Traducido del francés para Rebelión por Susana Merino.
«Japón ha hecho significativos progresos. La situación ha mejorado en el lugar. Pero sigue siendo muy complicada» Tal ha sido la comprobación de los expertos de la Agencia Internacional de Energía atómica (AIEA) que a mediados de febrero realizaron una nueva misión de inspección en la central nuclear japonesa de Fukushima. Un análisis compartido por el Instituto Francés de Radioprotección y Seguridad Nuclear (IRSN): «Se realizó un considerable trabajo con enormes medios. Pero la obra es colosal y lo más importante queda aún por hacer», estima Thierry Charles, director general adjunto para la seguridad nuclear. Cuatro años después del sismo y del tsunami del 11 de marzo de 2011, que arrasaron la región de Tohoku, en el norte de la isla de Honshu, y devastaron el complejo atómico de Fukushima-Daiichi, la batalla de la descontaminación apenas ha comenzado. La radiactividad se mantiene presente en todas partes, tanto en los reactores desvencijados como en los subsuelos inundados de agua que continúa contaminando el Pacífico. Más de 6.000 obreros se renuevan permanentemente -los niveles de radiación obligan al recambio de equipos- en una gigantesca empresa de desmantelamiento que no concluirá antes de treinta o cuarenta años.
Verdadero colador
En el corto plazo el manejo de las aguas contaminadas constituye el principal desafío para el operador del lugar, la empresa Tepco. Porque la central es un verdadero colador. Todos los días se inyectan 350 m3 de agua dulce en tres de los cinco reactores que estaban funcionando en el momento de la catástrofe (las unidades 1, 2 y 3) para mantenerlos a una temperatura de entre 20 y 50°C y cuyos tanques están agujereados. Esa masa líquida que al entrar en contacto con el combustible nuclear degradado se carga de radioelementos solubles (cesio, estroncio, antimonio, tritio…), se cuela en el subsuelo de las construcciones y se infiltra en las aguas subterráneas a razón de 300 m3 por día. Esto significa por lo tanto 650 toneladas de agua radioactiva que deben ser bombeadas y tratadas antes de ser en parte reintroducidas en el circuito refrigerador y el resto redepositadas en el sitio en cerca de 1.000 reservorios alineados hasta perderse de vista o enterrados. Cuanto más tiempo pasa más aumenta el stock; actualmente llega a las 600.000 toneladas y Tepco tiene previsto desde ya que la capacidad de almacenamiento llegará a las 800.000 toneladas.
Para detener este bucle infernal se han probado diferentes sistemas de descontaminación. Luego de haber sufrido una serie de inconvenientes, actualmente se ha llegado a tratar hasta 2.000 m3 de agua por día para eliminar el conjunto de radionucleidos, a excepción del tritio para el que aún no existen procedimientos de extracción.
En enero los dispositivos no funcionaban plenamente aún, pero ya permitían depurar 1.300 m3 por día. Aunque Tepco espera haber descontaminado pronto toda el agua acumulada en el sitio, a principios de año la empresa anunció que no lo lograría a fines de marzo como estaba previsto sino «si se mantiene el ritmo actual a mediados de mayo» .
Batería de instalaciones
Aún continúan produciéndose reiterados escapes. A finales de febrero los transductores ubicados sobre un conducto de evacuación de aguas pluviales y subterráneas hacia el mar han registrado tasas de radioactividad 70 veces mayor que los valores habitualmente registrados en el sitio.
La Autoridad Japonesa de Regulación Nuclear ha llamado severamente al orden a Tepco por haber cerrado el conducto solo una hora y media después de haberse activado una alarma sonora. Algunos días después se descubrió en el edificio de las turbinas de uno de los reactores una napa de agua de veinte metros de longitud.
Para evitar arrojar todos los deshechos al Pacífico se está construyendo una batería de instalaciones. Primero una barrera de estanqueidad de 900 metros de largo al borde del océano. A continuación un bombeador en la napa freática más arriba de la central para bajar el nivel y evitar su contaminación. Además una «pared de hielo» subterránea destinada a ser una pantalla entre la napa y las construcciones nucleares, basada en la inyección de un líquido congelador en una red de 1.500 cañerías subterráneas. La experimentación del congelamiento en el terreno debería comenzar este verano.
De todas maneras al finalizar, una vez tratada, toda el agua acumulada deberá ser arrojada al océano. Es la solución que propone AIEA, pero los pescadores locales y las asociaciones ecologistas se oponen tenazmente, dado que la contaminación del medio marino aunque ha disminuido no ha desaparecido. «Los deshechos desde el sitio de la central nuclear continúan volcándose en el mar a niveles difícilmente cuantificables y todo el Pacífico norte está contaminado con cesio 137, a niveles comparables a los registrados en los años 1960 con ocasión de los ensayos nucleares atmosféricos, hasta unos 500 m de profundidad», informa Jean Christophe Gariel director de ambiente en el IRSN.
Peces contaminados
En un radio de 20 km alrededor de la central se encuentran «puntos calientes» donde la radioactividad de los sedimentos marinos alcanza los 5.000 bequerels por kilo (Bq/kg) y en algunos peces se encuentran niveles de contaminación muy superiores a los límites tolerados de 100 Bq/kg, especialmente los que habitan en el fondo del océano (peces planos, congrios, bacalaos, rayas). En 2014 sobre veinte muestras de peces analizados por Tepco en el puerto de Fukushima, diez presentaban concentraciones de cesio superiores a las normas, uno de ellos llegaba a los 32.500 Bq/kg, lo que explica que la prefectura japonesa haya prohibido la pesca.
Pero no solo las aguas envenenan el espacio nuclear. También es necesario vaciar las piletas de enfriamiento que contenían en total unos 3.000 contenedores de combustible. La operación terminó con éxito, a fines de diciembre, en la pileta del reactor 4, la más importante y la más dañada. La extracción de las barras de combustible de los reactores 3, 2 y 1 deberá realizarse escalonadamente entre 2015 y 2021.
Pero aún queda lo más difícil: la evacuación del corazón de los tres reactores, que se convirtieron después del accidente en un magma extremadamente radioactivo (de corium) que ha perforado las cubas y se ha desparramado en el fondo de las construcciones. Tepco no prevé hacerlo antes de 2020 o 2025. Una intervención humana directa es imposible. Habrá que localizar el corium con cámaras, construir robots comandados a distancia con instrumentos de corte y extracción especiales y fabricar condicionantes adecuados… Una intervención que la AIEA califica de «un enorme desafío a largo plazo» que aún no se ha llevado a cabo en ninguna parte
Pierre Le Hir es un periodista de Le Monde