Silvia Federici (Parma, Italia, 1942), autora del libro «Calibán y la Bruja», señala los crecientes ataques contra la reproducción de la vida, el incremento brutal de la explotación y el despojo de tierras, aguas y tiempo. Nos habla del fascismo económico que se oculta en la confrontación entre bloques políticos y de la importancia del gozo en la lucha feminista.
En estos últimos años hemos asistido a un período de movilización, de protesta y de expansión exponencial de los feminismos. ¿Cómo podemos leer este “crecimiento político”? ¿Es esa la expresión que mejor describe lo que pasa? ¿En relación a qué ejes y problemas podemos pensar en esta efervescencia?
Bueno, yo creo que cuando hablamos de crecimiento político no hablamos del movimiento feminista en general. Este crecimiento no es algo visible en todos los lugares. Lo que ha sucedido y sucede en América Latina es especialmente importante. Pienso que el impacto de las políticas del feminismo popular –lo que llamamos feminismo popular– es tan fuerte que también ha impactado en otros movimientos mucho más allá, como en Europa, por ejemplo.
Ha habido un crecimiento de conciencia que se ve reflejado en los discursos y estrategias que los movimientos intentan conseguir, son retos que no se pueden lograr a menos que vivamos un proceso de cambio social realmente amplio. Uno de los primeros elementos es el anticapitalismo, que ha estado en el trasfondo de gran parte de la historia del movimiento feminista. Pero, hoy día, el anticapitalismo está cada vez más en primer plano. Muchas de las luchas que hemos visto estos últimos años se han dirigido directamente al mundo empresarial, particularmente las luchas contra la privatización de la tierra y contra la expulsión de millones de personas de sus territorios.
La imposición de programas de ajuste estructural ha creado austeridad y empobrecimiento masivos, así como devastación ecológica. El movimiento feminista ha asumido algunos de las cuestiones fundamentales que cualquier movimiento debe afrontar para crear otro tipo de sociedad, incluyendo el gran problema de los cercamientos capitalistas de la vida.
Hoy el feminismo no está limitado sólo a los cambios en las condiciones de las mujeres. Las feministas tienen algo que decir sobre absolutamente todo, sobre cada aspecto de la vida. Hemos visto perspectivas feministas sobre la deuda, sobre la ecología, sobre el sistema de justicia –el sistema de injusticia– en Estados Unidos.
Hemos visto la formación de un movimiento feminista abolicionista que ha luchado contra el encarcelamiento y por retirar el financiamiento a la policía (defund the police). Además, el feminismo cada vez da más importancia a la lucha contra la colonialidad, contra el sistema, y al papel de las feministas negras, las feministas anticoloniales.
He estado pensando en la combinación entre masividad y radicalidad como una característica de este ciclo de feminismo. ¿Cómo podemos pensar en ciclos y ritmos diferentes, en momentos en que la masividad no es tan fuerte? No sé si deberíamos hablar sobre momentos de retaguardia activa o si deberíamos pensar en una geometría diferente de movimientos y fuerzas. También me gusta pensar sobre las diferentes formas de lo masivo que no siempre son públicas.
Creo que hay al menos tres tareas interconectadas que un movimiento feminista debe afrontar hoy, y quiero hablar de cada una de ellas.
Primero está establecer una visión de hacia dónde vamos, qué tipo de sociedad queremos construir. Obviamente nuestra imaginación colectiva está todavía muy limitada por todo el capitalismo que interiorizamos y el tipo de sociedad en la que vivimos. Es necesario experimentar.
En segundo lugar, está la importancia de construir estrategias. Una vez tenemos una idea, viene después la cuestión de la estrategia. Una estrategia implica entender y construir debates, investigación y otras vías para entender a dónde va el capitalismo. ¿Qué está planeando el capital? ¿Cuál es el punto más débil del capitalismo? ¿Cuál es el terreno más crucial para unificar el movimiento, donde podamos superar la manera en la que hemos sido divididas?
Y tercero: ¿qué herramientas necesitamos? Ya sean proyectos de medios, películas o documentales… ¿Cómo construimos esta red? ¿Cómo construimos un terreno común? Los momentos en que el movimiento no está en la calle o no está confrontando directamente al Estado y al capital son momentos de construcción. Ésta es una cuestión estratégica clave. La lucha no puede ser sólo de oposición, tiene que ser positiva y constructiva. Esa positividad, esa construcción, es el terreno de la experimentación.
