«El trabajo es la principal actividad de nuestra vida. Nos preparamos para él desde pequeños. Nuestra escolarización está vinculada a él. Pasamos toda nuestra vida activa implicados en él. Sobre el trabajo reposa toda la sociedad. Sin él no habría comida, ni ropas, ni un techo, ni escuelas, ni cultura, ni arte ni ciencia. Realmente […]
(Alan Woods y Ted Grant, «Razón y Revolución»)
Acabamos de celebrar la fiesta del Primero de Mayo, es decir, la Fiesta del Trabajo, y por toda España los sindicatos y organizaciones afines han denunciado, sobre todo, la tremenda precariedad laboral que nos invade. Mejores salarios, seguridad y dignidad han sido también reivindicaciones coreadas en las diferentes manifestaciones. Y es que hoy día, las condiciones laborales de una inmensa mayoría de trabajadores y trabajadoras (y de desempleados y desempleadas) son de auténtica miseria, esclavitud y explotación, después de las sucesivas reformas laborales llevadas a cabo por los gobiernos bipartidistas (PP y PSOE), todas ellas encaminadas a reducir la fuerza sindical, y a precarizar las condiciones del trabajo, empobreciendo a la inmensa mayoría social que ha de vivir vendiendo su fuerza de trabajo. Mientras, la supuesta «recuperación» sólo ha llegado a las cifras macroeconómicas, al PIB y a los beneficios empresariales. Esa recuperación que nos venden no llega a los parados, ni a las mujeres, ni a los pensionistas, ni a los inmigrantes, ni a las familias monoparentales. Los salarios no crecen, se estancan o disminuyen (es lo que llaman bajo el eufemismo de «moderación salarial»), mientras los precios suben. Las prestaciones por desempleo sólo cubren a la mitad de las personas desempleadas, ya que en vez de aprobar una prestación indefinida, se han elaborado absurdos itinerarios de prestaciones, con determinados requisitos y temporalidad.
El panorama es pues ciertamente desolador. Las pensiones tienen cuantías miserables, mientras el Gobierno continúa con su indecente proclama de que «las pensiones están garantizadas» (¡faltaría más!), y de que con sus Gobiernos, «las pensiones subirán siempre»…lo que no dicen es cuánto…cuánta miseria moral y cuánta hipocresía hay que dejar caer para sostener tan viles argumentos. Necesitamos un Salario Mínimo Interprofesional, una Pensión Mínima y un Renta Básica Universal equiparadas en una cuantía suficiente y digna para garantizar un mínimo proyecto de vida. Hay que acabar también con la brecha salarial entre hombres y mujeres, recuperar la fuerza vinculante de los Convenios Colectivos, acabar con las Empresas de Trabajo Temporal (que se enriquecen mercantilizando la fuerza laboral de terceros), y dignificar el trabajo en todas sus dimensiones. Como ya enunciábamos en otro artículo de nuestro Blog: «No quiero un empleo, quiero un puesto de trabajo«. Hemos de derogar la Reforma Laboral y la Reforma del Sistema Público de Pensiones (que tratamos a fondo en esta serie de artículos). Los datos son más que elocuentes e ilustrativos: el último informe de Oxfam Intermón sobre «Crisis, desigualdad y pobreza» advierte que «de continuar los recortes sociales, la pobreza en España podría llegar a afectar al 40% de la población en el horizonte de la próxima década», y según dicha ONG, la tasa de pobreza se situaría en el 24% de la población y afectaría a cerca de 11 millones de personas. Y según Cáritas, tres millones de personas en nuestro país vivirían ya en situación de pobreza severa (esto es, percibiendo ingresos inferiores a 307 euros al mes), mientras el número de millonarios en España habría aumentado un 13% en el último año, según datos de Eurostat.
