Recomiendo:
0

La hoguera que nunca se extingue

Fuentes:

Entrevista con Elena, de Las Heras (Santa Cruz, Argentina)

Las Heras es un pequeño poblado petrolero, enclavado en medio del sur patagónico. Desde Buenos Aires, el viaje parece interminable: salimos temprano desde el Aeroparque metropolitano y, luego de más de tres horas de vuelo, arribamos a la ciudad puerto de Comodoro Rivadavia; sin pausa, subimos al ómnibus que nos trasladó-costeando el Océano Atlántico-, más al sur, hasta la localidad de Caleta Olivia. Desde esa pequeña ciudad, otro ómnibus, recién después de dos horas de viaje hacia el oeste, nos dejaría en nuestro destino final, a dos mil kilómetros de nuestros hogares. Atrás dejamos el mar, por un camino que cruza la meseta áspera y ventosa, ofreciendo un único paisaje amarronado y monótono sólo alterado por las perforadoras que excavan la tierra en busca de petróleo.

 

Caleta Olivia, Cañadón Seco, Pico Truncado y Las Heras son pueblos hermanados por la explotación petrolera; ayer, estatal y hoy, en manos de grandes empresas transnacionales. Las Heras es una pequeña localidad de diez mil habitantes, distribuidos en un tablero de treinta y seis cuadras de largo por diez de ancho. Todos se conocen, por eso nuestra presencia es advertida inmediatamente.

 

Un gendarme, sin identificación, nos pregunta qué estamos filmando y nos invita a presentar nuestras credenciales en un improvisado cuartel que funciona en el predio de un  centro cultural. Es que la presencia inusitada de más de trescientos gendarmes desde los acontecimientos del verano pasado, desborda la capacidad de un pueblo sin cuartel ni hoteles de magnitud. Cuando nos negamos a acompañar al soldado, alegando que no presenta su identificación obligatoria, la cámara queda encendida y registra sus palabras, sin que él lo advierta. Nos dice que están ahí por orden del Presidente de la Nación, porque la policía fue «desbordada» por el alzamiento de todo el pueblo. La excusa de estar filmando un video documental sobre la flora y la fauna patagónica, nos permitió escapar de las fuerzas represivas que vigilan permanentemente.

 

Vamos a encontrarnos con Elena. Para no causarle más problemas que los que tiene, recorremos las calles azarosamente, distrayendo a la policía que ya nos está siguiendo para averiguar a qué vinimos a Las Heras. Los hijos de Elena, ya liberados, fueron detenidos junto a sus hermanos después de la «pueblada». Estos últimos aún permanecen presos. Ella y otras mujeres que son madres, esposas, novias, hermanas e hijas de los detenidos, crearon una comisión para reclamar por su libertad. Hoy, cuando el miedo recorre las calles de Las Heras de la mano de gendarmes y policías, estas mujeres son las únicas que se atreven a desafiar el orden impuesto mediante la represión.

 

Pero la sangre, los golpes y la muerte no son nuevos en este territorio. Entre 1850 y 1880, estas tierras fueron arrebatadas por el Estado nacional a los pueblos originarios, que fueron literalmente exterminados. Más tarde, fueron ocupadas por empresas británicas que criaban ovejas para la exportación de lana y carne, imponiendo sus propias normas salariales y condiciones de trabajo, en una región que no contaba con organizaciones sindicales. Pero en 1920, con la creación de la Sociedad Obrera, los peones quebraron el orden establecido por latifundistas nacionales y empresarios ingleses, con huelgas masivas. El entonces presidente de la Nación, Hipólito Irigoyen, envió tropas del ejército para reprimir a los trabajadores. En Las Heras fue ejecutado uno de los líderes obreros; más de mil quinientos fueron fusilados, degollados, heridos y detenidos.

 

La historia más reciente también encierra miseria, dolor y represión: en 1992, la privatización de los Yacimientos Petrolíferos Fiscales por parte del gobierno nacional -en ese entonces, presidido por Carlos Menem-, fue respaldada por el que era gobernador de esta provincia eminentemente petrolera. Su nombre es Néstor Kirchner y, actualmente, ocupa el sillón presidencial. Su apoyo a la privatización de la riqueza nacional fue recompensado, en aquel entonces, con quinientos millones de dólares en concepto de regalías que fueron girados a bancos europeos.

