Estos días se celebra en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid un festival que, respondiendo a la última moda en la que hasta el peor enemigo del medio ambiente se pone la toga verde, pretende acercar las energías renovables a la ciudadanía. Hay conciertos, demostraciones prácticas, cine, debates… Se trata de la puesta […]
Estos días se celebra en el Paraninfo de la Universidad Complutense de Madrid un festival que, respondiendo a la última moda en la que hasta el peor enemigo del medio ambiente se pone la toga verde, pretende acercar las energías renovables a la ciudadanía. Hay conciertos, demostraciones prácticas, cine, debates… Se trata de la puesta en escena de «España Solar», una iniciativa para promover el uso de la energía solar a la que se han apuntado muchas y diversas entidades.
Resulta bastante paradójico, aunque cada vez es más frecuente, presenciar la creación de un espacio que aglutina a los tradicionalmente más férreos defensores del medio ambiente (Greenpeace, Adena, Ecologistas en Acción) con los máximos representantes del expolio energético, económico, social y democrático que sufre nuestro país, hospedados por el recientemente re-elegido rector «de izquierdas» de la UCM, Carlos Berzosa.
Por supuesto se trata de un circo donde tanto cuidadores como bestias sacan partido: mientras unos promueven la concienciación, adquieren difusión y despiertan a su manera las conciencias de posibles nuevos socios, otros se untan hasta la médula de un barniz verde y perfumado con el que disimular sus constantes flatulencias.
La verdadera lección que pretenden enseñar estos eventos dista bastante del espectáculo luminoso y sonoro que acompaña a sus palabrerías, pero es clara y contundente: la única vía ofrecida hacia lo que llaman «sostenibilidad», va de la mano (más bien abrazada) a el mantenimiento de un sistema dónde unos pocos se apropian y benefician de lo que es de todos, bien sea energía, derechos, abstención o fuerza de trabajo.
No resultaría dificil adivinar que, bajo estas premisas, más de una empresa eléctrica se haya unido a tamaña actuación teatral. El gigante IberTrola ha sido una de ellas. No sorprende el interés por asociar su imagen de marca a las energías renovables, siendo un mercado de futuro clave en cuanto a lo que control energético se refiere. En sus esfuerzos ambientalistas no dirá que no, sin embargo, ni la energía nuclear, ni a las térmicas mientras ofrezcan rentabilidad. Curiosa escena la de la presencia de los revolucionarios energéticos bajo los logotipos de quienes defienden a capa y espada las centrales y prolongan su vida sin remordimiento alguno.
El mercado de las energías renovables es precisamente uno de los más proclives a ser impulsado con más fuerza cada vez por las administraciones, que por otra parte publicitan a bombo y platillo cualquier iniciativa en este sentido por enclenque que sea. Así y todo no faltan fondos desde programas de la ONU, ayudas del Banco Mundial, proyectos de desarrollo… el Gobierno se esmera más cada año en crear subvenciones y «mecanismos de flexibilidad» (véase compraventa de tasas de emisión) que bien saben aprovechar las grandes compañías energéticas, no sólo en España, sino también en otros países necesitados de la sostenibilidad que amablemente les proporcionan nuestros gigantes, a juzgar por las inversiones de Ibertrola o de Gamesa (otro patrocinador del festival) en latinoamérica.
Ante unas responsabilidades de tal calibre, tampoco resulta extraño que la Presidencia del Gobierno, el Ministerio de Medio Ambiente y el Ministerio de Industria sean igualmente organizadores y promotores de «España Solar». Mientras tanto, nuestro país se mantiene a la cabeza del incumplimiento del protocolo de Kioto, lejos de las insuficientes metas fijadas ya hace unos años. Aunque bien es cierto que hay otros asuntos que atender en el Estado. Uno de ellos, íntimamente relacionados con la energía, es el de la dichosa burbuja. Mantener las cotas especulativas en materia de vivienda se hace cada vez más complicado. Debe saberlo bien Acciona, inmobiliaria patrocinadora, también, del festival, muy relacionada con el mercado energético a través de su participación en Endesa y que, gracias a los tejemanejes bursátiles en el sector (de opa a opa y compro por que me toca) consiguió cuadriplicar sus beneficios en 2006 (322,8 por ciento con respecto a 2005), siendo las energías renovables el tercer sector que más contribuyó, por detrás, claro está, de la construcción.
