Empantanado en Irak y Afganistán, obsesionado con con el crecimiento de Irán como potencia regional (un resultado directo de las guerras en los antedichos países), el Departamento de Estado se ha dado ahora cuenta de que Sudamérica está agitada. Su última intervención importante en la región fue el rudo intento de derrocar al gobierno democráticamente […]
Empantanado en Irak y Afganistán, obsesionado con con el crecimiento de Irán como potencia regional (un resultado directo de las guerras en los antedichos países), el Departamento de Estado se ha dado ahora cuenta de que Sudamérica está agitada. Su última intervención importante en la región fue el rudo intento de derrocar al gobierno democráticamente elegido de Venezuela. Eso fue en 2002, un año antes de la aventura en Irak. Desde entonces, una ola de unidad bolivariana ha barrido el continente: exitosa en Bolivia y Ecuador, difundiéndose por Perú y Paraguay, y sobre todo, rompiendo el largo aislamiento de Cuba. Eso es lo que causa pánico en Miami.
La pequeña isla que ha desafiado la intervención imperial, las amenazas y los bloqueos durante casi medio siglo sigue siendo motivo de obsesión para el imperio. Washington aguardaba la muerte de Fidel con la intención de sobornar a los viejos funcionarios militares y policiales (y desde luego, a algunos apparatchikii bien elegidos del partido) y lograr su deserción. El discurso de Bush el pasado 24 de octubre es una señal de pánico. Estaban tan convencidos de lograrlo con una carretada de dólares que han bajado la guardia estos últimos años.
Pero ayer, sin el menor adarme de ironía, se nos dijo que Raúl Castro resulta inaceptable porque es el hermano de Fidel. Esa no es la transición que Washington tiene en mente. Un pelín demasiado, viniendo de Bush júnior, dados sus vínculos familiares, por no hablar del hecho de que, caso de que la señora Clinton gane las primarias demócratas y luego venza en las presidenciales, dos familias habrán tenido el poder en EEUU durante más de dos décadas. (La política dinástica está ahora tan profundamente arraigada en la cultura oficial, que está siendo felizmente imitada en los círculos de elegidos: la presidencia editorial de la revista neocon Commentary acaba de pasar sin mayores incidentes del padre al hijo Podhoretz).
Lo que ha inquietado a los hermanos Bush y a su clientela en Florida es el hecho de que Raúl Castro haya iniciado un debate en la isla, estimulando un debate abierto sobre su futuro. Eso no goza de popularidad entre los apparatchikii, pero tiene indudablemente un impacto.
La censura estatal no sólo es profundamente impopular, sino que ha inhibido el pensamiento creativo en la isla. La nueva apertura ha sacado todas las viejas contradicciones a la superficie. Los cineastas cubanos desafían ya públicamente a los burócratas. Pavel Giroud, un conocido director, explica el modo de funcionamiento de la censura:
«La censura funciona aquí como en todas partes, salvo que, por tratarse de Cuba, está sometida a detallado escrutinio. No es un monopolio nacional. Cualquier cadena televisiva y cualquier publicación en el mundo tiene sus manuales de instrucciones para la emisión y la edición, y quienquiera que no se acomode a ellos, queda fuera. HBO, en los EEUU, se negó a emitir el documental de Oliver Stone sobre Fidel Castro, porque no adoptaba el punto de vista deseado por la cadena. Así que insistieron con otra entrevista con Fidel. En otras palabras, lo que quería decir Stone sobre su entrevistado no importaba; lo que contaba era lo que la cadena televisiva quería mostrar.
«Personalmente, prefiero que una obra mía no sea emitida o exhibida a tener que cambiarla o cortarla. Ni estoy interesado en sus explicaciones. El mero hecho de ser silenciado es tan grave, que la razón que lo justifica resulta comparativamente insubstancial, porque nunca habrá una buena razón suficiente para quien es silenciado… La banalidad y la falta de creatividad reciben estímulo por doquier. Conéctate a cualquier canal de vídeos musicales en el mundo, y verás que por cada video artísticamente valioso, encontrarás muchos que son todo lo contrario. Idénticas nalgas retorciéndose alrededor de la estrella reggae machista de turno, los mismos gestos seductores por parte de los cantantes ‘in’, las mismas escenas de amor al amanecer a cámara lenta, el mismo lustre en los bíceps, los mismos gestos sensuales, las mismas falsas sonrisas. Realmente, yo creo que aquí, en Cuba, no somos los principales productores de eso.
«Lo mismo ocurre en política; hay oportunismo en ambos lados, por parte de los productores y de los emisores. Los emisores saben que un vídeo cargado de elogios al sistema no les causará problemas, y los creadores saben perfectamente bien que aparecerán en televisión mucho más rápidamente, si escriben una canción, o producen una película o un vídeo, o pintan un cuadro, elogiando a una figura política.»
Que el sistema cubano necesita ser reformado, es cosa generalmente admitida en el país. Muchas veces se me ha dicho que la decisión «a que nos vimos obligados por el embargo norteamericano de seguir el modelo soviético no fue beneficiosa». La elección ahora es Washington o Caracas. Y aunque un ralo estrato de la elite cubana será tentado por los dólares, el grueso de los cubanos preferiría un modelo diferente. No quieren ver el fin de sus sistemas de salud y de educación, pero desean más diversidad económica y política. Y no es que el modelo del Gran Vecino bajo cuya sombra viven les ofrezca precisamente esa opción.
Tariq Ali es miembro del Consejo Editorial de SINPERMISO.
Traducción para www.sinpermiso.info: Roc F. Nyerro