 

Fue así como llegaron Halliburton y otras empresas de los Estados Unidos, que abandonaron el país cuando, pocos años después, cayó el precio internacional del crudo. Las Heras, de un día para el otro, perdió la mitad de su población que huía de la desocupación y la miseria. De un modo que ninguna estadística puede explicar, en dos años se suicidaron más de veinte jóvenes y adolescentes en este pueblo tan pequeño del sur argentino.

 

Pero la actividad volvió a repuntar y otras multinacionales y empresas que tercerizan servicios petroleros se radicaron en la región: Repsol, Pan American Energy, Vintage Oil, Dolland, Tecpetrol, Chevron, Metrapet-Serpecom, Indus y Argentina 2000. Mientras tanto, la riqueza es sólo para las empresas extranjeras que hacen sus negocios y para el gobierno provincial, que cobra doscientos cincuenta dólares por minuto en concepto de regalías, con los que mantiene un fuerte aparato clientelar. Para los trabajadores, contratos precarios, jornadas extenuantes, condiciones deplorables y salarios miserables. Como a principios de siglo pasado, la mayoría de los petroleros de hoy no están encuadrados en los convenios legales. Bajo la figura de «trabajadores de la construcción», cobran menos que otros operarios de su misma rama industrial. Por eso reclamaron.

 

Durante el año 2005, los petroleros hicieron huelgas, movilizaciones y cortes de ruta, junto a trabajadores estatales, docentes, obreros de la construcción, pesqueros, mineros y desocupados. Pero en el verano del 2006, el conflicto tuvo una escalada inesperada. Los trabajadores cortaban la ruta y el acceso a la planta de Repsol y el líder de la protesta fue detenido. Entonces, alrededor de mil manifestantes rodearon la comisaría para reclamar la libertad del dirigente obrero, mientras la gendarmería custodiaba los yacimientos. En medio de los disparos policiales contra la multitud, un oficial cae muerto y treinta manifestantes son heridos. Inmediatamente, el gobierno nacional envió más de doscientos gendarmes para contener la protesta.

 

Después de dieciocho días de huelga en los que se paralizó la explotación del yacimiento de Las Heras, parecía que el conflicto se resolvía a favor de los trabajadores. Sin embargo, días más tarde, la jueza que intervenía en el caso de la muerte del policía, ordena la detención de decenas de manifestantes. Rápidamente, las mujeres organizan una comisión por la libertad de los presos, reparten panfletos en las entradas de los campos petroleros, organizan movilizaciones hasta el juzgado de la localidad vecina de Pico Truncado, soportan el asedio de militares y policías apostados en la región.

 

Una de esas mujeres es Elena. Tiene cuarenta y cuatro años y, cuando nos dice su edad, pensamos que no dista mucho de la nuestra. Sin embargo, las inclemencias del tiempo pero, fundamentalmente, las de la vida dura y penosa que le ha tocado, le dan la apariencia de una mujer mayor.

 

Elena nació y vivió su infancia en Comodoro Rivadavia, con sus cinco hermanos, en una modesta casa que se sostenía con los magros salarios de su madre, que era trabajadora doméstica, y su padre, obrero soldador. Aunque quiso ser maestra, las dificultades le impidieron dedicarse al estudio y la obligaron a trabajar desde muy joven. Sus hermanos varones se convirtieron, inevitablemente, en obreros petroleros. Su hermana, se casó con un trabajador del mismo gremio. Sólo ella tuvo un novio que no se dedicaba a las mismas tareas y, aunque dice que no quería casarse, con sólo diecisiete años se unió en matrimonio con un conductor de camiones, con el que tuvo cinco hijos. Repitiendo la historia, uno de ellos es chofer de una empresa petrolera, otro trabaja en la empresa de servicios petroleros más importante de la zona y el mayor, es soldador y mecánico, como su abuelo. El más pequeño de los varones, apenas está terminando la escuela primaria y la nena, llegó un año después que el anterior. Desde hace pocos meses, Elena es viuda: su marido fue asesinado en un confuso episodio en la puerta de su casa, por un grupo de jóvenes embriagados. Uno de ellos estuvo detenido y, extrañamente, escapó de la comisaría y aún pasea impunemente por las calles de Las Heras, donde no es nada fácil pasar desapercibido.

 

Pero, como dice Elena, «gracias a Dios, aprendí el arte de la costura», porque tuvo que empezar a trabajar para mantener su hogar. «Quise estudiar y nunca lo pude hacer. Y me quedaban cosas pendientes. Digo, bueno, si me caso voy a ser para mi familia, entonces no me voy a casar. Pero ¡oh, sorpresa!, me había quedado embarazada, así que me decidí casarme. Yo pensaba si él no quiere, lo tengo igual, ése era mi lema. Pero él estaba muy decidido en casarse.»

