José Herrera Plaza (Almería, 1955) cursó estudios de Economía en la Universidad de Valencia. Técnico Superior en Imagen y sonido, trabaja actualmente, como cámara operador, en Canal Sur TV. Desde 1985 ha seguido de cerca todo lo relacionado con el accidente nuclear de Palomares. En 2003 fue coautor y coorganizador del libro y exposición en […]
José Herrera Plaza (Almería, 1955) cursó estudios de Economía en la Universidad de Valencia. Técnico Superior en Imagen y sonido, trabaja actualmente, como cámara operador, en Canal Sur TV. Desde 1985 ha seguido de cerca todo lo relacionado con el accidente nuclear de Palomares. En 2003 fue coautor y coorganizador del libro y exposición en el Centro Andaluz de Fotografía «Operación Flecha Rota. Accidente nuclear en Palomares». Posteriormente dirigió el largometraje documental homónimo (2007).
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-Estamos en el tercer capítulo de tu libro. Se titula «La contaminación radiactiva». Se abre con una fotografía de la colección Juan Grima. ¿Quién es Juan Grima?
-JH.- Juan Grima es el editor que se ha embarcado en la temeraria aventura de sacar al mercado este libro desde una perdida pedanía de la periferia peninsular. Un gesto romántico que no creo que ayude en demasía a la sostenibilidad de un emprendimiento tan frágil como es una editorial de provincias. Además es el amigo que confió en nuestro proyecto desde 2003, ayudándonos en la investigación durante todos estos años.
-En el pie de foto se afirma: «La escena es fotografiada en febrero de 1966, casi un mes después de la caída de las bombas, pero nadie advierte a los obreros de los peligros de la contaminación radiactiva, ni les proporciona ningún tipo de vestimenta especial para su protección». Efectivamente, no usan ninguna protección especial. ¿Cómo fue eso, por qué nadie les avisó?
-JH.- La falta de equipos de protección individual y de medidas básicas de radioprotección fueron bastante generalizadas. Ojo, no solamente con los trabajadores españoles y guardias civiles que les ayudaron, también con los miembros de su tropa, compuesta mayoritariamente por personal auxiliar de las bases de Torrejón y Morón (banda de música, oficinas, intendencia) totalmente inexperto e ignorante de los riesgos que corrían. La prioridad máxima de hallar la 4ª bomba perdida ensombrecía cualquier otra consideración. El as siempre estaba en las mangas de los mandos: si aparecían positivos en los análisis se invalidaban por contaminación en laboratorio o la colecta. En la fotografía aparecen con guantes de serraje. Hizo falta que con anterioridad uno de ellos tuviese un importante corte en la mano para que se les proporcionara ese supuesto lujo.
-¿En qué empresas trabajaban estos obreros que creo que eran de Villaricos?
-JH.- Esos obreros eran pescadores contratados por los norteamericanos para labores de limpieza y desescombro, empleo irregular, sin estar dados de alta en la Seguridad Social. El porqué ahora pescaban trozos retorcidos de metal – algunos contaminados – y los amontonaban, te lo explico: La prohibición a inicios de febrero de realizar faenas pesqueras en sus caladeros supuso la paralización extrema de la vulnerable economía local, pero también en Garrucha y Águilas. Las familias de Villaricos vivían al día. Las mujeres aprovechaban las cosechas de Palomares para realizar labores de recogida y clasificación de las mercancías, pero la prohibición también de recoger las cosechas genera un daño adicional en sus precarias economías. Cuando no les dejan ir a la mar comienzan a pedir fiado en los pequeños comercios de víveres, hasta que se les agota el crédito y comienza a aparecer el fantasma del hambre. En menos de dos semanas la situación era tan inaguantable que rozaba la emergencia humanitaria. Había mucha hambre, nos confió en voz baja, como si se avergonzara, el vecino José Haro. Como la desnutrición altera el entendimiento, mengua la paciencia y agudiza los instintos más animales, nueve días después del accidente un grupo de vecinos, con los ánimos soliviantados, se dirigieron a la tienda de campaña de indemnizaciones para reclamar una pronta solución a su situación. Finalmente, tras las negociaciones de rigor, se acordó librar unos pagos de emergencia, dar trabajo a muchos de los pescadores y realizar uno o varios repartos de alimentos en esa barriada.
