Claudine Allende, memorialista francesa, ha conseguido rastrear la llegada a Saint-Nazaire de más de 400 exiliados durante la Guerra Civil española, como las familias numerosas de una cántabra y una vasca que consiguieron sobrevivir en Callac.
La memoria es una máquina de coser a pedal. Y si no, que se lo digan a Emmanuelle Le Deuff, nieta de Julia Martínez, La Colchonera, y de Gonzalo Salviejo, último alcalde del Ayuntamiento de Laredo reconocido como tal por el Gobierno de la Segunda República, elegido en marzo de 1936. Talón punta, punta talón, vaivén a vaivén, puntada a puntada se van tejiendo los recuerdos que forman las historias individuales y, a golpe de suerte, se hace la que va en mayúsculas.
La Colchonera, parece obvio, sabía rematar colchones. Y los cosía bien, por lo que cuenta Le Deuff, que vivió con ella hasta su muerte en 2003. “Eso le salvó la vida”, afirma. “Mi abuela era activa, pero además tuvo mucha suerte”, reconoce. “Ella me contó la historia. Se fue de España desde Santander con sus padres adoptivos –María Pérez y Pedro Pérez– y sus cuatro hijos, –Matilde, Gonzalo, Vicente y Julia, mi madre–. El más pequeño, Vicente, tenía solo unos meses”.
Esa ‘buena fortuna’ se dio también a bordo del vapor inglés Pilton, el último, y único, barco de carga británico con exiliados españoles que salió de Santander, ya en julio de 1937, con el Almirante Cervera haciendo guardia en la bahía. “A esas alturas ya no dejaba pasar a ninguno, la gente se iba a Gijón”, recuerda Consuelo Soldevilla, doctora en Historia Contemporánea por la Universidad de Cantabria.
La autora de los libros La Cantabria del exilio: una emigración olvidada (1936–1975) y El exilio español (1808–1975) explica que “los registros del Archivo de la Guerra Civil Española”, que conoce al dedillo, “acaban en 1936 e incluyen la salida de la capital cántabra del carguero Inojedo –como queda registrado en sus publicaciones– y de los destroyer ingleses Scort, Foresight, Fame y uno más, sin nombre, que zarpó el 6 de noviembre de 1936. Puede ser que este barco pudiera seguir porque solo iban mujeres, niños y ancianos. Y que no esté en los archivos”, corrobora.
De acuerdo a la investigación iniciada por la memorialista francesa Claudine Allende, con el apoyo de Antonio Muñoz, doctor en Historia por el Instituto Europeo de Florencia e investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, el 14 de julio de 1937, 2.124 refugiados españoles embarcaron en el Pilton, que partió desde la capital cántabra hacia Saint–Nazaire, a donde llegó el 17 de julio, tras una escala en Pallice.
El relato que presenta Allende coincide con el marco estudiado por Soldevilla: “El barco de carga fue abordado por el Almirante Cervera para comprobar que no había soldados republicanos a bordo”. Además, según explica Soldevilla, en esa época “los vascos ya estaban en Santander y se hizo un acuerdo de salida. El gobierno local les dejaba zarpar desde aquí pero la mitad de los evacuados tenían que ser cántabros”. La relación de exiliados que descubrió Allende responde a este convenio.
Durante el viaje en el Pilton,los exiliados estuvieron hacinados en “una bodega insalubre” pero, según cuenta Le Deuff, alguien de la tripulación ofreció a su abuela “un sitio un poco más cómodo para ella y mi tío, que entonces era un bebé”. Julia Martínez, La Colchonera, conoció en esa travesía a Francisca Ezcamendi, también madre de cuatro hijos y mujer de Manuel Reina Cruz, combatiente republicano, que había llegado a Santander desde San Sebastián.
Las dos mujeres y sus hijos fueron acogidos por distintas familias de Callac y mantuvieron la relación el resto de su vida. Aquella amistad está también recogida en el relato que Madeleine Auffret, hija de Manuel y Francisca, hace en Les Cahiers du Poher. De San Sebastián à Callac; Itinéraire d’une réfugiée espagnole, una de las fuentes utilizadas por Claudine Allende en la que no aparece el nombre del barco inglés pero sí la descripción del viaje que hace la propia Auffret, que entonces tenía 12 años.
Julia, Francisca y sus vástagos suman una decena de exiliados entre los 435 nombres y apellidos que conforman el listado que Claudine Allende encontró en los Archivos del Departamento 22 (Côtes–d’Armor) en Saint–Brieuc. Los refugiados incluidos en el documento llegaron a esta localidad francesa los días 18 y el 27 de julio de 1937, procedentes de Nantes y Saint–Nazaire, donde atracó el Pilton. La mayoría fueron alojados en una fábrica en desuso en el Valle de Gouédic, especifica la memorialista, y después en varias ciudades del Departamento de Côtes–Du–Nord.
