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La (dichosa) anomalía cubana

Fuentes: La Jornada

Las políticas neoliberales y la mundialización dirigida por el capital financiero han causado desastres en el nivel de vida y en las conquistas sociales. En los países dependientes -Cuba lo es-, y en particular en los que no tienen el paliativo de tener suficientes recursos energéticos propios -como es el caso de Cuba-, esos desastres […]

Las políticas neoliberales y la mundialización dirigida por el capital financiero han causado desastres en el nivel de vida y en las conquistas sociales. En los países dependientes -Cuba lo es-, y en particular en los que no tienen el paliativo de tener suficientes recursos energéticos propios -como es el caso de Cuba-, esos desastres tuvieron consecuencias atroces, como el aumento exponencial de la miseria y de las enfermedades curables. Inclusive en Argentina, país exportador de alimentos, más grande y rico que Cuba, llegaron a morirse de inanición decenas de niños, se difunden enfermedades anteriormente desterradas y aparece el analfabetismo de retorno. Cuba es una excepción, una anomalía. Por eso el Goliat sediento de sangre no ve la hora de acabar con este diminuto David, que prueba al mundo que existen alternativas a la dominación del aparato de opresión más potente de la historia.

Dentro de pocos años se cumplirá medio siglo de bloqueo imperialista a una isla de pocos millones habitantes, apenas salida de una revolución. Cuba era uno de los países más desarrollados según los cánones latinoamericanos, pero que dependía totalmente, desde siempre, de su comercio exterior y se basaba esencialmente en la monoproducción agrícola. Un bloqueo semejante, que ha costado a este país más de 100 mil millones de dólares, o sea, casi 10 mil dólares por habitante, que obligó a Cuba a cambiar su tecnología estadunidense por la muchas veces inadecuada y defectuosa de los remotos países de Europa oriental, o inventar o fabricar piezas de recambio y hacer funcionar las máquinas más adecuadas para un museo de arqueología industrial que para su uso cotidiano, no podría haber sido soportado ni durante pocos meses por ningún otro país de nuestro continente que tuviese gobiernos capitalistas, inclusive por los más ricos en recursos de todo tipo, como Argentina, México o Brasil.

Cuba, a pesar del bloqueo, eliminó en pocos años el analfabetismo, movilizó la creatividad y el esfuerzo de su población, remplazó a los técnicos que habían escapado a Miami y formó decenas de miles de especialistas, desarrolló la investigación, la ciencia y la tecnología -superando a los países latinoamericanos que antes la aventajaban en esos campos-, creó servicios de educación y de sanidad que son ejemplos mundiales, y preparó decenas de miles de médicos en una proporción sin precedente ni igual respecto de su exigua población. Demostró a los Holloway que el Estado no es siempre igual a sí mismo en todos los países, sino que es una relación donde el consenso social es decisivo para influir en el aparato estatal. Demostró a los Toni Negri que los estados existen y que en los países dependientes tienen un papel antimperialista fundamental y tareas de reorganización nacional de primera importancia.

Es cierto que durante años Cuba contó con los mercados y la tecnología del mal llamado «campo socialista», que, como socialista no era, condicionó esa ayuda. Pero a partir de 1989 y del inglorioso derrumbe de la Unión Soviética y la transformación de los gobiernos del ex Pacto de Varsovia en gerentes de países semicoloniales y en combatientes anticomunistas (y, por tanto, adversarios de Cuba), la isla tuvo que prescindir del abastecimiento de los países de Europa oriental y, nuevamente, cambiar su tecnología. Si por necesidad había tenido que acercarse a la Unión Soviética y por error político había creído que ésta era socialista y, además, eterna, el colapso de la URSS, sin embargo, no encontró a Cuba sin capacidad de reacción. Porque la revolución cubana no había sido realizada sino por los cubanos mismos y sin la dirección del partido ligado a Moscú (el Partido Popular Socialista), ni con el apoyo de la URSS, que reconoció a la revolución triunfante con dos años de retardo. Por eso, a pesar de la tremenda caída del producto interno bruto (más de 30 por ciento de un momento a otro), del bloqueo estadunidense y de la carencia de divisas sólidas para comprar alimentos, combustible y energía en el mercado mundial, Cuba se sostuvo durante el llamado «periodo especial», desmintiendo todas las previsiones de sus enemigos.

Es más, con gran claridad y valentía, el gobierno cubano comprendió que la fuerza principal de una revolución no reside en la estructura industrial del país, sino en la voluntad y la conciencia revolucionarias. Y si bien introdujo enormes recortes al presupuesto de todos los ministerios, mantuvo y aumentó los recursos destinados a sanidad y educación, y así los ancianos y los niños no fueron abandonados a las «fuerzas del mercado». Existieron tremendas dificultades, pero no hubo ni hay hambruna, ni miseria o mendicidad masivas como las que existen en otros países que no están bloqueados ni obligados a dedicar sus mejores cuadros y hombres y mujeres a la defensa nacional, agravando así la falta de recursos y el verticalismo, el decisionismo y la burocratización que florecen en condiciones de escasez.

Hoy, al bloqueo y la amenaza militar agravada se agrega una terrible sequía provocada por el calentamiento global del planeta, resultante de la emisión de gases nocivos por los países capitalistas, pero Cuba resiste, y América Latina, en transformación, ve que lo que se hizo en un pequeño país se puede hacer por doquier. Por eso hoy, más que nunca, todos somos cubanos.