La climatóloga alemana y cofundadora del World Weather Attribution (WWA) lanza un nuevo libro que pone el foco en quienes sufren, mueren, o pierden por la emergencia climática; víctimas, en su mayoría, aún invisibles para el mundo.
“Cuando la temperatura rebase los 1,5º, muchas de las personas que estén leyendo este libro solo se darán cuenta por las noticias. Otros no lo notarán en absoluto, porque lo habrán perdido todo en una riada cuando el mundo alcanzó los 1,3º o habrán fallecido en una ola de calor cuando se alcanzaron los 1’4º. Si vemos los 1,5º como un mero límite físico, estas muertes y estos daños serán completamente invisibles, al igual que la necesidad de invertir en adaptación. […] Cada décima de grado de calentamiento global conlleva pérdidas y daños cada vez mayores, pero quien siente estos efectos y cómo los siente tiene muy poco que ver con el clima”.
Es uno de los fragmentos más demoledores del nuevo libro de Friederike Otto, la climatóloga que cofundó la World Weather Attribution (WWA), una iniciativa científica internacional que se encarga de analizar si el cambio climático está influyendo o no en los diferentes fenómenos meteorológicos extremos que se van sucediendo y en qué medida.
Climate Injustice. Why we need to fight global inequality to combat climate change,(Greystone Books, 2025) [Injusticia climática: Por qué debemos combatir la desigualdad global para combatir el cambio climático] es un libro en el que la experta profundiza acerca de por qué la crisis climática es, por encima de un límite físico, un límite social. En él, la autora explora la pregunta de ‘¿cómo el clima se convierte en un desastre?’ llevando al lector a diferentes escenarios: Gambia, Alemania, Madagascar, Pakistán, Brasil, Sudáfrica o Canadá.
“El cambio climático asume el papel tradicionalmente desempeñado por Zeus, Thanos, y otras entidades cósmicas, pero la vulnerabilidad humana es causada por las acciones humanas”, sentencia, a la par que urge a romper el hechizo de la narrativa ‘colonial-fósil’.
Su trabajo como científica
tiene que ver con determinar en qué medida el cambio climático ha
intervenido en la magnitud de diferentes fenómenos meteorológicos
extremos. Sin embargo, al mismo tiempo también exige de forma deliberada
que se deje de señalar al clima como el responsable de los grandes
desastres.
Sí. El cambio
climático es un factor muy importante porque, por ejemplo, las olas de
calor que estamos experimentando en Europa están siendo mucho más
intensas de lo que habrían sido sin él. Pero, por supuesto, que un
evento extremo se convierta en un desastre depende crucialmente de quién
y de qué esté en peligro: lo que normalmente llamamos ‘vulnerabilidad’ y
‘exposición’. Por ejemplo, en 2023, hubo una tormenta en el
Mediterráneo llamada Daniel. Fue una tormenta muy severa que causó la
muerte de 17 personas en Grecia, y más de 4.000 en Libia, un país devastado por la guerra.
El clima fue el mismo y, pese a que es muy trágico perder 17 vidas en el caso de Grecia, fue una situación muy diferente a la de las más de 4.000 que se perdieron en Libia. En Grecia hubo alertas tempranas, por lo que la gente supo que se avecinaba la tormenta. También allí la infraestructura estaba en buen estado porque se había ido manteniendo. En Libia, muchas de las muertes se debieron a una presa que no había recibido mantenimiento en 20 años, por lo que simplemente no pudo soportar el agua y se rompió, sorprendiendo a la gente durante la noche. Estos factores subyacentes no tienen nada que ver con el clima, sino con la preparación de nuestras sociedades para fenómenos meteorológicos extremos, y son absolutamente cruciales.
En el libro habla de cómo la narrativa ‘colonial-fósil’ prevalece e impacta en este mundo. ¿Qué papel tiene esta narrativa?
Opino
que existe una narrativa que, aunque a menudo no se nombra
explícitamente, sigue siendo la base de todos nuestros debates. Esta
narrativa, a la que yo llamo ‘colonial-fósil’, básicamente asume que el
mundo en el que vivimos se sostiene debido a la quema de combustibles
fósiles y, por tanto, construye ideas como que todos debemos tener
nuestro propio coche.
