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La hermandad de las víctimas del terrorismo de Estado

Fuentes: Rebelión

Admiro a algunos cristianos de ayer y de hoy, y a todos los respeto en sus creencias; pero siento un profundo rechazo por la Iglesia (de ayer y de hoy) como institución, por sus altas jerarquías, sus pompas y sus obras. Análogamente, siento el mayor respeto por todas y cada una de las víctimas de […]

Admiro a algunos cristianos de ayer y de hoy, y a todos los respeto en sus creencias; pero siento un profundo rechazo por la Iglesia (de ayer y de hoy) como institución, por sus altas jerarquías, sus pompas y sus obras. Análogamente, siento el mayor respeto por todas y cada una de las víctimas de los atentados de ETA (o de cualquier otra organización política), y a algunas las admiro; pero no puedo decir lo mismo de la Asociación de Víctimas del Terrorismo como grupo de presión al servicio de (o manipulado por) la derecha más reaccionaria. Su mismo nombre es tendencioso y exclusivo, en la medida en que ratifica el inadmisible discurso del poder, que llama «terrorismo» a toda forma de violencia disidente y nunca aplica el término a la violencia institucional, al terrorismo que con más propiedad se puede y se debe llamar así, que es (como se desprende del propio diccionario de la lengua) el terrorismo de Estado.

Las principales víctimas del terrorismo (mejor dicho, las víctimas del terrorismo principal, pues todas las víctimas son igualmente importantes, venga de donde venga su dolor) son la madre y los hermanos de José Couso, los familiares de Lasa y Zabala, los miles de torturados y torturadas por las fuerzas de seguridad y los funcionarios de prisiones, los más de seiscientos presos políticos dispersos y sus allegados… Pero esas otras víctimas, invisibles y silenciosas (o más bien silenciadas), no se constituyen en asociaciones legales ni organizan congresos, ni podrían hacerlo si quisieran. Aunque tampoco lo necesitan: forman una hermandad de hecho, están unidas por la fraternidad revolucionaria de quienes luchan contra un poder injusto.

Hace unos años conocí a Amaia Zabala. Pasamos varias horas juntos y, naturalmente, hablamos de su hermano, secuestrado, torturado hasta la muerte y enterrado en cal viva por la Guardia Civil. Para mi sorpresa (gratísima, esperanzadora sorpresa), no salió de sus labios una sola palabra de odio o de venganza. Y cuando el carnicero que torturó y asesinó a Lasa y Zabala (es decir, el más abyecto terrorista convicto de nuestra historia reciente) fue indultado por los herederos políticos de sus cómplices, ningún medio de comunicación le dio la palabra a Amaia. No puedo evitar la odiosa comparación (las comparaciones son odiosas precisamente porque son inevitables) de su caso con el de otra hermana desolada, Maite Pagazaurtundua, que aparece en los medios de comunicación todos los días y va a la Moncloa a decirle al presidente del Gobierno lo que tiene que hacer. El hermano de Maite fue enterrado con honores de héroe; el de Amaia fue sepultado en cal viva, literalmente borrado del mapa (con la insoportable carga de angustia que la desaparición de un ser querido supone para sus allegados), y solo por casualidad aparecieron sus ultrajados restos diez años después. El atentado que costó la vida al hermano de Maite fue clamorosamente condenado por todo el país, y la patética comisión de actores que se trasladó a Gasteiz para protestar ante la sede del Gobierno vasco, salió en la portada de ABC; nadie protestó ante la Dirección General de la Guardia Civil ni ante el Ministerio del Interior por el secuestro, tortura y asesinato del hermano de Amaia. Los que mataron al hermano de Maite no han sido ni serán indultados, y ella ha tenido ocasión de maldecirlos públicamente, en prosa y en verso, a través de los grandes medios de comunicación; el torturador y asesino del hermano de Amaia está en su casa, y algunos, en su día, lo aclamaron al grito de «¡Torero!» (aunque en eso no les faltaba razón: al fin y al cabo, un torero es un matarife con un vistoso uniforme)… Y sin embargo, curiosamente, es Maite la que no para de pedir justicia.

Lo cual nos lleva a una de las principales demandas de la AVT y de algunos sectores de la derecha: el cumplimiento íntegro de las penas por parte de los presos políticos («Que se pudran en la cárcel», para decirlo con las palabras de un conocido criminal de guerra y ex presidente del Gobierno español). Cuesta creer que quienes esto demandan no se den cuenta de la aberración moral que supone considerar que matar por una idea es más grave que hacerlo por dinero. ¿Hay algo más inhumano que quitarle la vida a una persona por un fajo de billetes? Y sin embargo a algunos les parece normal que un atracador convicto de asesinato se beneficie de una reducción de condena, pero quieren que quienes mataron por sus ideas (y arriesgaron por ellas la vida) «se pudran en la cárcel». Una cosa es pedir justicia y otra clamar venganza. Y cuando la venganza se clama desde el poder o desde el principal partido de la oposición, se deshonra a las víctimas y se envilece su causa.

También quiere la AVT que haya vencedores y vencidos. Y los habrá, no les quepa duda. Vencerá la invisible hermandad de las víctimas del terrorismo de Estado, la de quienes, enfrentándose a todas las oligarquías y a todos los imperialismos, luchan por el derecho de autodeterminación de las personas y de los pueblos. Serán vencidos los beneficiarios políticos del odio y la crispación, los gestores del miedo, los verdaderos terroristas.