Muchas iniciativas políticas, decisiones y renuncias están presididas por una mezcla de temor y ambición, de palabras apresuradas e invocaciones al esplendor dorado del palazzo, confundiendo el coraje con la docilidad y el extravío.
Así, Pedro Sánchez actúa temeroso ante Marruecos, gesticula y actúa como si estuviese dotado de una gran seguridad, pero le delatan temblores imprevistos ante preguntas comprometidas porque el atributo de su valentía es solo acatamiento a los vampiros de Washington.
La política exterior española es un completo desbarajuste, por mucho que el incompetente ministro de Asuntos Exteriores, Albares, un aplicado ejemplar de esa diplomacia tan complaciente con Estados Unidos, pretenda el ropaje del rigor y del prestigio: transitamos por el envío de armas a Ucrania y de militares al Este de Europa, por el aumento de las tropas estadounidenses en España, hurtando el debate al parlamento, por la sumisión ante las imposiciones de la OTAN para aumentar el presupuesto militar, el seguimiento al ímpetu belicoso de Bruselas hacia China y Rusia, y la infame votación española en la ONU en la resolución sobre el nazismo. Sánchez abandona a los saharauis que padecen la represión del ejército ocupante, envía una carta al sátrapa marroquí aceptando sus condiciones sobre el Sáhara, oculta la extrema violencia que causó la matanza de inmigrantes indefensos ante la valla de Melilla y, encima, defiende la actuación de la policía marroquí. No parecen muestras de valor.
¿Qué teme Sánchez? Teme la inmigración africana, teme que Mohamed ben Hassan deje de vigilar las playas; teme una ofensiva marroquí sobre Ceuta y Melilla, aunque algunos de sus correligionarios, como la ex ministra Trujillo, ya hablan de entregar esas plazas. Teme que Estados Unidos apoye a Marruecos, donde se especula con la apertura de una base militar norteamericana, y que la pertenencia de España a la OTAN no sirva para nada en un hipotético escenario de enfrentamiento. El temor de Sánchez ha llegado hasta el punto de obligar a los diputados socialistas españoles en el parlamento europeo a votar en contra de la moción que señalaba a Marruecos y Qatar de recurrir a la corrupción y los sobornos para aumentar su influencia. El PSOE fue el único partido de izquierda en Europa que lo hizo.
Además, Sánchez ha aceptado todas las exigencias de Estados Unidos para la guerra de Ucrania, enviando armamento a Kiev y aviones y militares al Este de Europa, entrenando a hombres de Zelenski, acompañando la escalada bélica, aceptando la propaganda y las mentiras de Washington. ¿Por qué lo hace Sánchez? No solo por convicción atlantista, también por temor a posibles represalias estadounidenses si España optase por una política de neutralidad y distensión. Ucrania no pertenece ni a la Unión Europea ni a la OTAN y la «obligación de apoyar al gobierno de Kiev» es solo un pretexto de Washington en su plan de acoso a Rusia y China. Y el interés de España no está en la subordinación a Estados Unidos, que ha hecho siempre de la guerra instrumento de política exterior: la de Ucrania llegó con la provocadora expansión de la OTAN hasta las fronteras rusas.
Hay que ser honestos: el temor también atenaza a los socios de Sánchez. ¿Qué hacían Díaz y Garzón aplaudiendo a Zelenski en el Congreso, optando después por un incómodo silencio ante los desmanes y la corrupción del régimen de Kiev, acompañando todas las decisiones de Sánchez sobre Ucrania? ¿No sabían que Zelenski persigue a los comunistas ucranianos, que hoy son encarcelados y a veces asesinados y viven en la clandestinidad, y que ha prohibido a toda la oposición? Con el régimen de Zelenski atando a ciudadanos «sospechosos» en árboles y postes, torturándolos; y ordenando, en un gesto que remite a las hogueras de Hitler, quemar once millones de libros porque estaban en ruso, ¿por qué lo hacen Díaz y Garzón? Porque temen la ruptura del gobierno, su propia salida del gabinete, temen acudir a unas elecciones legislativas en débil situación, y asumen así el atlantismo de Sánchez, pese a las revelaciones de Merkel, de Hollande, de Poroshenko, pese a las sensatas palabras del diplomático español Zorrilla. Ese triste pragmatismo y esa dejación quieren justificarse con las medidas sociales aprobadas por el gobierno para paliar la crisis que afecta, sobre todo, a los trabajadores. Pero, en el camino, se han asumido progresivamente posiciones que eran de otros, como hicieron los Verdes alemanes y el Partito Democratico italiano, hoy fervientes atlantistas.
España debería buscar la neutralidad, desmantelar las bases estadounidenses que no aseguran la paz sino que la convierten en blanco de posibles represalias, porque la constatación de que es extremadamente difícil imponer otra política exterior no justifica renunciar a tus propios objetivos. ¿Quién dijo que sería sencillo combatir, abandonar la OTAN? Sánchez mantiene prisioneros a sus socios de gobierno, que apenas se atreven a replicarle, pero no debería olvidarse que Estados Unidos y la OTAN son el veneno de la guerra y que el temor y el pragmatismo dejan a veces detenidas las palabras en la intemperie del extravío.
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