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Mutación cognitiva

La espiral de caos y automatización

Fuentes: CTXT [Imagen: Canon occidental. / La boca del logo]

Un mapa del siglo que amenaza

Ningún pensador político ni científico social previó lo que está sucediendo en la tercera década del siglo XXI. Solo escritores distópicos como Philip Dick, Norman Spinrad, George Ballard, Liu Cixin, Sakaya Murata y Octavia Butler vislumbraron nuestro presente.

Echemos un vistazo al panorama global: la razón es reemplazada por la fuerza, la justicia social es despreciada como una intrusión aberrante en la libertad individual, la ferocidad de la competencia sustituye a la ley: quienes no están a la altura de la ferocidad solo merecen ser esclavos o morir. Como dice Thomas Wade en la novela de Liu Cixin Bosque Oscuro: “Si perdemos nuestra humanidad, perdemos algo; si perdemos nuestra bestialidad, lo perdemos todo”.

La brutalidad ha estallado por doquier, convirtiéndose en la norma general de la vida social

Tras el genocidio que Israel ha desatado contra el pueblo palestino, tras el pogromo lanzado por Hamás el 7 de octubre de 2023, la brutalidad ha estallado por doquier, convirtiéndose en la norma general de la vida social.

La deportación masiva de migrantes, el rechazo sistemático de quienes buscan asilo, el genocidio generalizado en la frontera entre el Norte y el Sur del mundo: por todas partes, la brutalidad se extiende con una ferocidad que ningún científico social o político había previsto jamás.

En 1993, Octavia Butler escribió La parábola del sembrador: la historia se desarrolla en 2025. Hoy

Solo algunos escritores distópicos han imaginado escenarios que se asemejan al desenfreno de ferocidad que tenemos ante nuestros ojos.

En 1993, Octavia Butler escribió La parábola del sembrador: la historia se desarrolla en 2025. Hoy.

En Estados Unidos, un hombre llamado Donner acaba de ganar las elecciones y promete devolver a Estados Unidos su antigua grandeza. 

El Estados Unidos del que Butler escribió en 1993 es escenario de una guerra de exterminio cruzado y de violaciones generalizadas. La miseria, el terror y los incendios estallan en todo el país. Moverse de un punto a otro del país es peligroso. Odio y terror por doquier.

Muy semejante a la realidad de la deportación masiva, de las agresiones contra los migrantes. Miedo, dolor, humillación en todos lugares, en cada acto de lenguaje. 

En el panorama actual estadounidense, la mayoría de la gente se hunde en la demencia, la tristeza, la senilidad, y el fentanilo. 

En La Parábola del Sembrador, Lauren Olamina es una niña de catorce años que sufre de hiperempatía: siente dolor al presenciar el dolor de un ser humano; este sentimiento se considera una patología y una desventaja.

“La hiperempatía es lo que los médicos llaman un síndrome delirante orgánico (…) Se supone que debo compartir el placer y el dolor. Pero hoy en día no hay mucho placer”. (pág. 20).

En La Parábola del Sembrador, Lauren Olamina es una niña de catorce años que sufre de hiperempatía

Como el dolor y la tristeza están por todas partes, la adaptación evolutiva ha llevado a los habitantes del país imaginado por Octavia Butler a desarrollar una impermeabilidad total al dolor ajeno. Pero Lauren padece una condición patológica: mientras todos se dedican a sobrevivir, robar, matar, quemar, Lauren no ha dejado de pensar. Lo comprende porque la empatía es consciencia. Y la consciencia es peligrosa. La gente sabe que la vida se ha convertido en un infierno y que no queda más remedio que sobrevivir.

Casi todos los adultos lo saben. No quieren saberlo, pero lo saben.

Cuando no hay salida a una situación intolerable, ¿qué podemos hacer sino tolerarla? ¿Qué podemos hacer sino intentar ignorar la verdad, aunque la conozcamos?

Denegación: sabemos que el cambio climático está destinado a hacer imposible la vida en el único planeta que tenemos. Lo sabemos, pero ¿qué podemos hacer?

Lo único que podemos hacer es intentar escapar del infierno desertándolo.

