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La (estúpida) ocurrencia lingüístico-cultural de Mas, el soberbio, y las serviles (y no menos estúpidas) risotadas convergente-unionistas

Fuentes: Rebelión

Ha sido José Antonio Griñán, el presidente andaluz, el que ha tenido la feliz ocurrencia. Ana Pastor, la periodista de Radiotelevisión española que el PP pretende arrojar a la cuneta de la censura, le preguntó el pasado 30 de septiembre por lo sucedido en el parlamento catalán, qué opinión le merecía el comentario del president […]

Ha sido José Antonio Griñán, el presidente andaluz, el que ha tenido la feliz ocurrencia. Ana Pastor, la periodista de Radiotelevisión española que el PP pretende arrojar a la cuneta de la censura, le preguntó el pasado 30 de septiembre por lo sucedido en el parlamento catalán, qué opinión le merecía el comentario del president catalán. Griñán no manifestó ninguna sorpresa. Es conocida la soberbia del señor Mas respondió. Mejor imposible.

Lo sucedido se remonta al miércoles 28 de septiembre. Albert Rivera, en nombre Ciutadans/Ciudadanos, había preguntado al gobierno catalán por la inmersión lingüística y el reciente requerimiento del Tribunal Superior de Justicia catalán. No hace estar de acuerdo con la política lingüístico-educativa defendida por el diputado catalán, yo no lo estoy en absoluto, para reconocer que supo tocar en su intervención algunos nodos de alta tensión de la posición convergente-unionista. Rivera recordó, por ejemplo, las viejas reflexiones del ya fallecido Trias i Fargas, uno de los prohombres de Convergència, sobre lenguas maternas, aprendizaje escolar y derechos humanos inalienables, y le recordó también al president catalán que él mismo y sus hijos habían sido alumnos de un elitista colegio privado (no privado concertado) de Barcelona, Aula [1], donde no se practicó ni se practica la inmersión lingüística [2] (Por lo demás, a Rivera, otro confeso neoliberal, le parecía perfecto que el president llevase sus hijos a un colegio privado que exige mensualidades superiores al salario de muchos trabajadores catalanes).

En su réplica al representante de Ciutadans, tras hacer algunas consideraciones marginales, Mas afirmó que, en las pruebas de castellano que se realizan al final de la enseñanza primaria, a mitad de la etapa de la ESO o en las pruebas de acceso a la Universidad, los niños y jóvenes que están educados en los colegios donde se practica la inmersión lingüística (los públicos y algunos, no todos, los privados-concertados) obtienen las mismas notas que los niños o jóvenes de Valladolid, Burgos o Soria.

No cometió ningún error, no tergiversó los datos pro domo sua. Pero el president de la Generalitat, la máxima representación institucional del país, acaso tomando al señor Bono como modelo y referente, finalizó la frase con una coletilla que debería pasar a la antología universal del disparate y acaso de la infamia: «[…] Y no le hablo ya de Sevilla, de Málaga, de A Coruña, porque allá hablan castellano, efectivamente, pero a veces no se les entiende». Es imposible entender en ocasiones a los niños de Andalucía y Galicia por su acento, vino a decir el president [3].

Las risotadas en los bancos convergente-unionistas, sin generalización apresurada, fueron parte del escenario. ¡Qué punzante, que irónico está nuestro presidente! ¡Qué estocada no taurina en el lomo de Rivera y de estos españolistas incorregibles! ¡Qué demostración tan curiosa del respeto y reconocimiento que CiU exige, con razón en este caso, para la lengua catalana y sus formas dialectales! ¿Hubiera dicho lo mismo el señor Mas para referirse a la forma en que habla un niño o un joven menorquín, mallorquín o o «de la franja» el idioma de Carner y Salvat-Papasseit?

Que fueran Málaga y Sevilla las ciudades elegidas, no es ninguna casualidad desde luego. Es un lugar común en Catalunya, interesadamente abonado. No es fino ni chic. A los andaluces no se les entiende bien, hablan mal y muchos, la mayoría, son pobres y algo incultos. Eso dicho en un país, que algunos -ellos mismos en algunas noches alegres y descontroladas del verano ampurdanés- quieren dotar de estado propio, que debe tener actualmente entre su población, tirando a la baja, un 40% o más de ciudadanos que tiene orígenes próximos o no tan próximos en pueblos y ciudades de Andalucía.

La referencia a Galicia es un insulto a la inteligencia y a la consistencia: Galicia, para los nacionalistas, aunque a veces no suelen insistir mucho, también para los no nacionalistas desde luego, es una comunidad, una nacionalidad con lengua propia, que también fue perseguida duramente durante el franquismo. El castellano era lo fino y lo culto, y el gallego era de campesinos incultos.

Un par de días después, no podía ser de otro modo, Artur Mas se disculpó. Manifestó su sorpresa por las reacciones a sus comentarios. ¿De qué se ofendían estos ciudadanos castellano-españoles o catalanes de origen castellano, gallego o andaluz? ¿Dónde está el problema? Pura comedia, sin duda, lo suyo, una vez más, también es pura comedia. Como cuando habla de ilusión y de recortes inevitables.

