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A los cien años de la muerte de Lenin

La importancia de los liderazgos

Fuentes: Rebelión


Se cumple este año el primer centenario de la muerte del líder de la revolución rusa del pasado siglo y conviene recordar la importancia que tuvo Lenin en el devenir de los acontecimientos mundiales. La revolución bolchevique de 1917 es, hasta ahora, la experiencia histórica más importante de intento de superación del capitalismo. Es, por tanto, ineludible estudiarla profundamente si se quiere aprender de ella, de sus aciertos y de sus errores, si se quiere volver a intentar superar la actual barbarie capitalista con mayor probabilidad de éxito. En cualquier ciencia, y más si cabe en la ciencia revolucionaria, en la que los experimentos sociales se hacen en condiciones muy hostiles, difícilmente se logra el éxito en el primer intento, hay que seguir intentándolo, obstinadamente, pacientemente, pero aprendiendo de los errores cometidos en los intentos anteriores. Como decía Lenin, sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria. Si hay algo a lo que debemos ser fieles a los revolucionarios “clásicos” es sobre todo a su espíritu, a su actitud. La mejor manera de proseguir el trabajo de dichos revolucionarios es intentar superarlo, es seguir (si es posible mejorándola) su metodología, su filosofía de lucha continua para buscar la verdad, para transformar la realidad. Reconociendo sus aciertos pero también criticándolos constructivamente. Sin caer en el culto a la personalidad, ni en el dogmatismo, ni en el sectarismo. Sólo así se puede avanzar hacia una sociedad mejor, siendo fieles al método científico, contrastando la teoría con la práctica, retocando la primera (incluso reformulándola) en base a lo que dicte la segunda. Sólo así la revolución social entrará de nuevo en la escena de la Historia.

La revolución rusa de 1917 demostró, para bien y para mal, el papel crucial de los liderazgos, de las organizaciones políticas, de los factores subjetivos, aunque siempre supeditados dialécticamente a los objetivos. En otras palabras, sin factores objetivos suficientes no hay revolución, pero sin factores subjetivos suficientes tampocoY, además, los factores subjetivos pueden pasar de favorecer la revolución a obstaculizarla. Por ello, me permito poner a continuación un extracto de mi libro ¿Reforma o Revolución? Democracia, donde se analizan extensamente todas estas cuestiones, donde se estudia con detenimiento sobre todo el caso de la URSS, desde su surgimiento a su degeneración y colapso, y donde también se intenta contribuir a la necesaria reformulación de la teoría revolucionaria. Extracto en el que se habla particularmente de la persona que más influyó en el devenir de los acontecimientos en su país y en el mundo, en su época y en la actual. Lenin está muy presente en dicho libro, como no podía ser de otra manera. No puede comprenderse lo que está sucediendo en la actualidad sin entender lo que ocurrió en el pasado reciente, especialmente en el país más extenso de la Tierra. Ni, por supuesto, mal que les pese a los apologistas del capitalismo, sin tener en cuenta la figura de Lenin.