 

Dos de sus hijos, estuvieron encarcelados durante los primeros días del conflicto y luego, fueron liberados. Dos de sus hermanos aún permanecen detenidos en localidades vecinas, pero no cercanas. Pero Elena advierte que se trata de una maniobra del poder: «Si hubieran detenido a todos estos trabajadores acá, el pueblo hubiera ido a reclamar ahí. Entonces, el gobierno determinó si los llevamos y los esparcimos por toda la provincia, los familiares, los amigos, van a tener que pagarse el pasaje que es tan caro, no van a poder dejar el trabajo, la familia para ir a verlos, entonces, acá va a quedar todo tapado. Pero se llevó el chasco, porque no pensó que las mujeres, que ya están cansadas de mirar televisión, de mirar telenovelas, iban a salir a gritar todo esto, toda esta injusticia. Porque es muy injusto. Tantas mentiras que hemos escuchado, promesas que no se han cumplido, todo el dinero que sale… yo siempre pienso eso: mi padre, mis hermanos, mis hijos siempre han trabajado en el petróleo y siempre han cobrado mal. Se han muerto de frío en los tiempos de invierno. Yo sé cómo se sufre eso. A mí me hartó.»

 

Elena dice que los reclamos que vienen desde lejos, caían en saco roto. Pero «cuando nosotras nos pusimos a gritar… unas cinco locas que gritan, como decía el cura, fuimos escuchadas.» Ella está segura que a las mujeres, el poder les tiene miedo; aunque reconoce que también si no hay más mujeres «que se animan» es porque el mismo sentimiento a veces las invade a ellas. Dice que a veces, alguna mujer acompaña tímidamente, «pero si te ve que no aflojaste, va a tener la misma actitud. Si te sentís respaldada, de adentro tuyo sale la explosión.»

 

Ella quiere unificar la lucha, «una lucha que es mía y que ha empezado a ser una lucha de todos. Una lucha para todo el país, para que se terminen estas injusticias en Argentina.» Nos cuenta que a sus compañeras de la agrupación de mujeres les decía «yo estoy cansada que nos vengan con toda esta política sucia. Nosotras no queríamos saber nada de política. Pero estamos haciendo política. Entonces, es como que esta parte de lucha, para mí es grande. Yo creo que si sacamos a algún detenido, es un logro fantástico.»

 

Esta nueva experiencia cambió la cotidianeidad de su vida, hasta ahora, rutinaria. Elena dice que, desde que formó la comisión, habla de todo lo que le pasa con sus compañeras de lucha, aunque antes no conversaba ni con su vecina. Ahora, envía comunicados de prensa a los medios, viaja semana tras semana a Caleta Olivia y Pico Truncado a visitar a sus hermanos, enfrenta jueces y policías, se reúne en asambleas con otras mujeres y trabajadores que siguen bregando por la libertad de sus hermanos de clase.

 

Antes de dejar su casa, nos da un mensaje para otras mujeres «que no se repriman, que todo lo que han querido desde chicas surja, y se oiga lo que una tiene adentro. Es sólo buscarse entre sí, que se junten. Tenemos formas de luchar y ser escuchadas. Una lucha de mujeres, porque luchando las mujeres vamos a tener una solución: un país que a nosotras nos guste, basta de mentiras, basta de promesas que no se cumplen. Eso es todo.»

 

Más tarde, nos permitieron asistir a una de las asambleas que, casi clandestinamente, se reúne en el garaje de una casa que está del otro lado del pueblo. Un puñado de obreros petroleros y mujeres, la mayoría jóvenes, debaten qué hacer el próximo 25 de Mayo, cuando se conmemora oficialmente el «primer gobierno patrio de 1810». El intendente de Las Heras convoca a un acto en la plaza central del pueblo. Mujeres y obreros petroleros se preguntan si podrán boicotear el festejo oficial con su presencia, reclamando la libertad de los presos. «¿Y si nos reprimen y somos más los que quedamos detenidos?», se preguntan. Otro responde: «Si reprimen, nos metemos en la Iglesia.» Un joven delegado interpela a la asamblea: «¿Van a estar todos?» La dueña de casa, que ha prestado su garaje para la reunión, dice: «sí, yo voy.»