El economista Stuart Medina, en un reciente artículo para el medio InfoLibre, lo explica en los siguientes términos: «Las consecuencias de esta larga crisis han sido letales para las familias. Nuestra tasa de desempleo, más propia de un Estado fallido de África que de un país de la OCDE, sigue siendo de las más altas del mundo occidental. La tasa de desempleo juvenil, el colectivo más perjudicado por la crisis, sigue siendo superior al 42%, la más alta de Europa. Hemos perdido a una generación entera. Se han publicado abundantes datos que demuestran que muchas familias han descendido de clase social. Otro legado de la crisis es la tasa de desempleo de larga duración más elevada de Europa. Este fenómeno afecta sobre todo a ciudadanos mayores de 50 años. Entre ellos dos tercios llevan más de un año sin trabajar. Muchos no volverán a encontrar un empleo y por ello verán su nivel de vida reducido para siempre. A la pérdida permanente e irreversible de renta se añadirá la injuria de que se les reconocerá una pensión menor a la que habrían disfrutado de haber podido seguir trabajando. No es admisible ninguna complacencia ante la magnitud de la tragedia». De hecho, muchas personas aún jóvenes para realizar sus trabajos u ocupaciones están ya prácticamente fuera del mercado laboral, porque éste los relega por edad, por actitud o por reciclaje, y además los condena sin prestación económica alternativa. Simplemente, el tren de la crisis los ha arrollado por completo, y se ven obligadas a subsistir de empleos bajo economía sumergida, o bien a depender de la familia y los amigos. Ello ha disparado también el número de personas indigentes, así como la tasa de suicidios en nuestro país.
El caso de los jóvenes es aún más sangrante. Muchos de ellos han perdido toda esperanza de encontrar una oportunidad laboral mínimamente digna en su país, que les permita emanciparse y emprender un proyecto de vida autónomo. Se ven obligados a continuar dependiendo de sus padres, o bien a exiliarse laboralmente (algo que alababa de forma grosera e indecente el Ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis), desconectando por la fuerza de su tierra, de su familia y de su gente. Todo ello implica además en muchos casos que nunca podrán hacer realidad ninguna aspiración personal legítima: desarrollar una carrera, mantener una relación de pareja estable, emanciparse y establecer su propio hogar, tener hijos, llevar un nivel de vida materialmente digno, etc. Y mientras todo ello ocurre, los principales ejecutivos de las multinacionales que cotizan en el IBEX-35 ganan 116 veces más que el salario medio de sus propios empleados. Las estadísticas también indican que 600.000 hogares no cuentan actualmente con ningún ingreso regular. Hacienda considera que los beneficios empresariales crecerán un 10% de media durante el presente año 2017, aumento que no se trasladará a la clase trabajadora. Por su parte, estimaciones de las organizaciones empresariales consideran que el 77% de las empresas obtendrá beneficios a final de año, lo cual es el mejor dato desde el año 2009. Y frente a estos datos, la patronal española propone un aumento salarial del 1 o 2%. Hacienda también nos cuenta que hay cerca de 200.000 contribuyentes que declaran un patrimonio superior al millón de euros.
Así, las cosas, uno de los balances de esta era Rajoy es no haber conseguido ni un sólo empleo fijo neto (desde el año 2011), tal como nos relata Vicente Clavero en este artículo para el medio Publico. Clavero nos ofrece datos reflejados en la última Encuesta de Población Activa (EPA), que confirman hasta qué punto la creación de empleo de la que tanto presumen se está sustentando en la precariedad laboral. De hecho, nuestro país añade parados, destruye empleos y rebaja la actividad a su tasa más baja desde el año 2006, y los/as nuevos/as trabajadores/as cobran un 24% menos que los ya empleados. Bien, pues ante todos estos argumentos, a nuestro Presidente del Gobierno parece que sólo le preocupa una meta. Ante una realidad social tan amarga, Rajoy se olvida de la corrupción, de los recortes sociales, de las privatizaciones, etc., y se centra en la economía para afirmar sin despeinarse y con el más absoluto descaro que «Hay que perseverar en la política económica que tan buenos resultados está dando», y que «Si seguimos haciendo las cosas bien (sic), en el año 2020 podemos llegar a los 20 millones de ocupados». La falacia es absoluta, total, completa, redonda. La deformación de la realidad es tan sutil que nos vende como un logro algo que no sólo será complicado de alcanzar, sino que incluso aunque se alcanzara, no representaría ninguna mejora para la clase trabajadora, sino todo lo contrario. ¿Qué quiere decir Rajoy con esta afirmación? ¿Que existirán 20 millones de personas en algún registro de empleo en algún momento que figuren como que están «contratados» por una determinada empresa? ¿Y qué? ¿Y dos meses después? ¿También será esa la estadística? ¿Tendremos de verdad 20 millones de personas con sus problemas resueltos?
