Alejo Carpentier, en un vibrante homenaje a su ciudad natal, la apodaba «la Ciudad de las columnas», por la magia de sus innumerables pilares y columnas de esencia barroca que hacen de La Habana un lugar único en América Latina. Con su destino tan singular en la historia del continente, la ciudad natal de José […]
Alejo Carpentier, en un vibrante homenaje a su ciudad natal, la apodaba «la Ciudad de las columnas», por la magia de sus innumerables pilares y columnas de esencia barroca que hacen de La Habana un lugar único en América Latina. Con su destino tan singular en la historia del continente, la ciudad natal de José Martí es un espacio mítico que no puede dejar indiferente al alma humana, en virtud de su extraordinario poder de encantamiento. Fruto de una mezcla de estilos arquitectónicos diversos de origen árabe, español, francés, italiano, griego y romano, la capital cubana se define ante todo por su sincretismo tan peculiar (1).
La excelencia del barroco cubano se encuentra en la Plaza de la Catedral, el estilo neoclásico en el Palacio de Aldama, el neogótico en la Iglesia de Reina, el Art Nouveau en la Estación Central, la Universidad o el Capitolio, el Art Deco en el edificio Barcardí, una combinación de esencia colonial y soviética en el Palacio de Convenciones, la presencia del modernismo en el impresionante edificio Focsa o la influencia bizantina en la Catedral Ortodoxa.
Al respecto, Carpentier escribía:
«La vieja ciudad, antaño llamada de intramuros, ciudad en sombra, hecha para la explotación de las sombras, sombra, ella misma, cuando se la piensa en contraste con todo lo que fue germinando, creciendo, hacia el oeste, desde los comienzos de este siglo, en que la superposición de estilos, la innovación de estilos, buenos y malos, más malos que buenos, fueron creando en La Habana ese estilo sin estilo que a la larga, por proceso de simbiosis, se amalgama, se erige en un barroquismo peculiar que hace las veces de estilo, inscribiéndose en la historia de los comportamientos urbanísticos. Porque, poco a poco, de lo abigarrado, de lo entremezclado, de lo encajado entre realidades distintas, han ido surgiendo las constantes de un empaque general que distingue a La Habana de otras ciudades del continente (2)».
Un poco de historia
Fundada el 16 de noviembre de 1519 por el conquistador español Diego Velásquez de Cuéllar, La Habana, atravesada por los ríos Almendares, Martín Pérez, Quibú, Cojímar y Bacuranao, se extiende en la actualidad sobre más de 720 kilómetros cuadrados, acoge a más de dos millones de almas y se divide en quince municipios. La figura de San Cristóbal, patrón de la ciudad, vela por la mayor metrópoli del archipiélago, que alberga también el principal puerto nacional y constituye el centro político, económico y cultural de Cuba (3).
Según los historiadores, el cacique taíno Habaguanex dio su nombre a la capital cubana, y a la sexta ciudad que fundó la Corona española en la Isla. En la Plaza de Armas, centro político de la época colonial, el monumento El Templete celebra la fundación de la ciudad. Se puede leer en su columna conmemorativa que erigió el gobernador Francisco Cajigal de la Vega en 1754 una inscripción en latín:
«Detén el paso, caminante, adorna este sitio con un árbol, una ceiba frondosa, más bien diré signo memorable de la prudencia y antigua religión de la joven ciudad, pues ciertamente bajo su sombra fue inmolado solemnemente en esta ciudad el autor de la salud. Fue tenida por primera vez la reunión de los prudentes concejales hace ya más de dos siglos: era conservado por una tradición perpetua: sin embargo, cedió al tiempo. Verás una imagen hecha hoy en la piedra, es decir el último de noviembre en el año 1754» (4).
Contra viento y marea La Habana supo preservar su autenticidad, a pesar de los ataques de piratas y corsarios franceses que la redujeron a cenizas muchas veces durante la primera mitad del siglo XVI, más precisamente en 1538 y 1555. En 1556, gracias a la creación del sistema de flotas para el comercio entre la Península Ibérica y América Latina, La Habana se convirtió en el primer puerto del continente. En 1561, la Corona española decidió hacer de la ciudad el centro del Nuevo Mundo y concentró allí las naves cargadas de oro, lana, esmeraldas, cueros, especias y materias primas alimenticias. Para proteger esas fabulosas riquezas, edificó defensas militares en la entrada de la Bahía de La Habana en sitios estratégicos, con la construcción de los majestuosos castillos de la Real Fuerza, la Punta y los Tres Reyes del Morro. La Habana se convirtió en la ciudad más protegida del continente, en «la Llave del Nuevo Mundo y Antemural de las Indias Occidentales» (5).