“Fue un periodo muy difícil, pero mi abuela fue acogida por una familia muy generosa”, rememora Le Deuff. “El Estado francés daba ayudas a quienes acogían a los refugiados españoles, pero aquello no duró mucho porque empezó la guerra. La familia con la que se quedó mi abuela guardó ese dinero y se lo dio. Eso le permitió reunir a sus hijos, que estaban en distintas casas, y alquilar un piso. Había estudiado costura con las monjas en Laredo y por eso pudo sobrevivir”, relata.
Por su parte, Gonzalo Salviejo, que además de su cargo político regentaba en Laredo “un comercio de venta por representación de joyas, relojes, armas de caza, aparatos de radio, máquinas de escribir y –en exclusiva– las máquinas de coser Alfa, producidas por una Cooperativa de Eibar fundada en 1920 a iniciativa de la UGT”, según consta en la biografía recopilada por el Colectivo Memoria de Laredo, salió de la villa cántabra con otros tantos vecinos a finales de agosto de 1937 en los barcos de Pósito de Pescadores.
Al llegar a Francia fueron derivados a la frontera con Cataluña, “que era lo habitual”, incide José Luis Pajares, portavoz del Colectivo Memoria de Laredo, para acabar con un notable grupo de laredanos, de tendencia anarquista, en uno de los grupos de la CNT en Santa Coloma de Queral, donde permaneció hasta la caída de Cataluña. Salviejo cruzó la frontera en febrero de 1939 y fue retenido en el Campo de Argelés–sur–Mer, en las playas del Rosellón, “en unas condiciones infrahumanas”.
“Después lo trasladaron al Campo de Bram, donde las condiciones no mejoraron mucho”, continúa la crónica recopilada por el Colectivo Memoria de Laredo. Un par de meses después, tras la intervención del responsable del Frente Nacional (la organización civil de resistencia interior) y adjunto del Ayuntamiento de Callac, Tremeur Burlot, Salviejo fue liberado y consiguió reunirse con su familia, como recogen tanto Claudine Allende como el Colectivo Memoria de Laredo.
Manuel Reina Cruz corrió otra suerte y no fue hasta finales de 1946 cuando logró cruzar la frontera francesa y llegar a Callac, donde lo esperaban Francisca Ezcamendi y sus cuatro hijos: Magdalena, Carmen, Josefa y Manuel. Reina Cruz continuó la lucha hasta el final de la Guerra e intentó, junto a otros compañeros, escaparse en una pequeña embarcación. Fueron detenidos por las tropas franquistas y encarcelados en un campo de concentración de A Coruña, donde estuvo siete años, cuenta Allende.
La memorialista ha contrastado el listado que encontró en Francia con datos obtenidos en el Archivo Histórico de Euskadi, el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca y los registros del Estado Civil de varias localidades de los departamentos de Côtes–d’Armor, Dordogne, Loire–Atlantique y Essonne. Así, Allende ha conseguido identificar las ciudades de alojamiento de aquellos 435 refugiados, repartidos no solo en Callac, sino también en Créhen, Ploufragan, Saint–Brieuc, Bégard, Guingamp… hasta 22 puntos distintos de Bretaña.
“¿Por qué he estado haciendo todo este trabajo de memoria durante varios años? Como mi padre Fernando no hablaba mucho de todo el sufrimiento que soportó, tengo que hacer este trabajo de memoria para ayudar a las personas que están investigando sobre sus antepasados”, explica Allende. La francesa encontró este primer listado de exiliados que llegaron en el Pilton mientras buscaba información sobre su padre, Lucas Fernando Allende Santa Cruz, camargués nacido en 1918, combatiente republicano en Santander, Gijón, Ribadesella, Zaragoza y en la resistencia francesa tras pasar la frontera en el 39.
“El 13 de junio de 1941, como muchos otros combatientes republicanos, Lucas Fernando fue entregado a los alemanes por la autoridades de Vichy como trabajador para la construcción de la base de submarinos de Brest. Desarrolló labores de ajustador en la empresa Keller, perteneciente a la organización Todt”, recoge la biografía reconstruida por su hija y publicada por el escritor José Manuel Puente en El exilio resistente. Cántabros en la Resistencia y en la Francia libre (1940–1945).
Fue detenido en marzo de 1944 en Brest y deportado al campo de concentración de Dachau tres meses después. Sobrevivió hasta abril de 1945, cuando Dachau fue liberado por el Ejército estadounidense. Fue un rotspanier, un trabajador forzado sobre los que versa la exposición itinerante , comisariada por Antonio Muñoz y Peter Gaida, organizada por la asociación Ay Carmela y financiada por la Fundación EVZ de Berlín, que hasta el 30 de noviembre se puede ver en la Sala de Náutica de la Universidad de Cantabria en Santander.
“Hace años que tengo este listado del Pilton pero he comenzado a trabajar en él en agosto. Hice una comparación con los archivos vascos porque había muchos errores en los nombres. No soy historiadora pero me gusta investigar”, dice. Además del listado del departamento 22, está el 29, Finisterre; el 56, Morbihan; el 44, Loira Atlántico y el 35, Ille y Vilaine. “Y hay más”, añade, pendientes de revisión. “Lo más difícil a la hora de contrastar los datos es que ya no están vivos”. No obstante, en julio del año pasado, presentó en Asturias los listados de ocho barcos que salieron de allí con 7.000 refugiados.