La paralización de las actividades pesqueras supuso un duro golpe a las vulnerables economías domésticas. Para paliar el hambre que se desató en la barriada, muchos fueron contratados para realizar labores auxiliares. Los pescadores de Villaricos Juan Collado, Félix Rico y Pedro Sánchez «Jabeque» recogen restos de los aviones. (Foto: NARA)
-Hablas de accidentes nucleares y escribes: «Hasta el momento parece reconocida la cifra total de 36 accidentes, aunque se sospecha de un número superior y esto sólo en el bloque norteamericano». ¿Y qué número superior podría ser ese? ¿Se sabe algo nuevo del bloque soviético? Cuando hablas de este tipo de accidentes, ¿incluyes los accidentes en centrales nucleares?
-JH.- Cuando hablamos de 36 accidentes nos estamos circunscribiendo al ámbito militar. No existen constancia de más. La deficiente credibilidad ganada a pulso por las instituciones militares, alienta que cada uno pueda especular con un número diferente, según su imaginación, prejuicios y ánimo. Mi opinión, para nada fundada, es que no creo que sea muy superior a lo reconocido. Pero puestos a conjeturar y visto el respeto por el medio ambiente en el bloque soviético, tenedores del país más grande del mundo, siento pavor al elucubrar una posible cifra.
-Te cito de nuevo: «Frente a los modelos teóricos de investigación, cálculo y diseño nuclear se halla la praxis y su servidumbre». ¿Quiénes estudiaron los restos de las bombas que cayeron? ¿Cómo se trasladaron? ¿Quiénes dirigieron las operaciones?
-JH.- Una de las virtudes de la sociedad norteamericana y que aquí no parece cuajar, a pesar que somos tan proclives a emularlos compulsivamente, es la de intentar aprovechar los errores para ahondar en el conocimiento de las distintas materias reveladas como mejorables. Desde el principio tienen muy claro que van a estudiar a fondo lo que había fallado, para poder desarrollar e implementar las mejoras tecnológicas en futuros dispositivos. No habían transcurrido 3 días del accidente, cuando salen de Palomares hacia la Base de Torrejón, vía S. Javier, la bomba nº 1 y los restos de la nº 2 y 3, en grandes bolsas de plástico, por estar contaminadas. Tras su limpieza y embalaje, volaron para la planta de desmantelamiento nuclear que tiene contratada la Comisión de Energía Atómica (AEC) en Amarillo (Texas). Tras la recuperación de la 4ª bomba, se reunió allí mismo un grupo multidisciplinar de distintas agencias: USAF, AEC, Sandia Co. y del Laboratorio de Los Álamos, para realizar un examen post-mortem a las unidades 1 y 4 que estaban enteras y a los restos de las otras dos. Allí, durante 3 intensos días se realizaron todas las pruebas, se establecieron unas discusiones al respecto y se sacaron las conclusiones que posteriormente serían transmitidas por medios clasificados al personal relacionado.
-También hablas de una liberación al medioambiente de una cantidad, indeterminada, de plutonio de alza pureza, «grado militar 93%». Ese plutonio liberado de alta pureza, ¿por qué es tan perjudicial para la salud humana y el medio ambiente?
-JH.- Pues porque es muy dañina por su doble toxicidad. Desde el punto de vista radiológico es muy radiactiva. Según el catedrático de Física Nuclear y director del Instituto de Fusión Nuclear, Guillermo Velarde, el daño biológico producido por un gramo de plutonio equivale prácticamente al de una tonelada de uranio. El tipo de radiactividad que emite es la alfa. Afortunadamente es la menos penetrante, pues no atraviesa ni una hoja de papel. Mientras no penetre en el organismo por el sistema respiratorio, que es la vía crítica, o por el sistema digestivo, no presenta mayor problema. Su toxicidad desde el punto de vista biológico afecta a los tejidos renales, el plutonio es nefrotóxico y además tiende a depositarse en alveolos, hígado y la membrana de los huesos. Además hemos de considerar que dosis potencialmente dañinas en contaminación interna se miden en millonésimas de gramo, mientras que su periodo de semidesintegración, es decir, únicamente la mitad, tardará en desintegrarse 24.110 años. Si hablamos del plutonio de las bombas que cayeron en Palomares, hoy se sabe con certeza que es un cóctel de distintos isótopos (Pu 238, 239 240 y 241) con actividades radiológicas y toxicidades muy diferentes. El más tóxico de todos es el plutonio 238, que posee una actividad específica 275 veces mayor que el 239. Según Science & Global Security se ha calculado que 14,5 gr de Pu238 presenta un riesgo radiactivo para la salud equivalente a 4 kg. de Pu239. Conocemos que el porcentaje de este peligroso isótopo en Palomares, con respecto al Pu239+240, es aprox. 40 veces menor, según los ratios obtenidos en el plan de investigación PIEM-VR de principios de este siglo. Ello significa que, junto con el resto de isótopos, cayeron entre 200 y 220 gr de Pu238, de los que ya se quejaba Emilio Iranzo por su abundancia en la vegetación silvestre de la Zona 2, cuando participó en el Plan de Revisión de Palomares en 1998.