Cuando Felipe II confirió a La Habana el título de ciudad el 20 de diciembre de 1592, ya se habían edificado varias iglesias y conventos que daban un aspecto ciudadano a la futura capital. El gobernador de Cuba ya había instalado su residencia oficial allí desde hacía casi treinta años abandonando Santiago de Cuba, sede histórica del gobierno de la Isla. Conscientes de su importancia estratégica, los sucesivos reyes de España no se dieron tregua para fortificarla a lo largo del siglo XVII para disuadir a las potencias extranjeras de apoderarse de ella. Finalmente, en 1607, La Habana fue designada capital de la Isla por una Orden Real que dividió el país en dos gobiernos: uno en La Habana y el otro en Santiago, subordinando el segundo al primero (6).
Al mismo tiempo se edificó la ciudad usando madera, material disponible en abundancia en la Isla, el cual se mezcló con los diferentes estilos importados de España y más precisamente de las Islas Canarias, creando así un sincretismo arquitectónico de una excepcional riqueza y de una rara belleza, que sería la marca de fábrica de la capital cubana.
Cuando en 1648 una epidemia de peste procedente de Cartagena de Indias en Colombia exterminó a una tercera parte de su población, La Habana, cual fénix, supo hacer frente a la tragedia y renacer de sus cenizas. Pudo enarbolar de nuevo su blasón -el cual la reina Mariana de Austria, viuda de Felipe IV oficializó el 30 de noviembre de 1665- con sus emblemas heráldicos, los tres primeros castillos de la ciudad La Real Fuerza, los Tres Santos y San Salvador de la Punta en forma de torres de plata en un fondo azul y una llave de oro que simboliza la puerta del Nuevo Mundo (7).
En el siglo XVII, La Habana extendió su territorio con la construcción de numerosos edificios civiles, militares y religiosos como el Hospital San Lázaro, el castillo El Morro o el Convento San Agustín, sin olvidar la Fuente de la Dorotea de la Luna en La Chorrera, el Monasterio Santa Teresa, el Convento San Felipe Neri o la ermita del Humilladero.
Cuando el 6 de junio de 1762 el impresionante ejército naval británico de George Pocock con sus cincuenta barcos de guerra y catorce mil soldados atacó La Habana, los habitantes de la ciudad opusieron una heroica resistencia durante dos meses de encarnizados combates. Pero frente a la superioridad militar de Inglaterra, La Habana cayó en las manos de la Corona inglesa, que la ocupó durante once meses. En 1763, una negociación entre Madrid y Londres desembocó en la liberación de la ciudad a cambio de La Florida. Ese mismo año, después de la salida de los británicos, empezó la construcción de la fortaleza San Carlos de la Cabaña -la más importante que edificó España en América Latina- que duraría once años, con el fin de preservar la ciudad de los futuros ataques y hacer de la bahía de La Habana un baluarte inexpugnable (8).
En el siglo XIX, la ciudad se modernizó con la creación del primer ferrocarril en 1837 entre La Habana y Güines, de 51 kilómetros, construido principalmente por la laboriosa y discreta comunidad china que cuenta en la actualidad con 100.000 almas. Cuba se convirtió así en el quinto país del mundo que disponía de ferrocarril y el primero de la zona hispana. La edificación de múltiples centros culturales como el teatro Tacón, el teatro Coliseo o el Liceo Artístico y Literario transformó la ciudad en una de las referencias artísticas e intelectuales del continente. El desarrollo de la industria azucarera y del tabaco hizo de La Habana un lugar sumamente próspero, hasta el punto de que en 1863 se destruyeron las murallas de la ciudad con el fin de extender su superficie y construir nuevos edificios de toda índole. Fue en ese periodo, en 1854 exactamente, cuando se erigió el cementerio Colón, museo a cielo abierto de una riqueza arquitectónica única y la mayor necrópolis del mundo después del cementerio Staglieno de Génova (9).