Y es que el sector de la construcción se ha convertido en los últimos años en importante motor de la economía. No se refleja este hecho en las condiciones laborales de los trabajadores. La precariedad es el pan de cada día y la siniestralidad, según el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, es de un muerto por día laborable y 1000 accidentes, y sigue creciendo. Entre tanto,el endeudamiento de las familias para la adquisición de la vivienda, dice el Banco de España, ha aumentado un 23% respecto al mismo periodo de 2006, en la misma tónica de años anteriores.
Todo esto ante la mirada inocua de los sindicatos mayoritarios, incapaces, negociación tras negociación, ley tras ley, no sólo de mejorar, sino ni siquiera de evitar el empeoramiento la situación de los trabajadores y de las familias. No sorprende que CC.OO y UGT tampoco tengan reparo alguno en compartir cartel y colaborar con los lavados de imagen de algunos de los mayores especuladores inmobiliarios y energéticos del país.
Por último, en un conglomerado como el reunido en «España Solar» no podían faltar las universidades: Complutense, Politécnica, Rey Juan Carlos…. siempre al lado de los que financian sus investigaciones, ocupan sus cátedras, señalan las directrices de sus planes de estudios y contratan (temporalmente a ser posible) la mano de obra generada a medida. La Complutense ha permitido amablemente que se establezca todo el tinglado en el Paraninfo de la Zona Norte. Se trata de un espacio que, antes de comenzar a ser utilizado para conciertos de Movistar o demostraciones en vivo del funcionamiento ciertas maquinillas de afeitar, era un campo de fútbol (inutilizado ya a juzgar por estado de las porterías). Frente al uso lucrativo e interesado por parte del capital de este espacio se encontraba, a escasos 100 metros, la Facultad Okupada y Autogestionada, en un ala abandonada de la Facultad de Ciencias Físicas.
Allí se intentaba crear el primer lugar gestionado y utilizado libremente por los estudiantes, evitando la injerencia de las instituciones. Pero la permisividad del rectorado respecto al uso de sus espacios responde a otros intereses y dicha «injerencia» institucional llegó hace unos días de la mano de 14 lecheras (para desalojar a 8 activistas). La misma suerte puede correr dentro de muy poco la Acampada contra la Precariedad y por una Vivienda Digna que continúa su andadura en las cercanías con no poca incertidumbre y bajo presiones para trasladarse fuera de la vista del público estudiantil.
Podría parecer algo encomiable que, a pesar de sus diferencias, todas estas instituciones y organismos se unan en la defensa del medio ambiente, cada uno a su manera, pero es todo una falacia. La misma mentira de siempre. En la actualidad, cada vez es más claro que el modelo económico impuesto supone un suicidio medioambiental y social. Sin embargo, atravesamos un periodo en el que ni las grandes organizaciones ecologistas, ni los partidos Verdes a nivel nacional o europeo (por no hablar de mundial), son capaces de dar una respuesta contundente a este nuevo capitalismo perfumado cuyo objetivo no es sino perpetuar un modelo de consumo creciente, injusto y destructor. La reducción de emisiones de CO2 no evitará la dependencia del Sur sobre el Norte, las guerras por el control de los recursos, las desigualdades sociales o el hambre. Es necesario que el movimiento ecologista se plante, definitivamente, ante el capitalismo. No es posible mantener un discurso coherente en el ámbito ecológico (y, por ende, social) si no se identifica y se acaba con el descarado disfraz de los que nos aceleran hacia el acantilado: corporaciones, gobiernos y agentes sociales afines. Señalar a los culpables y mostrar su rostro de manera continua y no sólo ocasional a la opinión pública debe estar muy por encima de un puñado de socios o de votos. De otra manera lo «verde» acabará en el fondo del mismo saco en el que han acabado palabras como «democracia», «sostenibilidad», «derechos», «libertad»… el de vocablos vacíos, desprendidos de todo significado, con el mero objetivo de servir a la lógica capitalista en sus medios de masas que, como El País o RTVE, tampoco dudan en patrocinar sus eventos.