 

Por la noche, volvimos a nuestro hotel en Caleta Olivia y, al día siguiente, recorrimos este pequeño puerto a orillas del Atlántico. El diario dice que «enviados del Banco Mundial están observando el desarrollo regional» y que la provincia «exporta combustible por 1969 millones de dólares.» Un aviso a color invita a los estudiantes a postularse a la beca que la petrolera Repsol promueve junto con la Universidad Nacional de la Patagonia. Pero otros titulares llaman nuestra atención: «Obreros marítimos iniciaron huelga por tiempo indeterminado»; la Federación Argentina de Trabajadores de Prensa convoca a una asamblea en la región; «docentes de la Universidad inician un paro por tres días»; «preparan el paro en el transporte urbano»; abogados de un organismo de derechos humanos denuncia «la existencia de permanentes prácticas violentas por parte de la policía». Y unas declaraciones del presidente, del mismo que fuera gobernador de esta provincia cuando se efectuó la privatización de la explotación del petróleo, nos indignan: «La despenalización del aborto no es un proyecto del gobierno.»

 

En Caleta, con el frío de la mañana, un pequeño ejército de mujeres, vestidas de verde, sale a barrer las calles y arreglar el césped de las plazas; quitan las hojas secas y limpian los monumentos. El gobierno encontró, de este modo, una forma de paliar la desocupación: con bajos salarios, decenas de mujeres jóvenes integran las cuadrillas municipales que mantienen limpia a Caleta Olivia.

 

Tenemos que esperar que se haga la tarde y Elena venga desde Las Heras a visitar a su hermano, detenido en esta localidad. Hacemos tiempo, recorriendo el pueblo y preguntando la historia a los vecinos. Y así nos enteramos que un dibujante, que trabajaba para la vieja empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales, diseñó una fuente para la ciudad con una estatua de Venus. Pero el párroco no permitió que se levantara la imagen de una mujer desnuda en pleno centro de Caleta Olivia y fue así, entonces, como la Venus se cambió por un imponente obrero petrolero de cemento y hierro armado, rodeado de banderas de todos los países latinoamericanos de donde siguen llegando trabajadores en busca de un futuro promisorio. Los lugareños no tardaron en bautizarlo «Gorosito», aludiendo a un personaje de la televisión de aquella década del ’70, cuando el obrero petrolero -símbolo de la prosperidad regional- se erigía como un monumento que distinguiría a Caleta del resto de las localidades vecinas. Hoy, paradójicamente, frente al «Gorosito», hay una gasolinera extranjera; una de esas empresas contra las cuales se enfrentan los trabajadores de la región.

 

Por la tarde, nos reencontramos con Elena. Ella dice que todo esto no habría pasado si el muerto -durante aquella manifestación- hubiera sido un obrero, en vez de un policía. Para Elena, no estamos en democracia. Y esta lucha de los trabajadores, que son sus hermanos, sus hijos, sus compañeros, ha sido «manchada con sangre, para taparla, para darle un escarmiento al obrero. Para que los trabajadores digan ‘tengo un sueldo miserable y me la tengo que aguantar.'»

 

Con ráfagas de viento de ciento veinte kilómetros por hora y una temperatura que, en invierno, puede alcanzar los veintiún grados bajo cero, Las Heras queda atrás en nuestra aventura patagónica.

 

Dice la leyenda de los tehuelches, que antiguamente poblaron estas tierras, que la Patagonia era sólo hielo y nieve cuando un cisne la cruzó volando, por primera vez. Venía desde más allá del mar, donde había nacido Elal, a quién cargó en su blanco lomo para depositarlo sobre la cumbre del cerro Chaltén. Durante tres días y tres noches, Elal permaneció en la cumbre, contemplando el desierto helado que su estirpe de héroe transformaría para siempre. Dicen que varias islas se distinguen todavía desde la costa patagónica y que en alguna muy lejos, donde ningún hombre vivo puede llegar, vive Elal, sentado frente a una hoguera que nunca se extingue. Como no se extinguirá la llama de estas valerosas mujeres de Las Heras, que siguen luchando por la libertad de sus seres queridos.

 

—————————————–

 

El presente artículo está basado en una entrevista registrada en video, que integra un proyecto, aún en curso. La filmación estuvo a cargo de Gabriela Jaime, documentalista del grupo Boedo Films. Andrea D’Atri es especialista en Estudios de la Mujer, integrante del consejo asesor del Instituto del Pensamiento Socialista, de Argentina, www.ips.org.ar. Autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo (2004) y Luchadoras. Historias de mujeres que hicieron historia (2006), además de numerosos artículos sobre los temas de su especialidad. Actualmente comparte la conducción del programa radial Pateando el Tablero (AM 990, Argentina), www.pateandoeltablero.com.ar.