Esto es lo que las mujeres están haciendo en realidad, en un movimiento consciente o inconsciente de evasión de la procreación que está llevando a la humanidad a la autoobliteración.

Abandonar la historia para salir del doloroso caos.

El mundo humano continuará gracias al autómata cognitivo que hemos construido y que estamos construyendo

¿Será el fin del mundo? Sí y no: el mundo humano continuará gracias al autómata cognitivo que hemos construido y que estamos construyendo. Desde el punto de vista de la evolución, el autómata es el ganador porque no conoce el dolor, el placer, la sensibilidad y, sobre todo, el pensamiento. Su trabajo consiste en recombinar fragmentos lingüísticos destinados a la acumulación de capital. Es una simulación (casi perfecta, nunca perfecta) del pensamiento: inteligencia emancipada de la consciencia.

Triste perfección

Desde que escribí Subjetivación cognitiva (publicado en e-flux en 2010), me he preguntado sobre la posibilidad de autonomía en el proceso continuo de subyugación de la actividad cognitiva al semiocapital. Durante los años de la acampada española y de Occupy, por última vez, pudimos vislumbrar un proceso de autonomía social: los trabajadores cognitivos del mundo se liberan de las grandes corporaciones e inician un proceso de autoorganización social y reorientación de la tecnología.

Los trabajadores cognitivos se liberan de las grandes corporaciones e inician un proceso de autoorganización social 

En 2017, cuando escribí Futurabilidad, aún creía en la posibilidad de autonomizar la cooperación de los trabajadores cognitivos que dirigen la creación del autómata global. En las últimas páginas de ese libro escribí:

“¿Encontrarán los poetas e ingenieros la energía para desarrollar las posibilidades inscritas en el conocimiento y la tecnología en condiciones de autonomía?”. También escribí que “en la segunda década del siglo XXI, dos procesos diferentes operan con una fuerza aparentemente imparable: el primero es una guerra civil global que se intensifica desde el año 2016; el segundo es la automatización de la actividad cognitiva, la penetración de dispositivos de IA en la vida cotidiana y en el entorno urbano, allanando el camino hacia un sistema eurototalitario”. (Futurability).

La última frase del libro, sin embargo, decía lo siguiente:

“Construir una conciencia común de una posible solidaridad social entre los neurotrabajadores es la tarea de la próxima década, y el despertar ético de millones de ingenieros, artistas y científicos es la única posibilidad de evitar una regresión aterradora, cuyos contornos ya vislumbramos”. (Futurability, pág. 239). Una década después esa posibilidad se ha perdido, y la posibilidad de subjetivación autónoma está desapareciendo por tres razones: caos mental, automatización de la actividad mental, y evacuación de la conciencia por parte de la inteligencia automatizada.

Para mejorar la productividad de la inteligencia, la economía cognitiva está reemplazando la mente humana con autómatas inteligentes, libres de la carga de la consciencia; en consecuencia, la actividad mental es reemplazada por inteligencia automatizada. Mientras el caos se traga la vida consciente, solo los automatismos tecnolingüísticos posibilitan la producción y la participación social.

Desde la irrupción del virus pandémico, el distanciamiento social se ha arraigado en la sensibilidad social, especialmente en los jóvenes, mientras que la demencia se apodera de la mente occidental senescente.

Los autómatas están tomando la delantera: la conjunción consciente es reemplazada por la conexión.

La espiral de caos y automatización se perfila como la tendencia general del siglo. Los organismos sintientes pueden desaparecer a medida que el juego planetario está básicamente regido por entidades inteligentes inmunes a la consciencia y al dolor.

Triste perfección.

Tristeza perfecta.

Caos y cerebro

“Basta con un poco de orden para protegernos del caos. Nada es más angustioso que un pensamiento que se escapa, que las ideas que se escapan, que desaparecen apenas formadas, ya erosionadas por el olvido o precipitadas en otras que ya no dominamos”. (Deleuze Guattari: ¿Qué es la filosofía?, pág. 201).

“(…) No solo las desconexiones y desintegraciones objetivas, sino un inmenso cansancio, resultan en sensaciones, que ahora se han vuelto confusas, dejando escapar los elementos y vibraciones que cada vez le resulta más difícil contraer. La vejez es este mismo cansancio: entonces, hay o bien una caída en el caos mental fuera del plano de la composición o bien un repliegue en opiniones prefabricadas, en clichés”. (Ibi, pág. 214).

