Hijo de un militante de la CNT y miembro de los ateneos enciclopédicos populares, el filósofo Heleno Saña (Barcelona, 1930) bebió muy pronto de las fuentes anarcosindicalistas. Pasó la infancia en Mataró, donde se hallaba la cooperativa «Forn del Vidre» (fundada en 1919) y donde su progenitor trabó amistad con el histórico militante de la […]
Hijo de un militante de la CNT y miembro de los ateneos enciclopédicos populares, el filósofo Heleno Saña (Barcelona, 1930) bebió muy pronto de las fuentes anarcosindicalistas. Pasó la infancia en Mataró, donde se hallaba la cooperativa «Forn del Vidre» (fundada en 1919) y donde su progenitor trabó amistad con el histórico militante de la CNT Joan Peiró (secretario general del sindicato en los años 20 y ministro de Industria entre noviembre de 1936 y mayo de 1937). El filósofo y ensayista reconoce que su aportación a la lucha antifranquista «fue muy modesta». En Barcelona conoció al «facerías». Trabajó un año como periodista en Madrid. Recuerda además cómo, a mediados de los años 50, «la CNT estaba llena de confidentes». En 1959 se traslada a Alemania, donde hoy reside (más de un tercio de sus 40 libros publicados los ha escrito en lengua germana).
 En la obra del filósofo y escritor pueden distinguirse dos partes,  aunque con matices. En la primera (años 70), de corte más  sociopolítico, se incluyen libros como «El anarquismo. De Proudhon a  Cohn Bendit», «La Internacional Comunista I y II», «Cultura proletaria  y cultura burguesa», «Líderes obreros» o «El anarquismo», entre otros.  En la segunda etapa desarrolla su vocación humanista, con títulos como  «Antropomanía: en defensa de lo humano»; «Breve tratado de ética: Una  introducción a la teoría de la moral»; «Tratado del hombre»; «La  derrota de Dios» y el último texto, publicado en 2013: «El camino del  bien: respuesta a un mundo deshumanizado».
 -Tu obra gira, a grandes rasgos, en torno al movimiento obrero y al  anarquismo, y en una fase posterior sobre cuestiones más espirituales  y humanistas. ¿Qué opinión tienes de la Ilustración y las «luces», tan  denostadas últimamente?
 Creo que es una fase importante de la edad moderna y supone un  progreso histórico. Es el paso de la monarquía absoluta a un régimen  no plenamente democrático, en el que se estableció el sufragio  censitario (derecho electoral únicamente para los ricos). En ese  sentido la Ilustración representa un progreso frente al feudalismo. Se  trata, en definitiva, de la Revolución Burguesa, lo que representa un  progreso. Pero a partir de un determinado momento, se da un retroceso,  con la explotación de la clase obrera por parte de la burguesía (por  ejemplo, las jornadas laborales de 16 horas en Manchester). Así, lo  que en un principio constituye un progreso, se convierte en regresión.  En la edad media los siervos de la gleba estaban esclavizados, pero el  «régimen» manchesteriano era más duro aún. Con el tiempo los siervos  de la gleba fueron refugiándose en las ciudades y consiguieron  derechos. Ya no trabajaban 14 horas. Trabajaban mucho menos que en el  capitalismo manchesteriano.
 -Y la postmodernidad…
 Es un movimiento cultural muy crítico con la modernidad y con los  grandes ideales de la Revolución. Derrida, Deleuze y toda la pandilla…  En nombre de lo que Derrida llama la «diferencia», se vuelve al  individualismo más insolidario y feroz. Tiran a degüello contra todos  los ideales de la lucha obrera y la emancipación.
 -Pero hay determinadas corrientes del anarquismo muy interesadas en Nietzsche.
 Por ignorancia. En Nietzsche y también en Stirner. Nietzsche define su  obra como «voluntad de poder». Estaba loco pero ha tenido mucho  «cartel» y ha sido muy estudiado. Se llamaba el «anticristo». Lo  positivo de Nietzsche, y es eso lo que abre la puerta a los  anarquistas, es la definición que hace del estado como «el más frío de  los monstruos».
 -Dentro de las dos grandes corrientes de la AIT tomas claro partido  por el anarquismo, al tiempo que te muestras muy crítico con Marx y  sus ideas. ¿No caben puntos de síntesis entre los dos idearios?