El carácter dialéctico de la sociedad humana nos ayuda a comprender la importancia de la conciencia, de las ideologías. El materialismo dialéctico, por contraposición al metafísico, al materialismo mecánico, nos recuerda que los factores subjetivos también son muy importantes. Las ideas también deben ser consideradas. Y dado que las ideas son normalmente desarrolladas por ciertas vanguardias que, entre otros motivos, tienen más tiempo para leer y pensar, es decir, que se pueden liberar más que el resto de los comunes mortales del tiempo perdido en satisfacer sus necesidades fisiológicas más básicas, las vanguardias juegan un papel importante en la concienciación de las masas. La realidad objetiva sufrida por todo trabajador le permite concienciarse. No hay nada más eficaz cómo sufrir en propia carne para concienciarse. Pero las ideas desarrolladas por ciertos intelectuales le ayudan a aumentar y mejorar notablemente dicha concienciación. Los factores objetivos y los subjetivos se relacionan dialécticamente, se influyen mutuamente. Cuanto más nos alejemos del materialismo dialéctico más nos equivocamos en cuanto al análisis del por qué, del cómo o del cuándo pueden producirse las revoluciones. El peor pecado es negar el espontaneísmo, es decir, negar que el motor del cambio es la necesidad. Pero caer en el culto al espontaneísmo es también erróneo porque supone despreciar o no comprender el carácter dialéctico de la sociedad humana. La mayor parte de los errores teóricos y prácticos en que caen muchos revolucionarios tiene casi una única causa profunda: la incomprensión del materialismo dialéctico. Cualquier subestimación o sobreestimación de cualquiera de los factores de los que depende la revolución social tiene que ver con la incomprensión del materialismo dialéctico. Evidentemente, no existe una fórmula mágica que nos diga de manera exacta cuándo se produce la revolución. Es imposible valorar exactamente todos los factores en su justa medida. Sin embargo, sí es posible detectar las sobreestimaciones o subestimaciones más burdas. Los errores más gordos y fáciles de detectar son cuando algunos de los factores pasan casi a desaparecer, o cuando se invierte el orden de importancia de los mismos. Cuando alguien da más importancia a las ideas que a los factores objetivos se equivoca de manera muy reconocible. Cuando alguien niega la influencia de las ideas, de las vanguardias, también. Cuando alguien da toda la importancia al espontaneísmo comete un error obvio. Lo mismo podemos decir cuando da toda la importancia a la vanguardia. El peor pecado es atentar contra el materialismo (los factores objetivos son los preponderantes), el segundo es pecar contra la dialéctica, es negar la importancia de las vanguardias (los factores subjetivos son también esenciales), o separar a ambos de manera estanca, es no considerar que los factores objetivos y subjetivos se realimentan mutuamente. Lo mismo podemos decir en cuanto a la teoría y la práctica. Quien sobrevalora la teoría cae en cierto idealismo. Quien sobrevalora la práctica cae en el materialismo metafísico. La teoría y la práctica se relacionan también dialécticamente. El trabajador se conciencia a través de su propia experiencia, espontáneamente, pero, además, al leer a las vanguardias intelectuales, al intercambiar opiniones e informaciones con otras personas, al contrastar sus vivencias particulares con otras, se conciencia más y altera su entorno material, o por lo menos lo intenta.

Todo revolucionario debe ser ante todo idealista, realista, paciente, perseverante, esforzado, fuerte (psicológicamente hablando, por supuesto), activo, inteligente, astuto, coherente, independiente, solidario, comprometido, tolerante pero al mismo tiempo firme, rebelde pero al mismo tiempo disciplinado. Más que ninguna otra persona, debe aprender y volver a aprender a levantarse tras cada caída, pues la lucha revolucionaria es una sucesión de inevitables caídas. No hay nada más difícil y complejo que intentar cambiar el mundo. Todas esas cualidades las reunía de un modo nada usual Lenin. Él además era muy organizado, tenía don de gentes, razonaba bien, poseía gran elocuencia, convencía, tenía las ideas claras, luchaba contra viento y marea por sus ideas, incluso cuando éstas eran minoritarias, rectificaba en función de los acontecimientos, tenía una gran capacidad de análisis y de adaptabilidad a la realidad cambiante. En definitiva, era un líder revolucionario nato. No es el único personaje en la historia que haya reunido todas esas cualidades, pero casi. Lenin destacó poderosamente por su personalidad, por sus aptitudes y sobre todo por su actitud, para bien y para mal. El problema es que su liderazgo fracasó por cuanto hizo depender demasiado el devenir de los acontecimientos de él mismo. También es cierto que en esa época los liderazgos tenían tendencia a ser demasiado autoritarios. Cuando la gente está más formada, los liderazgos tienden a ser menos fuertes. Lenin tuvo éxito en cuanto a que contribuyó decisivamente al triunfo de la revolución bolchevique pero fracasó en cuanto a que no pudo evitar su degeneración, que él mismo posibilitó sin querer. Su mayor fracaso consistió en dejar un testamento (que por cierto fue incumplido, pues Stalin no fue apartado del poder). El hecho de dejar por escrito lo que él creía que debía hacerse demuestra que no logró contagiar sus ideas y su espíritu a quienes le rodeaban. Su mayor fracaso consistió en que en su nombre se traicionaran los principios más básicos del leninismo. Pero a pesar de su fracaso parcial en cuanto a su liderazgo, su papel fue decisivo a la hora de demostrar que el proletariado es capaz de organizarse, tomar el poder político e intentar transformar la sociedad. ¡Bastante hizo ya! Nunca antes de su liderazgo esto fue posible a gran escala. No es de extrañar que sea el enemigo público número uno de la oligarquía de toda la historia humana, junto con Marx. No es de extrañar que sus errores hayan sido utilizados para desprestigiarlo por completo a él y a la revolución rusa. Nunca se ha estado tan cerca de superar el capitalismo. A pesar de los pesares.

