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La I Gran Guerra y los difíciles avatares de la racionalidad poliética (y IV)

Fuentes: Sociología HIstórica

Para el amigo, compañero y maestro Alejandro Andreassi, ciencia con conciencia Ivanov se acercó a su mujer, la rodeó con los brazos y permaneció pegado a ella, inmóvil, sintiendo el calor olvidado y familiar de la persona amada… Mientras él estaba allí sentado, toda la familia trajinaba en la sala y en la cocina, preparando […]

Para el amigo, compañero y maestro Alejandro Andreassi, ciencia con conciencia

Ivanov se acercó a su mujer, la rodeó con los brazos y permaneció pegado a ella, inmóvil, sintiendo el calor olvidado y familiar de la persona amada… Mientras él estaba allí sentado, toda la familia trajinaba en la sala y en la cocina, preparando un festín. Ivanov examinó, uno tras otro, todos los objetos: el reloj, el aparador con la vajilla, el termómetro de pared, las sillas, las flores en los alféizares, el fogón de ladrillo. Aquí habían vivido durante mucho tiempo, y aquí lo habían echado de menos. Ahora había vuelto y los miraba, empezaba a conocerlos de nuevo, como si fueran parientes cuyas vidas habían sido tristes y solitarias sin él. Respiró hondo y sintió el olor de la casa, conocido e inalterable: a madera que arde lentamente, al calor del cuerpo de sus hijos, al humo de la chimenea. Este aroma era el mismo de hacía cuatro años, no se había disipado ni cambiado en su ausencia. En ningún otro lugar había sentido Ivanov este olor, aunque en el curso de la guerra había estado en varios países y cientos de hogares; los olores allí habían sido otros, siempre les faltaba esa cualidad especial que tenía el de su casa.

Platónov; «El rio Potudán» (1937)

VII. Reacciones escasamente temperadas.

  El manifiesto de los 93 provocó contundentes réplicas de científicos tanto en Inglaterra como en Francia [55]. Entre ellas:

Se suspendió su condición de miembros extranjeros a los científicos alemanes de la Academia de Ciencias de París que firmaton el manifiesto.

Los académicos franceses atacaron a sus colegas del otro lado del Rin y a todo lo que defendían, o lo que ellos, justificadamente o no, pensaban que defendían

Se admitía que, en general, los alemanes eran buenos organizadores de la ciencia, pero según la propaganda francesa les faltaba originalidad y tendían a apropiarse ideas que se originaban en otros lugares.

En algunos casos, los científicos franceses llegaron a afirmar que la ciencia alemana era intrínsecamente distinta de -y por supuesto inferior a- la ciencia de naciones civilizadas. Como Francia desde luego. La science allemande tenía sus propio carácter y estaba marcada «por las deplorables características de la raza alemana».

Los físicos alemanes, así en general, era también incapaces de pensar intuitivamente y les faltaba el sentido común que era necesario para enlazar las teorías físicas abstractas con el mundo real, sentido común que, claro está, sobraba a los físicos franceses. Pierre Duhem ilustraba su posición

Como típico ejemplo de teoría abstracta alemana, Duhem mencionaba la teoría de la relatividad, con su absurdo postulado de la velocidad de la luz como límite superior de velocidad.

Otro científico francés, biólogo este, escogía la teoría cuántica como delirio, como delirio matemático-metafísico germano.

Helge Kragh señala con razón que no deja de ser curioso que las teorías que los científicos franceses nacionalistas consideraban en 1916 típicos de la ciencia alemana fueran las mismas teorías científicas que, veinte años después, los científicos alemanes nazis consideraban los principales ejemplos de una mente judía no alemana.

La reacción contra la ciencia alemana fue más moderadas en la Gran Bretaña. Sin embargo, en 1914, en un artículo publicado nada menos que en Nature, William Ramsay, Premio Nobel de Química, señalaba que los ideales alemanes están infinitamente alejados de la concepción del verdadero hombre científico. Ramsay reconocía la brillantez de científicos alemanes individuales pero, globalmente, la ciencia mundial podía prescindir sin problemas de las aportaciones alemanas. Negro sobre blanco escribió:

Los mayores avances en el pensamiento científico no han sido realizados por miembros de la raza alemana. Por lo que se puede ver, de momento, la destricción de los teutones aliviará al mundo de un alud de mediocridad.