Por otro lado, asume también que el mundo se sostiene en base a la discrepancia que existe entre el Norte y el Sur global en términos de ingresos, y en cuanto al tipo de trabajo que realizan las personas en estas dos partes del planeta. Es decir: el Sur global proporciona los ingredientes para el consumo que realiza el Norte global. Además, nos hace creer que el statu quo que se da en el Norte es, de alguna forma, el único tipo de mundo en el que podríamos vivir para tener un alto nivel de vida. Y creo que debemos cuestionar esta narrativa subyacente o de lo contrario las cosas no cambiarán.
La
crisis climática se vive de formas diferentes dependiendo del lugar en
el que te haya tocado nacer. Profundiza en ello en el libro y pone casos
concretos. ¿Cómo se siente, por ejemplo, experimentar una ola de calor
siendo una mujer embarazada en un país como Gambia?
Las mujeres embarazadas que viven en las zonas rurales de países como Gambia
se encuentran prácticamente sin opciones. Allí existe una división
social muy estricta entre lo que hacen los hombres y lo que hacen las
mujeres. Ellas son responsables de conseguir alimentos para la familia,
mientras que ellos trabajan, por ejemplo, en los campos de cultivos
comerciales, por lo que tienen derechos laborales, como no trabajar
durante las horas más calurosas del día.
Sin embargo, las mujeres sí que tienen que trabajar al aire libre en el campo sin importar el calor que haga. El calor extremo es ya de por sí peligroso, pero lo es más durante el embarazo, porque la temperatura corporal es ya de por sí más alta. Enfriar el cuerpo es, por tanto, más difícil y los efectos del calor no solo afectan a la mujer embarazada, sino también al feto. Pero están atrapadas en esta estructura social, sin opción a tomarse un descanso.
¿Y una sequía en Madagascar?
En Madagascar la situación es relativamente similar. La sequía en el sur del país, por ejemplo, se dio en paralelo a la época de la COVID-19.
La sequía había destruido prácticamente la agricultura en esa zona,
pero la gente no podía salir de allí, no podía ir al Norte a buscar
opciones por las restricciones. En el Sur no había más oportunidades de
trabajo, no había industria. Y para las pocas opciones laborales que sí
había solo podías acceder si tenías estudios. Pero allí la gente, y en
especial las mujeres, carece de educación.
Esto hizo que esas personas dependieran al 100% de la ayuda extranjera para obtener alimentos, lo cual también fue difícil debido a las restricciones de viaje. Todo concluyó en que la gente murió de hambre.
Señala
que, además, la mayor parte de África carece, por ejemplo, de bases de
datos propias sobre fenómenos meteorológicos extremos o de modelos
climáticos propios. Esto es extremadamente alarmante considerando el
grado de vulnerabilidad de este continente, ¿verdad?
Sí,
pero no es que no haya investigación allí. Hay investigadores africanos
fantásticos en la Universidad de Ciudad del Cabo y en otras
universidades sudafricanas. Sin embargo, no se ha desarrollado un solo
modelo climático en África y para África, lo cual es un gran problema.
Los modelos climáticos son representaciones imperfectas del sistema
climático, por lo que todos tienen fortalezas y debilidades. Es por ello
por lo que siempre están diseñados para funcionar mejor en el país en
el que fueron creados. El modelo del Reino Unido es muy bueno
representando el clima británico, pero no está diseñado para funcionar
bien en Gambia.
Además, si bien a menudo existen estaciones meteorológicas, en muchos casos no hay personal remunerado en esa oficina para atenderlas, por lo que existen muchas lagunas en los registros, y a menudo no se mantienen durante años, lo que significa que ni siquiera sabemos qué tiempo hará hoy. Y si no se sabe qué tiempo hará hoy, no se pueden desarrollar sistemas de alerta temprana eficientes, y vemos una y otra vez que la alerta temprana es realmente lo que marca la gran diferencia entre eventos extremos con un alto número de muertes y eventos extremos con un bajo número de muertes.