José Manuel Puente, autor también de Cántabros en los campos de exterminio nazis (1940–1945), considera que en Cantabria “el ámbito de los deportados a campos de concentración está más o menos completo, también el de los refugiados que se unieron a la resistencia –donde aparece Lucas Fernando, el padre de Claudine Allende– pero el tema del exilio está a medio hacer y también el de los niños de la guerra que fueron a Europa y a Rusia”.
En cuanto a cifras generales, se maneja la que presentó en su día Soldevilla: durante los 13 meses que duró la Guerra Civil salieron de Cantabria unos 20.000 exiliados. “Son cifras que hay que coger un poco con pinzas porque depende de las fuentes que consultes y además es cierto que fue un maremagnum de gente que salió y luego volvió por la zona del Pirineo”, explica Puente.
Los descubrimientos de Claudine Allende corroboran la idea que también traslada Puente: “No solo en este tema, sino en general, en investigación histórica muchísimas cosas se encuentran de casualidad porque no sabes dónde están, vas a un archivo buscando una cosa y te encuentras otra”. La disciplina parece ser una oda a la serendipia. “Además, claro, no está todo centralizado en un sitio. En los archivos locales franceses hay un montón de documentación de españoles, pero claro, tienes que tener tiempo. En ese sentido, la digitalización de fondos ha ayudado muchísimo”, finaliza Puente.
Soldevilla lo tiene claro: “A mí lo que me gustan son los archivos y tuve una gran suerte porque cuando empecé a investigar todavía no estaba abierto el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores. Cuando llegué al Archivo de Guerra resultó que el archivero era de Santander. Hubo una época en que en todos los archivos de España había cántabros. Cambié el título de lo que estaba buscando, pero cuando bajé, me pasaron las carpetas. Cada vez que iba me costaba una caja de sobaos, eso sí”, bromea.
Emmanuelle Le Deuff nació en 1965 y nunca conoció a su abuelo, que murió en 1962. La Colchonera, Julia Martínez, volvió con su familia a Laredo en el verano de 1956 pero Gonzalo Salviejo no volvió a pisar territorio español hasta 1960 y volvió por última vez en 1961. Su hijo, también Gonzalo, no regresó jamás.
Ahora Le Deuff es la única descendiente interesada en conocer los detalles de lo ocurrido. “A los demás les parece bien que les mande la información que encuentro pero tampoco han vuelto a Laredo”. La información que ya tiene, en la que ha trabajado junto a José Luis Pajares, portavoz del Colectivo Memoria de Laredo, le ha servido para reconstruir esa memoria perdida, pero aún tiene una cuenta pendiente: “Conocer lo que pasó entre la llegada de mi abuela a Francia y la ida de mi abuelo”, apunta.
“Tengo la cosa muy clara para mí”, continúa Le Deuff, que el año pasado fue la protagonista de un acto de reconocimiento a la figura de su abuelo en el Ayuntamiento de Laredo impulsado por Pajares y el Colectivo Memoria de Laredo: “Hace poco me quedé con el piso que heredaron mis padres en Laredo y voy a volver de manera regular. También me gustaría tener la nacionalidad española, porque pensaba que era muy complicado pero me han dicho que no”. Y no debería serlo, ya que está establecida la concesión de la nacionalidad española a hijos y nietos de exiliados por la Ley de Memoria Democrática.
Proyecto de memoria
Las conclusiones de Allende llegan ahora a Cantabria gracias al proyecto Recordari, dirigido por Mónica González Megoya, directora de Quasar Teatro. No es la primera vez que la actriz, docente y productora cántabra bucea en la memoria histórica. Y existe una razón poderosa: reconstruir la historia de su abuelo, Ramón Megoya.
“A los diez años me enteré de que mi abuelo, que había muerto, no era mi abuelo biológico. Nadie me había contado nunca nada”, relata Megoya. “Mi abuela vivió 99 años y nunca abrió la boca. En el 37, embarazada y con mi tía de dos años de la mano intentaron irse, pero, o no consiguieron subir al barco, o los interceptaron y tuvieron que volver. A partir de ahí no se sabe más de mi abuelo”.
Megoya ha seguido su rastro hasta Cartagena, Argelia y al final, un hospicio en Grenade. “Allí lo mandan sus compañeros en el sesenta y tantos porque ya está muy malito. Encontré el certificado de defunción pero no he conseguido averiguar dónde está enterrado. Nadie parece tener los registros”. A todo esto, la productora consiguió empezar a encontrar la pista cuando se dio cuenta de que su apellido, Megoya, “se escribe con y griega, no con doble ele. Si no me hubiera dado cuenta de eso no hubiera encontrado nada jamás”. A veces una letra lo cambia todo. Y el azar no da puntada sin hilo.