Que yo sepa, no hay mejor descripción de la senilidad que esta. El cerebro individual se enfrenta a dos alternativas: o bien caer en el caos mental, o bien aceptar la opinión dominante, cerrando la mente y aferrándose a una identidad fija.

Desde finales del siglo XX, tras la prolongación de la esperanza de vida y la disminución de la natalidad, se ha producido una repentina reversión de la aceleración demográfica previa, y la proporción de personas mayores en la población general ha aumentado.

El caos no existe ahí fuera. No es una entidad física, sino una relación entre la mente en decadencia y un umwelt [entorno] acelerado.

El caos es la relación entre la intensidad y la velocidad de los estímulos neuronales a los que se expone el cerebro y el tiempo disponible para la elaboración de la información neuronal. Cuanto más rápido sea el flujo de estímulos informativos –imágenes, sonidos, palabras–, menos tiempo tendremos para la elaboración emocional y racional del propio flujo.

El caos es simplemente la proyección de este tipo de senilidad en el orden mundial. El efecto de esta caotización es el colapso y la desintegración de la civilización occidental.

La noción de Occidente tiene una doble vertiente mitopoyética: la frontera, la expansión, la tensión hacia una superación perpetua. Pero hay un segundo estrato mitológico incrustado en la noción de Occidente: el lado oscuro de la autopercepción occidental es la metáfora, tierra del declive.

Los tiempos modernos estuvieron marcados por la energía juvenil y agresiva de los conquistadores y civilizadores blancos. La cultura del siglo XX entonó un canto triunfal a la velocidad, al futuro y a la guerra. En ese período, la aceleración demográfica dio lugar a un panorama social repleto de jóvenes: jóvenes trabajadores listos para la explotación, pero también para la revolución. Jóvenes soldados listos para luchas patrióticas y aventuras coloniales. El fascismo fue la expresión de estas multitudes jóvenes, lideradas por jóvenes líderes agresivos.

El panorama ha cambiado drásticamente, lleno de ancianos en sillas de ruedas, empujados por cuidadores ucranianas y rumanas deprimidas de cuarenta años que hablan por teléfono con sus maridos alcohólicos que viven a cinco mil kilómetros de distancia.

Fluctuando entre el pánico y la depresión, obsesionada por la soledad y la humillación, la cultura blanca es incapaz de lidiar con el agotamiento: por eso ha regresado el suprematismo blanco. La agresividad es una terapia para la depresión, pero una terapia peligrosa. Es patética, pero también peligrosa, porque la agresividad de los ancianos occidentales se apoya en armas hiperpoderosas. 

El sucedáneo tecnológico debe compensar la caída de la energía psicosexual, y también de la energía productiva. Que muera Sansón con todos los filisteos.

Por eso en la psicoesfera social contemporánea la mente joven se deprime y tiende a la senilidad.

Según un famoso maestro zen:

“La mente del principiante, muchas posibilidades. La mente del experto, pocas”. (Suzuki).

La ​​intensificación neuronal proporcionada por la infosfera en las primeras décadas del siglo ha provocado una aceleración de la experiencia. Christian Nirvana Damato observa (Multiplicación de Órganos, 2024) que los jóvenes expuestos a la incesante estimulación nerviosa están psíquicamente agotados, abrumados por la cantidad de datos sin sentido, por la saturación de su atención e imaginación. Los jóvenes son viejos, la pirámide se ha cuadrado y está a punto de derrumbarse.

Dados estos antecedentes antropológicos, comprendemos por qué el rearme es la palabra clave del discurso público en la manosfera blanca.

Los europeos parecen particularmente obsesionados por la desaparición inscrita en la imparable tendencia a la senescencia. Emmanuel Macron declaró que un rearme militar debe ir acompañado de un rearme demográfico. La demencia agresiva no ayudará a afrontar el colapso climático ni la desintegración geopolítica. Mediante el genocidio y la huelga de natalidad, la humanidad está organizando una autoterminación.

Sin embargo, no es el fin del mundo, porque el autómata cognitivo global está en ascenso.