-¿Por qué era lo primero, lo más importante, la recuperación y salvaguarda del armamento nuclear del B-52? ¿No contaba la salud de la población, no debería haber sido lo más esencial? Tú mismo hablas de un tiempo precioso de siete días se desaprovechó, de que «los vientos que azotaron la zona en esos días dispersarían la contaminación dificultando cualquier medida reparadora».
-JH.- Parece que todo alegato se apoya única y exclusivamente en la situación de Guerra Fría. Con eso parece estar todo dicho, justificado y razonado. El que no se adopte ninguna medida en los primeros días; el que no se dote con equipos de protección radiológicos a su tropa y la guardia civil, especialmente con vientos superiores a los 17 km/h, cuando se busca por tierra la 4ª bomba, no parece importar. Según el contramaestre de la Unidad de Desactivación de Explosivos (EOD) de la marina estadounidense, Edward Jeffords, en la cúspide de las prioridades, estaba por encima de todo el hallazgo y salvaguarda de los dispositivos nucleares implicados en el accidente. Este testimonio coincide con el orden de prelación de temas en uno de los primeros teletipos sobre el accidente mandados desde Torrejón a los diferentes organismos civiles y militares de los EEUU. En él se nombran en orden de importancia con las letras del abecedario. La A, B y C están relacionados con las bombas. A la cuestión de la contaminación se le otorga la K, que es la última de las cuestiones. Este orden de prioridades va a ser premonitorio en las actitudes de todo el operativo de búsqueda y descontaminación. El riesgo radiológico a que se sometió a la población y también a sus soldados parece importar menos, a tenor del desarrollo de los hechos. El inventario radiológico constatado 40 años más tarde adicionalmente lo confirma.
-El equipo de la Junta de Energía Nuclear tardó tres días en llegar. ¿No son muchos tres días después del accidente?
-JH.- Resulta chocante que los norteamericanos tarden horas y los españoles días. Pero hemos de considerar el contexto en el que se produjo aquello. No existía en España aún ninguna central nuclear, ni mucho menos armas nucleares. En la JEN los planes de seguridad eran insuficientes para las actividades de investigación que ya se llevaban a cabo y se hallaban circunscritas a su sede en Moncloa. Aún así, a costa de lo que fuera necesario, creo que se tuvieron que esforzar en una respuesta más ágil e inmediata.
-El equipo, según dices, estaba liderado por Emilio Iranzo. ¿Quién era Iranzo, qué papel a lo largo del tiempo?
-JH.- Emilio Iranzo trabajaba en la JEN desde 1954, en la que entró casi recién licenciado, apoyado por su brillante historial académico. Había realizado el doctorado en Farmacia. A raíz de la apertura tecnológica iniciada por Eisenhover en «Átomos por la Paz», se le becó para estudiar los efectos biológicos de las radiaciones y protección radiológica en la Univ. de Rochester y el Laboratorio Nacional Brookhaven. Estaba destinado en la División de Medicina y Protección Radiológica. Posteriormente ahondó en descontaminación y protección radiológica en la extracción minera del uranio, con especial atención a la Fábrica de Uranio de Andújar (Jaén), sobre las que redactó algunas publicaciones. La mayoría de su desarrollo profesional lo realiza bajo las órdenes y el liderazgo del coronel y médico Eduardo Ramos, la mayor autoridad que hemos tenido en temas de radioprotección.
