se han incrementado en España. Por lo que la idiosincrasia, es decir, los ras­gos más sobresalientes de un pueblo como organismo vivo, permanece casi invaria­ble. Lo mismo que el talante de la clase dirigente cuyos aspectos más sombríos da la impre­si n de que se potencian.

Desde luego es sabido que en paí es atrasados no es infrecuente que los persona­jes a su frente se apropien de las ayudas internacionales… Y esto ha sido, de una manera indirecta, lo que ha ocurrido en España. El sistémico sa­queo de las arcas públicas a raíz precisa­mente de las ayudas de Europa se ha extendido a lo largo de al menos dos décadas. Pero por otro lado, si en la dicta­dura fueron despóticas las leyes y despótico el modo de interpretar­las, pese a los pronunciamientos de la nueva Constitución sobre derechos y liberta­des, su interpreta­ción, la interpretación de las leyes inspiradas por ella, la tendencia a la intolerancia destilada por el dogma religioso y la prepoten­cia de los herederos de los ganadores de la guerra civil sólo han cambiado lo justo para evitar levantamientos. Pero no hay cambios sustanciales en el tempera­mento nacional porque gracias a esas ayudas haya ahora más ri­queza. Al contrario, el objetivo de los fondos recibidos de reducir las disparida­des en la socie­dad y promover el desarrollo sostenible en España, en buena me­dida se ha frustrado. España sigue sujeta a una ley evolutiva que abarca más o menos tiempo pero aun así man­tiene los rasgos predominantes de su idiosincrasia. Sobre todo en la clase dirigente: pica­resca manifestada de distintas maneras, predominio ya mencionado de la religión y propen­sión de los dominadores sociales a obviar la estrechez o miseria de grandes bolsas de pobla­ción al tiempo que se desmelenan en los medios y producen agita­ción los líderes para desestabili­zar a la sociedad y para atraer a quienes en su inten­ción de voto están entra la espada y la pared…

Teniendo en cuenta lo dicho, me atrevo a decir que en España, todo lo que nos llega de ella a lo largo de todos los tiempos y de la historia reciente de su vida política y pública es desmesurado. Todo cuanto sucede está fuera del quicio que tienen otras naciones del mismo sistema, cultura o civilización. Por eso están vivos en la vida pública todos los sustanti­vos y adjetivos que en la lengua española, rica en epítetos como quizá ninguna otra, expresan exagera­ción respecto al punto de vista de lo que el individuo corriente y mental­mente sano considera normal. Bravuconería, fanfarronería, grotesco, chanchullo, esper­pento, caricatura, trapisonda, etc. son palabras aplicables a la actitud y al lenguaje de los mal llamados partidos conservadores; conservado­res de los tics dictatoriales, pero no de las bue­nas costumbres y virtudes sociales que hablan bien de una nación o de un gober­nante.

No debiera extrañar. Casi podemos considerar como lógica consecuencia que tras 40 años de ayuno, de ayuno sexual, de ayuno de opinión, de ayuno del pensar, de ayuno incluso del sentir, el comportamiento general y el particular de los dirigentes que se han ido suce­diendo sigan siendo más o menos los mis­mos que hicieron acto de presencia repentina en la escena pública al abrirse la espita del marco político en el que sobrenadamos. Me refiero a un to­rrente desbordado en la forma de manejar las ideas y los conceptos tan firme­mente imbui­dos en los espíritus por los usos, costumbres e ideario de la dictadura de la que pro­cede di­cho marco que persisten, en grave detrimento de las esperanzas que la mayoría de la pobla­ción abrigaba ante el nacimiento de una nación «nueva». Esperanzas que andando el tiempo se han ido esfu­mando hasta considerarlas malogradas al comprobar que el nivel de honesti­dad en la política, en los medios, en el empresariado, en la justicia y en toleran­cia que se res­pira en Europa, queda muy lejos de lo acariciado enton­ces, hace cuarenta años. Porque a lo largo de estas cuatro décadas, el modo ladrón y tremendista de hacer política de unos políti­cos, la debilidad de otros, esos que abanderaron la causa de la re­pública, la inevitable presen­cia entre bastidores de la jerarquía eclesiástica, y una mani­fiesta continuidad del es­tilo interpretativo franquista de las leyes y de la Constitución por parte de una Justicia de la que se esperaba redención, han dado al traste no sólo con la amino­ra­ción de las disparida­des socioeconómicas sino también con la ilusión de caminar hacia el ave Fénix de una socie­dad renacida de las cenizas del opro­bio…