Disforia y deserción

Una corriente de disforia se infiltra en la psicoesfera social.

Según Paul Preciado, “la condición epistémica y política contemporánea es de disforia generalizada… Esta noción, cercana al lenguaje de la física, apunta a un problema de sobrecarga, el estrés de transportar algo demasiado pesado. Para los psiquiatras, la disforia se refiere a una perturbación del alma que hace la vida cotidiana demasiado difícil de soportar”.

La disforia implica la esterilización de la emoción y la hipersemiotización del deseo

El deseo se inviste de intercambio semiótico: los estímulos infoneurales sin la presencia del cuerpo del otro posibilitan las reacciones dopaminérgicas. La evitación sexual obviamente resulta en el abandono de la procreación. Lejos de ser una patología, esto implica una estrategia (consciente e inconsciente) de autodestrucción suave de la humanidad.

La distopía reproductiva no es nueva: El cuento de la criada (1985), de Margaret Atwood, se centraba en la necesidad de someter a algunas mujeres a la obligación de generar seres humanos. Pero en los últimos años, escritores, artistas y cineastas (en particular, mujeres) narran un mundo sórdido y siniestro, en el que ya no hay razón para generar vida.

Mientras tanto, en el mundo real, la tasa de natalidad está disminuyendo en casi todo el mundo y la población mundial está entrando en una fase de senilidad. Esta tendencia tiene causas biológicas, ambientales y culturales, pero el rechazo femenino a la procreación es la más interesante. En la última década, aproximadamente, muchas autoras están produciendo novelas y películas en las que se está configurando una poética de sordidez terminal, vinculada a la perspectiva de suspender la reproducción de la humanidad.

Cuando el juez pregunta al adolescente por qué quiere demandar a sus padres, responde con franqueza: “Porque nací”

En 2019 vi Cafarnaúm, una película de la directora libanesa Nadine Labaki. La película narra la historia de Zain, un refugiado sirio de 12 años que vive en los barrios marginales de Beirut en las condiciones más precarias que podemos imaginar. Zain es detenido por apuñalar a alguien a quien llama “hijo de puta”. Cuando comparece ante el tribunal, le dice al juez que quiere demandar a sus padres. Cuando el juez le pregunta por qué, responde con franqueza: “Porque nací”. Nacer en este mundo de miseria, violencia y desesperación es un castigo que Zain no merece. ¿Por qué me hiciste esto?

Después de ver esta película, empecé a pensar que este era un mensaje poético central.

Luego llegó la pandemia, y el distanciamiento social se proclamó durante dos años como la nueva normalidad. Finalmente, la guerra emergió como el principal esfuerzo de la humanidad exhausta. Al fondo, se vislumbra la Tierra devastada por el fuego y sumergida por las inundaciones.

La extinción de la raza humana es un escenario verosímil para este siglo, pero simultáneamente, las máquinas inteligentes toman el mando en el quehacer cotidiano de la inercia. El caos y el autómata. La sordidez y el ajetreo sin vida.

La extinción de la raza humana es un escenario verosímil para este siglo

Las novelas de Michel Houellebecq (pienso especialmente en Anéantir) describen este horizonte de agotamiento desde la perspectiva del hombre senescente de Occidente. Pero algunas escritoras expresan un sentimiento menos resentido, casi plácido. 

En las novelas de Sakaya Murata, la poética de la sordidez terminal emerge con toda su plenitud. El estilo de Murata resuena con la cultura japonesa del hikikomori: soledad, aislamiento, evasión sexual. Una innovación crucial de Murata reside en su estilo literario: plano, casi robótico. Aburrido, si se quiere. Nada en estas novelas busca complacer al lector; nada suena dramático. El romanticismo está dedicado a los personajes de anime; seres ficticios y animaciones virtuales pueden ser amados sin interacción física.

Disgusto ante la presencia del otro, rechazo al matrimonio, asexualidad y, consecuentemente, disminución de la natalidad. Una tendencia hacia el fin de la humanidad carnal. Sin emoción, sin ira, sin crítica política, solo distanciamiento de la vida social y de la implicación erótica, una deserción radical del futuro.

El erotismo ha desaparecido de la vida y del lenguaje.