Cuando se produce el accidente de Palomares, se desplaza a la zona y permanece de manera intermitente hasta que los norteamericanos dan por finalizada la descontaminación. Dotado de un carácter difícil y una sólida ambición, supo evaluar la gran oportunidad que se creaba en Palomares con la descontaminación parcial. Actuó de fedatario del Gobierno ante la recepción y enterramiento de los 1.000 m3 de tierras evacuados de la zona en el cementerio nuclear de Savanah River, en Aiken, Carolina del Sur. Hay constancia documental que tanto él como su superior jerárquico, Eduardo Ramos, fueron plenamente conscientes del plutonio que se dejaba sin recoger. También vislumbraron sin esfuerzo la magnífica oportunidad -única en el mundo- para estudiar y avanzar en el entonces precario conocimiento del plutonio, en un laboratorio vivo y así desarrollarse curricular y profesionalmente en la incipiente comunidad científica nacional, pero sin el preceptivo consentimiento informado del grupo humano a estudiar. Cuando en 1975 se jubila el Coronel Ramos, Iranzo pasa a ser el encargado de la investigación del Proyecto Indalo, sin el plácet norteamericano, que únicamente veían para ese puesto a un médico y no un boticario. Permaneció en tal cargo hasta 1990 sin generar empatía con los vecinos, a diferencia de su antecesor, Eduardo Ramos y sucesora, Asunción Espinosa. Siguiendo presuntas consignas de supuestos políticos demócratas, se opuso radicalmente en 1986 que los vecinos, a los que se le practicó análisis radiológico de excreta en orina, se les dieran su historial clínico con los registros. Se atrevieron a discutir y hurtar algo inaudito, que afecta a los derechos básicos del paciente. En temas como este, relacionados con el accidente, no resulta exagerado afirmar que faltaría aún más de una década para que la democracia y los derechos civiles que lleva aparejada, llegara plenamente a Palomares y Villaricos.
-¿Se llegó a evacuar a las gentes del lugar? ¿Por qué? ¿Informó la prensa nacional sobre lo que se estaba haciendo?
-JH.- El 26 de enero – 9 días más tarde del accidente – Franco recibe en audiencia privada al general Arturo Montel antes de partir a Palomares como máximo representante militar. Las órdenes dictadas personalmente fueron muy claras: no adoptar ninguna medida que pudiese llamar la atención de la prensa; especialmente la internacional. Por otra parte, se le asigna como consejero en temas radiológicos a Guillermo Velarde, un reputado científico militar, padre de los proyectos nacionales de las bombas nucleares españolas. Las medidas de caución sugeridas por el profesor Velarde parece que chocaron frontalmente con las órdenes recibidas por Montel. Desconocemos exactamente lo que defendía Velarde, pero sí sabemos con precisión lo que le había dictado Franco a su superior, por lo tanto es muy probable que el caballo de batalla de sus opiniones como asesor sea precisamente la primera y más básica de las alternativas, en caso de contaminación radiactiva en un entorno habitado: la evacuación de la barriada. La relación entre el general Montel, que tenía la penosa tarea de escuchar lo que no deseaba oír y su consultor en temas de radiactividad, se tensaron en extremo. Las probables discusiones en la difusa frontera de la insubordinación, mas la brecha jerárquica entre ambos: general-comandante, hizo temer a Velarde la adopción posterior de posibles medidas disciplinarias por parte de su superior. Tanto en la historiografía como en los testimonios de los protagonistas, aparecen los rumores de que se habían realizado gestiones con hoteles de Alicante para alojar a la población. Hallar la infraestructura de alojamientos para unas 1.000 personas en 1966 no era tan fácil como lo es actualmente. Sí cabe recordar que, entre 6 y 8 casas de Palomares, fueron evacuadas sus familias y acogidas por parientes, sin más compensación o ayuda que el paraguas familiar.
La prensa española tenía una orientación editorial única marcada por el Ministerio de Información y Turismo que comandaba Manuel Fraga Iribarne. Los titulares de las primeras semanas generan una amarga sonrisa por su patética desvergüenza: Tranquilidad absoluta donde cayeron los aviones norteamericanos («Arriba» 28/01/66); Almería: No hay radiactividad («Pueblo» 24/01/66). El ex director de la Agencia Efe en aquellos días, Carlos Mendo, afirma al respecto: toda la prensa estaba dirigida a no soliviantar a nadie, a decir que todo esto es un oasis, aquí no pasa nada, todo es perfecto y a eso responden esos titulares.
-Te pregunto a continuación por la prensa internacional. ¿Te parece?
-Cuando quieras.
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