En 1898, Estados Unidos aprovechó la explosión del acorazado Maine en la Bahía de La Habana para intervenir en la Segunda Guerra de Independencia de Cuba y frustrar los anhelos de emancipación de la Isla. La ocupó hasta 1902 y la transformó en un protectorado después de instalar al frente de la nación a Tomás Estrada Palma, ciudadano estadounidense y anexionista convencido que aceptó la infame enmienda Platt (10).
Durante el periodo republicano, y más concretamente en los años 30, innumerables construcciones emergieron en La Habana, con la aparición de suntuosos hoteles de lujo, flamígeros casinos y clubes nocturnos, a cual más rutilante, todos controlados por la mafia de Meyer Lansky y de Lucky Luciano con la bendición del dictador Fulgencio Batista. Basta mencionar el Hotel Nacional, una joya arquitectónica, edificado en 1930 en pleno barrio del Vedado, a unos pasos del legendario Malecón, que da a La Habana su silueta tan femenina. Monumento nacional, es uno de los símbolos de la historia, de la cultura y de la identidad cubanas. El Focsa y el hotel Habana Libre también son vestigios de la época en que La Habana era la capital continental del placer y la ociosidad, frecuentada por los grandes del mundo, de Winston Churchill a Frank Sinatra (11).
Desde el triunfo de la Revolución en 1959, Cuba ha conocido la más importante transformación política, económica y social de la historia de América Latina. No obstante, a nivel topográfico y arquitectónico han surgido pocos cambios, salvo la construcción de edificios públicos como el imponente Hospital Ameijeras en el centro de la ciudad, u hoteles como el Meliá Cohíba a partir de los años 1990, con la revitalización de la industria turística.
La obra de Eusebio Leal Spengler y el «Período Especial»
Eusebio Leal Spengler, historiador de La Habana, personaje de una excepcional cultura y de un optimismo a toda prueba, autor prolífico, galardonado con las más altas distinciones en el mundo entero, siempre ha tenido una fe inquebrantable en el ser humano, en su pueblo y en su capacidad de realizar las utopías más locas. Nacido en 1942 en la «Ciudad de las columnas», este doctor en Ciencias Históricas de la Universidad de La Habana es un estudioso de las ciencias arqueológicas. Discípulo del fundador de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, el legendario Emilio Roig de Leusehnring, tomó la dirección de esta institución en 1967. Su misión consiste en contribuir a la difusión de la historia y la cultura cubanas » a través de la preservación de los símbolos y expresiones materiales y espirituales de la nacionalidad […] y de la memoria histórica-cultural de la ciudad y especialmente de su Centro Histórico » (12), el mayor centro colonial de América Latina.
También es el Presidente de la Comisión Nacional de Monumentos, embajador de Buena Voluntad de las Naciones Unidas y diputado del Parlamento unicameral cubano. Eusebio Leal es un ciudadano comprometido que ha hecho suyo el lema de José Martí: «A la Patria no se le ha de servir por el beneficio que se pueda sacar de ella, sea de gloria o de cualquier otro interés, sino por el placer desinteresado de serle útil» (13). También comparte esa otra convicción de esencia martiana de que «sin cultura no hay libertad posible» (14).
En 1968 Eusebio Leal inauguró las primeras salas de exposición del Museo de la Ciudad en el antiguo Palacio de los Capitanes Generales. En 1981 emprendió la obra de restauración del Centro Histórico, monumento nacional desde 1976 y Patrimonio de la Humanidad desde 1982, con la creación de un Departamento de Arquitectura. Desde 1981 a 1990, se restauraron totalmente ocho edificios gracias al ingenio de Eusebio Leal y sus colaboradores y a la relación especial con la Unión Soviética que garantizaba cierta estabilidad económica, llevando a doce el número de dependencias culturales de la Oficina del Historiador. El Museo de la Ciudad se articuló alrededor de un peculiar sistema de galerías, centros culturales de formación artística y de investigación para todos los sectores de la población (15).
