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La invención del chavismo

Fuentes: Rebelión

«¿Quién inventó a Chávez?» El chavismo o lo que sea aquello que chispeó y ardió por las Américas desde 1998 hasta estos días aún tiene eso de mágico y descarnado que no explican las teorizaciones políticas o filosóficas institucionales. Se descifra con alguna frase de Su Tzu que podría servir de epígrafe: «el arte de […]

«¿Quién inventó a Chávez?»

El chavismo o lo que sea aquello que chispeó y ardió por las Américas desde 1998 hasta estos días aún tiene eso de mágico y descarnado que no explican las teorizaciones políticas o filosóficas institucionales. Se descifra con alguna frase de Su Tzu que podría servir de epígrafe: «el arte de la guerra se basa en el engaño» [1] . Modesto Emilio Guerrero dice que al chavismo no lo inventó Hugo Chávez ni siquiera él coronel se imaginó el cansancio bíblico de la mayoría del pueblo venezolano asombrado de sus necesidades mientras las páginas sociales comentaban de una imaginaria Venezuela saudita. Unas historias colectivas de infortunio convirtieron a un prisionero de un fallido golpe de Estado en el Lázaro oportuno, en el tiempo exacto de una coyuntura irrepetible. «Levántate, que en las calles eres un héroe», le habría dicho el capellán de la cárcel que lo visitaba en los sótanos de la División de Inteligencia Militar [2] .

 

El despertar de los guácharos

La izquierda continental desandaba su laberinto y sobraban preguntas ante la escasez de respuestas. Eduardo Galeano describió su ánimo de guácharo mientras sufría las derrotas del sandinismo, entre ellas la electoral y de las del buen nombre. Aquellos que retornaban de Cuba no daban explicaciones, preferían componer justificaciones de corazón adolorido o de la incredulidad. Eran los años del periodo especial e igual que ahora con el chavismo se decía con bastante tinta, papel y saliva que había «llegado la hora final de Castro». Fue evidente el descrédito de todo lo que se aproximara al «socialismo» y no se diga al «comunismo». Libros de la Editorial Progreso de Moscú, justo al recipiente de basura para el acarreo a los botaderos. Una juventud salida de no sé dónde castigaba con rapidez y ferocidad a quien tenía la modesta valentía de admitir sus creencias socialistas. «Dinosaurio», era la sentencia. Podría no ser un insulto si uno se atrevía con la geología, pero años de repetir cosas aprendidas y sentidas, en esos días se habían quedado sin discursos. Las voces del silencio tenían la elocuencia del derrotismo de la fe en esa probable «mejoría de la humanidad».

Y llega Hugo Chávez. La prensa del color que más les guste no aflojaba el apelativo de ‘coronel’, no olvidaban el 4 de febrero de 1992, su mestizaje, sus amistades caribeñas y ese cómo que al despertar de la juma del ‘fin de la historia’ el bendito «dinosaurio aún estaba ahí». Justo ahí en la mayor riqueza de minerales del continente. El entusiasmo popular en Venezuela se hizo noticia por los mismos medios que ya le expresaban su desamor, el izquierdismo hizo lecturas interpretativas y supersticiosas porque se creía en el reverdecimiento de la buena suerte, se retornaba en puntillas de las nostalgias con anhelos aún débiles, estaban los que medían el largo del credo socialista y aquellos que ya no querían paradigmas absurdos, unas tempranas simpatías y unas comprensivas precauciones por el grado militar de Hugo Chávez. Era él y era el pueblo venezolano que lo reinventaba. Esa «alma colectiva, suerte de suma algebraica de atavismos, impulsos y tendencias, que provienen del inconsciente» [3] . Avanzando la jornada chavista se habló fuerte de un socialismo de otras ciencias (se le buscó el apelativo, «del siglo XXI»), de otras obligaciones con el territorio barrial y como todo eran inventos se inventaron la misiones para darle destino a las urgencias sociales.

 

Coordenadas de la desgracia cartesiana: hambre y necesidad

«Si miraste para atrás, serás estatua de sal», con las consecuencias de ser humano vulnerable. Volver la mirada es sencillo ejercicio de memoria colectiva e histórica, de comparación y decisión, evaluar el invento mitológico ahí donde más duele: hambre y necesidad. Eso ahora que se mineralizan impaciencias y resignación. El pasado reciente fue de satisfacciones y menos aprietos de fin de mes, el chavismo funcionaba a todo vapor. La compra y venta con todos los países, incluido Estados Unidos, no tenían dificultades, al menos no del tamaño planetario de estos días. No eran las pasables carencias del primer Guaidó (11/4/2002), fueron las 49 leyes habilitantes para quimbear mañas jurídicas, renuencias políticas y mediáticas que impedían la aplicación de la Constitución de 1999. Ya pues, calentar calles, mandarse una guerra de guerrillas financieras (el sistema financiero privado con sus ramificaciones de ofertas y demandas) y enredar la cotidianidad con desespero popular. Afinaron la perversión del neuromarketing político y el invento heroico se convirtió en nefasto Prometeo. Los Ancestros castigan con sus proverbios: «las mariposas revolotean sobre la mierda del tigre», aunque no hace falta interpretación se la hará: la falsedad se alimenta de la porquería. Y sí hubo «personajes que se prestaron para el sabotaje» que concluyó en el Golpe de Estado del 11 de abril del 2002.

