«Los números te hablan. Sólo tienes que escucharlos». El eslogan pertenece a un antiguo anuncio de cupones de la ONCE. Resume muy bien los tiempos que vuelan. Las cifras están ahí, lo inundan todo, pero no muestran nada, miles de millones de nadas. Toca arrimar el oído, aguzar los sentidos. Estas últimas semanas, por ejemplo, […]
«Los números te hablan. Sólo tienes que escucharlos». El eslogan pertenece a un antiguo anuncio de cupones de la ONCE. Resume muy bien los tiempos que vuelan. Las cifras están ahí, lo inundan todo, pero no muestran nada, miles de millones de nadas. Toca arrimar el oído, aguzar los sentidos. Estas últimas semanas, por ejemplo, los números gritan y no dejan de insultarnos: idiotas, idiotas, idiotas.
La revolución del ladrillo. Todas las viviendas para el pueblo pero sin el pueblo. Morir para vivir, prometen las hipotecas. Y no queda otra. Ahora o nunca. Los pisos se multiplican. Uno por otro… la casa sin barrer y sin vender. Según la sociedad de tasaciones inmobiliarias Tinsa, en el Estado español sólo este año se quedarán vacíos, sin comprador, 930.000 pisos nuevos. Otros 650.000, construidos entre 2005 y 2007, aún no se han estrenado, todavía buscan amo. Y el próximo año, anuncian los expertos, el stock inmobiliario volverá a aumentar. El sistema flaquea, tiene hambre. Demasiadas viviendas que alimentar y poco dinero circulante. ¡Rescatemos a los ricos! ¡Ayudemos a los bancos!, para que puedan prestarnos, para que puedan robarnos. Con ellos, todos ganamos.
Como en casa, en ningún sitio. Cueste lo que cueste. Ahí, en el precio, está la trampa. Ahí, en las renuncias, nuestro mayor error de cálculo. «Y ahí», como en el poema del gaditano Daniel Bellón, ahí, nos tienen atrapados. «Desrevolución de los idiotas. / Lo dimos todo por hecho / y nos pusimos a hacer hijos / a pagar hipotecas / a fornicar a plazo fijo. / Y ahí nos estaban esperando». Y ahí seguimos. Empeñados. Domesticados. A buen recaudo.