Soy delegada de hecho porque la Justicia lo dice y porque me siento así. Sé que soy el referente de muchas compañeras. Pero yo quisiera ser elegida porque creo en los espacios democráticos.» Catalina Balaguer lo pasó muy mal antes de poder decir esta frase con entereza y orgullo. Pero hoy no tiene más que […]
Soy delegada de hecho porque la Justicia lo dice y porque me siento así. Sé que soy el referente de muchas compañeras. Pero yo quisiera ser elegida porque creo en los espacios democráticos.»
Catalina Balaguer lo pasó muy mal antes de poder decir esta frase con entereza y orgullo. Pero hoy no tiene más que cosechar lo sembrado, al menos si los jueces siguen haciéndole honor al compromiso que tienen con la Justicia como hicieron hasta ahora.
En julio de 2002, Catalina fue despedida de la fábrica Pepsico Snacks (la filial de Pepsi que fabrica snacks) por apoyar la resistencia de casi 150 mujeres al despido. Sus compañeras eran contratadas temporarias que fueron dejadas en la calle apenas finalizada una etapa de alta producción. Las mujeres armaron una carpa frente a la planta en señal de protesta, los empleados que se solidarizaron con ellas fueron «escrachados» y la empresa prescindió de seis de ellos.
Catalina integraba la lista de despedidos y sumaba en su «prontuario» ser la esposa de Leonardo Norniella, delegado opositor a la línea de Rodolfo Daer dentro del sindicato. Mientras los otros cinco despedidos (todos estaban en blanco) recibieron la indemnización, Catalina se negó a aceptarla. «Resistí porque quería dejar algo para mis compañeras (el 70 por ciento de los empleados de Pepsico son mujeres). Está muy naturalizado que te echen. Pocas veces se planteó la posibilidad de pelear para volver, y yo creo que está mal verse como material de descarte, que es lo que hacen las empresas.» En ese momento, ella tenía esperanzas pero también muchas dudas, veía muy difícil poderle ganar el juicio a la empresa.
«Pero lo que yo pensaba es que la plata no te sirve y en cambio el fallo nos sirve a todos los trabajadores, no sólo a los de Pepsico.»
En noviembre del 2003 debió ser reincorporada por un fallo de cámara «completamente novedoso para la jurisprudencia argentina -señala la abogada del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh), Myriam Bregman, una de las patrocinadoras de Balaguer en la causa-. Hay sólo un caso anterior de reinstalación en el puesto de trabajo y corresponde a un empleado del Estado, que gozan de mucha más estabilidad. Este es el primero en el ámbito privado y contra una de las multinacionales más poderosas del país. Pero es novedoso además por dos razones: el fallo dice que hubo discriminación porque Caty fue echada por participar de un conflicto en el lugar de trabajo y porque el marido es delegado, es decir que quedó como una persecución específica; y, por otro lado, en la demanda nosotros la consideramos una delegada de hecho y no una trabajadora común, cosa que los jueces nos reconocieron y que significa en el futuro una protección fundamental para los activistas que están en empresas en las que las comisiones internas están con la patronal y no con los trabajadores.»
El fallo de primera instancia y de cámara obliga también a Pepsico a «reparar los daños morales y materiales ocasionados»: el pago de los meses en los que no pudo ir a la fábrica (que todavía no se concretó), y una reparación que resulta más difícil de evaluar desde lo jurídico y que todavía está produciendo secuelas.
Desde que volvió a la empresa, la asignaron a un galpón donde hace muchísimo frío y está prácticamente sola. Es decir, la desvincularon del contacto con sus compañeros. Hace unos días, la sometieron a una situación paradigmática de lo que ella simboliza hoy para la empresa: «una patada en los dientes». Fue a Producción a buscar materiales para su trabajo (es el sector donde ella estaba antes de ser despedida y donde se concentra el grueso de los empleados) y se quedó charlando con sus viejas compañeras. Una mujer de seguridad le dijo que debía retirarse. Ella le contestó que no se movería porque «como delegada tenía derecho a circular por la fábrica». Vino entonces el gerente de producción y tampoco logró nada… visible. Ella se fue cuando quiso y mientras tanto la gente de seguridad no se le movió de al lado. «Pero me sentí muy humillada.»
La militancia de Catalina en la empresa siempre fue espontánea. «Cuando entré trabajaba 16 o 17 horas por día, sábados y domingos, llegaba a casa muy cansada y muy tarde, y me dolían los pies. Hablando con mis compañeras me di cuenta de que a todas nos pasaba lo mismo y empecé a relacionar esto con la opresión que en general vive la mujer. Yo estaba convencida de que la salida era hacer algo todas juntas, era como una sensibilidad natural porque no tenía ningún tipo de militancia. A partir de ir involucrándome, muchas veces reclamamos mejores condiciones de trabajo. Después me junté con Leo y eso aceleró la militancia de los dos, porque él tampoco era activista, pero siempre nos juntábamos a charlar de los temas que nos preocupaban.»
Antes del despido, ella pensaba presentarse a las elecciones para la comisión interna de abril del 2003. Ahora está esperando la revancha para el 2005. Nunca hubo una delegada mujer en Pepsico, «y eso hace falta, porque la mayoría de las empleadas somos mujeres». Mientras tanto, en la Justicia se dirime otra elección. Ante el fallo de cámara, Pepsico presentó un recurso extraordinario para llevar la causa a la Corte. Se le negó. Presentó, entonces, un recurso de queja que, tras una evaluación de la Corte, puede tener o no lugar. Si fuera aceptado, habrá que esperar la resolución de los altos magistrados.