En España, la dana
se cobró doscientas vidas en Valencia. Para cuando se activó el sistema
de alerta, mucha gente ya estaba bajo el agua. El mismo político
implicado [Carlos Mazón] no solo se niega a dimitir tras ocho protestas en su contra,
sino que hace apenas unas semanas dio luz verde a que se siga
construyendo en zonas inundables. ¿Es este un claro ejemplo de que la
crisis climática, muchas veces, es más una injusticia que un ‘desastre
natural’?
Creo que es un
ejemplo claro y bastante aterrador de cómo se ignora la crisis climática
y cómo esto conduce a una gran injusticia, porque en las casas que se
construirán en esta zona inundable no vivirán ni él ni sus asesores,
sino que probablemente lo harán personas que no tengan el suficiente
dinero para vivir en otro lugar, en un lugar más seguro.
Entonces, cuando ocurra otro evento como el del año pasado, sus casas estarán bajo el agua y quedarán dañadas o destruidas. Si no tienen un seguro, recaerán en ellos enormes deudas, la desigualdad en el área aumentará, y quienes realmente menos lo merecen pagarán por el impacto del cambio climático. Y todo ello para el beneficio de muy pocas personas que ya tienen suficiente dinero.
También en nuestro país se han dado 458 muertes atribuibles al calor en el mes de junio solo en Barcelona y Madrid.
Muchas personas están perdiendo la vida cada día en el mundo debido a
la inacción ante la crisis climática, pero eso no es suficiente para que
las cosas cambien. ¿Por qué? ¿Qué pieza falta?
Creo
que esta pieza que falta nos lleva al inicio de esta conversación,
cuando hablamos de por qué la narrativa es tan importante. Existe un lobby global enormemente poderoso asociado a la industria de los combustibles fósiles
que ha tenido un gran éxito en engañar a la opinión pública sobre el
cambio climático. Y aunque ahora hay mucho apoyo global a favor de la
lucha contra el cambio climático, quienes ostentan el poder están
particularmente influenciados por la industria de los combustibles
fósiles, porque es donde todavía se invierte mucho dinero. Los
agricultores, limpiadores, aquellos que trabajan en el sector servicios
bajo el sol, sin embargo, no tienen un lobby. Y son sus vidas las que se están perdiendo.
Mientras creamos la mentira de que hacer algo contra el cambio climático es caro, nada cambiará. En cada campaña electoral, la gente dice: “No podemos abordar el cambio climático porque será caro”, pero nadie habla de las vidas que ya se han perdido, porque esas no son las vidas de los ricos en las salas de juntas. Hay sindicatos y partidos políticos que se fundaron en algún momento para apoyar a los pobres y a los trabajadores que siguen apoyando a industrias como la automotriz, y solo a quienes trabajan en ella, pero la gran mayoría de los trabajadores no trabajan en la industria automotriz. Mientras esto siga así, será realmente difícil. Será complicado hasta que encontremos la manera de dar más voz a la gente real y no solo a los lobistas.
Ciudad del Cabo, lo comenta en el libro, es un buen ejemplo que resume esta enorme brecha, ¿no?
Sí.
En los barrios pobres de Ciudad del Cabo la mayoría de los ciudadanos
tienen trabajos en la industria agrícola. Esta industria se paró en 2018
ante la amenaza de la llegada del ‘Día Cero’ [fecha prevista en la que
los grifos de la ciudad supuestamente iban a dejar de suministrar agua
debido a una grave sequía que se estaba produciendo. Esto obligaría a
los ciudadanos a comenzar a desplazarse hasta puntos de recogida de
agua].
Debido al parón de la industria agrícola, estas personas perdieron sus trabajos. Los afectados, además, viven en barrios donde dependen del suministro público de agua. Estaba tan racionada que no podían regar sus jardines, los cuales a menudo se usan para cultivar alimentos para consumo propio.
En estas zonas racionaron el agua mucho, mucho, antes que en las casas de los ricos. Los más pobres ni siquiera tenían agua para lavarse, mientras que, en muchas de las zonas ricas de la ciudad, el racionamiento era mucho menos severo, y en muchas de las casas tenían incluso sus propios pozos de agua en los jardines, por lo que no dependían del suministro público de agua. Aunque el Día Cero no ocurrió, su amenaza destruyó el sustento de gran parte de la población pobre.