Pedro Carmona se autonombró presidente y hasta ahí llegó. El contragolpe popular lo obligó a mudarse a Colombia. No se sabe si todavía es «presidente». Volvió el chavismo a continuar su reinvento, sin las represalias que los golpistas temieron. El manual del descrédito continuó en pleno uso y el calificativo de ‘dictador’ se repetía como dogma de fe. No han parado desde entonces y los análisis de hace tres lustros apenas han cambiado, quizás el orden de los adjetivos o alguna trampa gramatical. El chavismo no murió con Hugo Chávez, porque el apellido invocador de una combativa doctrina popular está en sus inventores: mucha gente venezolana. Agotándose, por momentos heroicos o desfalleciente, a causa de la Guerra Económica (y Financiera). Pero ahí está.

 

Marxismo al revés

Quito temprano y apresurado a cualquier lugar. Uno de los muchos derrotados de la Guerra Económica (y Financiera) contra Venezuela subió al bus quiteño, era parte de un grupo y debió ser su turno de oferta mercantil, saludó al subir, bromeó sobre Hugo Chávez y Nicolás Maduro y ofreció su mercadería. Yo preferí «comprarle» cinco mil bolívares a precio solidario. Compra de un dinero con otro dinero, valor de uso allá y valor de cambio acá, una señal del carácter y el secreto de la mercancía como curioso fetiche: mirar el papel monetario con tremenda cifra y apenas tiene equivalencia útil en la cotidianidad venezolana. Ya ocurrió en Ecuador sin llegar al precipicio de Venezuela. El marxismo leído como arma de destrucción masiva por las inteligencias reaccionarias: «A primera vista, una mercancía parece una cosa evidente, trivial. Pero su análisis demuestra que es una cosa muy compleja, llena de sutilezas metafísicas y argucias teológicas. En tanto que valor de uso, no hay nada misterioso en ella […] Pero en cuanto se presenta como mercancía, se transforma en una cosa sensiblemente suprasensible« [4] . Es la guerra al bolsillo y estómago de la gente, en el macabro ejercicio de matarla lentamente, en todos los aspectos. Un asedio invisible y muy sensible.

La Guerra Económica es tan vieja como la otra guerra, es hacha de guerra metafórica que impacta en el cerebro reptiliano, sin duda, una efectiva arma paleolítica usando la sofisticación de las actuales relaciones económicas-financieras entre los países. Meses después del primer triunfo electoral del chavismo ya fue aplicada, sin resultados favorables para su promotor principal, el Gobierno estadounidense. Todavía no se daban las condiciones: el Irak petrolero no funcionaba, a Libia aún la gobernaba Muammar el Gadafi, el progresismo latinoamericano comenzaba su ascenso, China capitalizaba al capitalismo y los gobernantes de la Casa Blanca guardaban algunas formas.

 

Joder al chavismo sin importar las víctimas

Perdonen la perogrullada afrentosa: las guerras con mano ajena eternizan las discordias de aquellos bandos que la sufren. A las víctimas de la primera depredación le siguen las víctimas de la segunda, unos invencibles rencores se perennizan en los territorios. La devastación emocional de la guerra es perdurable, porque el oponente es el vecino o la próxima vecindad. Comida y medicina están en la disputa, apenas suavizadas por unos billetes casi sin valor de cambio. La emigración venezolana salió a buscar la solidaridad que antes facilitó a millones de personas de todos los continentes, hay dificultades por acá, en las Américas; la ventolera política derechista empeora el problema, también algunos medios de comunicación camellan, no siempre al disimulo, xenofobia para dizque joder al chavismo. Aquello que ocurrió en la ciudad de Ibarra, Ecuador, deja lecciones tristes pero de obligada reflexión.

Notas:


[1] El arte de la guerra, Sun Tzu, autodesarrollo.com, p. 9, pdf.

[2] ¿Quién inventó a Chávez?, de Modesto Emilio Guerrero, quien a la vez tomó la cita de Chávez por Chávez, de Cristina Marcano y Alberto Barrera, p. 146. www.pdt.org.br/internacional/hugochavez (Chávez sin uniforme, una historia personal).

[3] ¿Quién inventó a Chávez?, Modesto Emilio Guerrero, Ediciones B Argentina, Buenos Aires, 2007, p. 255.

[4] Contribución a la crítica de la economía política, K. Marx.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.