 No hay puntos en común. Pienso que en lo personal Marx era un  miserable. La manera en la que se portó con Bakunin y Proudhon, no  sólo por motivos teóricos sino por envidia… Marx estaba introducido en  determinados círculos, pero realmente Proudhon era mucho más conocido.  Cuando se conocen en París, Proudhon era el teórico principal del  movimiento obrero. Marx deja París y se traslada a Bruselas, funda una  revista y le propone a Proudhon colaborar. Éste le dice que no, porque  le ha dejado entrever que será una publicación «autoritaria». Se trata  de una carta célebre que he citado en algún libro. Marx era conocido  entre una minoría de intrigantes, mientras que Bakunin era una  personalidad europea. En el plano teórico, toda la fama que Marx tiene  de genio, inteligente y superdotado, todo lo que Marx escribe, está  sacado de Hegel, quien tenía una concepción determinista de la  historia. Hegel pensaba que la historia caminaba hacia el espíritu  universal. No suele decirse y es muy importante. Marx simplemente  convierte el Espíritu Universal de Hegel como fin de la historia, en  el reino de la libertad o sociedad sin clases. Y más importante aún:  todo esto es un producto del profetismo judeo-cristiano, la  secularización o laicización del profetismo judío, que es puro  determinismo. Eso es intelectualmente Marx.
 -¿Y «El Capital»?
 Marx pudo estar empollando y reuniendo mucho material, pero la base  filosófica de la que parte es un camelo. En «El Capital» Marx afirma  que la sociedad sin clases llegará de manera irreversible, como las  leyes de la naturaleza. Sostener que el mundo un buen día va a  convertirse en un paraíso… Eso dependerá de la conducta de la gente,  es algo que está por decidir.
 -En alguno de tus libros te refieres a un humanismo «obrero» que se  ha destacado muy poco, frente al humanismo renacentista que podían  representar Leonardo da Vinci, Erasmo o Luis Vives. ¿En qué  consistiría este humanismo proletario?
 Lo explico en aproximadamente 20 páginas del libro «La Revolución  Libertaria». Las figuras intelectuales (Anselmo Lorenzo, Seguí,  Peiró…) eran obreros, eran humanistas, pero con la diferencia de que  no se trataba de un humanismo teórico. Ellos trabajaban. También  abordé este asunto en «Cultura Proletaria y Cultura Burguesa». No eran  humanistas «de cátedra» sino humanistas de hecho, porque lo cierto es  que la burguesía ha tendido a valorar el trabajo de eruditos y  profesores de universidad. ¿Dónde podía apreciarse este humanismo  proletario? En la conducta y la ética personal, que es lo decisivo.  Uno de los grandes errores es creer que la actitud personal de alguien  en relación con sus semejantes depende de los estudios superiores. La  experiencia me ha demostrado, por el contrario, que la gente más  honesta son las clases asalariadas. Y conozco también, por mi  experiencia, la vanidad de los intelectuales de salón.
 -En plena crisis económica, pero también de valores, con individuos  que naufragan aislados, atemorizados y con un porvenir nada halagüeño,  ¿qué papel ocupa la filosofía y qué autores recomendarías?
 La cultura griega en general, como fundamento de la cultura universal,  y especialmente en Sócrates, que era a la vez la humildad  personificada y el fundador de la cultura dialógica. El diálogo me  parece clave en la relación interhumana. Y el «conócete a ti mismo»  socrático. También Platón, a quien la gente critica, y con razón,  porque tiene una concepción elitista del estado, pero tiene -y no se  dice- algo positivo y a mi juicio esencial. La tesis de Platón era que  la verdad de la persona está en su propio interior, y que lo que la  persona sabe no lo aprende de fuera, sino concentrándose en sí mismo.  Es la anámnesis, que es reminiscencia. Ésta es la contrapartida de la  autoalienación de la gente, cuando se deja llevar por las modas y la  ideología burguesa. Resaltaría además el estoicismo, que niega la idea  de patria, se definen como «cosmopolitas» (ciudadanos del mundo) y  cultivan la virtud (algo propio de la cultura griega). Epicuro y la  escuela cínica tienen también aspectos simpáticos.
 -¿Y en cuanto a filósofos contemporáneos?