Eso sí, en 1921, cuando aún no se habían cumplido veinte años de la institución del premio Nobel, los científicos alemanes -o al menos de lengua alemana- habían ganado la mitad de los premios concedidos en las especialidades de ciencias naturales y medicina [56].

VIII. La difícil respuesta pacifista. Einstein como referente.

Albert Einstein, acaso con Isaac Newton el científico más importante de todos los tiempos [57] y uno de los grandes pensadores sociales del siglo XX, se presentó en algunos de sus escritos autobiográficos como un ciudadano partidario de un ideal de vida que él mismo denominó «ideal de la pocilga», una existencia caracterizada, como ha señalado Francisco Fernández Buey, por la sencillez, la modestia y la frugalidad, movida por el reconocimiento

[…] de que nuestro hacer se apoya siempre en el trabajo de otro, respetuosa de las tradiciones y orientada hacia la belleza, la bondad y la verdad… El hombre que renunció dos veces a la nacionalidad alemana, aduciendo motivos político-sociales, penetra aún más a fondo en su corazón y declara no haber pertenecido nunca del todo al propio país, a la propia casa, a los amigos o la familia más inmediata» [58]

Einstein había deseado o imaginado un mundo ideal, desiderativo, un cosmos armónico en el que la especie humana no actuaría ya como si estuviera escindida en pseudo especies separadas por fronteras territoriales. Este último nudo será el centro de su antimilitarismo:

El peor producto de la vida de rebaño es el sistema militar, plaga de la civilización que debería abolirse lo más rápidamente posible. Odio el culto al héroe, la violencia insensata y todo este repugnante absurdo que se conoce con el nombre de patriotismo. Tengo en tal alta consideración al género humano que creo que este espantajo habría desaparecido hace mucho si los intereses políticos y comerciales que actúan a través de la enseñanza, no corrompiesen sistemáticamente el sentido común de las gentes.

De este modo, sigo apoyándome en el marxista einsteiniano Fernández Buey, la aversión a lo militar y a la militarización de la sociedad (Einstein se negó a aceptar la formación paramiltar que era de rigor a finales del XIX en el Luipold Gymnasium de Munich), la desconfianza frente a los nacionalismos y la denuncia de la manipulación de las gentes en nombre de las patrias o creaciones afines, son rasgos que configuraron el ideario de Einstein durante toda su vida, rasgos que se acentuaron en los años de I Guerra Mundial, en el período de entreguerras e incluso en su vejez, en los años de Princeton, cuando observa y critica que en USA se esté sufriendo un creciente proceso de militarización de la ciencia y la sociedad.

No hay constancia de intervenciones públicas suyas anteriores a la I Guerra Mundial que rebasasen el plano estrictamente científico. Su primer enfrentamiento serio con poderes establecidos -y también con la mayoría de sus colegas científicos- fue en 1914 a su regreso a Alemania, siendo ya miembro de la Academia Prusiana de Ciencias, viendo la exaltación de agosto de 1914, cuando, según Stern, «casi todos los alemanes cayeron en una orgía de nacionalismo», un sentimiento alegre y confiado de que, por fin, «un peligro común unificaba y ennoblecía al pueblo» [59].

Tres semanas después del estallido escribía a su amigo Paul Ehrenfest [60] manifiestándole su infinito distanciamiento de toda aquella barbarie:

Ahora Europa, en su locura, ha puesto en marcha algo increíble. En tiempos así se ve a qué desgraciada especie de bestia pertenecemos. Sigo cuidadosamente con mis meditaciones y sólo siento una mezcla de lástima y asco.

Einstein, Premio Nobel en 1921 [61], se negó a respaldar con su firma el llamamiento de los 93. No era fácil, en absoluto, y no sólo fue eso.

