Se nos ha hecho creer que la ficción es un acto escapista. Pero, ¿cómo puede ser escapista un acto que nos posibilita una realidad distinta a la que nos rodea? La ficción es una invitación a enfrentar la realidad. Por lo menos, para quienes asumimos que el orden mundialmente establecido asesina la imaginación, la ficción […]
Se nos ha hecho creer que la ficción es un acto escapista. Pero, ¿cómo puede ser escapista un acto que nos posibilita una realidad distinta a la que nos rodea? La ficción es una invitación a enfrentar la realidad. Por lo menos, para quienes asumimos que el orden mundialmente establecido asesina la imaginación, la ficción representa un combate interior que reivindica la creatividad humana.
La política, la religión, el periodismo y todos los poderes establecidos juegan a cuidar una forma absolutista de realidad (lo que sería una ficción a conveniencia de un grupo). La ficción (desde la inventiva personal) juega a implosionar cualquier realidad. Sea de derechas o de izquierdas. Y camina hacia la evolución del individuo en comunión con el colectivo (Y el universo). De ahí que a un determinado sistema (del color que fuese) no le conviene la imaginación, pues la política (como la conocemos) condiciona la realidad a imagen y semejanza de un objetivo.
El acto de leer es un acto de iniciación revolucionaria. Cuando alguien nace, lo primero que los padres le enseñan son las reglas sociales. De niño, ese alguien, va creciendo con la mente abierta a la imaginación; mientras los padres lo van corrigiendo para que de adulto no ande inventando cosas extrañas. ¡Si no quieres fracasar, muchacho (niño no es gente, dicen por ahí), déjate de inventos! La rutina no perdona un momento de locura.
Una vez que al niño le han mutilado su derecho natural al juego, la mejor posibilidad de rebelión intelectual-y espiritual-que tiene, es el descubrimiento del libro. Ya de adulto, mantendrá la mente abierta a los descubrimientos. Y usará la memoria para reinterpretar realidades. Cada vez que recordamos un hecho, incorporamos situaciones y eliminamos otras. Cuando ejercitamos la memoria hacemos ficción. El concepto social (en fondo y forma) se puede construir (y nos lo construyen de espaldas a nosotros. O de frente; igual lo aceptamos). Sólo convendría hacerlo entre todos. Y realmente humano.
Desde el punto de vista literario, la ficción nos enfrenta no sólo a la realidad exterior, sino a nuestra realidad interior. La escritura es una invitación a implosionar la realidad; leer es aceptar gustosamente esa invitación. Ambos ejercicios reconocen la confrontación personal como única posibilidad de respuesta exterior.
La ficción me hace pensar (ejercicio éste muy mal promocionado por estos días) que dentro de cada uno de nosotros habita todo lo sublime y todo lo bestia que pueda ser el mundo.
Edgar Borges es escritor venezolano.