Antes de nada, decir que yo sólo hablo en mi nombre. Lo dicho por mí representa tan sólo la opinión de un simple ciudadano corriente, de un indignado más. Tan importante como saber el objetivo a alcanzar (ver el artículo ¿Qué es la democracia real?), es saber cómo alcanzarlo. No hay posibilidad de triunfar en […]
Antes de nada, decir que yo sólo hablo en mi nombre. Lo dicho por mí representa tan sólo la opinión de un simple ciudadano corriente, de un indignado más.
Tan importante como saber el objetivo a alcanzar (ver el artículo ¿Qué es la democracia real?), es saber cómo alcanzarlo. No hay posibilidad de triunfar en ninguna lucha sin la estrategia adecuada. Se necesita claridad de ideas en cuanto al objetivo y en cuanto a la estrategia a emplear.
En mi humilde opinión, la estrategia del movimiento 15-M debe tener las siguientes características (muchas de ellas ya las tiene, pero no deben de perderse):
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Pacifismo y comportamiento cívico ejemplar (esto es lo que más daño le está haciendo al sistema).
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Desvinculación total de cualquier ideología u organización política o sindical. Esto le impide al sistema recurrir a los prejuicios que ha labrado en las mentes colectivas durante tantos años y permite aglutinar al conjunto de la ciudadanía alrededor de una causa que interesa a la inmensa mayoría de la población, por encima de partidismos, de sectarismos, de nacionalismos.
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Presión popular sostenida, generalizada y diversificada, en todos los frentes: en las calles, en las instituciones, en las empresas, en los medios de comunicación, en Internet, etc.
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Unidad y coordinación. Búsqueda de mayorías sociales. Toda lucha popular es eficaz cuando abarca a grandes masas de la población. La fuerza del pueblo reside en su unidad, en que constituye la aplastante mayoría. Hay que implicar a todos los colectivos posibles: jóvenes, pensionistas, trabajadores, desempleados, estudiantes, etc.
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Se necesita concreción, centrarse primero en unos cuantos objetivos primordiales y sintetizarlos en un concepto general: la regeneración democrática. El objetivo básico fundamental a corto plazo (aunque no podrá lograrse de manera inmediata, obviamente) debe ser el inicio de un proceso constituyente en el cual el pueblo participe activamente, sin miedo, sin limitaciones, en la implementación de la nueva Constitución. Es también ineludible la cuestión del régimen. El pueblo tiene derecho a elegir entre Monarquía y República. Todas las opciones deben ser igualmente conocidas por la opinión pública.
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Horizontalidad. Participación activa ciudadana con mínimos liderazgos, sometidos en todo momento al control de las bases, dando el máximo protagonismo a las masas, a los ciudadanos, en forma de asambleas populares donde se aplique la democracia directa, en forma de concentraciones y manifestaciones en las calles, en forma de activismo en Internet. Las manifestaciones son más eficaces si tienen lugar simultáneamente en las principales ciudades del país, en sus lugares céntricos. Hay que llegar a los ciudadanos, tanto en las periferias de las ciudades, en los barrios, como en los lugares más céntricos, más concurridos, incluso en las zonas rurales. Hay que expandir este movimiento revolucionario por los cuatro puntos cardinales de nuestro país y del extranjero, como ya se ha empezado a hacer.
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Coherencia, insistencia, paciencia, determinación, flexibilidad, iniciativa y originalidad. La coherencia es nuestra mejor arma. Si luchamos por la democracia real deberemos practicarla en el camino. Hay que ser muy originales para vencer la censura informativa y despertar la simpatía general. Habrá que insistir e insistir e insistir… Pero cambiando las formas para no cansar ni cansarnos, para readaptarnos continuamente a los nuevos obstáculos que seguro nos irán poniendo en el camino. Esta lucha va para largo y por ello habrá que luchar permanentemente y tener suficiente paciencia, no desanimándonos por los pocos resultados cosechados hasta el momento. Lo verdaderamente importante es que luchemos, que cada vez seamos más, que el Estado vaya quitándose la careta, para lo cual habrá que forzarlo a que lo haga, basta con generalizar las protestas para que lo haga, como ya lo está haciendo, lo que más daño le hace es la presión popular sostenida; lo verdaderamente importante es que cada vez haya más ciudadanos concienciados y activos,…
El sistema no cederá fácilmente. Nunca lo hace. Será necesaria una presión popular sostenida en el tiempo. Podrán variar las maneras de presionar. Podrá, lógicamente, fluctuar dicha presión. Pero sin una presión sostenida en el tiempo, el sistema no cederá, o en todo caso cederá mínimamente o sólo aparentemente. Remito a mi artículo Sin estrategia no hay revolución donde hablo con más detalle de todas estas cuestiones. El movimiento 15-M ha empezado con sumo éxito porque ha dado en la llaga en cuanto a las líneas generales estratégicas. Es imprescindible seguir aplicando sus líneas estratégicas maestras, pero también es imperativo mejorar la estrategia. En particular, hay que seguir presionando en la calle y no hay que caer en la tentación de formar un partido político. Esto habrá que pensárselo mucho antes de decidir hacerlo o no, pero ahora es totalmente prematuro y contraproducente, como explico más en detalle en el mencionado artículo. Como es lógico, no podremos evitar tener ciertas dudas en cuanto a algunas tácticas puntuales a aplicar, sin embargo, no podemos tener dudas en cuanto a las líneas maestras de la estrategia a emplear. En este aspecto, en general, la reacción del sistema nos puede dar importantes pistas sobre si estamos empleando la estrategia adecuada o no. Cuanto más nervioso se ponga el sistema, mejor lo estamos haciendo. En general, cuanto más nos presione para hacer blanco, más debemos hacer negro, siempre que no nos perjudique, por otros motivos, el hacer negro.