Junto con el médico pacifista Georg Friedrich Nicolai [62] y el astrónomo Wilheim Foster, elaboró y firmó un manifiesto alternativo [63]. Aunque este contramanifiesto dirigido a los europeos, en el que se pedía una paz inmediata y justa y sin anexiones, se distribuyó entre un gran número de profesores, sólo un licenciado en filosofía por la Universidad de Marburg, Otto Buek, estaba dispuesto a firmarlo. Como resultado, el manifiesto crítico y antimilitarista nunca fue lanzado para su publicación independiente en Alemania, aunque el texto apareció impreso en 1917 y en el extranjero, en la introducción de Nicolai 1917 [64].

Pese a que técnica y comercio conducían claramente hacia un reconocimiento efectivo de las relaciones internacionales, se afirma en el escrito, y, con ello, hacia una civilización universal común, nunca antes una guerra «había conseguido interrumpir tan brutalmente el comunitarismo cultural de la cooperación como la actual». Sin embargo, había tal cantidad de vínculos comunes, «cuya Interrupción ahora sentimos dolorosamente, que tal vez sólo y precisamente por eso» se había cobrado conciencia de manera tan palpable. Por lo tanto, la situación tampoco debería sorprender.

Por eso, los que creen, aunque sea en lo más mínimo, en la importancia de una civilización universal común, tienen ahora la doble obligación de luchar por el mantenimiento de estos principios. Si bien aquellos a los que uno habría imaginado tal convicción, principalmente científicos y artistas, sólo han dicho hasta ahora cosas que nos preocupan, como si con la interrupción de las relaciones efectivas hubiera desaparecido también el deseo de su continuidad. Se han manifestado con espíritu marcial, pero no han hablado lo más mínimo de paz.

Las pasiones nacionales no justificaban en modo alguno semejante espíritu, impropio de lo que el mundo ha denominado cultura.

Sería una desgracia que este espíritu llegara a generalizarse entre la gente culta. No sólo sería una desgracia para la civilización, sino también, y de esto estamos firmemente convencidos, un desastre para la supervivencia nacional de cada uno de los estados; precisamente la causa por la que toda esta barbarie se ha desatado.

Con la técnica, el mundo había empequeñecido, los estados de la gran península europea, ésta es la magnífica expresión usada, parecían estar tan cerca los unos de los otros como antiguamente las ciudades de cada una de las pequeñas penínsulas del Mediterráneo. Más aún: en las necesidades y experiencias de cada estado, basándose en sus diversas y heterogéneas relaciones, Europa -«uno podría decir el mundo»- se mostraba ya como una fundada unidad.

Por el contrario, sería cometido de los europeos cultos y bienintencionados hacer al menos el intento de evitar que Europa, debido a su deficiente organización como un todo, padezca el mismo trágico destino que antaño Grecia. ¿Puede también Europa, a causa de una guerra fratricida, agotarse paulatinamente y perecer?

La guerra que se había desatado apenas dejará un vencedor. Probablemente sólo dejará vencidos.

Por este motivo, no sólo es bueno, sino urgentemente necesario, que los hombres cultos de todos los estados empleen su influencia para que independientemente del resultado aún incierto de la guerra las condiciones de la paz no lleguen a ser fuente de futuras guerras. El hecho evidente de que, a causa de esta guerra, las condiciones de relación europeas hayan caído en un estado inestable y moldeable, debería ser motivo, más bien, para la creación de una unidad orgánica europea. Se dan las condiciones técnicas e intelectuales para ello.

No era necesario que se discutiera de qué manera este orden europeo sería posible. Sólo querían enfatizar que estaban firmemente convencidos de que había llegado el momento de que Europa actuara como una unidad para proteger su tierra, sus gentes y su cultura. Esa voluntad estaba latente en muchos y queráin «conseguir que se fortalezca a través de este manifiesto conjunto.» Para ello,

[…] parece primero necesario que todos aquellos que tienen un corazón para la cultura europea -en otras palabras, aquellos a quienes Goethe denominó con palabras proféticas «buenos europeos»- se unan. Porque uno no debe perder la esperanza de que las palabras, planteadas colectivamente incluso bajo los sonidos de las armas, no quedarán mudas, sobre todo si entre esos «buenos europeos del mañana» se encuentran todos los que gozan de prestigio y autoridad entre sus pares cultos.