Si uno desea ser justo, debe considerar las luces y las sombras, y no sólo las sombras, ni sólo las luces. No es de extrañar que se haya cubierto su persona de un pesado manto de silencio histórico, a pesar de haber embalsamado su cuerpo, en contra de sus deseos, por cierto. A pesar de todo, Lenin lo conoce todo el mundo, pero realmente poca gente sabe lo que defendió, lo que hizo, lo que escribió. Sus errores han sido muy publicitados, pero no así sus aciertos. Yo mismo tenía una imagen muy distinta de él. Según la visión burguesa de la historia de la revolución rusa, Lenin fue una persona autoritaria que instauró una dictadura en contra del pueblo, que manipuló al pueblo para dominarlo y alcanzar el poder. Por supuesto, no se considera el contexto de la época. Muchos de los que acusan a Lenin de autoritarismo, que sí lo tuvo en determinados momentos, son ellos mismos más autoritarios, en circunstancias mucho más favorables. A pesar del contexto, en el partido de Lenin, una vez superada la fase de clandestinidad, la democracia era obvia. Simplemente no hay más que leer las discusiones que tenían lugar, incluso en las bases, en los congresos del propio partido bolchevique. Que podría haber habido más democracia. Sí. Que fue degenerando. Sí. Ya lo hemos visto en detalle[1]. Pero esa democracia está totalmente desaparecida en combate en los partidos de las democracias burguesas actuales. Los partidos hacen lo que sus dirigentes dictan sin ninguna discusión, especialmente los partidos de derechas. Incluso sus máximos dirigentes son designados a dedo por la gracia divina de sus caudillos. Incluso unas elecciones primarias en cierta federación de un partido socialdemócrata como el PSOE es noticia. Lo que sería noticia es que en cualquier partido político de nuestras “democracias” contemporáneas se produjera algún debate con contenido. La hipocresía que desprende la derecha, y sus cómplices disfrazados de progresismo, de izquierda, es un insulto a la inteligencia. La misma imagen que nos transmiten de Lenin, nos la transmiten en la actualidad de aquellos líderes que intentan hacer cambios profundos, que afectan a los intereses burgueses. Según esa versión simplista, interesadamente simplista, de la historia, no hubo una transición entre el leninismo y el estalinismo. Según esa visión, el marxismo, el leninismo y el estalinismo son prácticamente lo mismo. Así intentan alejar definitivamente el peligro de la revolución popular. Pero la verdad, tarde o pronto, de una u otra manera, resurge. El problema también es que desde cierta parte de la izquierda se presentan las cosas de manera sectaria. O bien se defiende a Lenin acríticamente. O bien se le demoniza. Así no conseguimos avanzar.

