A las puertas de concretar el inicio de una nueva etapa política, con los equilibrios surgidos del último ciclo electoral, Pedro Sánchez se presenta a la investidura sin tener los apoyos necesarios. Los resultados del 28-A y del 26-M han dejado un escenario político fragmentado, donde harán falta acuerdos multipartidistas para garantizar una gobernabilidad que […]
A las puertas de concretar el inicio de una nueva etapa política, con los equilibrios surgidos del último ciclo electoral, Pedro Sánchez se presenta a la investidura sin tener los apoyos necesarios. Los resultados del 28-A y del 26-M han dejado un escenario político fragmentado, donde harán falta acuerdos multipartidistas para garantizar una gobernabilidad que continuará siendo inestable si no se resuelve la cuestión catalana.
La configuración de los nuevos ayuntamientos ha mostrado que cada municipio es un ejemplo de la realpolitik . En este sentido, en Cataluña las alianzas municipales no han priorizado la generalización de pactos independentistas sino que, una vez más, se ha constatado que la política municipal tiene otros parámetros donde la geometría variable de cada localidad se hace patente. Así mismo, la derecha y la extrema derecha han llegado a acuerdos turbulentos para arrebatar alcaldías tan significativas como la de Madrid y están ultimando pactos en diferentes comunidades. Una estrategia que sí opera en lógica de bloques y que supone la continuación de la política de blanqueo de Vox. En cuanto a la UE, después de unos días de mercadeo de cargos que nada tiene que ver con la representación democrática, se ha confirmado la reedición de la alianza del eje franco-alemán repartiéndose el poder político y económico. Una alianza que augura la continuidad de unas políticas neoliberales y xenófobas que crean grandes desigualdades sociales y que facilitan el ascenso de la ultra derecha. Unas nuevas direcciones de las instituciones europeas que dejan su diplomacia en manos del socialista Josep Borrell, un claro exponente del unionismo español, y que tendrán que bregar con el caso catalán y sus eurodiputados electos exiliados y encarcelados.
Para la investidura de Sánchez la posibilidad de obtener los apoyos para un gobierno en solitario, con alianzas puntuales, está encallada y la opción de una coalición del PSOE con Unidas Podemos y el visto bueno de los partidos soberanistas no avanza. Por otro lado, la presión del establishment económico, mediático y político sobre Ciudadanos para que el partido de Albert Rivera facilite la investidura socialista no ha fructificado, aunque continuará y se intensificará. Un enrocamiento de los naranja, obcecados en liderar el ala derecha del tablero político español y aceptando el apoyo de Vox, que les está costando una crisis interna con significativas bajas, la rotura con Manuel Valls en Barcelona y sonoras críticas. En este sentido, las actuales posiciones alejadas sitúan como probable el escenario de una investidura fallida que pondría en marcha el reloj hacia unos nuevos comicios estatales. Una espada de Damocles que Sánchez utilizará para presionar a sus adversarios políticos -a derecha e izquierda- para que le abaraten el apoyo si no quieren ir a unas nuevas elecciones, donde los sondeos favorecen al actual presidente en funciones. Una estrategia arriesgada, en un contexto político que se puede volver a incendiar con la sentencia del juicio del Procés y donde la extrema derecha -en Europa y aquí- está ganando el relato político.
Es en este contexto donde el soberanismo catalán intenta rehacer una estrategia de acción conjunta para afrontar una sentencia del Tribunal Supremo que se espera para el otoño. Las dos ramas del gobierno de la Generalitat, ERC y JxCAT, conviven en un continuo equilibrio inestable que una previsible convocatoria electoral anticipada en Cataluña hundiría. Por su parte, la CUP hace autocrítica de la táctica del bloqueo que llevaron a cabo con posterioridad al 1-O y que no ha dado frutos para una remobilización ni para fortalecer el municipalismo transformador. En este sentido, la izquierda independentista está en un proceso interno de deliberación, donde la candidatura del Frente Republicano a las estatales ha removido los cementos de los anticapitalistas. Su prioridad es volver a ser un actor político clave en la defensa de la democracia, para la ruptura del régimen del 78, contra la austeridad económica y para la autodeterminación. Finalmente, en cuanto al abanico de los partidos soberanistas, los Comuns afrontan la nueva etapa política debilidades por los últimos resultados electorales, eso sí, manteniendo la alcaldía de Barcelona gracias al PSC y a la operación Valls, el candidato del establishment tal y como lo tildaban. Una decisión totalmente legitima que el tiempo dirá cuál ha sido su rédito político y sus consecuencias, pero que les resta credibilidad y coherencia.
Mientras en Cataluña la legislatura está agotada -a la espera de gestos de un gobierno español en funciones que no llegan y de una sentencia contra los líderes independentistas que condicionará el futuro político del Estado-, el presidente español tiene que elegir entre una alianza progresista, un pacto con la derecha, un gobierno en solitario o la repetición electoral. La cuenta atrás ha empezado.
Jesús Gellida, politólogo e investigador social
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.