Pero al mismo tiempo la depresión se muda en deserción de la historia patriarcal.

Mientras la narración se vacía de dramatismo, mientras se proscribe la intensidad, el cuerpo se somete a un proceso de alineación con la máquina conectiva.

En las novelas de Murata es posible detectar una especie de patología autista; sin embargo, no creo que debamos leer las novelas de Murata en términos psicopatológicos.

El síndrome autista es cada vez más sistémico en la existencia sin sentido que las personas se ven obligadas a vivir.

El sexo y el placer divergen; como mucho, el sexo es una obligación social que debe cumplirse. El matrimonio es un comportamiento socialmente normal, carente de deseo y placer.

Keoki está tan distante de la percepción de su propia existencia corporal que no sabe cómo actuar, dónde quedarse ni qué hacer

En su libro más vendido, La chica de la tienda, Keoki ha perdido el contacto con su cuerpo hasta el punto de cuestionar la existencia de un yo. Keoki está tan distante de la percepción de su propia existencia corporal que no sabe cómo actuar, dónde quedarse ni qué hacer. Solo siguiendo protocolos y procedimientos precisos logra orientarse en el entorno. La rutina de la tienda es su salvavidas.

Murata escribe con afecto sobre la música de los konbini, sobre los reverberantes y dulzones sonidos de la tienda. Siente una repugnancia íntima por cualquier contacto con otras personas, a menos que estén reglamentadas en sus roles.

Una estética de la sordidez está tomando forma en algunas áreas de la literatura contemporánea: vivir en el entorno digital ha privado de erotismo a la existencia, desplazando el deseo del cuerpo a la estimulación neuronal electrónica. La conexión ha reemplazado a la conjunción y el resultado es una glaciación digital.

La literatura y el arte, particularmente el femenino, interceptan este efecto anerótico. Un paisaje sórdido emerge por doquier, excepto en el gélido entorno de la comunicación incorpórea.

En los últimos años he leído novelas de escritoras como Melinda July, Melissa Broder, Cho Nam Joo, Sakaya Murata y Sara Mesa.

En las historias de Melissa Broder, la sexualidad no es más que un intento de llenar un vacío ansioso, un juego de lenguaje que ya no provoca excitación, ya que los cuerpos reales han desaparecido y el cuerpo se ha convertido en un referente lingüístico, una alusión, una promesa siempre pospuesta y, en última instancia, inalcanzable.

La procreación se considera un abuso, un acto sin emoción y, por lo tanto, sórdido, un efecto siniestro del vacío íntimo.

Nadie pide nacer. Nadie firma un formulario que diga: “Tienes mi permiso para hacerme existir”. Los bebés nacen porque los padres sienten que ellos mismos no son suficientes. Así que, padres, nunca nos condenen por intentar llenar nuestros vacíos existenciales, cuando solo somos el fruto de sus vanos intentos de llenar los suyos. Es culpa suya que estemos aquí para lidiar con el vacío en primer lugar. (Cómo nunca ser suficiente, en So Sad Today, de Broder).

Los bebés nacen porque los padres sienten que ellos mismos no son suficientes

La ​​española Sara Mesa escribe con un estilo impasible sobre jóvenes y ancianos que se encuentran entre bastidores de ciudades en ruinas, de barrios vacíos, entre bastidores de una vida agotada.

En Oposición, 2025, describe la vida social como una dimensión burocrática en la que se invierte mucho tiempo en producir un vacío metafísico mediante la aplicación de recursos tecnológicos de vanguardia.

Sus personajes, como los de Murata, están en proceso de perder todo contacto con el cuerpo, en un estado de disforia indescriptible. El trasfondo de sus historias suele ser una ciudad en decadencia (Incendios invisibles). La relación con los hombres se basa en enfoques sórdidos (Un amor), y la sexualidad queda relegada a una dimensión nebulosa e indistinta, carente de erotismo y alegría.

La era del autómata

La mutación digital del entorno ha transformado la relación entre la autopercepción, la proyección del mundo de la experiencia, la concepción y la ejecución del acto: la actividad cognitiva de quienes han sido formateados por el autómata lingüístico conectivo tiende a percibir su propio cuerpo de forma disfórica y a proyectar un mundo fantasmático. La relación entre la concepción y la ejecución del acto se contrae porque el circuito de procesamiento mental que conduce al acto se acelera por la estimulación neuronal ininterrumpida.