 Uno de mis predilectos en la actualidad es Albert Camus. Hijo de  madre mallorquina, sin ser específicamente anarquista Camus tenía una  sensibilidad libertaria. Hay algo muy bonito y que le retrata. En su  libro autobiográfico (publicado Post mortem) «El primer hombre»,  afirma: «Es tan triste ser vencido por alguien como vencerle a él».  Pero antes citaría a Simone Weil, libertaria, y que combatió en la  Columna Durruti. Era un símbolo de bondad. De familia agnóstica, por  sí misma empezó a creer en Dios por un impulso personal. Aunque  procedía de una familia rica de origen judío, se fue voluntariamente a  trabajar en una fábrica para conocer las condiciones de vida de la  clase trabajadora. Escribió el libro «La condición obrera». Para mí  Simone Weil es un ejemplo. A pesar de creer en Dios, nunca quiso  entrar en una iglesia porque estaba en desacuerdo con la actitud de la  iglesia. Era, en definitiva, una libertaria y partidaria de la  autogestión que reivindicó la cultura obrera. En la segunda guerra  mundial, durante la ocupación francesa, se exilió y cayó enferma. Se  negaba además a comer por solidaridad con la gente que estaba  sufriendo las consecuencias de la segunda guerra mundial. También era  una mujer muy culta (una gran admiradora de la cultura griega).
 -Sobre las nuevas tecnologías hay un gran debate, similar al que  Umberto Eco recogió en su día sobre la cultura de masas, en el que se  posicionan «apocalípticos», «integrados» y «equidistantes». ¿Está  configurando Internet un ser humano nuevo?
 Sí, por el culto a la velocidad, a la eficacia y a la mecanización  que conduce a la robotización del ser humano. Es la parte negativa de  la técnica. Lo que en un principio constituía un progreso, se  convierte en un retroceso. El teléfono, por ejemplo, nunca representó  esa sacudida traumatizante. Era una cosa práctica y sencilla a  diferencia de Internet y las nuevas tecnologías, que conducen a una  dependencia, robotización y a la muerte de la cultura dialógica.
 -Otro asunto del mundo de hoy es el imperio de la estadística y de los  números. Cualquier argumento parece banal si no está acompañado de una  miríada de números, datos y citas…
En mi caso cito muy pocas estadísticas. Creo que todo esto es una secuela del pragmatismo y el positivismo. Se considera las estadísticas como la realidad, como la referencia definitiva a la hora de resumir la realidad, pero sin atender a lo que hay detrás. Todo esto forma parte de la ideología burguesa. Se trata de eliminar la autorreflexión sobre los hechos y sustituirla escuetamente por números. Eso, unido a la manipulación de las conciencias…
-¿Influye la Economía y el gran predicamento que han alcanzado los economistas?
 El «Homo Economicus» es una categoría sociológica inventada por la  burguesía, un invento capitalista. No existía en el mundo griego (Zoon  Politikon) ni medieval (Santo Tomás de Aquino hablaba del «Homo  socialis»). Se trata, por tanto, de una simplificación y deformación  de la naturaleza humana. En esto hay que ir con los clásicos. La  burguesía reduce al hombre a lo que ellos son: valor de cambio y  mercancía. En la estratificación social por fortuna y profesión, si  uno es obrero puede ser sustituido y es una escoria. Pero a mí me  aburren los economistas… La cosa sencilla es que la burguesía ha  convertido a la persona en un objeto material. Entonces, ¿qué es la  economía? Algo tan sencillo como el reparto y la justicia  distributiva. En las colectividades españolas de 1936 a 1939 no había  ningún problema.
 -Y otro imperio, el de la urgencia y la velocidad.
 Asistimos desde hace tiempo a la eliminación sistemática de la  quietud y el reposo, que es una condición previa para  autorreflexionar. La gente ya no pasea, sino corre. Hace poco he  estado en Madrid y me he quedado horrorizado. Bajé en el Metro por la  parada de la Puerta del Sol y la gente, corriendo, empujaba. Es una  auténtica locura, la robotización del individuo, la conversión en  máquina… Y luego está el autismo de los auriculares y los teléfonos  móviles.
 -Por último, en el libro «El camino del bien. Respeto a un mundo  deshumanizado» pones de relieve el valor de la humildad. ¿Por qué  consideras importante esta virtud?
Creo que una persona ha de ser humilde. Siempre me han fastidiado los que van presumiendo o aspiran a mandar, y pienso que es un problema de educación. No hemos de crear jerarquías entre las personas, como hacen las clases rectoras. Ello ha surgido en mí como rechazo instintivo a la vanidad que se ve por todas partes. Ahora bien, no hay que forzar esa humildad: es un estado natural. El cristianismo original practicaba la humildad; era el cristianismo de los evangelios y catacumbas, donde se compartía todo y reinaba la hermandad, que se daba de patadas con la práctica de la iglesia ya institucionalizada. Es lo que en el movimiento obrero se llamó solidaridad.
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