En un comunicado emitido por la Generalitat, el president catalán aseguró que no tenía la intención «de faltar al respeto a nadie». Faltaría más. Según su punto de vista, el truco es conocido, sus palabras se sacaron de contexto o malinterpretado. ¿Les suena? ¿Fuera de qué contexto? ¿Quién malinterpretó? Añadió el president: «No tengo inconveniente en pedir disculpas a las personas que se hayan podido sentir ofendidas». ¡No tengo inconveniente! ¡Qué detallazo, qué sensibilidad cívico-lingüística! ¿Se imaginan la reacción de la «sociedad civil catalana y catalanista» si alguien hubiera hecho algún comentario similar para referirse a la forma de hablar catalán en tal o cual lugar? «Persona non grata» sería lo mínimo que podríamos esperar.

El comentario, sin atisbo para la duda, ha dado abono inorgánico a la campaña del PP, al españolismo que corta el viento galopando y, al mismo tiempo y sin contradicción, a los que piensan erre que erre, porque así quieren pensarlo, así han sido educados y siguen siendo educados, que es imposible el entendimiento, la disolución de distancias e incomprensiones, entre Catalunya y el resto de España (sin exclusión de Galicia ni de Euzkadi). ¡Cómo se ponen estos españoles, y también muchos de nuestros botiflers, por un comentario tan inocuo como ese! ¡Arremeten como los toros!

Un lector de Público [4], acaso desde coordenadas españolistas poco recomendables, recordaba un texto de Jordi Pujol, de 1976, cuando el ex president formaba parte de la lucha antifraquista, cuando la socialdemocracia sueca era de boquilla un referente del nacionalismo conservador catalán, cuando los obreros andaluces, aragoneses y extremeños era parte activa, y a veces sustantiva, de la lucha por las libertades nacionales catalanas (déjenme que recuerde los nombres de Cipriano García y Paco Téllez, ambos andaluces). El fragmento pujolista escrito seguramente en 1975:

«El otro tipo de inmigrante [que hay en Cataluña] es, generalmente, un hombre poco hecho. Es un hombre que hace centenares de años que pasa hambre y vive en un estado de ignorancia, y de miseria cultural, mental y espiritual. Es un hombre desarraigado, incapaz de tener un sentimiento un poco amplio de comunidad. Frecuentemente da pruebas de una excelente madera humana y todo ello es una esperanza, pero, de entrada, constituye la muestra de menos valor social y espiritual de España. Ya lo hemos dicho antes: es un hombre destruido y anárquico. Si por la fuerza del número llegara a dominar Cataluña sin antes haber superado su propia perplejidad, desharía Cataluña. Introduciría su mentalidad anárquica y pobrísima, es decir, su falta de mentalidad. Lo que este hombre, sin tener consciencia, tal vez, viene a pedir a Cataluña es, además del pan, la forma espiritual que su pueblo no da desde hace siglos. Y justamente la gran misión de Cataluña es darles esta forma, es hacerles formar parte, por primera vez, de una comunidad. Es hacer arraigar a los que están desarraigados, cohesionar los que son puro desorden» (La immigració, problema i esperança de Catalunya. Barcelona, Editorial Nova Terra, 1976) [todas las cursivas son mías]

Jordi Pujol está hablando de campesinos oscenses como mi abuelo que fueron asesinados en 1939 por luchar contra el fascismo mientras la Lliga molt catalana de Cambó apoyaba el «alzamiento militar», o de trabajadores como mis padres que servían en los hogares de la burguesía catalana (limpiaban, cocinaban, cuidaban a sus hijos y sus mayores) o construían estaciones de metro o arreglaban los vagones de sus ferrocarriles. Esas personas, en opinión del ex honorable, eran hombres destruidos, «anárquicos», sin sentimientos de comunidad, con escasa entidad espiritual, con mentalidad nula, demandadores de formas espirituales de las que ellos carecían.

Estas consideraciones, escritas además en momentos de lucha compartida, sin poseer aún el poder político-cultural hegemónico en la sociedad catalana, dice mucho sobre cómo algunos -no digo todos- dirigentes nacionalistas pensaban y piensan los ciudadanos que se vieron obligados a emigrar desde otras tierras de Sefarad. Eso sí, cuando hablan en la intimidad, son a veces más directos y más groseros.

La sal que probablemente haya abonado el comentario y el tono de Mas, el soberbio, se ubica en esa injusta tierra y en esa pobre y no menos injusta cosmovisión.

Notas:

[1] Yo mismo impartí dos seminarios sobre teoría de la argumentación en esta escuela privada-privada a la que suelen llevar sus hijos la mitad, digamos, de los cuadros y dirigentes de CiU (además de prohombres del PP, PSC y, por supuesto, de las clases sociales dominantes de toda la vida).

[2] Los niños y las niñas son escolarizados en el idioma que se suele hablar mayoritariamente en la familia, sin que sea esta misma familia la que tome la decisión. El otro idioma, el catalán o el castellano dependiendo del caso, se introduce poco a poco en la educación del alumno. De este modo, a los seis años, los niños y niñas aulistas son bilingües sin inmersión.

[3] La que fuera dirigente del Partido Popular en Catalunya durante tres días y cuatro noches, esa política de escaso éxito y con una voluntad de poder y de dar nota inconmensurables, hablo de Monserrat Nebrera, ya han adivinado, afirmó en su momento que la que fuera ministra de Fomento, Magdalena Álvarez, tenía un acento poco afortunado, un acento que «parecía un chiste». ¡Qué graciosa! Ella no, desde luego, ella tiene el acento castellano de los pijos españolistas que viven arriba de la Diagonal, en la zona franquista-azulada de la ciudad.

[4] http://www.publico.es/espana/399193/mas-rectifica-tras-bromear-sobre-el-castellano-de-andaluces-y-gallegos

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.