Cada vez hay menos tiempo para el procesamiento emocional y cognitivo de los estímulos

Según el Diccionario Oxford, “brain-rot” es la palabra del año 2024, ya que parece que en la red universal su uso se ha multiplicado por un 230 %. Esta palabra parece corresponderse con la autopercepción de la población joven contemporánea. Tras “brain-rot” viene “romantasy”, un género literario en el que la ternura y el afecto son solo fantasía virtual. 

En tercer lugar está la palabra “demure”, que podría traducirse como reservado, tímido, quizás solitario. No podría haber mejor diagnóstico psicopatológico para una generación que ha aprendido a ver la vida como ficción o como terror.

En escuelas de todo el mundo, los psiquiatras diagnostican el trastorno por déficit de atención. Un diagnóstico que simplemente señala un trastorno, pero no comprende su contexto, su génesis ni su posible evolución.

¿Deberíamos hablar de psicopatía o de mutación cognitiva?

No sé si los seres humanos se están volviendo cada vez más estúpidos mientras los chatbots aprenden a pensar por sí mismos. Sin duda, se perderá cierta capacidad intelectual, ya que podemos dejarla en manos de la máquina lingüística. Y la consciencia, la capacidad de tomar decisiones éticas y estéticas, parece destinada a ser evacuada en la búsqueda de la optimización de la inteligencia.

Esta evacuación de la consciencia podría ser resultado del proceso de alineación.

Las tecnocorporaciones, cuyo negocio es esencialmente la gestión de la mente, han debatido sobre la alineación en los últimos años.

Dicen que la máquina lingüística debe alinearse con los valores humanos (difíciles de identificar con exactitud y probablemente inexistentes). Pero creo que lo contrario es cierto: la mente humana se ha visto obligada a alinearse con el ritmo de la máquina cognitiva que se expande en todos los ámbitos de la creación y el intercambio. Las mentes de la generación joven se han formateado en el entorno digital, de modo que su reactividad cognitiva se ha modelado según patrones que nada tienen que ver con la discriminación crítica y la conciencia ética.

En la lucha por la supervivencia ambiental, la evacuación de la conciencia potencia la potencia competitiva de la inteligencia.

En términos de competencia, el juicio ético es una pérdida de tiempo

En términos de competencia, el juicio ético es una pérdida de tiempo, y la evacuación del pensamiento es la culminación del proceso que finalmente limpia el planeta de lo imperfecto.

En octubre de 2024, Paul Graham comentó sobre la pérdida de la capacidad de escritura en los humanos.

Parte de la consideración de que el autómata inteligente realiza cada vez más el trabajo de escribir por nosotros.

¿Qué deberíamos esperar de este reemplazo de la capacidad de escribir?

Según Platón, la escritura estaba destinada a borrar la memoria de la mente humana. Ocurrió, en efecto, pero solo de forma limitada: la escritura transformó la memoria, no la borró.

Perder la capacidad de escribir significa perder la capacidad de pensar de forma crítica y lógica

Pero ahora las máquinas no solo son capaces de reemplazar la escritura, sino también el razonamiento. De hecho, la escritura permite la organización lógica del pensamiento. Perder la capacidad de escribir (algo que está sucediendo a gran escala) significa perder la capacidad de pensar de forma crítica y lógica.

Si se me permite un poco de ironía puedo concluir de esta manera: si la población humana está entrando en una fase de envejecimiento y embrutecimiento, si va a desaparecer, no hay que alarmarse. 

El planeta será gobernado por los herederos perfeccionados de la humanidad: libres del peso de la conciencia ética y la sensibilidad, libres del dolor y el placer, autómatas inteligentes y despiadados realizarán el trabajo inútil de producir y reproducir la eternidad del capital. 

Franco ‘Bifo’ Berardi es escritor, filósofo y activista izquierdista. Su último libro es ‘El tercer inconsciente’.

Fuente: https://ctxt.es/es/20250601/Firmas/49475/franco-bifo-berardi-espiral-caos-automatizacion-mutacion-cognitiva-chatbot.htm