Era necesario que primero se reúnan los europeos, los buenos europeos, y si, como ellos esperaban, había suficientes europeos en Europa, «es decir, personas para las que Europa no sólo sea un término geográfico, sino más bien una cosa importante del corazón», entonces se intentaría hacer, era conveniente construir una alianza europea que debería hablar y decidir.

Nosotros mismos sólo queremos alentar y animar a ello, por lo que le pedimos, si usted es simpatizante y está decidido como nosotros a ampliar la resonancia de la voluntad europea, que nos envíe su firma.

Pocas firmas fueron enviadas.

No tuvieron éxito a pesar del coraje, la veracidad y la predicción de futuro que el escrito contenía. No era, en su caso, la aniquilación de la racionalidad poliética, del humanismo crítico. Lo contrario más bien: el abono, la reflexión, el cultivo, el cuidado de una nueva racionalidad, amiga de la ciencia, la técnica y las artes responsables, que tuviera al ser humano, a todos los seres humanos y a sus hábitats como sus capitales más hermosos y esenciales. ¿No han sido siempre estas las finalidades de las tradiciones emancipatorias, de las filosofías humanistas, de las fuerzas que han luchado, que se han esforzado por ampliar la libertad, la justicia y la equidad humanas y los vínculos armoniosos y sostenibles con nuestro entorno, que, como quería el poeta asesinado, daba y da sus frutos para todos?

Einstein, por su parte, en noviembre de 1914, se unió a otros nueve demócratas y pacifistas, con opiniones muy similares, para fundar el Bund Neues Vaterland, una organización reformista, «una suerte de Sociedad fabiana» en opinión de Stern. El Bund fue creciendo pero terminó por ser silenciado eficazmente en 1916.

Un año antes, en noviembre de 1915, entrevistado por el «Berlin Goethebund», se pidió a Einstein, viejo amigo de Haber, su opinión sobre la guerra. Su respuesta finalizaba con las siguientes palabras:

Pero, ¿para qué tantas palabras cuando lo puedo decir todo con una frase, y una frase particularmente adecuada a mi condición de judío? Honra a tu señor Jesucristo no con palabras ni himnos sino, sobre todo, con tus acciones.

IX. Sentimientos, manifiestos, apoyos y cosmovisiones nacionalistas.

¿Qué tendencia cultural, ideológica, filosófica, política, qué «condiciones objetivas», qué concepción del mundo posibilitó que grandes, inolvidables figuras de la intelectualidad alemana apoyaran, con mayor o entusiasmo, el manifiesto de los 93, un texto dirigido, se decía, al «mundo civilizado»? ¿Qué tenía de civilizada la invasión de Bélgica, las prácticas militares del ejército alemán (y de otros ejércitos) y el espíritu anexionista de gran potencia que a todo ello subyacía?

No hay una única respuesta y es posible que a toda conjetura general haya que añadir hipótesis particulares. Einstein lo atribuyó a una epidemia de locura y codicia que de pronto había arrollado a Europa, especialmente Alemania. El sueño, el viejo sueño alemán de grandeza se había convertido en una pesadilla de codicia ciega y brutal.

Sin lugar a dudas, la atmósfera político-cultural -en absoluto espontánea, diseñada y trabajada desde determindas trinchera culturales- que entonces se vivía en Alemania y en países aliados puede ayudar a entender lo sucedido. Una conjetura sobre ello.

Años después, también en Alemania, a propósito de himnos y naciones, el gran Brecht compuso unos versos socialistas para acompañar un cuarteto de Haydn [65]. Era l a letra que el gran poeta, crítico, filósofo, guionista y dramaturgo alemán compuso en 1949 para acompañar el «Cuarteto del Kaiser» de Haydn como himno de la República Democrática Alemana. Dice así:

El donaire no ahorra el esfuerzo

Ni la pasión, el entendimiento

Que florezca una buena Alemania

Como cualquier otro buen país

Que los pueblos no palidezcan

Como ante una ladrona

Sino que nos tiendan sus manos

Lo mismo que a otros pueblos

Y no por encima y no por debajo

De otros pueblos queremos estar

Desde el mar hasta los Alpes

Desde el Oder hasta el Rin

Y porque hacemos mejor a este país

Lo amamos y lo protegemos

Y nos parece el más amable

Como a otros pueblos el suyo.