Por otro lado, deberemos ser suficientemente flexibles. Dado que el sistema se defenderá de distintas maneras, nosotros tendremos que acosarlo (siempre pacíficamente, ejemplarmente) de distintas maneras. Nunca debemos perder de vista que las distintas acciones que emprendamos son meros medios, no fines en sí mismos. Son medios para concienciar al resto de ciudadanos, para hacernos oír, para luchar por una democracia real. Si en determinado momento cierta acción se convierte en un obstáculo, en vez de en una ayuda a nuestra causa, entonces habrá que sustituirla por otro tipo de activismo. Si, por ejemplo, las acampadas no consiguen ya llamar la atención, si son usadas como excusa por el sistema para reprimirnos, para no escucharnos, para demonizarnos, para cansarnos, para dividirnos, entonces habrá que hacer otras cosas. Si al estar acampados discutimos más sobre las infraestructuras físicas de las acampadas, sobre su logística, que sobre política, entonces es que las acampadas nos obstaculizan el camino de la lucha política, es que ya no nos sirven. Lo más importante es no perder de vista las líneas generales de la estrategia que debemos emplear. Por ejemplo, lo importante es recordar siempre que deberemos presionar insistentemente, sostenidamente en el tiempo, y no tanto las formas concretas cómo lo hagamos.
Yo pienso que es imprescindible que el movimiento se haga visible, un mínimo, cuanto más mejor, permanentemente, en los lugares más emblemáticos de las ciudades, en sus centros, en sus lugares más concurridos, pero, además, hay que acudir a los aledaños de los distintos organismos del Estado (parlamentos, ayuntamientos, residencias gubernamentales, etc.). Como ya se está haciendo, habrá que seguir haciéndolo todavía más. Además, hay que manifestarse recurrentemente en las principales ciudades simultáneamente, tal como se está haciendo, habrá que seguir haciéndolo. Por supuesto, hay que seguir con la iniciativa de las asambleas populares en los barrios. La presión popular deberá mantenerse e incluso incrementarse. Habrá también que hacer implicarse a la clase trabajadora, sin la cual esta lucha no tendrá la suficiente fuerza. Cuanta más presión ejerza la ciudadanía, más posibilidades de lograr cambios verdaderos en el sistema. ¿Podemos imaginarnos qué podríamos lograr si combináramos asambleas populares, acampadas, marchas, acciones concretas de defensa civil (contra desahucios, contra despidos colectivos, etc.), manifestaciones y huelgas generales? Deberemos ir perfeccionando e intensificando la lucha, buscando la mayor presión popular posible. Si levantamos las acampadas y vemos que ya no nos escuchan, que ya no llegamos tanto a la gente, que el movimiento pierde fuelle, entonces habrá que replantearse volver a hacerlas. Aunque ahora el sistema estará prevenido y nos pondrá más obstáculos. No hay más que ver cómo en Francia la policía impide que los indignados acampen. El factor sorpresa es importante en toda lucha, pero ahora ya es muy difícil sorprender al enemigo, pues el sistema ya sabe a qué atenerse y nos espía continuamente para saber nuestros próximos movimientos. En suma, debemos ser flexibles en cuanto a las formas que deberá adoptar nuestra lucha, pero sin perder nunca de vista nuestros objetivos esenciales, ni las líneas generales de la estrategia a emplear. Nuestra estrategia general y nuestro objetivo deben ser bastante fijos, pero no así las tácticas puntuales que adoptemos en distintas fases de este proceso que acabamos de iniciar, que deberán cambiar constantemente. Debemos permanentemente estar alerta ante las distintas maneras en que el sistema se defiende, para adaptarnos a ellas, para cambiar las formas de nuestra lucha (sin nunca desviarnos de las líneas generales descritas, insisto), para que nuestra lucha sea lo más eficaz posible.
