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La España del 155

Fuentes: Rebelión

Hannah Arendt nos advirtió que de la violencia nunca surge el poder democrático. Y añadió que ese poder sólo surge de la acción política. Y que la violencia surge cuando hay ausencia de poder democrático, cuando está en peligro y se recurre a la violencia para imponer el poder a secas, hecho que a su […]

Hannah Arendt nos advirtió que de la violencia nunca surge el poder democrático. Y añadió que ese poder sólo surge de la acción política. Y que la violencia surge cuando hay ausencia de poder democrático, cuando está en peligro y se recurre a la violencia para imponer el poder a secas, hecho que a su vez conducirá a una espiral que pondrá en peligro la democracia. Pensando en esta reflexión de Arendt, mi mente voló a Catalunya, donde el despliegue de violencia institucional fue la demostración de un nacionalismo español exacerbado e incapaz de abordar un problema político desde el diálogo entre iguales, desde la democracia. A falta de voluntad y de talento político vivimos meses bajo el 155, un instrumento antidemocrático propio de un colonialismo interno todavía poco estudiado.

Lo bueno del asunto es que verde es el árbol de la vida, y más allá de la cruzada rancia de un nacionalismo de balcones, de banderas y de «a por ellos»; más allá de una justicia y unos jueces trasnochados, anclados en una visión politizada y autoritaria de su propia función, más allá de todo eso desde Europa nos ha llegado otra visión mucho más cercana a la verdad. No hubo rebelión en Catalunya. Pero se montó una gran mentira repetida en los medios de comunicación y por tres partidos políticos que ni falta hace nombrarlos. De la mentira se sacaron de la manga el 155 -no cabe pensar que lo hubieran hecho únicamente por malversación, aunque vaya usted a saber- y ahora que la mentira ha sido descubierta cabe pedir cuentas: ¿en qué se sustentó el 155? ¿no será verdad que lo aplicaron a sabiendas de que era injusto?

Yo les diré en que se sustentó. No en los hechos, no en los datos, no en la realidad, se aplicó con el afán de dar un escarmiento a Catalunya y de paso advertir a los independentistas vascos. Se sustentó en una idea de España, para nada plurinacional, y sí trufada de rasgos que conectan con imperio perdido, con un poder colonial de matriz castellana. Una España oscura de sotanas y toros, de devociones irracionales de cualquier signo. Por esa España movilizaron al rey, quien hizo una intervención televisada que perdurará en las memorias de los republicanos y de Catalunya en especial. Su discurso, autoritario, amenazante, ruin, fue la mejor prueba de que en las instituciones españolas hay gente peligrosa.

En todo lo concerniente a Catalunya la posición de los grandes partidos estatales es penosa. Unos dicen antes roja que rota y otros responden antes facha que rota. Para defender el veto a la democracia, es decir al voto, agitan la ley, como si fuera inmutable, una camisa de fuerza. La responsabilidad es de la ley bajada el cielo, así son las cosas. Los que la obedecen son demócratas, los que la desacatan son rebeldes, según la concepción unilateral y cateta que afirma que sólo lo que es legal es democrático. Por momentos hablan de reformar el modelo territorial, pero sólo es bla bla bla, en los hechos nada. Claro que uno de los actores nos ha salido toro bravo. Quiere cambiar la ley electoral -para eso si sería factible cambiar la legislación y la Constitución si hace falta- para minimizar la presencia de independentistas en el Congreso y el Senado. Los otros, de momento, parecen decir no. Pero su no de hoy puede ser un sí mañana si la captación de votos lo aconseja.

La cosa funciona así: España es un país con alguna patología que prefiero omitir. Puede ser muy liberal en algunos derechos civiles y es para alegrarse, pero cuando se toca un asunto llamado España, se cruzan los cables de las derechas, de las izquierdas y de los centros, y entonces ya no hay tregua, ni diálogo, ni nada que pueda parecerse al respeto a la ideas de muchos catalanes y vascos. Entonces España es bronca, violenta, autoritaria, rancia, y recuerda a la reconquista, a Agustina de Aragón, al Algarrobo. Hasta el partido más alternativo en su discurso se rinde ante la evidencia: frente a la amenaza de perder votos la medicina es España Una, lo de grande y libre ya es otro cantar. No hay valentía que valga y entonces las buenas ideas se transforman en conservadoras.

Una de las consecuencias más graves del 155 son los presos políticos. Miren, en España no se tortura aunque lo diga Amnistía Internacional y tribunales europeos. Es que queda muy feo reconocerlo. En España no hay presos políticos aunque los que están en prisión -no por rebelión según tribunales europeos-, lo están por haber ejercido sus funciones políticas en un marco institucional y siguiendo el mandato de las urnas. Es que queda muy feo reconocerlo. Pero, qué quieren que les diga, en esta pintoresca España, muchas cosas no son lo que parecen. Ahora sabemos que Juan Carlos no era un rey ejemplar, que estuvo implicado en el 23F y todo lo que se cuenta converge en que es bastante impresentable. Sabemos también que la maravillosa transición del 78 fue en realidad un apaño con el franquismo y lejos de dar impulso a la democracia lo que se hizo es atarla, sujetarla a poderes fácticos para que no fuera lo que el pueblo esperaba. Así también sabemos que quieren que creamos que los presos catalanes lo están por delincuentes pero más allá de los tifosi del nacionalismo español sabemos que están en prisión porque son líderes políticos y hay que cortarles las alas.

En realidad, el 155 que todavía vive como amenaza viva, si es el espejo de una España que no tiene arreglo. En la política española hay poco talento y poco talante. La verdad es que España está bastante enferma. Algunos políticos tienen la fiebre de nacionalismo español tan alta que deliran. Como ese político de más que dudosa formación académica que vino a Navarra para decir que el euskera no es idioma de esa comunidad. ¿Se puede tener más ignorancia? ¿No es un peligro público un tipo así? Pues como él hay millones en España. Por eso digo que España no tiene remedio.

Fíjense, la batalla legal por el supuesto delito de rebelión se la ha ganado Puigdemont al juez Llarena, pero este último ha retirado la euro orden -no los quiere juzgar únicamente por malversación- para seguir considerándolos en rebeldía hasta que un día decidan entregarse. Se trata de un acto de venganza, cuando en realidad la justicia española debería reconocer deportivamente su derrota ante la justicia europea. Pero España es mucha España, crédito no tiene en algunas materias democráticas, pero eso sí, mantiene el espíritu franquista de resistencia «a la injerencia de fuerzas extranjeras». La derrota se vive como una afrenta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.