Que Lenin cometió errores. Por supuesto, algunos muy graves, casi imperdonables. Si no consideráramos el contexto, eliminaríamos el “casi”, los calificaríamos rotundamente de incomprensibles e imperdonables. Lenin también tuvo sus miserias personales, como toda persona. En particular, pecó de cierta soberbia, la cual le impidió darse cuenta de algunos de sus errores más graves, hasta cuando ya fueron más que evidentes, hasta que fue demasiado tarde. Pero quien desea el poder o las riquezas materiales, no lucha contra lo establecido hasta agotarse, no intenta cambiar al sistema, por el contrario, se adapta a él para beneficiarse. Quien desea el poder, el enriquecerse, se alía con quien ya es poderoso, no se enfrenta a él. Lenin cometió sus errores, aunque también algunos de ellos fueron una consecuencia de los errores del marxismo. No se libró de estos errores porque no criticó suficientemente a Marx, a pesar de que dijera que el marxismo no era un dogma sino una guía para la acción. Y eso también fue un error por su parte, el no practicar suficiente pensamiento libre y crítico, el caer en cierto dogmatismo (aunque en mucha menor medida que sus contemporáneos o que muchos marxistas del presente). Muchos de sus errores son muy comunes sobre todo entre los intelectuales, tanto de antaño, como de ahora. Pero Lenin, le pese a quien le pese, guste o no, también tuvo sus aciertos. No ha habido un líder y estratega político como él. No hay más que leer sus escritos para percibirlo. No hay más que considerar el hecho de que posibilitó el triunfo de la primera revolución proletaria a gran escala en toda la historia de la humanidad. Esto nunca hay que olvidarlo. Muchos de quienes le acusan de haber hecho degenerar la revolución rusa, se olvidan de que también la posibilitó. Muchos de quienes nos dicen que sus métodos no son los correctos, no son capaces de decirnos cuáles son los correctos, no nos dan serias alternativas, o las que dan suenan a cantos celestiales. No son capaces de darnos ningún ejemplo en la historia de revoluciones exitosas sin liderazgos, sin fuertes liderazgos, sin fuertes organizaciones delante de las masas. De lo que se trata es de separar los aciertos de los errores del leninismo, del marxismo-leninismo, de cualquier ideología o concepción. ¿Y por qué fijarnos más en el marxismo-leninismo que en el anarquismo? Simplemente porque el anarquismo no ha estado ni siquiera cerca de lograr el éxito. A pesar de que a mí en particular, lo reconozco, las ideas del anarquismo me gustan más. Pero una cosa es los deseos, los gustos de uno, y otra cosa distinta la realidad. La realidad es que el socialismo ha estado más cerca de implementarse, a pesar de haber degenerado grotescamente, con el marxismo-leninismo que con el anarquismo. Desde el librepensamiento, desde el espíritu científico, debemos considerar las ideas más válidas, no necesariamente las que más nos gusten, independientemente de etiquetas, de demonizaciones, de prejuicios. El día que triunfe la revolución anarquista, habrá que reconsiderar las cosas. Lo cual tampoco puede descartarse por completo. Aunque hay muchas evidencias, unos cuantos casos históricos concretos, que nos dicen que es muy poco probable, por no decir imposible. Las teorías deben tener en cuenta a las realizaciones prácticas. La verdad postulada debe ser contrastada con la realidad observada. Esto es la esencia del método científico. Es la única forma de acercarnos a la verdad. Es la única manera de avanzar.

El día que las cualidades que poseía el líder ruso estén más o menos distribuidas entre las personas normales, ya no serán necesarios los peligrosos liderazgos. Quienes tanto los critican, y no sin razón, se olvidan de que las cualidades de las personas que son capaces de hacer la revolución, de lograr su éxito, brillan por su ausencia en el común de los mortales (y esto es todavía más cierto, si cabe, en nuestros días). Si queremos prescindir de liderazgos, debemos fomentar dichas cualidades entre todas las personas, deberemos distribuir el enorme esfuerzo de cambiar la sociedad. Mientras, no tendremos más remedio que depender, en cierta medida, de los liderazgos, de esas pocas personas que reúnen las necesarias aptitudes y sobre todo actitudes para hacer la revolución. ¿Es éste, tal vez, el principal motivo de que ahora no haya perspectivas revolucionarias en el Primer Mundo? ¿La ausencia de líderes? ¿El que nadie quiera o pueda asumir cierto liderazgo? Las revoluciones que se están dando en diversos países de Latinoamérica están siendo protagonizadas, demasiado diría yo, por ciertos liderazgos personales más o menos contundentes.[2] ¡Que me enseñen una revolución sin líderes! Yo estoy deseando fervientemente ver una revolución protagonizada por el propio pueblo, sin líderes, o con líderes que estén casi en la sombra. Nada más lejos de mis deseos que el pueblo asuma su protagonismo y deje de comportarse como un rebaño de ovejas. Pero una cosa son los deseos y otra la cruda realidad. La cruda realidad es que el ser humano, por el momento al menos, necesita de los líderes. Reivindicar hoy una revolución sin líderes, espontánea, es, casi (por ser prudentes) pedir lo imposible, desgraciadamente.