¿Puedes hablar un poco más sobre esta experimentación?
Nuestras actividades reproductivas nos permiten reproducir la lucha en aquellos momentos en los que no estamos presentes en las calles de forma masiva. El hacer común es una condición para la reproducción de una lucha. De hecho, es una forma de medir nuestro éxito, de medir nuestro poder feminista. ¿En qué medida podemos desplazar nuestra actividad reproductiva de la reproducción de la fuerza de trabajo a la reproducción de nuestro poder de lucha? De alguna forma, ésta es la medida de cuánto estamos logrando en nuestro crecimiento. Creo que, en esos momentos en que no hay tanta movilización en las calles, hay mucho trabajo invisible. El trabajo de construir conexiones y fortalecer las relaciones afectivas entre las personas.
¿Cómo caracterizas el rechazo al feminismo en este momento de neoliberalismo extremo? Y ¿cuáles son las diferencias entre hoy y las represalias a las luchas feministas de los años setenta?
Hay diferencias importantes.
Obviamente hay similitudes también, pero tal vez la principal diferencia es que, en los años setenta, tuvimos que pelear no sólo contra la derecha sino también contra la izquierda. Pasó mucho tiempo antes de que los hombres de la izquierda empezaran a mostrar siquiera un atisbo de respeto o a admitir que podrían tener algo que aprender del movimiento feminista. Algunas de las primeras respuestas [de nuestros compañeros de lucha] fueron escandalosas. En los años sesenta se silbaba a las mujeres, la respuesta fue a menudo muy hostil. Eso ha cambiado.
Hoy, la respuesta de la derecha es casi más violenta porque ha habido un larguísimo proceso en la derecha en este país, Estados Unidos. Ha habido un proceso de fascistización muy complicado. Pienso que el movimiento feminista necesita analizar este proceso mucho más cuidadosamente de lo que lo hemos hecho hasta ahora.
¿En qué sentido usas fascistización?
Hay una especie de concepción congelada de lo que es la derecha. Producimos esquemas tomados del periodo fascista, del periodo nazi, etcétera, donde hay una ala derecha y luego hay otra de centro. Hoy esto es mucho más complicado y las dos alas están mucho más entremezcladas de lo que parecen. Ha habido una fascistización de la economía. La fascistización es una estrategia y una política que da más y más poder al capital. Reduce la inversión en la reproducción y los espacios de poder de la clase obrera, y crea nuevas y más profundas divisiones entre las personas alrededor de las líneas de clase y raza.
La idea de dos bloques, el centro (o la izquierda) y la derecha, de los demócratas y republicanos, por así decirlo, puede ser muy engañosa. En todos los países se está produciendo una fascistización general y debemos verla como algo que está continua e inseparablemente producido por políticas económicas.
Esta idea de la fascistización de las economías arroja luz sobre las violencias cotidianas. Al mismo tiempo hablas sobre militancia gozosa, pero esto no significa que las condiciones para organizarnos sean fáciles.
La militancia gozosa es otra forma de decir que la revolución es ahora. Ya basta de esta idea de la revolución que sucederá en el futuro, para que algún día los hijos de mis hijos vivan mejor. No. La revolución es ahora. Tenemos una vida. Cada día es precioso. No podemos pensar en la revolución en el futuro. Si luchamos es porque la vida que tenemos es insoportable y dolorosa. La lucha no puede aumentar nuestro dolor. Tiene que mejorar nuestras vidas.
Tenemos que averiguar qué significa hacer algo positivo. Lo primero que quiere decir es salir del aislamiento. Luchar significa conectar con otras personas, no tener que enfrentarse sola al sistema y al dolor y al sufrimiento en tu vida. Significa sentir que tienes alguna protección. Existe la idea de generar una nueva afectividad emocional que vaya más allá de la asfixia y la soledad de la familia nuclear. Adquirir nuevos conocimientos, adquirir nuevos amantes, no sólo en el sentido sexual, sino en personas que cuidas y que te dan fortaleza. Eso se convierte en un tejido que permite conectar con otras personas. Ésa es la revolución, y si no tienes eso, no tiene sentido luchar.
Creo que podemos decir que una de las principales cuestiones en el movimiento es la cuestión del trabajo, y especialmente del trabajo reproductivo, que fue posible por la práctica colectiva de la huelga feminista. Mencionaste la reciente huelga de enfermeras en Nueva York, ¡y su victoria! También está surgiendo un debate en torno a la palabra ‘cuidados’. ¿Puedes explicar un poco más qué significa esto? ¿Qué piensas sobre la cuestión del trabajo como parte del movimiento feminista?