¿Tendremos de verdad 20 millones de personas trabajando, en el pleno sentido de la palabra? ¿Habrá en efecto 20 millones de españoles y españolas con un contrato de trabajo digno, estable y con derechos? ¿O más bien habrá 20 millones de personas, en un mes determinado (a veces incluso menos, semanas o días), cotizando ridículamente a nuestro sistema público de Seguridad Social, sin tener previsiones en cuanto a su futuro, sin poder salir de la pobreza, sin disfrutar de la debida protección social? ¿Qué significa en realidad que «habrá 20 millones de ocupados»? Pues la verdad es que no significa nada, o si se quiere, que se vende humo, que se envían falaces mensajes a la ciudadanía, y que se juega con la ilusión de la gente, con la vida de las personas. Enunciar un objetivo de ese calado con las características y la evolución de nuestro mercado laboral es absolutamente indecente. Una estrategia al servicio de la manipulación mediática y electoral, para que los más ingenuos sigan depositando su confianza en la formación política más criminal y corrupta. ¿Para qué diablos queremos tener 20 millones de ocupados en un momento dado, cuando lo que se crea es empleo basura, inestable, sin derechos, sin salarios dignos, estacionales, de baja calidad y productividad? ¿Es ello de verdad una buena noticia? ¿De qué nos sirve que la estadística de un mes determinado nos diga que tenemos 20 millones de ocupados, si estamos ante toda una estrategia calculada de destrucción de empleo estable y con derechos, para transformarlo en empleo precario, inestable y esclavo?
La falacia consiste pues en que, debido a la baja calidad de los empleos creados, a la volatilidad, inestabilidad y falta de protección social de los mismos, la estadística creada y mantenida al efecto no es una estadística real. En tiempos anteriores, cuando los contratos de duración indefinida eran mayoritarios en nuestro país (y se hablaba de «trabajo» en vez de «empleo»), si los puestos de trabajo crecían teníamos la seguridad de que la foto iba a ser fija, es decir, de que eran puestos de trabajo mínimamente estables, y que por tanto, las personas que estaban detrás de ellos iban a poder gozar de una vida mínimamente digna, desde el punto de vista económico (que se traduce en muchos otros puntos de vista). Ahora, debido a la falta de perspectiva laboral, y a la creciente inestabilidad de los empleos creados, el hecho de hablar de 20, de 30 o de 15 millones de ocupados no nos remite a ninguna realidad social concreta, pues anula el concepto de vidas dignas que debieran estar detrás de dichos millones de ocupados. La foto estadística de ahora es absolutamente volátil, de tal manera que no existe tendencia creciente, sino una interminable sucesión de subidas y bajadas del número de ocupados, sin proyección alguna de futuro. Y esto sí que marca una tendencia: la tendencia de la precariedad y de la desigualdad, donde 20 millones de ocupados no significan nada.
Se trata, por tanto, de la consolidación paulatina de un nuevo modelo de sociedad basado en la sucesiva y constante precarización de la vida laboral, de la propia fuerza de trabajo, devaluando permanentemente tanto los salarios como el resto de las condiciones laborales, lo que se traduce en la acentuación de las diferencias y desigualdades sociales, y en la instauración y permanencia de modelos de vida precarios a todos los niveles. Porque no sólo la vida laboral es precaria, sino que esta precariedad se traslada al resto de los derechos sociales, y a la propia vida cotidiana de la clase trabajadora, que contempla con estupor, indignación e impotencia cómo se dificulta su acceso y cobertura de sus necesidades básicas, de sus derechos fundamentales y servicios públicos, todo lo cual contribuye a la instalación de un miedo sociológico en torno a la preservación de los puestos de trabajo, que incide además, lógicamente, en un incremento del poderío y de la hegemonía empresarial a la hora de continuar devaluando y precarizando las condiciones laborales. Las leyes han marcado el camino, un camino perfectamente definido bajo los objetivos del neoliberalismo, donde ya no existen derechos, protección, felicidad, seguridad o estabilidad, sino simplemente «20 millones de ocupados».
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