Las experiencias históricas nos han demostrado que las vanguardias, los liderazgos, son necesarios para que surjan o prosperen las revoluciones, pero que también pueden poner en peligro las propias revoluciones si se llevan demasiado lejos. Sólo es posible construir un sistema que beneficie al conjunto de la sociedad, llámese socialismo o como se quiera llamar, si el pueblo participa directamente, lo más directamente posible, en dicha construcción, si la protagoniza, si, en primer lugar, el pueblo lo desea, además de necesitarlo. Habrá ciertos momentos en los que el pueblo deberá delegar, en los que no podrá controlar directamente el proceso. Esto es especialmente cierto en los momentos de transición, cuando cae un sistema y se sustituye por otro, cuando se expulsa del poder político a cierto dirigente, cierto partido o cierta clase. Pero los líderes revolucionarios, deben procurar que el pueblo tome el control de la situación lo antes posible. Nunca hay que caer en el error, de primer orden, elemental, de construir el socialismo, cualquier sistema que pretenda responder a los intereses del pueblo, por encima del pueblo. De esta manera nunca es posible construir el auténtico socialismo, sólo es posible, en todo caso, implementar algunas de sus facetas, pero no la principal. El objetivo fundamental del socialismo, de cualquier revolución social de índole popular, es beneficiar al conjunto del pueblo. Si cualquier vanguardia no es capaz de hacer comprender esto al pueblo, a las masas, entonces dicha “revolución” está abocada, tarde o pronto, al fracaso. El éxito de la revolución empieza por hacer comprender al conjunto de la ciudadanía de la necesidad de hacerla, de construir la nueva sociedad entre todos, de hacer ciertos sacrificios a corto plazo para luego recoger los frutos, cuando así sea imprescindible. La ciudadanía es capaz de sacrificarse, hasta cierto punto, siempre que el sacrifico sea compartido por todos de igual manera. Es incompatible apelar al sacrificio del pueblo al mismo tiempo que se consienten los privilegios de ciertas capas de la población. Cuando se apela al sacrificio de las masas, lo primero es dar ejemplo con hechos concretos. Además, los sacrificios deben ser recompensados lo antes posible con resultados exitosos concretos. En cualquier caso, esos sacrificios nunca deben ser impuestos por la fuerza a la ciudadanía, ésta debe estar convencida de su necesidad. Y, como decía el Che, la mejor pedagogía es el ejemplo. No puede hacerse la revolución popular de manera antipopular, en contra del pueblo, prescindiendo del método científico y de su hermana gemela la libertad en el sentido más amplio y profundo de la palabra. El socialismo no puede imponerse de ninguna de las maneras. El pueblo es el que debe luchar por él. El objetivo primordial de cualquier vanguardia es convencer a la ciudadanía, concienciarla y en todo caso encauzarla. Ayudarla a desarrollar la capacidad de protagonizar su destino, fomentar su iniciativa y su responsabilidad, formarla e informarla. Nunca sustituir a las masas, ni situarse por encima de ellas. Debe servirlas a ellas y no servirse de ellas. Y para ello debe utilizar el método adecuado que lo posibilite. Ese método se puede resumir en una sola palabra: democracia. Cualquier vanguardia revolucionaria debe obsesionarse incluso por desarrollar suficientemente la democracia, sin la que es imposible hacer la revolución social, sin la que la vanguardia puede convertirse en el peor enemigo del pueblo, de la revolución. A los hechos históricos podemos remitirnos. Las experiencias prácticas nos han hablado con contundencia. Escuchémoslas.

Fuente: https://joselopezsanchez.wordpress.com/


[1] Aquí se indica que en otros capítulos del libro ¿Reforma o Revolución? Democracia se analiza en detalle la degeneración del Estado soviético, el paso del leninismo al estalinismo.

[2] En el momento en que se escribió este libro aún vivían Hugo Chávez y Fidel Castro.

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