Debemos aprender de nuestros errores, pues toda revolución es ante todo un proceso continuo de aprendizaje. Tras años de apatía generalizada es lógico que ahora nos cueste ser activos, que cometamos errores al organizarnos, nadie es perfecto, nos falta práctica. Por ejemplo, el intentar adoptar decisiones en las asambleas populares por unanimidad es un grave error, posibilita que el enemigo se infiltre e impida que avancemos en el proceso revolucionario. Basta con que unos pocos se opongan radicalmente a cualquier decisión para que sólo podamos aprobar cosas muy genéricas, sin contenido, sin suficiente concreción, para que estemos dándole vueltas y vueltas a las mismas cuestiones, mareando la perdiz, agotándonos innecesariamente, espantando a muchos ciudadanos que se acercan a curiosear. Es imposible que todo el mundo esté de acuerdo en todo. Aunque sí es posible lograr amplias mayorías para ciertas cuestiones elementales, como la democracia. Sin embargo, si esperamos la unanimidad para alcanzar la democracia, no la alcanzaremos nunca. Hay ciertas minorías que no la desean y harán todo lo posible por impedirla, como enviar infiltrados para torpedear el movimiento 15-M desde sus mismas entrañas. Sólo podremos ponernos de acuerdo unánimemente en el deseo de una sociedad mejor y más justa para todos, pero no en la manera de llevar a cabo dichas hermosas intenciones. El quid de la cuestión está en el cómo, en lo concreto, no en las declaraciones de intenciones genéricas y abstractas. En la sociedad, y más en la actual sociedad clasista, existen siempre intereses contrapuestos, incompatibles. De lo que se trata es de que se «impongan» democráticamente los intereses de la mayoría. Contra la mayoría no pueden hacer nada esas minorías que necesitan evitar la democracia para perpetuar su dominio, sus privilegios. Es imposible convencer a quienes necesitan evitar la democracia para no atentar contra sus intereses materiales.
El método de la unanimidad, en la práctica, da el poder a ciertas minorías. La unanimidad, además, crea situaciones absurdas. Muchos acampados deseaban levantar el campamento en la Puerta del Sol, pero resultaron presos de sus propios métodos de decisión. ¿Debe finalizarse una acampada por unanimidad cuando no se inició por unanimidad? ¿Se hubieran producido las acampadas si previamente se hubiera necesitado la unanimidad para hacerlas? Es bueno, y necesario, buscar amplias mayorías, cuanto más amplias mejor, pues así el movimiento ciudadano tiene más fuerza. Pero la unanimidad, además de imposible en todo, es injusta, es antidemocrática. ¿Es justo que la mayoría no pueda llevar a cabo cierta decisión por el bloqueo de unos pocos individuos? ¿Es democrático que unos pocos impongan su criterio a la mayoría? Por ejemplo, para la cuestión de levantar las acampadas o no, si nos ceñimos al método de la unanimidad, ¿qué hacemos?, ¿debemos ser unánimes para levantarlas o para continuarlas? Como vemos, el método de la unanimidad conduce a callejones sin salida que obligan a hacer trampas, mejor dicho, es en sí mismo una trampa, pues dependiendo de qué se plantee, de cómo se planteen las cosas, se da prioridad a unas opciones sobre otras. En una democracia real todas las opciones a tener en cuenta deben tener las mismas posibilidades y ello no es posible si se busca decidir por unanimidad. Si se plantea que sólo podemos levantar la acampada si decidimos unánimemente hacerlo, entonces damos prioridad a la opción de seguir, entonces seguimos acampados, aunque la mayoría no desee hacerlo, y si planteamos la cuestión al revés, damos la prioridad a la opción de no seguir, entonces no seguimos, aunque la mayoría desee hacerlo. Lo ocurrido en Sol en los últimos días demuestra irrefutablemente la insensatez e ineficacia de decidirlo todo por unanimidad. Para salir del callejón sin salida en que estaban los acampados, se adoptó, por unanimidad, una resolución ambigua, contradictoria en sí misma, que rompe la unidad (si es que eso es lo que se buscaba con la unanimidad), que se niega a sí misma: se decidió por unanimidad que la acampada se levantará pero que quien quiera seguir que lo haga por su cuenta y riesgo. Si lo que se buscaba era que todos siguieran o que todos se marcharan, no se ha conseguido, después de todas las vueltas que se le ha dado al asunto, después de todo el tiempo dedicado a la cuestión. ¡Bastante tenemos que esforzarnos, bastante tiempo debemos dedicar a la lucha política como para desperdiciar energías, como para perder tiempo por no organizarnos adecuadamente! La revolución es ante todo organización. Si no logramos organizarnos de tal manera que compaginemos la democracia, la ética, con la eficacia, entonces nosotros mismos nos haremos el haraquiri. La manera de llegar a ese imprescindible equilibrio es tomando las decisiones por mayorías, no por unanimidades. Este método de organización democrática por mayorías debería ser adoptado por todos los indignados del país. De esta manera, la mayoría dominará, como debe ser.
