Los palmeros dedicados a la agricultura estaban acostumbrados a vivir con poco gracias a sus cultivos y en una casa heredada donde no debían enfrentar grandes gastos. El volcán no solo ha agravado la situación económica de varias familias, sino que ha creado un nuevo perfil de personas que se ven obligadas a pedir ayuda
Victoria estaba acostumbrada a vivir con poco. Sus gastos mensuales antes de la erupción podían reducirse a 300 o 400 euros, ya que casi no destinaba dinero a comprar comida. Junto a su casa conserva una finca de ocho celemines donde recogía calabaza, aguacate, naranjas, mandarinas e incluso café. «Nosotros tampoco comemos mucho. Sobre todo cocinamos nuestras verduras». De estos cultivos salían también los pocos ingresos que la vecina de Los Llanos de Aridane tenía. En especial, de la venta de aguacates. El incendio de agosto y la ceniza del volcán de La Palma han reducido estos beneficios a cero. De toda la producción que le permitía autoabastecerse quedan apenas unas mandarinas y unas calabazas. Las facturas, en cambio, abundan en su buzón.
A Toni, habitante del antiguo barrio de La Laguna, le ha pasado algo similar. Él no solo se ha quedado sin cultivos, sino que también ha perdido bajo la lava su casa y sus negocios. En la pequeña finca que bordeaba su hogar cosechaba boniatos, papas e incluso papayas. Ahora no solo tiene que hacer frente a esta pérdida, sino que también debe buscar entre las piedras recursos económicos para hacer frente al alquiler del piso en el que permanece alojado de momento.
Primero fue la pandemia de COVID-19 y ahora la erupción volcánica. Estas dos crisis han asestado un golpe mortal a la economía de las familias canarias y, en concreto, de las palmeras. Un 36% de la población de Canarias está en riesgo de pobreza y exclusión social. De este modo, el Archipiélago se coloca como la segunda comunidad autónoma con mayor tasa después de Extremadura. El último informe presentado por la Red Europea contra la Pobreza (EAPN) desveló que en las islas hay 126.200 personas más en situación de pobreza severa que el año pasado, con una cifra que asciende a 373.600 habitantes.
Los últimos datos ofrecidos por Cáritas Diocesana de Tenerife, correspondientes a 2020, recogen que las unidades móviles de atención en calle a personas en situación de sin hogar asistieron a 130 personas en La Palma. De acuerdo con los datos recogidos en esta memoria del año pasado, Cáritas también atendió a 167 hogares en Santa Cruz de La Palma y a 267 en Los Llanos de Aridane.
Las coladas del volcán que entró en erupción el 19 de septiembre han destruido ya 2.618 edificaciones, según las últimas cifras publicadas por el sistema de observación terrestre europeo Copernicus. Así, el impacto de la catástrofe no solo ha agravado la situación de pobreza en la que se encontraban algunas familias antes, sino que ha dado lugar a un nuevo perfil de personas que se ven obligadas a pedir ayuda.
Los Llanos de Aridane y El Paso son los dos municipios más afectados por la lava. Ambos tienen en común que la mayoría de su población se encuentra en una posición económica cómoda, que se sostenía principalmente gracias a la agricultura y al turismo. Por esta razón, las administraciones aseguran que han intentado encontrar lo antes posible una alternativa a los pabellones donde se amontonaban las donaciones de comida, ropa o productos de higiene. «Buscamos sobre todo la dignidad de los vecinos», cuenta la alcaldesa de Los Llanos, Noelia García (PP).
Lo mismo intentan en el ayuntamiento vecino de El Paso, explica el alcalde, Sergio Rodríguez (CC), que añade que muchos damnificados no acudían a los establecimientos a pedir comida o ropa por vergüenza. Para evitar este trago, se han distribuido tarjetas de comida o de dinero que pueden invertirse directamente en los comercios locales. «Tenemos que evitar a toda costa el desarraigo y crear esperanza», señala.
Este contexto arroja un nuevo problema al que tendrán que hacer frente los palmeros y las redes de personas que trabajan en la emergencia: la salud mental. Las psicólogas que atienden de forma voluntaria a las personas de la isla, damnificadas o no, advierten de un aumento de los pensamientos de suicidio, así como también de la ansiedad y la depresión en personas de todas las edades. En el caso de los niños, muchos han dejado de hablar después de la erupción.
Cathaysa y Alberto* tienen dos hijos y fueron evacuados de Puerto Naos el 19 de septiembre. Con una hija de 18 años y otro de 4, no se plantearon pasar la noche en ninguno de los albergues habilitados para las familias que no tenían otra alternativa alojativa. Esa noche durmieron en casa de unos amigos, pero la erupción les empujó a adelantar el reto de habilitar una casa en El Paso que habían comprado en verano, poco antes de los incendios de agosto que devastaron la zona.
Allí no tenían ventanas, puertas ni camas. Tampoco tenían duchas, por lo que cada noche tenían que partir con el niño en brazos al pabellón municipal para asearse. Su hija de 18 años muchas veces no iba por vergüenza. En la actualidad, las mejoras de la casa crecen a pasos agigantados y ellos van recuperando su intimidad.
Ana, vecina de Puerto Naos y empresaria, es otra de las vecinas que llevan ya dos meses «buscándose la vida». La joven brasileña y su abuela tienen una pizzería en este enclave turístico de La Palma, que hasta ahora permanece desalojado ante el avance de las coladas hacia el mar. En este mismo pueblo está su casa, a la que llevan ocho semanas sin poder acceder. Mientras tanto, se han visto abocadas a pagar un alquiler en puntos alejados del volcán.
Cruz Roja les está ayudando a hacer frente al pago del alquiler, y también están recibiendo algunos bonos de 30 euros para gasolina. Sin embargo, la cantidad se queda corta ante los obstáculos que deben sortear los vecinos para poder acceder a esta zona en coche. «Paso cuatro horas en la carretera. Dos para ir y dos para volver», describe Ana. Antes del volcán, este trayecto podía reducirse a menos de media hora.
Frente a la Casa Massieu, Ana espera su turno mientras su abuela reparte comida a los damnificados por la erupción por todo el municipio. No solo piensa en cómo sacar adelante a su familia ante el cierre forzado que ha sufrido su restaurante, sino que también tiene en su cabeza a otra familia. «Somos de Brasil y los seres queridos que tenemos ahí dependen económicamente de nosotras. Es importante porque allí la vida es más difícil y necesitan dinero para pagar, por ejemplo, el seguro de salud», cuenta.
Hasta hace unas semanas había intentado no acercarse a la oficina de atención para los damnificados por el volcán. Había preferido apañárselas como fuera para hacer frente a los proveedores y a los pagos pendientes. «No queríamos pedir ayuda porque por lo menos tenemos aún un techo, y hay muchas personas que han perdido su hogar», recuerda. Pero después de dos meses de erupción incesante y sin vistas a un final inmediato, Ana y su abuela se han atrevido a pedir alguna ayuda.
Hasta el momento, solo el Ayuntamiento de El Paso ha comenzado a repartir las donaciones que llegaron al municipio desde todas partes del mundo. El resto de afectados por el volcán de La Palma esperan con impaciencia el dinero prometido por las administraciones. «No he recibido ni un euro, pero lo que me den lo quiero usar para comprar bloques y empezar de nuevo», cuenta Rosa, una mujer de Todoque que perdió la vivienda la primera semana. Tampoco ha recibido ninguna ayuda económica todavía Miguel, un hombre de 77 años que vivía en este mismo barrio y ahora vive de alquiler en un piso por 600 euros. Él, por el contrario, cree que ya no tiene tiempo para volver a comenzar.