Somos lo que comemos -dicen- pero también podemos pensar lo contrario: que somos lo que no comemos, lo que desaprovechamos. Y digo esto pensando en mi querido Jaume. Cuando nos reunimos para alguna celebración familiar la guinda de los pasteles siempre queda apartada en un rincón de todos los platos de los comensales. Excepto en […]
Somos lo que comemos -dicen- pero también podemos pensar lo contrario: que somos lo que no comemos, lo que desaprovechamos.
Y digo esto pensando en mi querido Jaume. Cuando nos reunimos para alguna celebración familiar la guinda de los pasteles siempre queda apartada en un rincón de todos los platos de los comensales. Excepto en el de Jaume que se las come, explicando que le gustan. Pero creo que miente. Porque cuando pasa por casa y le regalamos pan para que alimente a los pájaros de su jardín nos dice que no está lo suficientemente duro, que sigue siendo comestible. O porque los plátanos que mis hijos dicen que ya están demasiado maduros, casi negros, él sigue considerando que son una buena merienda, que no se pueden echar a perder. Por los mismos motivos argumenta que los yogures, diga lo que diga el envase, no caducan nunca.
Y sí, como yo pensaba, me ha confesado que no le gustan esas cerezas confitadas de los pasteles, pero que en su casa, la posguerra y las penurias, les enseñaron a no desperdiciar nada.
En sólo dos generaciones hemos pasado de un extremo a otro: de la escasez a la abundancia, lo que nos ha llevado (aunque no tenía porque ser así) de economizar a derrochar. Según informa una resolución del Parlamento Europeo del 18 de enero de este año 2011, en la cadena de producción, suministro y consumo se desperdician -y no deja de sorprenderme- el 50% de los alimentos.
Una sociedad que permite esta situación no puede estar orgullosa de su comportamiento individual, ni del modelo agroalimentario del que nos hemos dotado. Entre otras cosas porque la comida no es más que el aprovechamiento de unos recursos naturales: aire, agua, tierra. Y este es uno de los motivos por los cuales desde el pasado día 19 de abril, en España hemos entrado en déficit ecológico. Es decir, si esos recursos naturales los distribuimos equitativamente entre toda la población del planeta, hemos superado nuestra cuota. Nuestro modelo consumista del derroche ha agotado lo que nos corresponde y si seguimos comiendo, respirando y contaminando es porque, desde ese día contraemos una deuda… que me temo no vamos a cancelar.
Porque en realidad se trata de un mal uso del préstamo que nos han hecho las generaciones futuras; y de un hurto ecológico, que un sistema dominado por oligopolios, explota okupando tierras y mares de los países del Sur, para abastecer a las poblaciones que les podemos enriquecer.
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