El derecho de los pueblos a decidir su relación con otros pueblos es, o debería ser, un derecho democrático fundamental recogido en cualquier constitución, tan democrático y tan aceptado universalmente como lo es el derecho al divorcio en los países de nuestro entorno, pues la separación entre diferentes naciones y territorios no deja de ser […]
El derecho de los pueblos a decidir su relación con otros pueblos es, o debería ser, un derecho democrático fundamental recogido en cualquier constitución, tan democrático y tan aceptado universalmente como lo es el derecho al divorcio en los países de nuestro entorno, pues la separación entre diferentes naciones y territorios no deja de ser un divorcio, sea o no de mutuo acuerdo. Sin embargo, cuando conviene, parece que la Constitución es un muro infranqueable, aunque recientemente se haya reformado en tiempo récord para cumplir supuestos requerimientos de la Unión Europea (UE).
¿Cuál puede ser la actitud de la UE ante un referéndum sobre la independencia de Escocia (ya pactado con el gobierno de Londres), Cataluña, País Vasco o Flandes, por ejemplo? En la dos últimas décadas, la actitud de los países de la UE ha sido de claro apoyo a la secesión de cerca de veinte países y territorios integrantes de la Unión Soviética y de Yugoslavia. Pero, claro está, no es lo mismo lo que pasa en casa de los demás que en la propia casa. No olvidemos que los Estados Unidos de América, que con tanto entusiasmo apoyaron la desintegración de la URSS, recuerdan su Guerra de Secesión como una de las gestas más memorable de su historia, una guerra civil contra los estados del sur que, como indica el nombre de este largo y sangriento conflicto, querían separarse de los Estados Unidos y fundar una nueva confederación.
Que la independencia de Cataluña es viable, en comparación con los estados más pequeños de Europa (Estonia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Chipre, Malta …), está seguramente fuera de duda, como lo está la importancia del catalán para ser lengua oficial en Europa en relación con las lenguas de los países citados. Ahora bien, quien piense que la independencia puede ser la solución a todos los males, seguramente se equivoca. Es cierto que la balanza fiscal entre Cataluña y España es muy desfavorable para la primera, pero no podemos ignorar que la balanza comercial le es mucho más favorable, pues buena parte de los productos y servicios que se producen en las empresas catalanas se venden en el resto del estado. La solidaridad entre los pueblos tiene, evidentemente, un límite, pero no por ello debemos caer en un egoísmo excluyente. Ni siquiera la propia lengua tiene el futuro absolutamente garantizado en un estado independiente, como podemos ver en el caso del gaélico o irlandés, noventa años después de la independencia de Irlanda respecto al Reino Unido.
En cierto modo, decir que «España nos roba», es equivalente a decir de la UE roba a Alemania, los Países Bajos o Suecia, que aportan mucho más de lo que reciben de la Unión, pero que en cambio se benefician ampliamente a nivel exportaciones y de instalación de empresas en los países menos ricos de la Unión Europea. Tampoco es justo que campañas como la de «no quiero pagar» se hayan limitado a las autopistas de peaje del Estado, cuando las de la Generalitat son igual de costosas para los usuarios, por no hablar de la grave injusticia del euro por receta que ha impuesto el gobierno de CiU. Además, pensar que una Cataluña independiente dentro de una Europa dirigida por Alemania, Francia y el Reino Unido, bajo los principios del Tratado de Maastrich, puede tener una plena soberanía es de una considerable ingenuidad. Por nombre hablar de la posibilidad, no descartada por sectores cercanos al actual gobierno catalán, de que la Catalunya independiente pudiera llegar a ser una monarquía, incluso compartida con la corona española, una opción que no deja de ser absolutamente esperpéntica.
Es evidente que Cataluña no es un todo uniforme, pues la Cataluña más metropolitana, especialmente las comarcas más próximas a Barcelona, y la Cataluña interior, son muy diferentes y, como es bien conocido, más de la mitad del conjunto de la población es de origen inmigrante. También es cierto que para hablar de un estado federal hace falta que el federalismo sea ampliamente aceptado por el resto de la hipotética federación, cosa que actualmente está muy lejos de ser una realidad, pero soy de la opinión que aún hoy podemos trabajar por una República federal, sin jefes de estado hereditarios, con igualdad de derechos entre sus pueblos y sus lenguas y, no lo olvidemos, con derechos sociales para todos. Dejando claro, también, que somos los catalanes de origen y de adopción, los que tenemos que decidir libremente nuestro futuro.
Jordi Córdoba. Coordinador de Esquerra Unida (EUiA) en las comarcas de Girona
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