Si ya tenemos problemas para decidir sobre cuestiones de importancia secundaria, en temas más importantes la cosa se agrava, pues así, como decía, al movimiento le cuesta mucho avanzar en el proceso de lucha por la democracia real. Es obvio que lo que se necesita es establecer mayorías suficientes, pero no unanimidades. Primero intentemos el consenso, y en segundo lugar, si no se alcanza, recurramos a las mayorías. Así el proceso revolucionario puede avanzar y no cae en sus propias trampas, ni le facilita la tarea a las quintas columnas que, sin duda, envía, y seguirá enviando, el actual sistema, que se siente amenazado y se defenderá de mil maneras, sutiles y no tan sutiles. Mediante la infiltración en el movimiento, mediante la violencia física, mediante la desinformación masiva con sus medios de comunicación controlados, mediante la ley, esa misma ley que deja desvalidos a los débiles mientras que deja impunes a los poderosos, esa ley al servicio de los de arriba en contra de los de abajo. Habrá que luchar contra los infiltrados que sólo buscan dividir, crear confusión, cansar, desanimar, desmovilizar, restar eficacia, desviar la atención hacia cuestiones inofensivas, pedir mucho para no obtener nada, pedir lo imposible para no lograr lo posible; habrá que luchar contra los manipuladores, que estos días trabajan haciendo horas extras, que se ganan con creces sus sueldos en estos momentos históricos, no sólo pidiéndoles que propongan alternativas cuando ellos critiquen destructivamente, no sólo incitándoles ante los demás a hacer críticas constructivas, sino que también evitando que secuestren la voluntad mayoritaria gracias a métodos problemáticos e injustos como la búsqueda de unanimidad.
Habrá que luchar ideológicamente también contra el sistema, practicando e incitando a practicar el contraste entre la prensa oficial y la alternativa, razonando, detectando incoherencias, pensando, practicando el pensamiento libre y crítico. ¡Hay que promocionar la prensa alternativa de Internet, las páginas web del movimiento, la contrainformación! Así podremos poner en evidencia al sistema, que se delatará cada vez más a sí mismo. Ese sistema «democrático» que impide o intenta impedir las protestas pacíficas en búsqueda de una democracia real, de más y mejor democracia. Ese sistema que dice respetar la libertad de expresión, pero al mismo tiempo la prohíbe ejercer enfrente de las instituciones supuestamente democráticas o en las plazas centrales, que dice que son ilegales las concentraciones en tales o cuales lugares, tales o cuales días, contradiciendo el derecho de reunión contemplado por la ley de leyes, por la Constitución. Ese sistema que nos dice que podemos protestar pero que procura por todos los medios posibles que sólo lo hagamos unos días puntuales, en nuestras casas, o en el campo donde sólo nos puedan oír los animales salvajes. La manera en que reacciona el sistema «democrático» nos va mostrando cada vez más por qué lo llaman democracia y no lo es. Debemos incitar a nuestros conciudadanos a concienciarse sobre la escasa calidad de nuestra actual «democracia», sobre la importancia primordial de la democracia. ¡Nosotros ya no somos borregos! Lo hemos sido durante mucho tiempo, pero, por fin, hemos despertado. Este despertar debe ser masivo, debe contagiarse activamente. Con toda humildad, no somos iluminados. Simplemente, por el motivo que sea, no por nuestras dotes intelectuales, que son completamente normales, estamos más conscientes. Hemos podido conocer otras ideas, otras informaciones, gracias a Internet. Pero también con toda contundencia. Insistentemente. Todos debemos ser activos, colectiva e individualmente. Todos podemos aportar nuestro granito de arena. Entre todos podemos. Cuantos más seamos, más podremos.
Si no perdemos de vista lo más importante, es decir, el objetivo esencial de nuestra lucha, la democracia real, y las líneas generales de la estrategia a emplear, si, además, somos suficientemente astutos, flexibles, para readaptarnos a las cambiantes circunstancias, para corregir nuestros inevitables errores, si, además, tenemos suficiente fuerza de voluntad para luchar insistentemente, si recordamos que tenemos poco que perder y mucho que ganar, entonces nuestras posibilidades de lograr algo importante aumentan sustancialmente. ¡Sin estrategia no hay revolución!
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