El mismo juez, sobre todo el magistrado, es decir el juez que forma parte de un tribunal, si­gue teniendo un visión de la sociedad distorsionada y no muy distante del tipo de socie­dad franquista. No es infrecuente que según la clase social a que pertenece el procesado y los apoyos indirectos con los que cuen­ten estos, no vean los tribunales de manera muy diferente y deformada al reo, como el matarife o el torero ven a un animal y no a un ser vivo. Es la razón por la que el aluvión se ha llevado por delante muchas cosas indeseables y con ellas otras que impiden todavía encontrar el justo medio en la vida pública y tam­bién en la pri­vada. Pasar de un día a otro una pareja formada «para toda la vida» a estar en condiciones de divorciarse e impulsada por ello mismo a descasarse; dejar de ser delito una conducta que lo había sido el día anterior; pasar de ser perseguido y torturado el homo­sexual a ser dueño de grandes cuotas de la propiedad de medios de comunicación; encontrarse casi de repente España con un flujo de dinero procedente de Europa con el que no contaba ni el m á s ingenuo so ñador; acariciar la idea de poder vivir en algu­nos de sus territorios como nacionali­dad nueva en línea con una histórica aspiración… son fenómenos antropológicos lo suficientemente potentes como para tambalear a comportamientos individuales pero tam­bién y con más fuerza a colectivos y a partidos políticos. El modo de responder los gobier­nos y el Estado a las aspiraciones de vascos y catalanes es un ejemplo de cerrazón incomprensi­ble en la gobernacion de este periodo postdictatorial. El ayuno de los 40 años de tiranía pudo funcionar como terapia por los excesos de los años 30. Pero pasar casi súbita­mente a devorar libertades una vez transcurri­das esas cuatro décadas de ayuno de liberta­des, ha traido unas consecuencias nefastas para el organismo social que no ha sabido digerir­las. La población en general también, pero quienes tenían la obligaci ó n de dar ejem­plo: monarca, pol í ticos, periodistas, jerarqu í a religiosa y magistrados, en lugar de compor­tarse dignamente dimitieron de ella y entronizaron en la vida pública una vez más en la histo­ria de este país la desmesura. El monarca se convirtió en un rufián, los jerarcas religio­sos en comerciantes impostados, los políticos en ladro­nes, unos, y otros en politicastros, y los magistrados en unos títeres de su predominante ideología también franquista…

Se dice que en todas partes hay corrupción, que hay abusos, que hay perversi­dad. Sí, pero todo lo que de eso pueda haber fuera, en España se poten­cia de una manera exponencial. El saqueo metódico de las arcas públi­cas, el modo de tratar el periodismo y la justicia (con reminis­cencias del tribu­nal de orden público franquista) predominantes los asuntos territoria­les y el modo benevolente por otra parte de tratar gravísimos delitos económicos con grave repercusión en el empobrecimiento de la vida ciudadana, todo es desmesu­rado. La predominancia de periodistas sin deontología profesional que cuentan con el patrocinio de los propietarios de las cadenas de radio y televisión, su descarado desprecio de los contertu­lios con sus constantes interrup­ciones y pasividad manifiesta del moderador… La manera de instruir la causa del proceso catalán tras la poda humillante previa del Estatut por el Tribunal Constitucional, las condiciones en que se produjo y el rechazo del Estatuto Vasco presentado en el Congreso en 2005, y casos como el reciente de un hombre para el que la fiscal ía pide 4 a ños y 10 meses de cárcel por hur­tar un bocadillo, etc, todo pone de mani­fiesto lo caótico, indignante, grotesco, absurdo y bajísimo nivel de la política, de los medios y de la justicia española: la desmesura…

Oír un día y otro que se ha dado un golpe de estado en el Congreso porque ha accedido un presidente tras un protocolo constitucionalmente previsto… Oír asimismo que se ha dado otro golpe de Estado con un delito de rebelión en Cataluña porque se ha declarado simbólica­mente una república en aquella Autonomía, produce sonrojo no  sólo en gran parte de España sino también en la Europa que está periódicamente allegando fondos al Estado español. Y de esa proyección de una España semibananera se encargan especialmente los partidos políticos que se consideran adalides del patriotismo. Poco les im­porta el efecto que cause en los demá s países el manifiesto divorcio que plan­tean con esa nomenclatura. Impi­den las consultas institucionales y tratan a Cataluña como a un enemigo a liquidar, dando de España una imagen deplora­ble cuya visión millones de personas dentro y fuera compar­ten. Otra desmesura.

Las injusticias son desmesuradas, la corrupción es desmesurada, las interrupcio­nes en los debates de televisión son desmesuradas, la jactancia, la impostación, la arrogancia y el pésimo uso del periodismo de muchos de sus profesionales, no solo le hace repulsivos a ellos personalmente, sino también al propio periodismo como profesión. Al igual que pasa en la política cuyos miembros no solo se dañan a sí mismos sino que hacen indeseable la profe­sión política pues las virtudes que deben acompañar a su ejercicio, que son servicio a la sociedad y prudencia, brillan constantemente por su ausencia. La imprudencia de los políti­cos en España, como la de los gobernantes, ha to­mado hace mucho carta de naturaleza en la escena pública. Los afirmaciones y promesas retóricas de los líderes son moneda común pese a que la hemero­teca les pone en una evidencia que a cualquier ciudadano corriente le avergon­zaría lo bastante como para pensar en dedicarse a otra cosa…

En todas partes hay corrupción, en todas partes se interrumpe al que está hablando pública­mente en los platos de televisión, en todas partes hay cana­llas, en todas partes hay mentirosos, en todas partes hay maldad en todas par­tes hay abusos, en todas partes hay injusticia, en todas partes hay desigual­dad, es el mantra que se oye a menudo en los mentide­ros para difumi­nar la importancia de tanto despropósito y tanta infamia. Pero esto im­porta un adarme porque no quieren ver que la desproporción existente entre todas esas lacras sociales «de todas partes» y la que embarga a España alcanzando tal dimensión que yo mismo evito calificar para no incurrir en otra desmesura…

Porque no es, en efecto, fácil imaginar una sociedad humana, aún avanzada, que no esté transida por algunas dosis de corrupción. La imperecedera frase de Einstein, los males del mundo no vienen de los perversos sino de los que les consienten, es lapidaria. Y las proporcio­nes que alcanzan en España los despropósitos y la desmesura en la política, en la justicia, en la pobreza, en la desigualdad, son imposibles de igualar en cualquier otro país europeo. Por ú ltimo, admito de buen grado que estas mismas reflexiones estén contamina­das de desmesura y que para algunos o muchos sean en sí mismas desmesura aunque sólo sea su extensión…

Jaime Richart, Antropólogo y jurista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.