Para Irene Sí, sí y sí. La emancipación está en nosotros; también lo está la cobardía, el miedo y la ignorancia. Todo está dentro de nosotros: lo mejor, lo peor y lo del medio, es decir, conformismo puro y duro. Nunca ha sido fácil la rebelión. Siempre intenté comprender por qué la gente se rebela. […]
Para Irene
Sí, sí y sí. La emancipación está en nosotros; también lo está la cobardía, el miedo y la ignorancia. Todo está dentro de nosotros: lo mejor, lo peor y lo del medio, es decir, conformismo puro y duro.
Nunca ha sido fácil la rebelión. Siempre intenté comprender por qué la gente se rebela. Por qué se la juegan por los demás. Me refiero a las y los humildes, a las y los trabajadores, a las y los intelectuales comprometidos y que quieren superar la división fija, petrificada, del trabajo haciendo lo que tienen que hacer: política desde el punto de vista de las mayorías sociales y de clase. Me impresiona e intento comprender cómo las nuestras y los nuestros luchan por cambiar el mundo.
El elitismo fue la muerte de todo y el final de todo comienzo. El desprecio a las gentes comunes y corrientes, a sus sueños e ilusiones, a su cansina cotidianidad y a ese esfuerzo heroico de sacar, día a día, la familia adelante; además, se debe ser heroico y puro, sin procesiones de Semana Santa, sin partidos de fútbol, sin la alienante televisión. A ellas se les exige todavía más. Nadie entiende demasiado que ellas son la condición de la revolución que tiene nombre de mujer y que hasta que ellas la protagonicen no será posible. No será posible. La revolución es una mujer que nos libera de nosotros mismos.
Pegarse a la gente e ir más allá. Esa es la política de siempre. La buena, la grande, la que cambia el mundo y nos cambia. La ‘buena’ revolución no es solo la que cambia el mundo, es la que consigue cambiar el mundo porque nos cambia de mundo, porque nos hace mejores, más inteligentes, más humanos, más solidarios, más nosotras, más nosotros. La libertad es siempre el camino para liberarse.
Ernst Bloch, profeta de una religión socialista, atea, tradicional del mundo, nos lo enseño con firmeza y lucidez: sin movilizar las energías teológicas, griegas y judeocristianas de nuestras patrias por construir y hacer, nada, nada será posible. El marxismo frío se parece demasiado a los que mandan, necesitamos ir más allá: la calidez del Sur que hay en todos nosotros, la nostalgia de comunidad, los sueños de un mundo reconciliado con la vida, eso de encontrar sentido a una vida finita que nos hace fuertes frente a una muerte inevitable.
Todas y todos somos lo mejor y lo peor. La esperanza está en nosotros como posibilidad, como eso que existe a medias y contradictoriamente; existir y hacer exige voluntad. Las gentes nos organizamos para transformar y para construir mundos. Los que mandan, mandaron siempre y siempre nos recuerdan nuestros fracasos. Iros a la mierda: quisimos hacerlo bien, pero para cambiar tuvimos que parecernos demasiado a vosotros y nos quedamos en un mundo donde se agotó la esperanza y el frío mató el calor que llevamos dentro.
Nos caemos y nos levantamos. Estamos de pie y seguimos en la lucha. Quién lo iba a decir. Aquí en España se pusieron en pie nuevas gentes, nuevas personas, sujetos reales y concretos que hacían política por primera vez, sin saberlo. Nacieron sin mapas, sin líneas correctas y no pidieron permiso a Comité Central alguno. Se sorprendieron, se indignaron, se rebelaron, se organizaron y crearon un lío, una locura y un sinsentido: Podemos.
Donde todo era derrota, resignación y distancia, pusieron (las caras fueron muchas y los procesos diversos, desiguales en el espacio y hasta en el tiempo) ilusión, capacidad y provocación. No saben lo que nosotros; no son tan firmes como nosotros y no tienen la densidad y la profundidad de nuestros conocimientos. Son además arrogantes, quieren ir al gobierno y disputar el poder sin estar lo suficientemente preparados. La propuesta no es clara y, además, tienen errores muy serios.
Nada, nada de lo que se juega hoy -que es mucho, muchísimo- se explica y se entiende sin Podemos. Bastaría escuchar lo que dicen de ellos los que mandan (calumnias, insultos, descalificaciones sin limite) para saber que son el enemigo, el enemigo a batir. Si se mira con atención, hay datos más claros: las cloacas del Estado trabajando a tope; los varios servicios secretos (conectados con los medios, a la vieja usanza) y, sobre todo, El País y su partido, el PSOE de Felipe y de una ‘vieja guardia’ que ya es simplemente reaccionaria. El régimen se siente cuestionado, combatido, y hará todo lo posible, todo, para anular a Podemos. No es personal, es lucha de clases y lucha por el poder.
La política de la esperanza es muy difícil y -es lo peor- reversible. Se puede perder en poco tiempo, en muy poco tiempo, pero dura en el imaginario, como lo posible que no pudo ser y fue derrotado, como experiencia que forja una organización y una consciencia. La esperanza es una línea delgada entre lo que existe como posibilidad y un futuro a construir. La tensión es permanente: lo posible y lo imposible se entrecruzan. La esperanza no es nunca arbitraria, tiene una base real que se expresa como condición de viabilidad: El «Sí se puede» lo expresa bien: parece que no es posible pero lo es si queremos que lo sea, si luchamos, si nos organizamos y si -lo siento- tenemos disciplina. El «querer para hacer» es el fruto mejor de una política de la esperanza asentada en la razón, en la voluntad y en el compromiso con nuestras gentes, con nuestros pueblos.