El desmoronamiento de la Unión Soviética en 1991 tuvo un impacto dramático en la economía cubana, que perdió a su principal socio comercial. De 1989 a 1993, el PIB cayó un 33% y Cuba tuvo que enfrentarse a la peor crisis de su historia. Cerca del 85% del comercio internacional de Cuba se realizaba con la Unión soviética. Las importaciones pasaron de 8.100 millones de dólares a 1.200 millones de dólares y las exportaciones bajaron un 75%. El consumo total disminuyó un 27% y el de la gente un 33%. La formación del capital pasó de un 25% a menos de un 5% del PIB y el déficit fiscal se elevó de un 7% a un 30% del PIB. El ingreso de la balanza de pagos pasó de 4.122 millones de dólares a 356 millones de dólares. El salario real bajó un 25% y el coeficiente de liberalización de la economía cubana (valor del comercio internacional en el PIB) cayó de un 70,2% a un 25,9% (16).
Las especulaciones sobre el porvenir de la Revolución Cubana iban a buen ritmo. Estados Unidos se preparaba para asestar el golpe de gracia, al adoptar las leyes Torricelli en 1992 y Helms-Burton en 1996, legislaciones extraterritoriales y retroactivas que agravan las sanciones contra una población agobiada por las dificultades y vicisitudes cotidianas. En medio de este panorama apocalíptico, Eusebio Leal desafió la realidad, rechazó los pronósticos dantescos y se decidió a realizar lo imposible: perseguir la obra de restauración del Centro Histórico, cuando la nación se encontraba sin recursos y abandonada por todos (17).
Eusebio Leal se sintió investido de una misión, más, de un sacerdocio: salvar la ciudad de la desintegración, con esa abnegación y valentía tan características de la idiosincrasia cubana. De fe cristiana, antiguo miembro de Juventud Acción Católica , de hecho Eusebio Leal habría podido elegir la vía religiosa si no hubiera sentido un amor apasionado por las mujeres, particularmente por su esposa Anita. Humilde, Leal inscribe su obra en una toma de conciencia colectiva y no la disocia de la colaboración de su equipo de historiadores, arquitectos y profesionales de la construcción y restauración: «Creo que todos hemos recibido un llamado: trabajamos contra el tiempo, pendientes de la lluvia, el ciclón y la crisis económica. Tenemos la percepción íntima de que si logramos entregar a la comunidad esta zona antigua de la capital, habremos vencido» (18).
Para responder al desafío titánico de la conservación de la herencia arquitectónica y cultural de la nación en un contexto de grave crisis económica en el que la consigna era «resistir», en 1993 Eusebio Leal, a la cabeza de la Dirección del Patrimonio Cultural, nueva institución creada a tal efecto, consiguió cierta autonomía en la gestión de la Oficina del Historiador por parte de las autoridades (19).Gracias a su talento personal y su perseverancia, ha transformado la institución en una verdadera red económica y cultural con hoteles, restaurantes, tiendas, museos y talleres de construcción y restauración, capaces de generar los fondos necesarios para la preservación del Centro Histórico. Los resultados han sido espectaculares y le han valido una fama mundial. En total, cerca de cien edificaciones antiguas, de estructura compleja y de gran importancia histórica para la mayoría, han sido restauradas alrededor de Plaza de Armas, Plaza de San Francisco, Plaza Vieja, Alameda de Paula, Plaza de Cristo, Plaza de la Catedral, el Prado y el Malecón, sin olvidar la fortaleza San Carlos de la Cabaña (20).
Eusebio Leal también ha reanimado la vida cultural y social de La Habana Vieja con una multitud de actividades, exposiciones, encuentros, debates culturales, científicos, sociales y comerciales que tienen lugar cada mes en los veintisiete museos, casas y salas especializadas, los once centros culturales del Centro Histórico, las catorce bibliotecas, los cinco laboratorios de investigación, los tres gabinetes de estudios centrales, el centro de archivos históricos y en la fototeca. Eusebio Leal es el ejemplo vivo de que la salvaguardia patrimonial era posible en condiciones económicas de una extrema adversidad. Sus cualidades de excelente administrador y su condición de amante de La Habana han hecho de su obra un innegable éxito económico y cultural (21).
Eusebio Leal puede sentirse satisfecho de su obra:
«Hemos devuelto la vida a cada recinto en todas sus manifestaciones, como digno hábitat en que proliferan escuelas, instituciones culturales y de salud. Llamar la resurrección de lo que parecía como muerto, resultaría a miradas pueriles una cruzada romántica. Y si así fuera no nos desentendemos ni nos avergonzamos de ser románticos en tiempos señalados por acontecimientos apocalípticos. Nuestros menesteres proyectan otras formas de la esperanza: aquélla que nace de la recuperación de la memoria, del sueño compartido por muchos de crear un nuevo orden» (22).