La lucha de las enfermeras ha sido emblemática. Es una lucha especialmente importante porque es una lucha sobre el terreno de la reproducción, que tradicionalmente ha sido visto por el movimiento revolucionario como un terreno sobre el que no se puede construir poder anticapitalista. Esta lucha se ha topado con grandes obstáculos debido al chantaje que se ha ejercido contra las enfermeras, que es también el chantaje contra todas las mujeres que trabajan en el hogar. El chantaje consiste en la idea de que si tú dejas de hacer tu trabajo, vas a lastimar a las personas más cercanas a ti o vas a hacer daño a las personas a tu cargo. Esta ha sido una herramienta muy poderosa para sofocar la lucha de las mujeres en el hogar y de las enfermeras en los hospitales. Y las enfermeras han podido romper con esto, se han negado a ser chantajeadas. Han dejado de trabajar y han exigido mejores condiciones. Al aumentar las horas de trabajo y reducir la compensación, los patrones han creado una situación en la que toda la fuerza de trabajo está agotada y con más probabilidades de no poder prestar los servicios que se necesitan. Desmitificar esto es parte del trabajo que intentamos hacer en la campaña de ‘Salarios por el trabajo doméstico’. El trabajo que las mujeres hacen beneficia sobre todo a los empleadores. Negarse a hacer ese trabajo y rechazar las condiciones que nos imponen es una forma de limitar la reproducción de las personas como trabajadores explotables.
Quiero añadir que la lucha de las enfermeras no es la única lucha. A nivel internacional hemos visto desde hace años, particularmente en España, la construcción del movimiento de trabajadoras domésticas, de trabajadoras del hogar. Es un movimiento internacional que está muy organizado. Muchas de ellas son inmigrantes y luchan en condiciones especialmente precarias. Aquellas que viven con una familia (trabajando como internas), cuya libertad está muy limitada, viven una explotación sin fin. Aun así, sus movimientos se están expandiendo y han logrado cambios en las leyes internacionales, como el famoso Convenio 189 de la de la Organización Internacional del Trabajo, que básicamente dice que las trabajadoras del hogar tienen derecho a los mismos beneficios que cualquier otro trabajador, como una jornada laboral regular con pensión, vacaciones y demás. Esta es mano de obra de mujeres que están siendo explotadas y que, al mismo tiempo, han sido capaces de construir un movimiento y convertir su explotación en poder.
Todavía necesitamos un mejor análisis de la genealogía del concepto de trabajo de cuidados. Es un concepto que nunca usamos en los años setenta. Muchas organizaciones de trabajadoras del hogar lo han usado para demostrar que el trabajo que hacen –particularmente con las infancias– no sólo es trabajo físico, sino que tiene implicaciones más amplias. Hay un debate aquí. Una de las aportaciones más importantes en Estados Unidos es el de la feminista negra Premilla Nadasen, que escribió una crítica del concepto de trabajo de cuidados. Sostiene que usar el término trabajo de cuidados en relación al trabajo de las empleadas domésticas resta importancia a los derechos laborales de las mujeres. Existe una visión en la que tendrían que tener derechos y no estar tan explotadas porque realizan trabajos de cuidados y no porque son trabajadoras y tienen derechos laborales. Y esto impone una nueva carga a las mujeres trabajadoras. No basta con que estas mujeres hagan el trabajo, sino que además se espera que trabajen con una disposición emocional particular.
Nadasen argumenta que este es un mal uso del concepto de cuidado y que tenemos que ser precavidas al usar ese término. Ha trabajado mucho sobre la historia de las trabajadoras del hogar en Estados Unidos, particularmente las trabajadoras domésticas negras. Hablar de ellas como cuidadoras significa que son mujeres que serán reconocidas solo porque tienen un apego emocional a las personas para las que trabajan.
Pienso que en el mundo postcovid-19, la crisis de las mujeres que hacen trabajo reproductivo, tanto en el hogar como en las instituciones –como las enfermeras que arriesgan sus vidas en el trabajo–, se ha vuelto más visible. Ahora muchas de ellas hacen huelga porque les indigna lo que han visto y cómo las han tratado, y cómo se trató a la gente en los hospitales.