¿Se ama ciegamente a una nación y se inspira y extiende el odio a otras naciones próximas o no tan próximas? No parece.

¿Se abona algún tipo de anexionismo que considere a otros pueblos, naciones o países comunidades inferiores? No, en absoluto.

¿Se vindica algún tipo de pangermanismo, alguna forma de actitud imperial anclada en la Historia y en la superioridad étnica? No, más bien lo contrario.

La propuesta de Brecht no fue aceptada por los dirigentes del entonces nuevo Estado socialista. Ni siquiera Wolfgang Harich pudo entender lo sucedido. El eterno retorno de lo mismo.

Un nudo más: Director de la Oficina de Materias Primas y Racionamiento durante la Primera Guerra Mundial, le fue encomendada en 1921 la dirección del Ministerio de la Reconstrucción, y, un año después, el de Asuntos Exteriores. Su hito más importante, el momento más decisivo de la trayectoria del empresario, escritor y político institucional Walter Rathenau, cofundador junto a Max Weber y el conde Kessler del partido Democrático alemán, fue la firma en 1922 del Tratado de Rapallo con la Unión Soviética. Lo pagó con su vida: fue asesinado dos meses después. Había renunciado a ser acompañado por hombres armados.»Tres jóvenes, dispararon con sus revólveres a distancia mínima y todos a la vez sobre la cabeza y el pecho de la víctima. Después huyeron a toda velocidad» [66]. Como en el caso del archiduque astriaco.

Años después, durante el criminal dominio del nacional-socialismo, se levantó en ese mismo lugar una lápida conmemorativa… Pero en honor de los tres asesinos.

Lo último, comenta Haffner, que dejó como sabor de boca la breve etapa de Rathenau fue la confirmación de lo que ya el período 1918/1919 les había enseñado en su interpretación: «Nada de lo que hace la izquierda funciona». La creencia era falsa, desde luego, pero se instaló en la mente y en el corazón de muchos ciudadanos.

Buscaron salvadores y tribunos en otros lugares del espectro. El crimen y la muerte imperaron de nuevo, como durante la I Guerra Mundial. También en este caso científicos, filósofos, novelistas, grandes artistas, se mantuvieron sumisos, silenciosos o, aún peor, fueron firmes partidarios de una barbarie aún mayor si cabe.

Otros no. Entre ellos, de nuevo, Albert Einstein.

Coda final.

Si bien no imaginaba algo parecido al desastre total que fue la guerra [I Guerra], sí había barruntado mucho más que la mayoría de la gente… Tuve que reconsiderar mi opinión sobre la naturaleza humana. Aunque por aquel entonces desconocía el psicoanálisis, llegué por mi cuenta a tener una idea de las pasiones humanas que no difería en mucho de la opinión de los psicoanalistas. Llegué a estas conclusiones en mi afán de comprender el sentimiento popular respecto a la guerra. Hasta ese momento siempre había creído que era algo normal que los padres amasen a los hijos, pero la guerra me persuadió de que ese sentimiento era una rara excepción. Había creído que a la mayoría de la gente le gustaba el dinero por encima de casi todo, pero descubrí que la destrucción les gustaba todavía más. Había creído que con frecuencia los intelectuales amaban la verdad, pero también aquí comprobé que ni el diez por ciento de ellos prefieren la verdad a la popularidad. Gilbert Murray, que había sido un buen amigo desde 1902, había estado a favor de los boers cuando yo no lo estaba, por lo que natualmente me imaginé que estaría nuevamente del lado de la paz. Sin embargo, incluso él se puso a escribir sobre la perversidad de los alemanes y las virtudes sobrenaturales de sir Edward Grey. Me invadió una ternura desesperada hacia los jóvenes que iban a ser sacrificados, y un odio hacia todos los gobernantes de Europa. Durante algunas semanas sentí que si me llegaba a encontrar con Asquith o con Grey no sería capaz de evitar asesinarlos. Sin embargo, poco a poco estos sentimientos personales fueron desapareciendo, barridos por la magnitud de la tragedia y por la constatación de una fuerza popular que los gobernantes no hacen más que desatar.

