El fascismo español no es una entelequia: existe, actúa y avanza, muchas veces de manera directa, a través del pardo y negro de sus uniformes originarios, en el marco de organizaciones que provienen de la época de Franco y que hoy abrevan en las filas del Partido Popular de Aznar y Rajoy. En algunas ocasiones […]
El fascismo español no es una entelequia: existe, actúa y avanza, muchas veces de manera directa, a través del pardo y negro de sus uniformes originarios, en el marco de organizaciones que provienen de la época de Franco y que hoy abrevan en las filas del Partido Popular de Aznar y Rajoy.
En algunas ocasiones utiliza sus dementes seguidores para acuchillar antifascistas en las calles o para golpear y torturar (mediante sus policías) a quienes no se amolden a su «estilo de vida». En esta redada caerán tanto inmigrantes como díscolos pobladores autóctonos. Pero ocurre también, que en muchas ocasiones, ese fascismo español utiliza, para enmascararse, ropajes «progresistas» y hasta carnets de pertenencia a la Internacional Socialista. En este caso, se trata del PSOE, de Rodríguez Zapatero o su ministro Rubalcaba, y si se piden más nombres, obviamente habrá que recordar a Felipe González, padre del terrorismo estatal, fundador de los GAL con que se asesinó a vascos y vascas, y gestor de la más grande desmovilización de la izquierda española del siglo pasado y el actual.
Este fascismo español es el que ha vuelto a mostrar sus garras, pero ya no sólo, como lo viene haciendo desde hace años, contra los luchadores independentistas vascos, sino ahora tratando de conculcar los derechos de todos los ciudadanos y ciudadanas de ese territorio fragmentado que pretende tutelar.
De un plumazo, el organismo de excepción fascista denominado Tribunal Supremo se ha atrevido a proscribir a una plataforma legal que aspira a participar en las elecciones al Parlamento Europeo. Se trata de «Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos», que, encabezada por uno de los más grandes dramaturgos contemporáneos del Estado Español y de Europa, Alfonso Sastre, reúne a numerosas personalidades de la lucha y la solidaridad social de los pueblos que conforman la península.
La excusa para este nuevo atropello, es la de siempre: «Todo es ETA» para quienes gobiernan en Madrid. Cada expresión política o social que respire dignidad, solidaridad, lucha por los de abajo, autodeterminación, internacionalismo y rebeldía, debe ser ilegalizado, perseguido, y si se puede, aniquilado.
No alcanzan los ejemplos diarios que ofrece el accionar del fascismo del PSOE-PP contra Euskal Herria, sus cientos de presos y presas, las torturas como método cotidiano, el aislamiento inhumano, la dispersión de los detenidos, el cierre de diarios, radios e instituciones culturales, la persecusión hasta el hartazgo de cualquier expresión de rebeldía, y todo lo que significa vivir en un territorio militarizado, para que ahora, este autoritarismo fríamente planificado intente también hacer desaparecer (como lo hicieron las dictaduras en el Tercer Mundo) a ciudadanos y ciudadanas cuyo único «defecto» es no querer arrodillarse ante un poder tan despótico como impune.
¿Qué hacer entonces frente a esta nueva ofensiva despótica? ¿Qué papel cabe a quienes en Latinoamérica defienden el derecho a la libertad política y de expresión?. Sin duda, lo primero es gritar la solidaridad con Alfonso Sastre y sus compañeros de fórmula, reclamar en todos los ámbitos (institucionales y populares) que se revea esta vergonzosa proscripción. Movilizarnos de la manera que sea (con cartas, petitorios, concentraciones frente a las embajadas españolas, etc) para hacer sentir el rechazo ante esta nueva vuelta de tuerca represiva.
Sintamos este acto de barbarie fascista como propio, y vivámoslo así porque muchos de nuestros pueblos han sufrido escarnios parecidos. Por ello, no podemos mirar a un costado cuando un Fujimori español pretende atropellar los derechos de la porción más digna y combativa de su pueblo.
No actuar en consonancia con la magnitud de lo que ocurre, nos convertiría en cómplices de quienes, como herederos de los genocidas Reyes Católicos, siguen defendiendo la idea de la conquista y la evangelización como fórmula de dominio. Esta vez, bajo la tutela del Borbón impuesto por Franco, y de sus virreyes «socialistas» y del PP.