Otro tema central es la cuestión de la justicia y la justicia reproductiva. Es importante tratar el problema de la reacción negativa al feminismo y cómo se relaciona con la idea del punitivismo. ¿Cómo pueden las demandas de justicia del movimiento feminista evitar contribuir a la expansión de “soluciones” basadas en el castigo?
La cuestión de la justicia reproductiva es muy, muy importante. En Estados Unidos, el Tribunal Supremo ha eliminado el precedente legal Roe contra Wade, pero este es el último acto de un larguísimo proceso que tiene muchos elementos, muchos episodios y muchas etapas: el asesinato de médicos que practican abortos, la introducción estado tras estado de leyes que restringen el derecho al aborto… Incluso antes de que interviniera el Supremo, en muchos lugares el aborto ya era inexistente. Se creó un movimiento que ha perseguido a las mujeres que buscan abortar, con personas que van a la puerta de las clínicas gritando “¡asesinato! ¡asesinato! ¡asesinato!”.
La cuestión del aborto en la historia del capitalismo está conectada con la cuestión de la reproducción de la fuerza de trabajo. El Estado se atribuye el derecho a controlar el proceso de procreación, a fin de forzar a las mujeres a reproducirse y a garantizar un número adecuado de trabajadores. En años recientes hemos visto también otro aspecto de esto. Hoy tenemos una clase capitalista internacional que tiene a su disposición muchos más trabajadores que, por ejemplo, en el siglo XVI, debido a que muchísimos han sido expulsados de sus tierras, desencadenando movimientos migratorios masivos.
Hoy se dispone de una fuerza de trabajo mucho más amplia. Y así vemos también otra función del aborto y del control estatal de la procreación de los cuerpos de las mujeres, del comportamiento de las mujeres, que tiene que ver con la cuestión de la disidencia sexual. Negar el aborto implica disciplinar los cuerpos y la sexualidad de las mujeres. Es un poder que se otorga a los hombres. Los hombres se convierten en policías de los cuerpos de las mujeres.
Por otra parte, no podemos luchar con eficacia por el aborto si no luchamos también por el derecho de las mujeres a tener hijos. En Estados Unidos, hemos visto que la negación de la maternidad ha sido tan poderosa como la negación del aborto, especialmente para las mujeres negras, a quienes, desde la esclavitud hasta el presente, se les ha negado la maternidad. Hoy, para una mujer negra, especialmente una mujer negra pobre, embarazarse es un riesgo. Corre el riesgo de ser arrestada, encarcelada y perseguida. Se ha creado un sistema de vigilancia que conecta hospitales, médicos y enfermeras con la policía, de manera que si algo parece anormal durante el procedimiento médico que atraviesa una mujer embarazada, corre el riesgo de ser criminalizada.
Muchos estados han legislado algo que se conoce como leyes de protección fetal. Algunos han llegado al extremo de decir que, desde el momento en el que estás embarazada, puedes deducir el embarazo de tus impuestos. Es muy importante evitar caer en la posición de algunas mujeres en los años setenta, cuando las feministas declararon precipitadamente que el derecho al aborto era el elemento central del derecho a decidir. Necesitamos decidir en el ámbito de la reproducción. Decidir significa poder tener hijos y poder no tenerlos. El auténtico control de nuestros cuerpos es la posibilidad de hacer ambas cosas.
Sobre la cuestión del punitivismo, creo que este es otro problema fundamental en el movimiento de las mujeres. Durante la primera fase del feminismo en Estados Unidos, la respuesta a la violencia contra las mujeres fue exigir penas más severas [para los agresores]. Cada vez está más claro que las penas severas siempre se aplican contra las personas que ya son vulnerables: personas negras, inmigrantes y personas ya sobreexpuestas al encarcelamiento y a la brutalidad policial. Alejarse del punitivismo es un gran avance que impulsaron las mujeres negras, que experimentaron de primera mano el efecto de las políticas punitivas en sus comunidades. Las mujeres negras han entendido desde siempre lo que hace la policía y lo que hace el supuesto sistema de justicia. Ahora esa conciencia se está expandiendo, gracias a este trabajo de las feministas negras. Ahora tenemos un movimiento feminista abolicionista, que lucha por abolir las cárceles y prisiones y abolir la policía. Me parece que la próxima tarea es construir alternativas, construir formas de justicia basadas en la comunidad.
La entrevista ha sido traducida del inglés por María José López. Se publicó originalmente en la revista mexicana Ojalá.