Bertrand Russell (1968), Autobiografía 1914-1944 (vol II)

Notas:

[54] Sigo en este punto: H. Kragh, Generaciones cuánticas, ob cit, pp. 129 y ss.

[55] John Cornwell, Los científicos de Hitler, ed cit, p. 53.

[56] En sus «Notas autobiográficas» hay un paso que merece ser recordado, en honor del espíritu humano que diría el gran matemático francés jean Dieudonné: «A la edad de doce doce años experimenté una segunda extrañeza de naturaleza totalmente diferente, y fue con un librito de geometría euclídea. Alli había teoremas, como, por ejemplo, el de la intersección de las tres alturas de un triángulo en un punto, que -aunque en modo alguno evidentes- podían demostrarse con tal seguridad que cualquier duda parecía fuera de lugar. Esta claridad y seguridad causaron en mí una impresión indescriptible. El que los axiomas hubiese que aceptarlos sin demostración no me inquietaba. En realidad me basaba por completo con poder basar las demostraciones sobre proposiciones cuya validez no me parecía dudoda…» (Albert Einstein et alii, La teoría de la relatividad (selección de L. Pearce Williams), Madrid, Alianza, 1973, p. 98).

[57] Véase Francisco Fernández Buey, Albert Einstein. Ciencia y conciencia, Barcelona, Retratos de El Viejo Topo, 2005, pp. 150 y ss, y FFB, «¿Fue Einstein un pacifista ingenuo e incoheente?», en FFB, Jordi Mir y Enric Prat (eds), Filosofía de la paz, Barceloma, Icaria, 2010, pp. 191-212.

[58] Añade el historiador alemán: «Esta intoxicación pasó; la tarea de matar era demasiado siniestra como para mantener vivo el entusiasmo desatado en agosto de 1914. La elíte se agrupó en torno a la nación -al igual que en otras partes» (Fritz Stern, La Alemania de Einstein, ob cit, p. 40).

[59] Tomado de Ibidem, p. 42, nota.

[60] Había sido propuesto para el Premio en diez de los doce años anteriores. ¿Qué se ocultó tras esa demora? Según Irving Wallace (El premio) y en opinión de Fred Jerome, una intrigante historia de antisemitismo y política internacional.

[61] Nicolai 1917, pp. 911. Fechado por Georg Friedrich Nicolai, uno de los autores de este manifiesto (véase Nicolai 1917, p. 9). Nicolai «elaboró» y («redactó») el manifiesto a los europeos «en colaboración con Einstein y Wilheim Foerster» («junto con el Prof. Albert Einstein y Geheimrat Wilhelm Förster.» Nicolai 1917, p. 9).

[62] Señala Francisco Fernández Buey (Albert Einstein… ob cit, pp. 155-156): «A partir de esta fecha Einstein entró en contacto con la minoría que en Alemania se opuso a la guerra y, a través de algunos miembros de esta minoria, con los principales representanes del pacifismo europeo de la época, como Romain Rolland». Inmediatamente el nombre de Einstein apareció en las fichas de la policia berlinesa como pacifista notorio.

[63] Nicolai comentó -en carta a Einstein de 18 de mayo de 1918- que el manifiesto «nunca habría visto la luz del día si Ud. [Einstein] no hubiera estado involucrado».

[64] Traducción de Amaranta Süss y Antoni Domènech. En Wolfgang Harich, «Para conmemorar el 50 aniversario de la muerte de Bertolt Brecht: Brecht y el himno nacional». Sin permiso, nº 8, 2010, p. 37.

[65] Sebastian Haffner, Historia de un alemán, Barcelona, Ediiones Destino, 2001 (traducción de Belén)

Fuente:

SOCIOLOGÍA HISTÓRICA , nº 4 (2014) MONOGRÁFICO «1914-2014. La Gran Guerra y nosotros, cien años después

http://revistas.um.es/sh