En el Parque Central de La Habana, bajo la mirada azul del cielo, José Martí, el Apóstol cubano, el héroe nacional, el de «por Cuba y para Cuba», el que unió su «destino al de los pobres del mundo», el de «la edad de oro», el de «nuestra América», el que sabe que «trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras», el de «Patria es humanidad», el que alberga la convicción profunda que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», el autor intelectual de la Revolución Cubana, el que supo ser un hombre de su tiempo, el que advierte del peligro que representa «el Norte revuelto y brutal que nos desprecia», el que se inmoló «cara al sol» en la batalla de Dos Ríos por la independencia de su Patria, el que señala que «en los andes puede estar el pedestal de nuestra libertad, pero el corazón de nuestra libertad está en nuestras mujeres», éste, levanta el brazo e indica el camino a seguir para preservar la independencia y la identidad nacionales. Al mismo tiempo rinde homenaje a la obra de Don Eusebio Leal, Ulises de los tiempos modernos, incansable trabajador que, como Antonio Machado, sabe que «no hay camino, se hace el camino al andar» y se alcanza la utopía. «Patria y fe» siempre ha sido su divisa personal (23).
Notas
(1) Alejo Carpentier, La ciudad de las columnas. Editorial Letras Cubanas. La Habana, Cuba, 1982.
(2) Ibid., pp. 13-14.
(3) Eusebio Leal Spengler, «Historia de La Habana», Nuevo Fénix. http://www.fenix.co.cu/villa/
(4) Eusebio Leal, La Habana, ciudad antigua, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1988, p. 7.
(5) José Martín Félix de Arrate y Acosta, Llave del Nuevo Mundo: antemural de las Indias Occidentales. La Habana descripta: noticias de su fundación, aumentos y estados, Comisión Nacional Cubana de la Unesco, 1964.
(6) Eusebio Leal, La Habana, ciudad antigua, op.cit.
(7) Luis Suárez & Demetrio Ramos Pérez, Historial general de España y América, Madrid, RIALP Ediciones, Tomo IX, p. 199.
(8) Francisca López Civeira, Oscar Loyola Vega & Arnaldo Silva León, Cuba y su historia, La Habana, Editorial Gente Nueva, 2005, pp. 28-30.
(9) Josefina Ortega, «La ciudad de los muertos», La Jiribilla, 2006. http://www.lajiribilla.cu/
(10) Jorge Ibarra, Cuba: 1898-1921. Partidos políticos y clases sociales, La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1992, p. 225.
(11) Enrique Cirules, El imperio de La Habana, La Habana, Editorial José Martí, 2003.
(12) Dirección de Patrimonio Cultural, «Oficina del Historiador», http://www.ohch.cu/patrimonio/
(13) José Martí, Obras completas, La Habana, Editorial Nacional de Cuba, 1963, tomo I, p. 196.
(14) Fidel Castro Ruz, «Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba, Fidel Castro Ruz, en la inauguración del XVIII Festival Internacional de Ballet de La Habana», 1º de octubre de 2002. http://www.cuba.cu/gobierno/
(15) Dirección de Patrimonio Cultural, «Eusebio Leal», http://www.ohch.cu/patrimonio/
(16) Salim Lamrani, Fidel Castro, Cuba et les Etats-Unis (Pantin: Le Temps des Cerises, 2006), p. 140.
(17) Cuban Democracy Act, 1992. http://www.state.gov/www/
(18) Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, » Para no olvidar», http://www.ohch.cu/para-no-
(19) Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, «La Oficina del Historiador de La Habana», http://www.ohch.cu/patrimonio/
(20) Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, «Para no olvidar», http://www.ohch.cu/para-no-
(21) Bertrand Vannière, «Patrimoine: Eusebio Leal Spengler, historien de La Havane», Cubanía, 2009.
(22) Eusebio Leal, «Habana patrimonial «, Dirección de Patrimonio Cultural. http://www.ohch.cu/ (sitio consultado el 2 de junio de 2011).
(23) Eusebio Leal, «Patria y fe ha sido mi divisa personal», Cubadebate, 9 de noviembre de 2010.
Salim Lamrani. Universidad de La Réunion.
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